Fue la primera maestra trans porteña y es trabajadora sexual: “Estoy orgullosa de quién soy y de lo que hago”

En el Día de la Trabajadora Sexual, Melisa D’Oro cuenta su experiencia, alza la voz en torno a las problemáticas actuales y confiesa que tiempo atrás pudo combinar sus dos facetas laborales, sin que jamás se cruzaran. Tiene dos hijas, y toda su familia está al tanto de su actividad. Cómo fue su primera vez, la convivencia con la estigmatización y los discursos de odio

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"Hoy algunas eligen el sexting,
"Hoy algunas eligen el sexting, el videochat, otras prefieren el encuentro presencial, hay diferentes modalidades de trabajo sexual", comenta

—¿Estás trabajando?

—Sí.

El 1° de enero de 2006 Melisa D’Oro mantuvo ese escueto diálogo con un hombre que bajó la ventanilla de su auto, intercambió una mirada de seducción y conquista, y aceptó la invitación de subir al vehículo. Fue su primer día como trabajadora sexual, y lo recuerda como un “debut espectacular”. Después siguieron otras experiencias, distintas a la de aquella vez, pero asegura que no se arrepiente de ninguna. Diez años atrás fue la primera maestra trans de la Ciudad de Buenos Aires, y recuerda aquel hito con responsabilidad y como una oportunidad para alzar la voz sobre la discriminación y la transfobia. Aunque actualmente está jubilada de la docencia, durante un tiempo sus dos facetas laborales coexistieron como mundos independientes. “Hablo porque puedo, porque sé que muchas no pueden por la presión social, y por una cuestión de militancia personal que me parece importante”, le dice a Infobae en una charla donde habla de los prejuicios y los tabúes que persisten cada vez que exponen las problemáticas del colectivo.

Cada 2 de junio se conmemora el Día Internacional de la Trabajadora Sexual, una iniciativa que tiene su origen en 1975, cuando más de 100 meretrices ocuparon durante ocho días la iglesia Saint-Nizier de la localidad francesa de Lyon para exigir que el Gobierno las escuchara y se detuviera la persecución y la violencia policial. La visibilidad y difusión de la fecha busca crear conciencia y abrir el debate sobre las condiciones laborales de lo que coloquialmente se ha concebido como “uno de los trabajos más antiguos del mundo”. Melisa se define como “una mujer trans” y enseguida agrega: “Soy muy desprejuiciada, así que estoy dispuesta a dar la batalla, a hablar sin pelos en la lengua, tanto del colectivo travesti trans como de las compañeras colegas”.

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Militar el trabajo sexual

Durante cuatro años fue Secretaria de la Diversidad en la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), por lo que estuvo en permanente contacto con distintas realidades y situaciones. Cuenta que toda su familia sabe a qué se dedica: sus dos hijas, sus hermanos, y hasta su madre, de 89 años, que partió de este mundo el año pasado. “Todos se enteraron más o menos al mismo tiempo de las dos noticias: ser trans y trabajadora sexual, allá por 2012 cuando salió la ley de identidad de género y pude ser quien quería ser”, expresa.

Nació en Posadas, Misiones, pero hace más de 20 años que vive en Buenos Aires. En su perfil de Instagram, -@melisa_de_oro-, la descripción resume su sentir: “Hetaira, soy una declaración de guerra al estigma y la hipocresía, docente y puta orgullosa”. Forma parte de su presentación la actividad que realiza hasta la actualidad, y se acuerda de la fecha exacta de su primer servicio porque coincidió con el fin de un año y el comienzo del otro. “Fue el 1° de enero de 2006, me había separado hace un tiempo ya de la mamá de mi hija menor, y mantenía mi trabajo como docente, pero necesitaba incrementar mis ingresos y quería buscarme otra actividad que me resultara compatible en horarios y que pudiese administrar mis tiempos”, explica.

Melisa fue la primera maestra
Melisa fue la primera maestra trans de la Ciudad de Buenos Aires en 2012, luego de la ley de identidad de género

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“En vez de aumentar mis horas como maestra, prefería algo que no me quitase el amor que siento y sentí siempre por la docencia y la educación pública, un compromiso que había llevado a lo largo de toda mi vida; y encontré en el trabajo sexual una salida que me permitía hacer un aporte económico, teniendo dos hijas que en ese momento eran menores y había que contribuir para el sostén de la familia”, agrega. La Navidad siempre las pasaba con sus familiares, mientras que el 31 de diciembre se juntaba con amigos en el Obelisco para alzar la copa a las 12 y celebrar todos juntos. “Me movía en ambientes muy open mind, swingers, de diversidad, y ese Año Nuevo después del brindis iba a ir a una fiesta en un boliche que abría a las dos de la mañana”, relata.

Su primera vez

“Empecé a caminar para ir al boliche y un tipo frenó por Avenida Santa Fe, en un Mercedes Benz, un cochazo, me hizo señas, me acerqué y vi que era un señor cincuentón”, narra. Y continúa: “Yo estaba vestida re llamativa para la fiesta, medias de red, pollera corta, escote, bien producida. Me acerqué, y me dijo: ‘¿Estás trabajando?’, le dije que sí, y me subí, enseguida negociamos, y me llevó al departamento”. Aquella primera vez fue en un penthouse de Avenida Quintana, y comenzó su experiencia como trabajadora sexual, pasando por distintas etapas.

“Eso fue una casualidad absoluta, donde tuve la suerte de que me ofreció el mejor whisky, los mejores bombones, y hasta me dio dinero para que me tome un taxi para ir al boliche. La pasé re bomba, y sentí que podía vivir de otra cosa, pero obviamente después vinieron otras situaciones, y otros niveles”, anticipa. En ese entonces vivía en Congreso, y sus primeras salidas nocturnas fueron en Constitución. ”Obviamente los precios son distintos según la zona, donde los servicios son más económicos, pero ahí los clientes no querían venir a mi casa por miedo a que le roben los coches, los asaltaran, tampoco podía manejarme por las redes sociales, no me rendía mucho”, reconoce.

“Hoy hay sexting, videollamadas eróticas, muchas más posibilidades interesantes por Internet”, comenta. Tiempo después se mudó a Flores, y tuvo una base de clientes que le permitió consolidar el trabajo sexual como un ingreso alternativo. “Ya era complejo ser una mujer trans dando clases, y sumarle trabajadora sexual era un combo complicado, pero por suerte no hubo conflicto, y la mayoría mis compañeros y compañeras de la escuela sabían que yo era trabajadora sexual part time”, asegura. Aclara que ambos mundos “jamás se cruzaron”, y que sus años como maestra de primaria los recuerda con mucho cariño.

“En ese momento todavía muchas lo llamaban prostitución, una palabra que ahora no nos gusta .a muchas porque está asociada a la corrupción, a otros temas muy oscuros, negativos, malos, y por eso hoy preferimos decir que somos trabajadoras sexuales”, argumenta. No le fue fácil conquistar una independencia sostenible, y remarca que a muchas de sus compañeras les cuesta alquilar, y la situación habitacional se convierte en una problemática aún más compleja. “Los hoteles nos cobran más caro, por el prejuicio mismo, y departamentos tampoco, porque así tengamos ingresos comprobables, por nuestra profesión no te alquilan; es un tema constante para nosotras”

“Como digo siempre, soy una puta maestra, que pude hacer las dos cosas sin haber tenido nunca un problema, y mucho lo atribuyo al contexto social e histórico de haber coincidido con la ley de identidad de género, porque antes era imposible caminar, transitar la vida cotidiana de día, sin ser ofendida, agredida, insultada, por los transeúntes, desde los colectivos, los coches, parejas que caminaban, alguna mirada socarrona”, enumera. Y con pesar por la discriminación diaria, sentencia: “Las personas trans éramos una especie de demonio social en el espacio público diurno, porque la construcción social de las travestis se basaba en que éramos ‘las chicas de la noche’, como lo sucio, lo impuro, lo inmoral, un mal ejemplo, y hay sectores donde eso sigue pasando”.

Con una de las pancartas
Con una de las pancartas que representa su sentir y el pedido del colectivo: "Respeto y derechos para las trabajadoras del sexo"

Melisa siente que comparte un patrón común con muchas colegas del colectivo trans, y recae en lo que denomina “monotrabajo”. “Decimos eso porque muchas han sido condenadas a una sola salida laboral, que es el trabajo sexual, y como en toda profesión, quizás ejercés un tiempo y sentís ‘hasta acá llegué, quiero otra cosa’, y es legítimo querer cambiar, porque el problema real es que no tengan otra alternativa, como por ejemplo otras mujeres que pueden trabajar en casas de familia, o el cuidado de personas y niños, que es algo que no existe para nuestro colectivo”, indica. Y agrega: “Si estamos en una sociedad que no le da ninguna otra opción laboral a las mujeres trans, ¿cómo no haber muchas compañeras que terminen odiando lo que hacen? Debería haber otras posibilidades para quienes desean dejar de trabajar, pero también que nos persigan a quienes queremos seguir trabajando y luchando por nuestros derechos”.

Prostitución como trabajo vs. abolición

La disyuntiva y la polémica que despiertan las opiniones encontradas, desde hace décadas se divide en dos posturas bien marcadas: quienes consideran que la prostitución puede ser un trabajo cuando se elige como tal, y que entonces debería ser regulado por el Estado para contemplar a quienes la ejercen, y los que bajo ningún punto de vista pueden admitir la actividad como un trabajo, y exigen su abolición. El debate de la vulnerabilidad, el rol o no de víctima, y el reclamo de respuestas a un sistema disfuncional frente a una realidad que existe, se hable o no del tema, suelen ser puntos que chocan entre sí. Y se suma otro eslabón más: la legislación actual.

En 2013 la AMMAR había presentado un proyecto de ley que decía consideraba: “El trabajo sexual es la actividad voluntaria y autónoma de ofrecer y/o prestar servicios de índole sexual a cambio de un pago para beneficio propio”. En entrevistas previas con Infobae, la secretaria general del sindicato, Georgina Orellano, agregaba: “Somos mayores de 18 años que ejercemos el trabajo sexual por voluntad propia, y por ese servicio nosotras cobramos; es un intercambio comercial como el de muchos otros servicios, y buscamos entonces ser reconocidas como trabajadoras por ley, poder facturar a través del Monotributo, tener obra social, derechos y obligaciones como todos los trabajadores y trabajadoras”.

En el pecho, en los
En el pecho, en los brazos y en la espalda lleva escritos varios tatuajes alusivos a su profesión

En 2015 el proyecto perdió estado parlamentario y no volvió a presentarse. Actualmente una de las prioridades que exigen es la despenalización del trabajo sexual, porque que tras la modificación del Código Penal, el trabajo sexual en la Argentina hoy no está prohibido, pero tampoco está permitido porque existen normas contravencionales en distintas provincias. Melisa lo expone desde su experiencia y conocimientos: “Las nuevas legislaciones se disfrazan de liberadoras, porque dicen que no persiguen a las trabajadoras, pero sí a los clientes, al que pague por sexo, entonces es lo mismo, y si una política que dice que no tiene nada contra las putas las perjudica, se vuelve peligroso para nosotras porque nos convertimos en la caja negra de los policías, expuestas a pedidos de coimas para que no nos labren un acta”.

“Hay un panorama legislativo diferente entre el ámbito nacional y local, que deja abierta la interpretación de su cumplimiento. Hay vacíos legales, no hay un marco legal contundente, y todos los lugares donde se lo puede ejercer están criminalizados”, sentencia. Revela que en 16 provincias de nuestro país tienen vigencia códigos contravencionales que sancionan con arresto y multa a las trabajadoras sexuales. Aunque se considera una actividad lícita, siempre y cuando no haya trata ni explotación de personas, y se ejerza en forma voluntaria, muchas trabajadoras sexuales opinan que en términos concretos parece una utopía el “ejercicio libre de la profesión”.

Otro de los preconceptos que Melisa derribó más de una vez tiene que ver con el arte erótico. “Cuando dicen que nosotras vendemos nuestro cuerpo, no es así en la gran mayoría de los casos, es más bien un servicio de acompañamiento íntimo donde hay que desmitificar que el trabajo sexual es solo sexo, no es la carnalidad directa, porque no se valora que en realidad es otra cosa”, plantea. “Hay conversación, seducción, imaginación, charla, hay mucho de ser artista, de la construcción de una situación agradable, de fantasía, porque a eso nos dedicamos; no es lo que todo el mundo cree que es”.

Melisa D'Oro durante una de
Melisa D'Oro durante una de las marchas para exigir derechos para las trabajadoras sexuales

Explica que como en cualquier negocio, la rentabilidad ocurre cuando los clientes vuelven. “Nosotras accedemos al sexo, consentimos, lo elegimos, y dar placer sexual y erótico es nuestro trabajo, es nuestra fuente de ingresos, pero como hay sectores violentos que no lo entienden y no encuentran formas de debatir con argumentos, nos han dicho hasta que lo consideran ‘una violación consentida’, que me indigna, porque es la última baraja de un mazo moralista que ya se está quedando sin cartas”, proyecta.

Su vida sentimental

En cuanto a las parejas, asegura que su trabajo no fue un impedimento ni un tabú. “Una trabajadora sexual es una persona que tiene confianza en sí misma, mucha seguridad, con la capacidad de leer a los clientes, y además hay una mentalidad mucho más amplia en los hombres, así que nunca tuve problema en mi caso, pero sé que para algunas compañeras es más difícil, que mantienen dobles vidas, que están casadas y encuentran un ingreso económico ocasional en este trabajo, pero no lo saben sus parejas porque el estigma pesa y mucho”, enfatiza.

Admira las “voces valientes” que empiezan a hacerse escuchar, pero también comprende que el costo social es elevado para muchas de ellas. “Hoy con las redes sociales te matan, te dicen de todo, y somos pocas las que podemos dar la cara”, expresa. Más de una vez fue testigo de la discriminación y discursos de odio en las redes sociales, tanto hacia ella como a colegas. “Los seres humanos tendríamos que evaluar la tendencia en cuestiones ideológicas, culturales, morales, religiosas, de querer imponerle a otros sus propias medidas de conducta, que además hacen a las libertades propias”, reflexiona. Y enseguida aclara: “Siempre estamos hablando de personas adultas, porque nosotras entendemos que los menores de edad no pueden ser considerados trabajadoras sexuales, porque ahí sí hablamos de violación de menores y de corrupción de menores”.

Prostitución es comercio sexual, y no pueden comerciar menores de edad, ese es otro tema que nada tiene que ver, porque sino es consentido y no es voluntario estamos hablando de otra cosa, de trata de personas, que es un crimen por el que sí hay que perseguir, detener y condenar”, agrega. Por todos los comentarios que alguna vez escuchó, sintió la necesidad de comunicar otra perspectiva, de defender sus valores, y muchos incluso se los tatuó en el cuerpo. “Tengo varias frases y palabras tatuadas, pero poder tatuarme la palabra ‘puta’ tiene toda un significado para mí, y lo llevo con orgullo porque sé quién soy y lo que estoy haciendo”, manifiesta.

Algunas de las reglas básicas que tanto ella como sus compañeras ponen como primordiales se basan en el cuidado de la salud, la seguridad y la integridad física, y en los primeros cinco minutos dejar bien claros los límites de acción. “Lo que algunos definen como ‘prostitución callejera’ es solo el 20% de un total de otras realidades, donde todas sabemos que el uso de preservativo es fundamental, porque no vale la pena ni tiene sentido jamás ponerse en riesgo por unos pesos más; no hay un precio para eso”, ejemplifica. Del mismo modo, cuenta que por la experiencia acumulada detectan cuando un cliente “es pesado” y más de una vez se niegan a un servicio si detectan determinadas señales.

"La discriminación, el estigma, el
"La discriminación, el estigma, el odio, y las fobias son una realidad que nos afecta mucho", asegura Melisa D'Oro

“Hay que tener calle, y yo he trabajado de muchas cosas en mi vida. El trabajo sexual no es para cualquiera, así como la docencia tampoco es para cualquiera”, sostiene. “Cualquiera puede ejercer la docencia si se recibe y presenta su título, pero sino tenés vocación, vas a ser un pésimo maestro, y podés hasta jubilarte de eso, odiando a los sujetos de la educación, y ser muy mediocre en esa actividad; en el trabajo sexual pasa lo mismo, hay gente que se dedica a esto sin tener ninguna vocación, y si hacés un trabajo que no te gusta, lo padecés”, explica. Entre mate y mate con otras colegas, más de una vez supo de mujeres que realizaban la actividad incluso teniendo una orientación sexual opuesta.

El placer del trabajo

“Muchas me contaban que no les gustan los hombres, y yo pensaba: ‘No hagas este laburo entonces’, porque una tiene que trabajar de lo que le resulte lo más agradable posible: esta una forma de ganarte la vida y si vas a hacerlo, tenés que tener vocación de puta”, dice sin pelos en la lengua. “He conocido chicas trans que ganaban lo que gana un juez de la Corte Suprema, ganaban muy buen dinero, algo que jamás hubieran podido ganar por su nivel de estudios y su contención social; entonces cada quien busca la salida laboral que más le conviene dentro de lo que puede y quiere”, resume.

A nivel familiar, asegura que se siente muy contenida, y sus dos hijas toman con naturalidad su trabajo. “Una de las madres de mis hijas también fue docente, así que les tocaron dos maestras, pero cuando les conté a ellas específicamente que también era trabajadora sexual me dijeron: ‘Sí, ya nos dimos cuenta, ¿o vos pensás que somos tontas?’”, cuenta con humor. “Saben por lo que estoy luchando, por derechos para que estemos más protegidas y en mejores condiciones, porque el contexto actual nos sigue poniendo en la marginalidad al no reconocernos como lo que somos, trabajadoras, y no ser visibles hace que no se defiendan ni reconozcan nuestros derechos”, enfatiza.

Para muchas trabajadoras sexuales del colectivo trans hacerse un chequeo médico de rutina, o los controles anuales, representa toda una travesía. “Ir a una guardia para una mujer trans representa una posible violencia, por el prejuicio mismo, es exponerse a todo el estigma social”, indica. En este sentido, analiza los “riesgos laborales” de la profesión, y los diferencia de las circunstancias en que se realizan. “Hace mucho que yo ya no salgo a pararme en una esquina, y elegí otras maneras de ofrecer mi trabajo, pero quienes sí están en la calle no solo están a merced de la delincuencia común, sino también de la policía, de que no les roben lo mucho o poco que tengan de dinero, de estar en los lugares más oscuros, totalmente expuestas a todo tipo de violencia, precisamente por forzarlas a trabajar en espacio inseguros por la falta de conocimiento de la actividad, y porque apartarnos nos pone en una posición de debilidad y de ocultamiento”.

Lo que más le duele es el odio en sí mismo, un sentimiento que considera carente de todo sentido. “Es difícil el combo de la persecución policial y el hostigamiento de sectores violentos, no solo antis LGTB, sino de personas que no toleran que tengamos una forma distinta de pensar, actuar y sentir”, expresa. Convive con la mirada de la desaprobación, y gracias a su autoestima lo maneja con soltura. “Como no nos ajustamos a sus parámetros nos suelen ver como personas enfermas que ‘ensuciamos’ la vida social y cultural, cuando la realidad es que convivimos muy bien, y somos una más mientras no cometamos delitos contra la propiedad ni la integridad física”, expresa.

Luego de brindar su testimonio con total honestidad y de poner hasta su piel como lienzo de los mensajes que considera importantes, hace hincapié en las consecuencias de una fuerte moral patriarcal y el estoicismo sexual. “El Estado es agente persecutor de políticas que también desencadenan el pensamiento de que determinada moralidad debe ser impuesta a sangre y fuego, con toda la fuerza de la ley, sin contemplar realidades que suceden en distintas clases sociales y contextos”, opina. Y sentencia: “No entienden que hay un derecho de placer que cada quien lo tendría que poder manifestar o buscar a su gusto”. Desde el colectivo continúan exigiendo derechos laborales y sociales, y Melisa, en particular, siempre repite un lema en las movilizaciones a las que asiste: “Respeto y derechos a las trabajadoras del sexo. Basta de fascismo sexual. Negar derechos es violencia”.

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