Ya mayor, la siempre eterna señorita Rosario dejó encargado que, a su muerte, se publicasen sus trabajos y sus más de veinte libros que había escrito, y que si se obtenía algún rédito, que se fundase una escuela que debía llevar el nombre de Jesusa Peñaloza de Ocampo, la tía que la había criado desde los 10 años, cuando quedó huérfana. Primero había fallecido su papá y al tiempo su mamá.
Ella había nacido en un rancho de paredes de adobe y techo de paja que aún se levanta a la vera de la ruta provincial número 29 en una pequeña localidad llamada Atiles, en el sur de la provincia de La Rioja, el 25 de diciembre de 1873.
Los estudios primarios los cursó en San Juan y los secundarios en su provincia natal, en una escuela dirigida por la neoyorquina Annette Haven, una de las maestras que había traído Domingo F. Sarmiento.
El profesorado lo hizo en la Escuela Normal de Paraná, y fue alumna de la norteamericana Sara Chamberlain de Eccleston, de destacada labor educativa en nuestro país.
Proclive a una educación integral del alumno, Rosario Vera Peñaloza se perfeccionó en manualidades, educación física y dibujo, entre otros. En 1895 comenzó a trabajar en escuelas de su provincia, de Entre Ríos, Córdoba y ciudad de Buenos Aires.
Contraviniendo las creencias de la época, que sostenían que la primera educación del niño debía darse en el hogar, el 16 de marzo de 1898 fue nombrada directora del primer jardín de infantes en La Rioja. Hasta tanto se consiguiese presupuesto, se apuró a abrirlo en la sala izquierda del zaguán de entrada de la casa de la familia Vera Vallejo, situada en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Rivadavia. El jardín era un anexo de la Escuela Normal de Maestros.
En 1837 el pedagogo alemán Friedrich Froebel había abierto en Alemania el primer jardín de infantes, al que bautizó como Institución de Juego y Ocupación, que tomaría el nombre de Kindergarten. Rápidamente esta modalidad educativa prendió en otros países, como en Gran Bretaña y Estados Unidos.
No las tuvo todas consigo, como cuando tuvo que lidiar por 1906 con un lapidario informe de Leopoldo Lugones, por entonces inspector de Enseñanza Secundaria y Normal. El poeta sostuvo que los niños que venían de los jardines de infantes eran inferiores en mentalidad, en las clases quedaban rezagados y muchos eran indisciplinados.
En 1906 fue vicedirectora de la Escuela Normal y en 1907 ocupó el mismo cargo en la de Córdoba, de donde debió alejarse. Entre 1912 y 1917 fue directora de la Escuela Normal N° 1 “Roque Sáenz Peña”, en la ciudad de Buenos Aires. “De la montaña bajé al llano”, recordaba. Quedaron grabadas en la memoria de los alumnos sus clases cuando debía suplantar a un profesor ausente. Durante su gestión, aumentó sorprendentemente la matrícula de alumnos.
Alentaba a los docentes a ser creativos e innovadores. El educador Pablo Pizzurno la calificó de “eximia maestra”. Sería conocida como “la maestra de la Patria”. Así es el nombre que lleva la Escuela N° 120 de su pueblo natal.
Pero sus métodos no eran del todo comprendidos y curiosamente fue el presidente Hipólito Yrigoyen, que en sus años mozos había sido profesor de historia en la Escuela Normal de Maestros, quien en 1917 la dejó cesante como directora de la Escuela Normal. Esa decisión le causó mucho dolor.
Pero no hay mal que por bien no venga. Fue Carlos María Biedma quien le propuso fundar la Escuela Argentina Modelo, inaugurada en abril de 1918, la que ponía especial atención en la escuela primaria.
Fue otro presidente radical Marcelo T. de Alvear quien la nombró inspectora de educación secundaria, normal y especial, cargo que ocupó hasta 1926 cuando debió jubilarse por cuestiones de salud.
Se dedicó a viajar por todo el país a dar charlas, a hablar con las maestras, a dictar cursos y a explicar que el niño no debía adaptarse a la realidad del maestro, sino que éste debía saber comprender la del alumno.
En 1931 creó el Museo Argentino para la Escuela Primaria, que aún funciona en el Instituto Félix Bernasconi, y surgió como un intento de sistematizar los estudios científicos en materia pedagógica. Estaba influenciado por las ideas de Joaquín V. González, quien sostenía la importancia de la geografía argentina como base de toda enseñanza y para reafirmar el sentimiento de argentinidad. Según se lee en la Web del museo, argumentaba que desde la geografía argentina, podían comprenderse la presencia del hombre en la naturaleza, haciendo hincapié en temas relacionados a las ciencias naturales, la historia y la cultura, entre otros. Allí estuvo hasta 1947.
Hasta elaboró un mapa con las rutas usadas por el ejército libertador del general José de San Martín, en que el que marcó el lugar de las batallas y en el Instituto Sanmartiniano daba charlas explicativas sobre este tema.
“Rosarito”, como sigue siendo conocida en su provincia, dictaba un curso para maestras en El Chamical cuando la sorprendió la muerte el 28 de mayo de 1950. Tenía 76 años.
Profunda defensora de los valores del país, dejó un Credo Patriótico memorable: amar a la patria más que a sí mismo; no jurar en su santo nombre falsamente; conmemorar sus glorias; honrar a la madre patria en todos los actos de la vida; no matar el sentimiento patrio con la indiferencia cívica o la tolerancia indebida; no realizar acto alguno que mengüe la propia dignidad. Quien se dignifica a sí mismo, dignifica a la patria; cuidar los bienes del Estado más que de los propios; buscar y practicar siempre la verdad; no desear jamás tener otra nacionalidad y no ambicionar los derechos de las demás naciones ni mucho menos pretender su dominio y dar a la Argentina capacidad para no ser superada ni vencida.
Martha Alcira Salotti, educadora y escritora, es considerada una de las discípulas de Peñaloza y continuadora de sus ideas pedagógicas. La “señorita Salotti”, autora de literatura infantil cuyo nombre corona varias escuelas, tras la muerte de Rosario, hizo publicar una veintena de libros que había dejado inéditos.
Desde 1971 se instituyó el 28 de mayo como el día de los y las maestras jardineras y de los jardines de infantes, en homenaje a su legado. Se eligió para ello el día de su muerte, aunque debería ser recordada e imitada todos los días.
Fuentes: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas, de Lily Sosa de Newton; Museo Rosario Vera Peñaloza; Museo Bernasconi.
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