Los nonos de los cannoli: ella tiene 85 y él 92, se conocieron por foto y todo lo que cocinan se vende en minutos

En el Día del Inmigrante Italiano, Ipolitina Schiariti cuenta su historia de amor con Miguel, su marido desde hace más de seis décadas. Ella llegó a la Argentina a los 19 años, junto a su bebé de dos meses y él ya la estaba esperando para el reencuentro familiar. Empezaron una vida en la Argentina, se dedicaron a la sastrería, y la cocina siempre estuvo presente, hasta que en plena pandemia comenzaron un emprendimiento gastronómico que se convirtió en un exitoso homenaje

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En plena pandemia sus nietos los sorprendieron con la propuesta de hacer realidad uno de los sueños que siempre comentaban en las reuniones familiares. A los 85 años, Ipolitina prepara todos los días sus cannoli, una de las especialidades del local que abrieron donde antes tenía su sastrería: una historia de inmigración italiana llena de homenajes (Video:Instagram @ipolitinapizza)

Ipolitina Schiariti tiene 85 años, pero ese número queda completamente desdibujado por su personalidad, su talento y su forma de perseverar con una fuerza arrolladora que está intacta. Desde su voz amable, jovial, carismática, hasta su manera de regalar afecto y cariño en cada cosa que emprende. Llegó a la Argentina a sus 19 años, después de haber sido mamá de su primer hijo, fruto de su amor con Miguel, su esposo y compañero de todos los desafíos. Nació en Ricadi, Vibo Valentia, en la región de Calabria, y su primera infancia la vivió en medio de la Segunda Guerra Mundial. Fue testigo y aprendiz de la creatividad de su madre, que hacía magia con sus saberes culinarios para que nunca les faltara un plato de comida. Toda esa sabiduría la acompañó cuando comenzó su vida en Buenos Aires, y es la misma que despertó la admiración de sus nietos para cumplirle un sueño más y homenajear a sus nonos con un emprendimiento gastronómico donde ellos son los protagonistas.

Cada 3 de junio se conmemora el Día del Inmigrante Italiano, que toma como referencia la fecha de nacimiento de Manuel Belgrano, por ser hijo de un inmigrante italiano que llegó a la Argentina en 1750 para desarrollar el comercio familiar. Aunque pasaron más de dos siglos, muchas historias tienen como hilo conductor la unión de la familia para un nuevo comienzo, y la de Tina -como la conocen en el barrio de Chacarita- no es la excepción. Sin embargo, su flechazo romántico podría ser el guion de una película, y ella lo recuerda vívidamente.

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Habla con Infobae minutos después de terminar una nueva tanda de cannoli, todavía con un poco de harina sobre la mesa, y confiesa que ya está pensando en dejar todo limpio después de haber fritado 140 dulzuras, hechas por una verdadera profesional. Empieza un relato con entusiasmo, porque esos recuerdos son las piezas de un rompecabezas que nunca dejó de sorprenderla. “Miguel se vino de Italia a los 17 años, antes de ingresar al servicio militar, porque el papá ya había ido a combatir en la Primera Guerra Mundial, un hermano mayor también en la Segunda, y entonces dijo: ‘No, una tercera vez no, yo un hijo a la patria no se lo doy de nuevo’”, rememoró.

Ipolitina y Miguel, recién casados en su Italia natal: en 1956 empezaron su vida en Argentina (Foto: Gentileza familia Schiariti)
Ipolitina y Miguel, recién casados en su Italia natal: en 1956 empezaron su vida en Argentina (Foto: Gentileza familia Schiariti)

“Tenía hermanos en Argentina y tenía el oficio de sastre, así que empezó a trabajar de eso”, continúa. Como hay siete años de diferencia de edad, Tina todavía era una niña cuando él partió, y recién cuando cumplió los 18 una de las hermanas de Miguel, que vivía al lado de su casa, tomó el rol de celestina. “Yo ya había tenido otros pretendientes, pero un día que para mí fue sin querer, y para ella fue a propósito, me mostró la foto del hermano que estaba en Argentina”, dijo y suspiró como si de nuevo la viera por primera vez. “Era una foto hermosa, me gustó desde el primer momento, me pareció un hombre muy lindo; y entonces se lo dijeron a mi mamá, que les gustaría que Miguel se casara conmigo, porque me conocían, pero mi mamá en principio les dijo que no”, reveló.

Estaba estudiando para ser maestra jardinera, y su madre priorizaba sus estudios. “Les dijo: ‘Mi hija tiene que estudiar, tiene que tener una herramienta para valerse en la vida’, y nosotros éramos cinco hermanos, pero todos fuimos a la escuela siempre a pesar de las dificultades”, comentó con admiración por la crianza que tuvo. Su futura cuñada insistió varias veces, y de pronto las campanas de boda volvieron a ser una posibilidad. “Mi mamá me preguntó si me gustaba de verdad ese muchacho que vi en la foto, y yo le dije que sí, que me encantaba, que era hermoso, pero que iba a poner una condición: mandarle una foto mía para ver si yo también le gustaba, y si quería casarse conmigo tenía que venir a Italia, porque yo me quería casar en mi pueblo”, explicó. Y recordó con la misma firmeza la frase que le dijo en ese entonces: “Yo a la Argentina soltera no me voy”.

La respuesta llegó, y era un sí rotundo. Como los familiares de Miguel también estaban ansiosos por volverlo a ver, planificaron un viaje y muy pronto Miguel zarpó rumbo a su tierra natal. “Nos gustamos, nos entendimos, y nos casamos”, resumió sobre aquel momento inolvidable. Alquilaron un departamento para disfrutar de sus primeros meses como matrimonio, y tenían pensado pasar unos meses allí para estar cerca de su familia antes de irse a América. “Como su hermano se ocupaba de la sastrería mientras él no estuviera, se podía quedar durante un año, que era lo duraba el permiso que le dieron en el consulado”, indicó. Los planes cambiaron inesperadamente el día que fueron a hacer la visita médica para embarcarse.

En familia, los dos matrimonios: Ipolitina y Miguel, con sus hijos, y sus cuñados con sus hijos
En familia, los dos matrimonios: Ipolitina y Miguel, con sus hijos, y sus cuñados con sus hijos

“Yo tenía todo la documentación hecha, ya estábamos a punto de irnos, y me dijeron: ‘Usted está embarazada, no va a aguantar 15 días de mar’, y no me habilitaron el boleto”, rememoró. Reconoció que ese día “se les cayó el mundo abajo”, porque Miguel no podía quedarse más porque se iba a vencer la habilitación, y significaba que no podría estar en el parto ni acompañarla durante la gestación. “Se quedó todo lo que pudo, pero tenía que regresar porque todavía el servicio militar era obligatorio, y me fui a vivir con mi mamá porque había que hacer lo que decía la ley, hasta que cuando tuve a mi hijo, a los tres meses pasé la visita médica y mi bebé también, y fuimos rumbo a Buenos Aires”, contó con alegría.

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Su compañera de camarote era una señora griega que hablaba italiano, con sus cuatro hijos, pudo charlar con ella y no tuvo contratiempos durante la navegación. “Pasé muy bien el viaje, pero lo único que me pasó es que se me cortó la leche, no podía dar la teta; ni bien llegué al puerto estaba mi esposo esperándome, que conoció a su hijo, que tenía puesta la ropita que él me había mandado a Italia, y también el hermoso ajuar”, detalló. Después de aquel susto y una visita al pediatra para saber como complementar la lactancia del pequeño, todo marchó bien. Fueron a vivir Palermo junto a sus cuñados, y más adelante se mudaron a Chacarita.

Tuvieron dos hijos más, y durante los primeros diez años de su vida en Argentina, Ipolitina se dedicó al cuidado de los chicos, la cocina y la casa. Cuando se acercaron sus 30, se hizo un replanteo de la situación y lo conversó con su marido. “Mis hijos no supieron lo que era una maestra particular, yo fui su mamá, su maestra, su cocinera, su costurera, todo, pero cuando ya eran más grandes, que se iban al club solos, a la plaza con los amigos a jugar fútbol, yo empecé a aburrirme, y ahí le dije a Miguel: ‘Mirá, yo quiero trabajar, así que me buscas algo o me busco por mi cuenta y me empleo porque no me voy a quedar adentro de la casa sacando polvo continuamente’”.

Ipolitina y Miguel en la actualidad
Ipolitina y Miguel en la actualidad

Así comenzó una nueva etapa, donde Tina se dedicó a la atención al público de la sastrería en la parte delantera del local, y también sugirió incluir una línea femenina de ropa, porque muchos pedidos los retiraban las esposas de los clientes, y entre charla y charla, le contaban que querían remodelar sus conjuntos. “Una quería otro cuello, otro estilo, algo distinto, y me hice una clientela de mujeres que me duró 35 años, y que hasta hoy en día me ven y me saludan, somos amigas y tenemos tantas historias juntas que ni te cuento”, dijo entre risas. También reveló que cuando se va de compras nunca vuelve rápido porque siempre la frena alguien en la calle para charlar.

Hubo una tradición que nunca cambió, ni siquiera en la actualidad. “Mi marido siempre tenía que almorzar a las 12 en punto porque era el horario para que el personal de la textil comiera, y yo jamás le fallé, hasta hoy en día siempre sirvo puntual”, confesó. Cuando le preguntan el secreto del matrimonio que tienen, y de la mirada cómplice que mantienen, ella responde: “Comprensión mutua”. Más de una vez alguno llegó cansado, con frustración por un día complicado de trabajo, y la compañía del otro era un manto de alivio, porque al cruzar la puerta había un hogar como contención. “Si hay amor, se entiende todo, y también admiración, porque yo siempre lo vi a Miguel como una persona muy correcta, que no engañaba a nadie, que trabajaba tan bien, y eso me llenaba de orgullo”, explicó.

En la puerta del local que lleva su nombre en Chacarita, con una caja que también tiene como logo su rostro
En la puerta del local que lleva su nombre en Chacarita, con una caja que también tiene como logo su rostro

En cuanto al idioma, comentó que fue un obstáculo al principio, pero mucho más para su esposo que para ella. “Durante el embarazo yo leí algunos libros en español como para ir practicando, pero no sabía mucho, y Miguel directamente llegó acá sin hablar, así que a él le costó también al principio, y nos daba vergüenza, hasta que juntos aprendimos y ya empezamos a hablar más”, recordó. Sus tres hijos estudiaron en escuelas públicas, y luego se formaron en diferentes especialidades. “Mi hijo mayor es contador, siempre abanderado; el segundo estudió Economía, y el tercero es maestro mayor de obras, pero todos siguen el oficio del padre porque les gustó y son personas muy trabajadoras”, dijo contenta quien ya es abuela de siete nietos y siete bisnietos.

Otra de las actividades que recuerda con mucho cariño son los cuatro años que dio clases gratis de conversación de italiano en un colegio de hermanas, por la vocación que sentía de compartir y enseñar su idioma. “Amo esta tierra porque no me sentí extranjera nunca, me encontré con vecinos buenísimos, que sabían que yo venía de Italia; todo el mundo me saludaba bien, y convivían distintas religiones y culturas sin ningún problema, por eso me sentí siempre muy cómoda”, aseguró. Pudieron volver varias veces a su pueblo, visitar parientes, asistir a casamientos y reencontrarse con lugares de gran significado para los dos. “Si hoy me dicen de volverme a vivir a Italia, yo ya no me vuelvo, porque me encanta ir a unas vacaciones, disfrutar de la playa, la poca familia que me queda allá, los vecinos, pero hoy tengo mis afectos acá, mi casa, y donde está el cariño, está el hogar de uno”, reflexionó.

El nonno Miguel, esposo de Ipolitina y su ayudante de cocina de toda la vida
El nonno Miguel, esposo de Ipolitina y su ayudante de cocina de toda la vida

Los cannoli de Ipolitina

Desde que era muy chica veía a su madre hacer una masa de huevo y harina con muy poca azúcar y ralladura de limón. Eran la base de los auténticos cannoli, los mismo que hoy la ayuda a hacer Miguel, participan sus hijos, y también Mónica -la madre de Juan, uno de sus nietos- que atiende el local que abrieron con su nombre en el acogedor local de la planta baja de su casa. “¿Nonna, cuándo te ponés el restaurante?”, le decían siempre en chiste, hasta que en plena pandemia, lo que era un sueño empezó a transformarse en un proyecto real.

Dos de sus nietos, Juan y Agustín, le dijeron que querían abrir una pizzería, con una pequeña despensa con productos 100% italianos, y que llevaría su nombre como homenaje. En tiempos de plena cuarentena obligatoria, la idea la motivó muchísimo tanto a ella como a su marido. “Me mostraron el logo con mi cara, y la verdad fue muy emocionante, es todo un acontecimiento para nosotros, para la gente que nos quiere, y estoy haciendo muchísimos cannoli porque gustan mucho, y en menos de una hora se llevan todo los clientes”, reveló sorprendida Tina, que domina platos de pastelería, pero también del mundo salado, y realmente no hay nada que no sepa hacer.

“Lo de hacer todo casero nos quedó de la niñez a mí y mi esposo, que siempre hizo chorizos caseros, comprando la carne, haciendo el procesado y el embutido, hacer todo desde cero y de la forma más natural y sana posible”, explicó. Lo dice la misma mujer de orgullosos 85 años que tiene una terraza con huerta en su casa, con dos higueros, dos limoneros, cebollas, perejil, albahaca, orégano, laurel, la cipolla rossa di Tropea, y las semillas vinieron desde Italia. “También hago compost, porque tirar comida es pecado, hay que saber usar todo, transformarlo, y yo me pongo mal hasta cuando tengo que tirar aceite de fritura usada porque pienso: ‘Mi mamá con esto hubiera hecho jabón’”, confesó la gran ecónoma del hogar.

Los cannoli son furor y los clientes se los llevan antes de que Ipolitina vuelva a empezar con la producción (Foto: Instagram:@ipolitinapizza)
Los cannoli son furor y los clientes se los llevan antes de que Ipolitina vuelva a empezar con la producción (Foto: Instagram:@ipolitinapizza)

En las largas mesas familiares nunca faltaron los fusillis al fierrito, la salsa casera pomodoro, el Minestrone, la lasagna especial de Ipolitina que lleva pequeñas albóndigas adentro, pasta faccioli, el tiramisú, e incluso una versión de cannoli con helado casero. El único día que no cocina es en su cumpleaños, porque ahí sí se entrega al agasajo y los tres hijos, que aprendieron a cocinar y los secretos de la maestra de la casa, se dividen responsabilidades y tareas para que festeje sin preocuparse por nada.

El emprendimiento familiar en sus inicios no tenía un local físico, hasta que los nonos les dijeron a sus nietos que el lugar donde antes estaba la antigua sastrería, podía ser una buena locación. Los jóvenes no tuvieron dudas de que la mística propia de esas paredes, y aprovecharon cada rincón de los 13 metros cuadrados para sentar la base de Ipolitina, una pizzería, pastelería y almacén gourmet italiano, ubicado Avenida Dorrego 1065, abierto de martes a viernes de 10 a 18 y los sábados de 10 a 14.

"Tengo una vida muy linda, muy tranquila, sin sobresaltos, con mi amado Miguel, y somos muy felices haciendo esto", expresa Ipolitina (Foto: Instagram:@ipolitinapizza)
"Tengo una vida muy linda, muy tranquila, sin sobresaltos, con mi amado Miguel, y somos muy felices haciendo esto", expresa Ipolitina (Foto: Instagram:@ipolitinapizza)

La especialidad es la pizza al taglio (al corte) romana, pero como cortesía le entregaban a sus clientes un cannoli de los nonos. Gustaron tanto que les preguntaban cuándo les podían encargar más, y cuando le contaron a la abuela, se embarcó nuevamente en una aventura. “Es un orgullo para mí, y me encanta hacer los cannoli, no es un esfuerzo para mí, no siento que sea una complejidad porque me encanta la cocina, y no puede no haber cuando la gente viene a comprar, así que estoy haciendo todos los días”, expresó. Una vez más, todos emprendieron como familia, y así fueron sumando variantes de dulces típicos, como la sfogliatella de hojaldrado crujiente, pasticciotti, y brioche siciliana, con crema de pistacho, crema batida, y pistacho en granos.

Después de tanta charla, es imposible no dejarse envolver por el carisma de Ipolitina, por sus ganas de colaborar, y su motivación para encontrar la voluntad como guía para cualquier desafío, sin importar qué tan pequeño o gigante sea. Regala consejos, buenos deseos, y en pocos minutos conquista multitudes. En la cuenta de Instagram del negocio -@ipolitinapizza- ella y Miguel son los protagonistas de los videos y fotos que comparten, donde son una dupla imbatible.

Recurre a su sabiduría con la experiencia que acumuló como inmigrante que supo empezar de nuevo muchas veces, y comparte una reflexión que la representa: “Siento que la vida no es tan complicada, que puede ser más fácil según cómo la vivas, porque después de haber pasado una guerra, como la pasó mi mamá, sé que había miseria, pero ella nos hacía no verla, porque sabía hacer todo; por eso yo pienso que uno lo que no sabe lo puede aprender, puede preguntar, y si te sale mal, se come igual y la próxima te va a salir, pero habiendo tantas oportunidades, no hay que dejar pasar ninguna”, reflexionó.

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