Desde Leipzig, Alemania - La ciudad alemana de Leipzig, donde hasta este viernes se llevó a cabo el Foro Internacional de Transporte, tiene una población de 625 mil habitantes y una particularidad: no hay ruido en sus calles. A diferencia de Buenos Aires, que es una de las ciudades más ruidosas del mundo, el secreto de Leipzig es que hay muy pocos autos en circulación, ya que se trata de una “zona de baja emisión”.
Sí. Desde marzo de 2011 los coches tienen la obligación de moverse con un sticker o pegatina verde en el vidrio delantero, prueba de que los vehículos tienen filtros de partículas o, en el mejor de los casos, una válvula que reintroduce el humo en el mismo motor para reducir las emisiones. Es decir, hay menos motores y, además, son menos ruidosos.
En diálogo con Infobae, el alcalde de Leipzig, Burkhard Jung, contextualiza acerca de las políticas de urbanismo que la ciudad adoptó desde que comenzó su mandato, en 2006. “La clave para que no haya ruido es tratar de hacer que todo suceda más despacio. A menudo, el ritmo de las ciudades es el ritmo de los autos. Nosotros intentamos cambiar ese concepto. ¿Cómo? Le dimos más espacio a los peatones y a las ciclovías y, en el caso de los coches, además de angostar las calles, les solicitamos a los conductores que en la zona céntrica bajen la velocidad de 50 a 30 kilómetros por hora”, explica Jung.
Para 2030, fecha en que completará su tercer mandato, tiene previsto reducir el uso de vehículos de 38% a 30%.
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La baja circulación de autos se complementa con una extensa red de transporte público. Los tranvías y los colectivos llegan a todos los puntos de la ciudad y se interconectan en la estación central o Hauptbahnhof desde donde, además, salen trenes para toda la región y el país. A eso, hay que sumarle el uso de bicicletas que circulan por bicisendas perfectamente delimitadas.
Para el alcalde, el tranvía es la columna vertebral del sistema transporte público en Leipzig. “Tenemos 300 kilómetros de vías y 250 coches. Ahora adquirimos otras 70 unidades, que son aun más silenciosas”, cuenta orgulloso a este medio.
Consultado acerca de las bicicletas, Jung explica que son el medio de transporte elegido por el 20% de los habitantes de esta ciudad alemana. En los próximos siete años, dice, el objetivo es subir ese número un 5 por ciento.
A la charla se suma el representante del área de ciclismo de Leipzig, Christoph Waack. Hace tres décadas, según repasa, solo cinco personas andaban en bicicleta en la ciudad. Hoy son 125 mil.
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“Año tras año la cifra ha ido creciendo. Hoy podés ir a cualquier parte de Leipzig en bicicleta. En las calles principales tenemos 5020 kilómetros de ciclovías y estamos por sumar 10 kilómetros más”, cuenta Waack.
A casi 12.000 kilómetros de Leipzig, en la provincia argentina de Córdoba, existe un pequeño pueblo libre de ruido donde, directamente, no circulan autos. Se trata de “La Cumbrecita”: una aldea de entre 1500 y 1600 habitantes que se presenta como un “Pueblo Peatonal”: el único de argentina y de Sudamérica.
Ubicada a 1450 metros de altura sobre el nivel del mar, en el Valle de Calamuchita y en el corazón de las Sierras Grandes, “La Cumbrecita” fue fundada en 1934 por la familia alemana Cabjolsky.
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Seis décadas más tarde, en 1996, se definió como un pueblo peatonal. “Al no haber recorridos que involucren demasiados kilómetros, los habitantes se mueven a pie”, explica a Infobae el Intendente de “La Cumbrecita”, Daniel López. Y sigue: “Por tratarse de un destino muy turístico, lo que hacen los visitantes es dejar el auto en un estacionamiento que está ubicado en la entrada del pueblo. Recibimos 120 mil coches al año que vienen a pasar el día. El promedio de estacionamiento es de siete horas diarias y el de caminata de 2.8 kilómetros. Es turismo sustentable y saludable”.
A pesar de ser reconocida a nivel mundial por su arquitectura colonial, “La Cumbrecita” tiene una visión de vanguardia respecto del cuidado del medioambiente, acorde a los desafíos que plantea la ONU para el 2050: allí todo el entramado eléctrico es renovable, las aguas son tratadas y reutilizadas y hay una actividad permanente de reforestación.
Además, existe una fuerte política de reciclaje en la que están involucrados sus habitantes: mientras que los plásticos, vidrios y metales se reciclan en una planta cercana, lo orgánico es puesto en el jardín de cada casa, donde los ciudadanos cuentan con mecanismos para crear compost que luego aplican a la tierra de sus huertas.
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