Hubo un momento en la historia de la República Argentina, en la que, las clases más pudientes del mundo le habían puesto el ojo para vivir unas vacaciones soñadas, en incluso largas estadías. Eran los principios del siglo veinte. De manera que, para el placer de estas clases acomodadas europeas fueron erigidos hoteles y clubes que lucían más como palacios que otra cosa. De algunos de ellos no queda prácticamente nada, a pesar de que fueron obras magníficas y de un gusto exquisito. Hoy serían imposibles de construirse debido al alto costo de su realización y mantenimiento.
Veremos algunos de estos lugares pensados para durar más de un siglo y hoy son meras ruinas de un pasado que no volverá y no queda ni el recuerdo.
Patricio Peralta Ramos fundó Mar del Plata en 1874, año en el que el ferrocarril llegó hasta Dolores. Desde allí había que continuar camino en galera o carreta, transformándose el viaje en una verdadera aventura. Posteriormente el tren llegó hasta Maipú. Y el 26 de septiembre de 1886 lo hizo hasta Mar del Plata, lo que podría considerarse como la primera temporada veraniega del balneario. Viajaron aquel año 1415 turistas. Aunque el punto de inflexión que marca el comienzo de la belle époque es sin duda la inauguración del Bristol Hotel en enero de 1888. Mar del Plata se convertía así en el destino preferido de las familias enriquecidas por el modelo agroexportador.
Faltaba un hotel digno de la alta sociedad que comenzaba a veranear en Mar del Plata. José Luro formó la “sociedad anónima Bristol Hotel” junto con su cuñado Gastón Sansinena, Ernesto Tornquist, Adolfo Dávila y otros, con el objetivo de administrar un hospedaje a todo lujo. Fue inaugurado oficialmente el 8 de enero de 1888 con 300 huéspedes y una gran fiesta que reunió a las más renombradas personalidades de la época. De la celebración participaron, entre otros, Dardo Rocha, gobernador de la Provincia junto a su familia; el vicepresidente Carlos Pellegrini, el gobernador Máximo Paz, el expresidente Bartolomé Mitre. Incluso, de acuerdo lo que publicó a la Revista Caras y Caretas, también estaba Nicolás Romanov, entonces príncipe heredero al trono ruso.
Fue, sin dudas, el hotel más exclusivo de toda América latina. Arañas y copas de cristal de Bohemia y de Murano, cubiertos de plata, valija con filigrana de oro; manteles de Lino del Nilo, sillones de ébano. El núcleo original del Bristol era un edificio de estilo anglo-normando, una estructura tipo pan de bois con tejados con pizarra, que alojaba 67 habitaciones. Lo notable es que los grandes salones se construyeron frente al hotel cruzando la actual calle Entre Ríos, que progresivamente llegó a ocupar toda una manzana con una edificación en forma de U con un gran parque el medio. Los dos edificios se unieron por debajo de la calle por pasajes, para evitar que los ilustres huéspedes cruzaran la calle y pudieran ser vistos por los curiosos. En 1899 tuvo su central telefónica y contó con usina eléctrica propia, como así también la gastronomía de los mejores chefs de Europa.
Asimismo, contó con una capilla privada. Y pensando en que en la zona no había un templo para los pobladores del lugar, en febrero de 1908 se creó una comisión para la fundación de una capilla dedicada a “María Stella Maris”, que fue presidida doña Ana Elia de Ortiz Basualdo. La originalidad de este templo y de la advocación radica en que la imagen de la Virgen del Carmen, también llamada “Stella Maris” fue modificada por una escultura original y única de la Virgen María, pensada y creada para esta adopción. Y es la que se puede admirar en el retablo mayor de la capilla. La Virgen María con las manos juntas en oración parece avanzar por sobre el mar que se encuentra a sus pies, con el cabello suelto y ondeante y mira hacia el cielo. Sobre su cabeza, como una diadema hay una sola estrella, por detrás, un mar que enmarca la imagen.
Las familias aristocráticas porteñas comenzaron a comprar lotes y construir sus palacios (literalmente) por toda Mar del Plata y sobre todo frente al mar o en la loma de Stella Maris. Así la ciudad balnearia se convirtió en la Biarritz (Francia) de América Latina. Pero la crisis de 1930 tuvo consecuencias, muchas de las grandes fortunas se perdieron, muchos de los grandes palacios tuvieron que ser vendidos por sus dueños dada la imposibilidad de afrontar sus gastos de mantenimiento y a todo el personal que requería. Sumemos a esto la creación de la Ruta 2 por la que comenzó a transitar cada vez más la incipiente clase media, que no podía pagar los costos de una habitación en el fastuoso hotel. Por esta razón, el Bristol realizó su última gran cena el 16 de junio de 1944. Fue su “canto del Cisne”. Y se cerró para siempre sus puertas. La inmobiliaria Peracca S.A. se encargó de la subasta del mobiliario, adornos y otros objetos de lujo del hotel. El edificio sufrió diversas transformaciones. Fue convertido en cine, y muchas de las habitaciones mutaron en locales. El 23 de julio de 1966 se subastó el predio adquirido por la firma Atarasico, que compró el inmueble en 100 millones de pesos. El último sector del hotel fue demolido en 1974, perdiéndose para siempre una joya arquitectónica que jamás se podrá recuperar. En su lugar se construyó una mole de cemento que tomó el nombre ampuloso de “Bristol Center”.
Como dijimos la alta clase burguesa porteña tenía su Biarritz a unos pocos kilómetros de casa, y para completar su estadía en Mar del Plata el 26 de agosto de 1906 Adolfo Dávila y un grupo de amigos del colegio crearon el “Club Mar del Plata”, uno de los espacios sociales más emblemáticos de la costa. El 23 de enero de 1910 se inauguró la imponente construcción de estilo Luis XVI diseñada por el arquitecto Carlos Agote: seis plantas lujosas en una manzana irregular de Avenida Luro y la costa.
Sus salones eran suntuosos y la ornamentación propia de la época. La sede social del club tenía siete niveles en los que se distribuían el “Salón de la columnas”, el “salón Inglés”, el “salón Dorado”, el “salón Blanco” y el “jardín de Invierno”. Disponía, además, de pileta de natación, baños fríos y calientes en agua dulce y de mar. Todo el mobiliario del club era refinado y procedente de Europa. Había muebles franceses e ingleses, con incrustaciones de madreperla o de bronce, alfombras de Esmirna, tapices de Aubusson, porcelana de Limoges, platina de Christofle y cristalería de Baccarat, manteles bordados de Flandes. También poseía una cava con los mejores vinos y espumantes de todo el mundo. En 1913 se inauguraba la “Rambla Bristol”, paseo costero construido por iniciativa de miembros del Club Mar del Plata, que se transformó en el paseo favorito de los veraneantes de la época. De mampostería con diseño belga, estilizada con balaustradas, estatuas y ornamentos de tipo grecorromano, vistosas guirnaldas, ménsulas y dos imponentes cúpulas coronaban el techo de la rambla.
Con mansarda de tejas negras y profusión de adornos. Cientos de fotos nos revelan como era el lugar, también había confiterías para pasar el rato, para ver y ser visto. Famosos pintores dejaron testimonios del esplendor de esta rambla: Leonie Matthis, Antonio Alice, Eugenio Álvarez Dumont, entre otros. Al observar estas imágenes, nos cuesta reconocer en ella a Mar del Plata, y más bien parece un reflejo de la costa francesa.
De paseo por esta rambla se observa una foto emblemática de Alfonsina Storni. Al igual que el Hotel Bristol, el “Club” sufrió las consecuencias de la debacle económica de 1930. Ahí comenzó su decadencia. En 1938, la rambla fue demolida por el gobernador Manuel Fresco, y reemplazada por el proyecto del Casino central y Gran hotel Provincial. En 1948 el Estado nacional expropió el Club Mar del Plata y lo entregó a la lotería de beneficencia nacional y casinos, luego Lotería nacional. Así, sus salas pasaron a funcionar como anexos del Casino Central, y fueron abiertas a un público masivo como nunca antes, mientras se comenzaban a realizar obras de teatro en su antes exclusivo salón. Así llegamos al 10 de febrero de 1961. Mientras se festejaba el aniversario de la fundación de Mar del Plata, un incendio se inició hacia las 12:15. Se presupone que fue un cortocircuito eléctrico en un escenario en el Salón Dorado y rápidamente se extendió al resto del edificio. No habiendo suficientes bomberos para apagar el siniestro, el “Club” ardió durante tres días seguidos. Aun con la llegada de dotaciones de bomberos de Tandil, Necochea y Miramar el fuego solo se extinguió cuando el edificio colapsó sobre sí mismo.
El invierno en Corrientes
Si Mar del Plata fue la Biarritz de América Latina, la ciudad de Empedrado, en Corrientes, era el lugar para pasar el invierno. Emilio Noya en “El paraíso perdido” nos relata: “el 7 de agosto de 1909. En esa fecha, la Honorable Legislatura de la provincia de Corrientes, sanciona la ley que autoriza al Dr. Andrés A. Demarchi para construir una ciudad invernal en algún sitio sobre las costas del río Paraná. El concesionario se comprometía a edificar un hotel con capacidad para 150 pasajeros, provisto con salones de lectura, conferencias y bailes; muelles sobre el río e instalaciones para bañistas; un casino para todo juego similar a los que funcionan en Europa, “field” para practicar deportes; hipódromo; un teatro-salón para representaciones teatrales y una escuela capaz de albergar en sus aulas a cien alumnos. El cuerpo legal preveía, además, la instalación del servicio de luz eléctrica en el recinto en que se levanten las construcciones... Correrá por cuenta de la empresa el sostenimiento y conservación de la escuela, bajo superintendencia del Consejo Superior de Educación, conviniendo finalmente que de las utilidades producidas por el casino y lugares destinados a diversiones, entregarán el 5 % al mencionado Consejo y una suma idéntica al municipio de la localidad.”
Se comenzó a elegir lugar y se optó por el pueblo de Empedrado. El escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, realiza una viva descripción de la zona: “Cerca de Corrientes, en las riberas del Paraná los pueblos son jardines paradisíacos. Apenas se distinguen los edificios. De lejos solo se ve un gran bosque de naranjo cortado por calles y avenidas. Tras un examen más atento se distinguen las blancas viviendas, bajo el ramaje de los árboles. No se componen estos pueblos de casas con jardín, sino de jardines con casas. La villa de Empedrado es uno de los lugares más hermosos de la América del Sur. Algunos capitalistas de Buenos Aires, proyectan convertir este cálido paraíso en una estación invernal, equivalente a lo que es Mar del Plata en verano”.
Y el 29 de junio de 1914 se inauguró el “Hotel Continental”. Un palacio en medio de la Mesopotamia Argentina. El edificio era de ensueño. Constaba de cuatro pisos, dos subsuelos, salones, casino y habitaciones de lujo para 150 personas. Poseía lo mejor de la cristalería de esa época, maderas y mobiliario importados, lo más exclusivo de ese momento, todo traído desde distintos puntos de Europa. El enorme sitio que albergaba el casino estaba rematado por una cúpula de bronce emplazada sobre la sala mayor. Había allí una gran araña que tenía 312 brazos, que hoy se puede observar en la Catedral de Mar del Plata y que antes había estado en el hotel Bristol. La dirección General del hotel recayó en “monsieur” Saint Andreé, quien ocupó idénticas funciones en la Regina Hotel de París; el “chef” de cocina perteneció al Carlton Hotel de Londres y el “maître” del hotel Otto al Majestic de París.
Pero el sueño del “Palacio de invierno” se derrumbó frente al estallido de la Primera guerra mundial. Ya nadie viajaba desde Europa al litoral argentino, sumando que muchas familias aristocráticas argentinas también padecieron los embates económicos de la guerra. El “palacio” comenzó su triste e inexorable decadencia. Agobiados por el quebranto financiero, sus propietarios decidieron poner en venta la fracción de 2.193 hectáreas, incluyendo a la imponente edificación. Poco a poco fueron saqueando el lugar y esto continuó durante décadas, sumado a los juicios por usurpaciones, y demás conflictos jurídicos y territoriales. Así se llegó al más triste final de la gloria argentina. El inmueble, saqueado por entero, fue dinamitado en 1943. Hoy solo quedan los pisos y algunas escaleras ya casi completamente tragadas por la vegetación.
También vale la pena recordar el “Hotel Club Sierra de la Ventana”, otra joya de un pasado pensado para una nación que sería faro de la América del Sur, y que solo fue un sueño. El establecimiento también corrió la misma suerte que los anteriores: saqueos e incendios y hoy solo quedan ruinas.
Ruinas de un pasado que no volverá.
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