Nadie sabe a ciencia cierta qué edad tiene el perro Pampero ni cómo fue que apareció tiempo atrás, esquelético, muerto de hambre y repleto de pulgas, en las calles de Caviahue, pequeña localidad situada en plena Cordillera de los Andes, en la provincia de Neuquén. Allí, las tormentas de nieve son muy intensas y el clima, frío y severo, ya comenzó a mostrar su lado más crudo.
En las puertas del hotel, frente al espejo de agua que en estos días luce congelado, Pampero espera a su dueña, Candelaria Antonachi, empleada de limpieza, durante nada menos que ocho horas por día haciendo frente a temperaturas extremadamente rigurosas. Es que, desde hace casi un mes –y así será hasta septiembre-- las nevadas y las temperaturas bajo cero comenzaron a ser moneda corriente. }
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El mejor amigo de Candela
Desde hace algunos días el turismo comenzó a moverse un poco más en Caviahue. Por ahora las pistas de ski no están habilitadas. Asombra la fidelidad de Pampero. A veces permanece horas erguido, desafía al clima y observa hacia el interior como si quisiera asegurarse que Cande sigue allí. Otras veces, sobre todo cuando el cielo está limpio y el sol resplandece, se recuesta en el escalón, que casi siempre está nevado o --en el mejor de los casos-- helado.
Pampero es el ejemplo perfecto de lo que significa amar sin esperar nada a cambio. Y la destinataria de ese amor incondicional, casada y mamá de dos hijos, asegura que esa bondad, esa fidelidad que solo los perros son capaces de demostrar, simplemente la “derrite”.
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“Salgo de casa un ratito antes de las 9, siempre con el tiempo suficiente para estar puntual en mi trabajo. El está listo todos los días, conoce el horario a la perfección y empezamos a caminar. Alquilo a varias cuadras del hotel y venimos juntos como una rutina inalterable”, señala Cande, que se ocupa de limpiar las habitaciones durante todo el año.
Lo cierto es que suele retirarse de su trabajo recién a las 4 o 5 de la tarde, dependiendo de cuánta gente se hospeda en esta pequeña población pintoresca y rodeada de araucarias. “Y allí está él, firme. Ya me espera listo. Pareciera que conoce también el momento de mi salida.
“Es un perro amoroso, juguetón, adorable con la gente y, sobre todo, muy inteligente”, advierte orgullosa la mujer y completa con una anécdota sucedida hace pocos días. “Hacía mucho frío y acá empieza a oscurecer muy temprano. Valentina, mi compañera, que trabaja como recepcionista, me ofreció llevarme a casa porque estaba todo cubierto de nieve. Estaba convencida de que Pampero iba a llegar a casa un rato después porque, insisto, conoce los horarios a la perfección. Pero no, él no me vio salir ya que utilicé la salida de la cochera y allí estuvo toda la madrugada esperándome. Al día siguiente, a las 8, firme como todos los días, seguía en la puerta del hotel”, relata.
El origen del perro Pampero
Poco tiempo después de que Candelaria, junto a su esposo Ramiro y sus hijos Jonathan y Bianca, se instalaran en Caviahue, apareció el perro vagando por las calles. Según dicen, Pampero había llegado junto a los denominados “veranadores”, es decir, en su mayoría mapuches que se ocupan en el verano de traer a los animales desde Loncopué para que, una vez finalizadas las nevadas y descubiertos los verdes pastizales, se alimenten en esta zona.
Así, suelen llegar varios canes para arrear a vacas, chivos, ovejas que comen los piñones que caen de la gran cantidad de araucarias que habitan la zona, la especie típica del lugar.
“Los mapuches vienen todos los veranos desde los alrededores de Loncopué con gran cantidad de animales y los perros colaboran con el arreo. Claro que muchos, teniendo en cuenta que son callejeros y nadie los reclama, se quedan acá. Así fue como conocí a Pampero, que hoy es para nosotros un miembro más de la familia”, relata, mientras exhibe su pequeña y rústica cabaña donde el perro tiene un lugar privilegiado para dormir.
A esta altura, Pampero no solo es conocido entre el personal del hotel, donde siempre recibe una palmada, un gesto de cariño, sino en todo el pueblo. También entre los numerosos turistas que son habitués de estas pistas de ski. “Una vez le conté la historia a una mujer que se alojaba acá y que se había enamorado de Pampero. Me dijo que ella ama a los perros porque son los mejores compañeros del hombre. Coincido con ella, un perro nunca te abandona y no se aleja de su amo aún en los momentos más críticos. Ni siquiera un hijo sabe acompañar como lo hacen estos animalitos. Los hijos se van, hacen su vida, pero los perros, jamás”, indica la dueña con orgullo mientras le acaricia las orejas heladas.
“Había llegado tan flaco que se le veían las costillas, me dio una pena muy grande. Empecé a darle de comer y le sacamos los parásitos. Luego, en el lapso que suele esperar sentado frente al hotel, mucha gente le da la comida que sobra. Algunos sienten pena, pero yo digo que él es feliz así porque sabe que nunca voy a fallarle y, además, jamás se aburre. En esta zona hay muchos chicos que se acercan a acariciarlo o a jugar. Eso sí: siempre responde porque es cariñoso y adora a los niños, pero jamás se aleja de un par de metros de la puerta principal del establecimiento”, concluye Candelaria, quien asegura que, después de muchas mudanzas, por fin encontró en Caviahue su lugar en el mundo.
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