Ese lunes santo era coronado con una tarde apacible. Justo José de Urquiza, nacido en 1801, gobernador de Entre Ríos, le gustaba sentarse en la galería de su magnífico palacio cerca de donde sus hijas, Dolores, familiarmente llamada Lola de 17 y Justa de 15, tomaban lecciones de música en dos pianos a la vez. En otro ambiente, se percibían los juegos de Micaela, Flora y Teresa, otras de sus hijas. Conversaba con su administrador mientras otros empleados y funcionarios de su gobierno trabajaban en ambientes cercanos.
En esa galería del frente existen ocho columnas toscanas y algunas tienen argollas, de donde se ataban hamacas en las tardes de verano. En esta galería estaba Urquiza cuando entraron a matarlo el 11 de abril de 1870.
Estaba en el Palacio San José, al que había empezado a levantarlo en 1848, cerca del río Gualeguaychú, a unos 23 kilómetros de Concepción del Uruguay. Los motivos de la elección del lugar, el entrerriano se los llevó a la tumba.
De estilo italianizante con detalles coloniales, posee 38 habitaciones, tres patios, dos grandes jardines, una capilla, miradores y hasta un lago artificial. Era iluminado a gas acetileno y fueron los lugareños quienes lo bautizaron como “palacio”, aunque formalmente era la “Posta San José”.
Por 1853 Urquiza contrató a Jacinto Dellepiane, quien continuó las obras, como el segundo patio, donde se organizaron las dependencias de servicio y en 1857 convocó al arquitecto Pedro Fosatti. Las obras culminaron en 1860.
El monumental portón de acceso posterior al palacio era el más usado. De hierro forjado, con adornos de fundición, lleva grabado “J.U. Julio 9 de 1858″. Al trasponerlo, a la izquierda del zaguán estaba la habitación de la guardia.
Por esa puerta ingresaron sus asesinos. Antes de trasponerlo, habrán visto las dos estatuas, en los jardines, que representan a la primavera y el invierno.
Si esas paredes hablaran. Escucharon discusiones sobre la organización nacional, en los tiempos en que el país se había partido en dos, se rubricaron acuerdos, se delinearon políticas nacionales, y fue visitado por los cuatro primeros presidentes constitucionales.
Posee un oratorio que fue levantado a partir de 1857, previa autorización del Vaticano. Lo proyectó y ejecutó el arquitecto italiano Fosatti. Tiene frescos del artista uruguayo Juan Manuel Blanes en su bóveda, en los que se destaca la Anunciación de San José. Blanes, por entonces de 27 años, estuvo a su servicio entre 1856 a 1859. Por esos trabajos cobró 5.610 pesos fuertes.
Allí se casaron algunos de sus hijos, a las misas asistía gente de afuera, y se bautizaron aborígenes de la zona, especialmente los 19 de marzo, día del Santo Patrono. La imagen de San José y el Niño, en el altar -de cedro con aplicaciones de oro- fue un regalo de su primo Máximo de Elía, de 1860.
En los jardines hay bustos de mármol de Alejandro Magno, Hernán Cortés, Julio César y Napoleón, que fueron traídas de Italia. Además hizo construir dos palomares, cada uno de 150 metros cuadrados.
Hasta se aprovechaba el agua de lluvia. Se recogía la que caía de los techos y la que se acumulaban en los patios y era derivada a los aljibes de riego.
Una de las últimas obras que encargó fue un lago artificial de 180 metros de largo por 120 de ancho y cinco de profundidad, rodeado de un paredón, adornado con rejas en su perímetro y con macetones. El agua se bombeaba por cañerías subterráneas de una laguna de la zona. Para pasar el tiempo y organizar fiestas, encargó un barco a vapor al que bautizó San Cipriano, en homenaje a uno de sus hermanos asesinado en 1844.
El patio del parral tiene una superficie de 500 metros cuadrados. Las 17 habitaciones que lo rodean se alojaban familiares, oficiales de los cuerpos permanentes de San José y los visitantes. Dos de esas habitaciones las ocupaba Urquiza como escritorio de sus asuntos comerciales. También daban al patio la despensa, la cocina y un comedor secundario. Muchas de las vides del parral fueron enviadas por el naturalista Eduardo Holmberg.
Tanto la cocina como los baños tenían instalaciones de agua corriente, obras que se hicieron a partir de 1856, a cargo de Paul Doutre. Fue un verdadero adelanto para la época. Para ello con bombas accionada por una noria se llevaba el agua a tanques elevados, con lo que las cañerías tenían la presión suficiente.
El patio de honor es el recinto principal de la residencia. Rodeado de 18 habitaciones para moradores, huéspedes, sala, escritorio político, sala de armas, un amplio comedor y ante comedor, y de una amplia galería, sostenida por 28 columnas toscanas. En esa galería, Urquiza organizó un baile para agasajar a Domingo F. Sarmiento, quien lo visitó siendo presidente en febrero de 1870. Como el sanjuanino había descripto al dueño de casa como “la continuidad del legado bárbaro provincial”, hizo instalar una canilla en las habitaciones del huésped. Sarmiento, al verla, dijo: “Ahora sí me siento presidente”.
Por esa galería, transitaron sus asesinos. En cada ángulo de esa galería, hay óleos pintados por Blanes.
En el frente de la casa se luce un jardín francés, rodeado por una artística reja de hierro fundido, con estatuas que representan los cuatro continentes. El palacio cuenta también con un parque exótico.
La sala de los espejos estaba reservado a las recepciones y en la de juego se impone una mesa de billar francesa, especial distracción del dueño de casa.
En el comedor de 14 metros, el entrerriano hizo colocar una mesa de nueve metros de caoba. En una de sus cabeceras se sentó junto a Sarmiento en el banquete que le ofreció la noche del 3 de febrero de 1870. Urquiza tenía la costumbre de comer solo y más temprano que el resto, y luego se aparecía por el comedor a hablar con los comensales.
La cocina del palacio está ubicada en la habitación del cuerpo sur. Construida en 1864 tiene tres hornos y cuatro hornallas, es de hierro con adornos de bronce.
Se conserva la cama de bronce, la última que usó. Estaba en el dormitorio donde cayó herido y donde fue rematado a puñaladas.
Allí, pasadas las siete de la tarde del 11 de abril de 1870 se desató el infierno. Los atacantes redujeron a la guardia e ingresaron a los gritos y disparos. Las últimas luces del atardecer dificultaban distinguir qué era lo que sucedía.
Urquiza se incorporó rápidamente y comenzó a transitar por la galería. “¡Abajo el tirano! ¡Viva el general Ricardo López Jordán!” escuchó. Entró en sus habitaciones y le pidió a su esposa un arma. La mujer le alcanzó un rifle y enseguida lo empezó a cargar. Dolores, una de sus hijas, ajena a la situación, entró al dormitorio porque Micaela, una de sus hermanas menores, la molestaba y no la dejaba tocar el piano.
Urquiza se asomó a la puerta y disparó. El proyectil le rozó el rostro a un atacante y Urquiza fue impactado por una bala arriba de su labio superior. Lo hizo caer y arrastró a su esposa. El uruguayo Nicomedes Coronel, el primero en entrar, lo vio con vida. Ambas mujeres lo abrazaban. Su hija Dolores, con un espadín, quiso defenderlo. Pero Coronel lo apuñaló cuatro o cinco veces.
Su hijita Micaela, aterrorizada, se había escondido debajo del piano y pudo escabullirse cuando uno de los agresores la corrió con su sable.
La viuda Dolores Costa transformó la habitación de la tragedia en un oratorio, e hizo colocar una lápida de mármol con la leyenda: “En esta habitación fue asesinado por López Jordán mi malogrado esposo el Capitán General Justo José de Urquiza a la edad de 69 años el día 11 de abril de 1870 a las siete y media de la noche. Su amante esposa le dedica este pequeño recuerdo”.
Se exhiben una máscara mortuoria, tiradores manchados de sangre, y postigo de la puerta marcados con impresiones de dedos.
El proyecto en el que estaba trabajando cuando fue asesinado era el de traer a cien mil inmigrantes catalanes -”sin otra ambición que el adelanto material de esta tierra”- para un desarrollo productivo en la provincia. San José, la segunda colonia agrícola con inmigrantes extranjeros que se fundó en el país, en su primera época fue costeada casi integralmente por él.
En los ambientes todo remite al ex presidente. Retratos, efectos personales, y algunas curiosidades como la lanza de palo santo, de 3,20 metros, usada por Virasoro en Caseros, y que guarda la marca de un sablazo de aquel combate. Hasta 1945 estuvo en la armería real de Estocolmo ya que había sido obsequiada al rey Carlos XV de la casa de los Bernadotte. Lleva la inscripción “Valiente entrerriano colmóse de gloria en los campos de honor”.
Allí los convencionales constituyentes juraron el 24 de agosto de 1994 la Constitución Nacional reformada.
El palacio, inaugurado un 26 de mayo 1858, es monumento nacional desde 1935 y no importa los años que transcurran, aún se siente la impronta del ex presidente, del caudillo carismático, del hacendado y hombre de negocios, que le demostró al presidente de entonces que tan salvaje no era.
Fuente: Palacio San José Museo y Monumento Histórico Nacional “Justo José de Urquiza “; Palacio San José (cuadernillo sin fecha).
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