Casi como una versión moderna de Caín y Abel, Sergio y Pablo Schoklender están enemistados. Como los momentos clave de su vida parecieran mutar en misterios indescifrables -como el supuesto pacto de silencio que hicieron sobre los crímenes de sus padres- no se saben los motivos.
Pese a la pelea, coinciden en algo: se enojan cada vez que sale una nota por el aniversario de los asesinatos (ocurrieron el 30 de mayo). Ese día, según la Justicia, mataron a sus padres Mauricio Schoklender y Cristina Silva.
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Los Schoklender dicen que quienes escriben sobre el hecho que los catapultó en la historia criminal argentina, del que se cumplen 42 años, buscan la “frivolidad, el morbo y ganar dinero” obteniendo más lectores en la web.
La noche del horror
La Justicia que condenó a perpetua a los hermanos, determinó que la noche del 30 de mayo de 1981, Sergio festejó sus 23 años con sus padres y su hermana en un restaurante de la Costanera. Pablo no estuvo porque estaba distanciado de sus padres. Se cree que mientras ocurría el festejo, Pablo entró en la casa y esperó escondido en el placard de la habitación de su hermano. Cuando sus padres llegaron y se acostaron, habló con Sergio en el living hasta que en un momento apareció su madre. Usaron un fierro de 30 centímetros para golpearla en la cabeza. Una vez desvanecida, la ahorcaron. Luego hicieron lo mismo con su padre, que dormía en su cuarto.
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Los hermanos escaparon y cayeron tiempo después.
La crónica que molestó a los hermanos fue la que publicó Infobae hace un año y fue titulada: “Gotas de sangre desde el baúl de un auto y un crimen atroz: así hallaron los cadáveres del matrimonio Schoklender”.
Sergio me miró serio, me palmeó la espalda y me dijo:
-¿No te cansa hacer la misma nota todos los años? Es morbo. Se ve que buscan vender.
Su comentario me incomodó. No fue amenazante. Pero sentí que en algo tenía razón: creo haber escrito cinco o seis veces sobre el parricidio, en cada aniversario.
Lo que más lo ofuscó fue este fragmento:
Cuando abrieron con un explosivo el baúl del auto Dodge Polara estacionado en Coronel Díaz y Pacheco de Melo, los policías no se imaginaban que esos dos cuerpos en estado de descomposición que acababan de descubrir, envueltos en una sábana, la noche anterior habían sido un matrimonio que había celebrado el cumpleaños de sus hijos.
Tampoco podían suponer que esos hijos habían sido los asesinos.
Se cumplen 41 años del doble crimen del ingeniero Mauricio Schoklender y de su esposa Cristina Silva y del hallazgo. Por los asesinatos fueron condenados sus hijos: Sergio y Pablo”.
‘Envolvieron sus cabezas con toallas y les pusieron bolsas de polietileno llevándolos luego al baúl de uno de los coches del padre, donde los cubrieron con una sábana. Fue Sergio Schoklender quien condujo el vehículo hasta la avenida Coronel Díaz 2459, donde lo dejó; descubriéndose los atroces crímenes merced al charco de sangre que se había formado debajo del rodado. Los acontecimientos sucedieron aproximadamente entre las 3 y las 6,45 horas del 30 de mayo de 1981″, figura en el expediente que en su momento impulsó el juez Juan Carlos Fontenla’.”
Admito que antes el oficio de periodista de policiales era más brutal. En algunos casos valía la primicia a toda costa o el amarillismo que la sensibilidad o una historia bien contada.
Me formé en un diario marplatense, El Atlántico de Mar del Plata, cuyo dueño era El mítico Héctor Ricardo García.
Y en algunos cierres, allá por los años noventa, quedaban una o hasta dos páginas sin completar. Las de policiales. Mientras tenía una hoja en blanco en su máquina de escribir, como esperando una noticia para teclear como si se le fuera la vida y llenar ese espacio vacío, el legendario jefe de policiales rogaba que dos locos se maten a tiros, un auto atropelle a alguien o a una banda se le ocurra ese día cometer un robo.
El no deseaba el mal a nadie, pero la prioridad -a la vez una presión- era cumplir su trabajo y entregar dos páginas llenas de noticias. Ningún diario sale con páginas en blanco.
Y siempre ocurría algo. Una hecho violento que mutaba en “milagro” para ese veterano periodista.
Pero los tiempos cambiaron.
Las editoras y los editores de este medio nunca me pidieron notas que tengan morbo, detalles macabros ni que lo más importante era vender.
Está claro que un tema puede ser más atractivo para los lectores que otros. Tener la mayor cantidad de lectores es un objetivo, pero la prioridad es conseguir una buena historia -aunque sea extensa y atente contra el formate web- o una primicia.
Esta explicación es la que no le di a Sergio Schoklender el año pasado, cuando cuestionó mi nota. Ese día no le respondí. Por otro lado, este tipo de notas son una tradición del periodismo.
El otro Schoklender
La cuestión es que a Pablo le pasó algo parecido que a su hermano. Cuando estaba fuera de la Argentina, un medio publicó que vivía en Paraguay y lo mostró en una foto. El sintió que el mundo se le venía abajo.
Lo echaron, su pareja de entonces lo dejó y hasta pensó en cambiar su apellido.
“No decía quién era. Ya pagó por esos crímenes. ¿No puede seguir con su vida o siempre será recordado por un caso policial?”; dijo un allegado al hermano menos conocido.
Cuando Infobae publicó en 2022 un reportaje a 41 años de los asesinatos, Pablo se enojó. Le dijo a su abogado que estaba harto de que siempre lo mencionen y se recuerde la noche del horror.
En un momento mi intención era escribir un libro del caso pero con la palabra de los dos hermanos en la actualidad. Fue imposible.
Pablo me hizo llegar esta respuesta a través de un mail:
“Rodolfo:
Estuve pensando mucho en la conversación que mantuvimos días pasados, respeto sin matices tu derecho a escribir sobre lo que te parezca, y confío en que lo harás con la honestidad y profesionalismo que reflejan tus trabajos anteriores.
Pero más allá de la posibilidad que me ofrecés y agradezco, de aportar mi punto de vista así como cualquier otra cuestión que a mi me parezca, el proyecto en sí mismo me parece desafortunado, por lo menos desde mi punto de vista.
Como si en en los últimos cuarenta años no hubiese ocurrido nada en nuestro país, cada aniversario de la historia que te proponés abordar los medios de comunicación vuelven a rescatarla, recreándola en muchos casos con frivolidad y de manera sensacionalista, de un modo tal que solo trae dolor, amargura, y en muchos casos, complicaciones no solo para mí, que ya estoy acostumbrado, sino también para quienes conforman mi entorno.
Creo sinceramente que todos tenemos derecho a alejarnos de nuestro pasado, más cuando ya hemos respondido por él.
Por ello, y por el enorme respeto que siento por la gente que ha elegido quererme, que superando cualquier prejuicio me rodea con su cariño de manera incondicional, no puedo ni quiero colaborar con tu proyecto, para el cual te deseo el mejor de los éxitos. Pablo”.
La nota del año pasado hizo no me respondiera más.
Más allá de que cada uno de ellos tiene derecho a seguir su vida, todo crimen marca a su asesino se por vida. Y la intención no es referir al estigma bíblico que persiguió a Caín por matar a su hermano. Es una especie de condena o maldición que carga el propio criminal. Como la leyenda mexicana que refiere: todo aquel que mata, desde ese día carga su alma y la de su asesinado.
En la entrevista que le dio a Infobae hace dos años, a Schoklender -que cumple años la misma fecha en que ocurrieron los parricidios- no le molestó que se le preguntara sobre el caso:
En estos 42 años, los hermanos nunca quisieron hablar de lo que pasó la noche del horror. En todas las entrevistas que dio, Sergio esquivó el tema siempre o se mantuvo callado. Incluso en la que le concedió a Mirtha Legrand poco después de salir de la cárcel, en 1995: “No te voy hacer pasar un mal momento”, le dijo la diva de los almuerzos. Y enseguida le preguntó: ¿por qué mataste a tus padres?
-¿Se cumplen 40 años? A veces sueño con mis padres. ¿Pero 40 años? ¿Saben lo que son 40 años en la vida de una persona? Pasa de todo. Hasta el mundo cambia. Y yo hice muchas cosas en mi vida .
Y siguió:
-Pero bueno, eso no lo puedo manejar. Todos quieren saber del morbo. ¿Y qué puedo decir de eso? Y que sé yo. Nada. La versión oficial, la Justicia decidió que yo era culpable, y como se dice siempre: “Hay que creer en la Justicia”.
-¿Usted cree en la Justicia?
-No.
Desde esa respuesta, no quiso hablar más del tema. Su hermano tampoco.
Un nuevo silencio vuelve sobre el viejo silencio que envuelve esta historia que pese a que la Justicia no tiene dudas, aún sigue encriptada en el misterio.
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