(Enviado especial a Etiopía) Llueve en Adis Abeba. Mr. Guta baja de la camioneta y se acerca a la oficina de admisión de la prisión de Kaliti, la cárcel de máxima seguridad de Etiopía. Lleva traje celeste combinado con camisa blanca, pero no sabe que son los colores de la bandera argentina. Camina unos pasos sobre el barro y se moja por el agua que cae del techo de chapa. Todo es chapa y un poco de concreto. Mr. Guta lleva anteojos, sombrero y anillos dorados, habla con la voz carrasposa y con esa misma voz dice el nombre de dos argentinos a uno de los guardias. El hombre los anota en un papel y dice que esperemos. Mr. Guta -el abogado de uno de esos dos chicos- aclara que es mejor no publicar los nombres, que la causa aún está en proceso y conviene guardar la identidad. Delante de nosotros pasan dos hombres vestidos de rojo, el color de los presos con condena firme. Pasan también algunas oficiales mujeres (el predio es para todos sin distinción de género), y pasan personas de civil. Mr. Guta dice que en unos minutos llegan los chicos. Otro hombre saca dos sillas y las pone debajo de la pequeña galería apenas protegidas de la lluvia. En la cárcel de Kaliti hay caminos de tierra, una cancha de fútbol, una mezquita, una panadería, una escuela secundaría, una barbería y una iglesia cristiana ortodoxa. Hay además al menos 20 personas detenidas por tráfico de drogas, el delito del que acusan a dos jóvenes argentinos de 24 y 28 años. Infobae llegó hasta ellos y pudo escuchar su historia.
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En medio de la lluvia, uno con zapatillas y el otro con ojotas, uno con pantalón corto y el otro largo, los dos vestidos de naranja -el color de los que aún esperan el juicio-, aparecen ellos dos. Sonríen, extrañamente, pero dicen que la visita de un argentino los agarró por sorpresa. Mr. Guta interrumpe y dice: “diez minutos”. Nos protegemos de la lluvia y me cuentan su historia.
El argentino que se salvó de la cárcel
Más temprano ese día, exactamente a las 10:05 de la mañana, se va de Etiopía Darío Bruno, otro argentino víctima de la misma estafa. Solo la suerte lo diferencia de los chicos: hizo más viajes que ellos y nunca lo detuvieron, hasta que en un momento se dio cuenta de lo que pasaba y se salvó.
Ya a salvo, lo cuenta así:
“Me contactó una empresa llamada Global Finances y en marzo firmé contrato. Hablé con una supuesta Verónica Pardi, pero ese no era su verdadero nombre. Me contrataron de ‘chofer administrativo’. Se suponía que iba a trasladar documentación privada: cheques, depósitos y títulos de propiedad. Pero cuando me fui no trasladé nada, recién en Etiopía me dieron unos documentos. Me tocó pasar por Madrid, Qatar, India, Guinea y Etiopía. Me fui de viaje el 23 de abril y volví el 24 de mayo, más de un mes. Nunca me pagaron nada”, cuenta.
Lo que le prometieron eran 300 mil pesos por mes. Debía estar 15 días de viaje, tendría todos los gastos cubiertos. La empresa de la que habla cayó una semana atrás: la supuesta Verónica Pardi y su pareja fueron detenidos tras un operativo de la PSA y la Gendarmería y se los acusa de formar parte de una red de trata que engaña a personas de bajos recursos para hacerlas trasladar drogas a países como Malasia, Etiopía, India y Tailandia, entre otros.
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“Soy uno de los pocos testigos que hay porque el resto están casi todos presos, yo tuve suerte porque me di cuenta estando en Guinea. Y ahí dejé la valija y me fui a Etiopía sin nada, donde contacté a la embajada y el cónsul me ayudó mucho, estuvo muy atento en asistirme en todo lo posible con los recursos que tenía”, relata. El cónsul es Rodrigo Forcada, quien se encontró de pronto en una situación inesperada, dando vueltas por todo Adis Abeba tratando de ayudar a los tres argentinos en problemas, consiguiendo víveres, llevando dinero a Darío para su alimentación, asesorando a las familias de los chicos detenidos, llevando el vínculo diario con los abogados asignados y yéndolos a visitar periódicamente.
“Yo no sabía lo que llevaba”, dice Darío. “A mí me iban a pagar 300 mil pesos por mes y tenía que estar quince días fuera de mi casa y nada más, me re servía, pero no sabía lo que llevaba. Creía que se trataba de documentación. Ellos me pagaron el pasaporte, los pasajes, las vacunas (que me dijeron que lo iban a descontar), para mí era un trabajo buenísimo”, dice. Cuando se dio cuenta de que algo raro pasaba, decidió dejar de moverse. Sucedió estando en Guinea, luego de que le escribiera varias veces a su contacto en Buenos Aires y no recibiera respuestas. De pronto entendió que el trabajo no era lo que parecía, dejó la valija en el hotel y voló a Etiopía sin nada. Una vez allí se comunicó con la embajada, habló con el cónsul y decidió quedarse en el aeropuerto hasta poder irse, dado que no tenía un pasaje de regreso a la Argentina y no era conveniente dar vueltas por una ciudad en la que funciona una red de narcotráfico a la cual él, presuntamente, podría haberle hecho perder un cargamento. Los riesgos eran demasiados.
“Estuve seis días varado en el aeropuerto sin saber qué hacer. Había una persona de Nigeria que me llamaba y me preguntaba si necesitaba dinero o algo, pero yo nunca contesté porque era parte de la organización y yo no quería saber nada cuando me di cuenta de lo que estaba pasando”, cuenta.
Finalmente, su regreso a la Argentina llegó desde el lugar menos pensado: sucede que en esos días llegó al país, por un proyecto personal, el piloto Enrique Piñeyro. La familia de Darío estaba intentando juntar el dinero para el pasaje de regreso, pero no llegaban al monto. Al enterarse de la situación, Piñeyro se hizo cargo de la compra del pasaje y el 25 de mayo a las 10:05 Darío pudo volver al país.
“Yo ahora tengo que declarar como testigo en la causa y presentar mis pruebas para que esta gente pague por lo que hicieron, porque arruinaron muchas vidas y si yo no me hubiera dado cuenta estaría preso también. Y quiero aportar mi testimonio para que quede claro que esos chicos que están presos no tenían idea de lo que llevaban y deberían estar libres”, dice.
Infobae con los argentinos presos en Etiopía
Mr. Guta explica las condiciones de la visita: se puede charlar libremente, no se puede filmar nada, se les puede dejar provisiones y entregar hasta 600 birs a cada uno en efectivo. 600 birs (la moneda etíope) es el equivalente a 6 dólares en el mercado informal o 12 dólares al cambio oficial (cualquier similitud con argentina, pura coincidencia). Cada uno de los detenidos en la prisión de Kaliti puede manejar su propio dinero de a 600, el resto lo debe administrar la cárcel. Viven de a muchos en departamentos de una sola planta que tienen una cocina, un baño y un jardín. Pueden cocinar lo que tengan o comer la comida de la cárcel, que consiste en arroz con té todos los días.
No todos tienen camas. Uno de los argentinos, llamémosle G, tiene una. El otro, llamémosle L, no. “Es por orden de llegada”, explicarán. G está hace más tiempo, por eso L tiene que dormir en el piso. En cuanto alguien se vaya, podrá acceder a una cama.
Sin embargo, cuando aparecen caminando por la calle de tierra del penal se los ve sonrientes. “No esperábamos una visita”, dicen. “Queremos que nuestras familias nos vean bien”. Tienen el pelo mojado por la caminata bajo la lluvia para este encuentro. Mr. Guta y Rodrigo Forcada -abogado y cónsul, respectivamente- les dan una toalla a cada uno. Ellos se secan el pelo y las devuelven. “Son para ustedes”, les dice Rodrigo, y vuelven a sonreír sorprendidos, como si cualquier noticia feliz les pareciera improbable.
Ya con el pelo seco, L cuenta algo de su historia. “En Argentina, antes de aceptar este trabajo, yo tenía dos laburos. De día trabajaba en un comedor, en una especie de hogar para chicos de escuela primaria de una iglesia católica. Y mi segundo trabajo era por la noche, como mozo en un restaurante. Vivía con mi novia, ella es enfermera, pero aun con los trabajos de cada uno teníamos algunas deudas y no llegábamos a fin de mes. Cuando surgió este trabajo teníamos una deuda de 300 mil pesos con el banco, y esa plata es exactamente lo que me ofrecieron, entonces acepté. Pensé que con un viaje al menos pagaba mi deuda y después podía ver si me convenía la dinámica”, cuenta.
“Me llamaron, me explicaron que el trabajo era presentar documentación privada. Tenía que venir a entregarla y listo. Uno en general desconfía porque me ha pasado que me ofrezcan algun trabajo y te terminen estafando, así que yo tenía mis dudas. Pero con mi pareja de algún modo nos convencimos de que era una gran oportunidad, de que había tenido suerte y era mi chance de mejorar económicamente… No sé, uno se aferra a la posibilidad de que le vaya bien en la vida. Así que tuve que tomar la decisión de si quería hacerlo y decidí que sí, que la prioridad era pagar la deuda”, relata.
“Una vez que llegué a Etiopía todo iba bien, me dijeron que fuera al hotel, que estaba todo en orden. Y entonces ya estando acá llegó el día de mi siguiente vuelo. Me pasaron a buscar muy sobre la hora. En su momento no me di cuenta pero analizándolo ahora sí: llegaron muy justos y lo primero que hicieron fue apurarme. Me dieron el sobre con la documentación que tenía que trasladar y me dieron también una valija. Me dijeron que debía usar esa porque tenía un gps por cuestiones de seguridad. Y directamente la acostaron sobre el colchón, la abrieron y me dijeron que pusiera la ropa. Yo lo hice sin pensar, por el apuro, y después puse el sobre con documentación ahí y la cerraron ellos. De hecho ellos la bajaron, pagaron el hotel, la subieron al taxi… todo el mismo hombre que me fue a buscar, y solo me dio la valija cuando bajamos del taxi en el aeropuerto. Entonces ahí no me di cuenta de nada”, cuenta. Ese fue el momento en que le arruinaron la vida, o al menos estos días de su vida.
Los argentinos cuentan sus historias
“Siguiente escena, quise pasar a tomar el vuelo y en el aeropuerto me encontré con todo esto: la valija no tenía un gps sino un doble fondo. Estaba muy bien hecho, porque hasta los controladores tardaron en darse cuenta. Y ahí había un paquete y en el paquete la droga. Cuando vi la situación me di cuenta de que había un problema. Llamé a la gente de Buenos Aires y les dije: ‘¿qué está pasando?, si hay algo malo díganme…’ Pero lo que hicieron fue bloquearme de WhatsApp y desaparecieron, se borraron. Ni siquiera me dieron una explicación, nada”.
Lo siguiente fue el comienzo de la pesadilla. Lo llevaron a una comisaría de investigaciones, donde estuvo casi un mes en pésimas condiciones. “Fue el peor lugar que conocí en mi vida. Fue una locura, fueron muy fuertes las cosas que viví ahí”, dice.
Luego comenzaron las visitas a la Corte y empezó el proceso judicial. Como la comisaría estaba sobrepasada de detenidos, lo trasladaron a la prisión. “Es mejor porque allá estaba en cuarto de cuatro por cuatro donde hay 400 personas más o menos, era inhumano. En cambio en la cárcel estamos un poco mejor en ese aspecto, son mejores condiciones, pero allá uno está con gente que está bajo investigación, no todos hicieron algo, y acá uno está con monstruos. Está con asesinos, con violadores, con terroristas… hay una persona acá que mató a su familia entera, hay un hombre que violaba chicos. Es una locura para mí tener que compartir un lugar con esa gente, porque yo no soy eso. Yo no me merezco estar acá, yo solo quería trabajar, pagar mis deudas y volver a mi casa con mi familia y con mi novia. A veces me paso horas mirando a la nada pensando por qué tengo que estar acá. Nadie se imaginó en su vida que iba a estar preso en Etiopía”, dice, con la voz quebrada pero entero, como si fuera imposible sacar la alegría de su espíritu.
“Uno espera que salga todo bien y que solo sea una experiencia, un par de historias para contar, que solo haya sido una prueba… Pero no sé, es muy difícil intentar entender esto. Pero nos da mucha fuerza todo lo que están haciendo en la Argentina por nosotros. Todos los días espero recibir una buena noticia y a veces pasa que recibo un mensaje de mis amigos o de mi familia y es lo único que me sostiene”, dice, antes de partir.
Su compañero de pesadilla tiene una historia parecida. Antes de realizar el viaje trabajaba en el ejército, pero recibió la tenencia de sus hijas y decidió poner una rotisería con la intención de progresar económicamente. Al poco tiempo le robaron la moto y su situación financiera se complicó. Ahí fue cuando la empresa Global Finances se comunicó con él vía mail y le hizo la oferta. Tenía que viajar a varios países llevando documentación. Le iban a pagar 400 mil pesos. Firmó un contrato y le empezaron a tramitar el pasaporte. El día del viaje se encontró con un supuesto Javier, que le entregó la documentación que tenía que trasladar. G hizo su viaje desde Ezeiza a San Pablo y desde San Pablo a Etiopía. Entró al país sin problemas -hasta entonce no llevaba nada extraño- y se dirigió al hotel que le habían reservado. Unos días después se acercó un empleado de la misma empresa y le llevó ropa, otro día otra documentación y el bolso para que ponga su ropa. Ahí mismo también le dieron el ticket de su nuevo vuelo.
Llegó a subir al avión, se sentó en un asiento a la espera del despegue y antes de que cerraran las puertas apareció un agente y le pidió que lo acompañara. Le dijo que necesitaban revisar algo en la valija. La abrieron y le mostraron que tenía un fondo falso, dentro del cual había 5.8 kilos de cocaína. Su vida en ese instante cambió para siempre. Hoy su suerte es tener una cama, pero confía en que será más que eso.
Dado que la organización cayó, la situación de ambos puede terminar de manera favorable. Dependen de que se pruebe la culpabilidad de Global Finances, y que se demuestre que ellos no sabían lo que estaba transportando. Mr. Guta es optimista, ellos también lo son. Habrá que esperar a la justicia sin olvidarlos.
Habrá que esperar, pero esperar desde cerca.
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