Fue Juan Perón, desde Madrid y por teléfono, quien en la dramática noche del 25 de mayo de 1973, la noche que siguió al día de la asunción al gobierno de Héctor J. Cámpora, ordenó que fuesen liberados todos los presos políticos, muchos de ellos guerrilleros peronistas de Montoneros y trotskistas del ERP, la mayoría encerrados en la cárcel de Devoto, rodeada por una multitud que gritaba: “El Tío (por Cámpora) Presidente / libertad a los combatientes”.
Así se desprende del libro de memorias Conocer a Perón, de Juan Manuel Abal Medina, testigo privilegiado de esas horas, y de otras. Era un joven nacionalista católico, tenía veintiocho años, a quien Perón había ungido como Secretario General del movimiento peronista sin que estuviese afiliado siquiera al PJ.
Evoca Abal Medina en su libro que, ante la violencia que había seguido a la asunción de Cámpora, Perón lo llamó por teléfono desde Madrid a las ocho de la noche de ese viernes, por lo menos la una de la mañana del sábado en Madrid. Fiel a la tradición argentina, la fiesta popular que había implicado la asunción de Cámpora, el fin de la dictadura militar que reinaba desde 1966, la recuperación democrática y el retorno del peronismo al poder, amenazaba con terminar en tragedia, como de hecho terminó. El desfile militar previsto en Plaza de Mayo debió ser cancelado, los efectivos de las fuerzas armadas, escupidos y vapuleados por la multitud, debieron retirarse, la Casa de Gobierno, rebautizada como “Casa Montonera”, parecía tomada por la militancia peronista y las cárceles más importantes, Devoto y Rawson en el Sur, habían sido tomadas en el interior por los presos del ERP, y rodeadas en el exterior por una multitud que amenazaba tomarlas por asalto.
Perón estaba preocupado por el desfile militar interrumpido en la Plaza de Mayo y por los escupitajos y las agresiones a las tropas: “Doctor, ¿qué está pasando?” preguntó el General, según recuerda Abal Medina, que le respondió que no estaba a cargo de los actos en la Plaza ni tenía información. Perón le pidió que ubicara a Cámpora, lo pusiera al teléfono y que fuese testigo de la charla entre ambos. Pero luego cambió de opinión. Revela Abal Medina: “Estábamos por despedirnos cuando me dijo, muy nervioso, (se escuchaban varias voces de fondo; una era la de la señora Isabel): ‘No, doctor, espere, espere… Mejor deje eso y ocúpese de la cárcel de Devoto, que me dicen que ya está tomada por el ERP’. Le contesté: ‘A sus órdenes mi general. Me ocupo’, y él me dijo: ‘A los presos los liberamos nosotros, que eso quede claro’. Le pregunté si debía hacerlo sin esperar la amnistía, o al menos el indulto. Me contestó: ‘Libérelos de una vez’. Dije: ‘¿A todos, mi general?’. ‘A todos, a todos… No podemos hacer otra cosa’, me contestó”.
Las memorias de Abal Medina, de enorme valor y acaso un poco idílicas, pintan aquellos días dramáticos que abarcan desde antes del retorno del general al país en noviembre de 1972 hasta su muerte en julio de 1974, y a un Perón que enfrentaba con lucidez a la dictadura, a las duras internas partidarias, a la ambición desatada en el justicialismo, y a la violencia más que incipiente de la Juventud Peronista, enhebrada con Montoneros: en mayo de 1970, el embrión de esa guerrilla peronista había secuestrado al general Pedro Eugenio Aramburu y lo había asesinado en Timote. Como autor de los disparos había sido sindicado Fernando Abal Medina, hermano menor de Juan Manuel, que había sido muerto a su vez por la policía en septiembre de ese mismo año.
En abril de 1973, casi un mes antes de la asunción de Cámpora, Perón y Abal Medina hablaron sobre la necesidad de que Perón fuese el futuro presidente, lo que implica que la gestión de Cámpora estaba muerta antes de nacer. Cuando, durante una charla, Abal Medina dijo a Perón lo casi inevitable que era su llegada a la presidencia, Perón le dijo: “No vamos a tener más remedio, porque es difícil que Cámpora pueda controlar las cosas”. Y enseguida, ambos abordaron cómo zanjar el drama de los presos políticos. La libertad, incluida la de guerrilleros, no estaba en discusión. El cómo era la cuestión. ¿Amnistía o indulto? ¿Decisión del Congreso a través de una ley, o decisión del flamante presidente? ¿Debían incluirse a todos los presos políticos, incluidos los guerrilleros del ERP, sobre los que había casi certeza de que retornarán a la lucha armada?
Perón estaba convencido de que podía disuadir a su “juventud maravillosa”, que en verdad había heredado la simiente de la ya legendaria resistencia peronista. Le había dicho a su amigo, el empresario Jorge Antonio que le había advertido del nuevo fenómeno violento del peronismo, que cuando llegara a Buenos Aires, sólo necesitará una mesa, una silla una copa de agua para poner fin a aquella violencia. Algo parecido le sugirió a Abal Medina que señala, acaso con resignado acierto, que Perón sobreestimaba sus posibilidades.
En la tarde del 25 de mayo, los presos del ERP se amotinaron en Devoto y tomaron parte de las instalaciones del penal, liderados por Pedro Cazés Camarero. El gobierno flamante dudaba en liberarlos porque el ERP había prometido que su guerrilla respetaría al gobierno democrático, pero atacaría a las fuerzas armadas y a los “empresarios del capitalismo concentrado”. El ERP sabía cuáles eran las amenazas que se cernían sobre la libertad de sus militantes y había decidido que sólo la obtendrían si forzaban una negociación con el flamante gobierno, con una demostración de fuerza en el interior de las cárceles y con la gente en la calle.
Más de treinta mil personas colmaban las cuatro manzanas que rodeaban al penal de Devoto y a las ocho de la noche había llegado más gente desde la enfervorizada Plaza de Mayo. Después de hablar con Perón, Abal Medina envió a su segundo, el salteño Julio Mera Figueroa, luego diputado en los años del menemismo, para que le trazara un panorama de la cárcel. Cuenta Bonasso que Figueroa se lo trazó en una frase dramática: “Veníte para acá a los pedos”. Cuando el secretario del PJ llegó a Devoto, encontró a varios diputados de una comisión organizada por el flamante presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, yerno de López Rega, que sería presidente provisional luego de la renuncia de Cámpora, en julio de ese mismo año. Allí estaban Santiago Díaz Ortiz, Rodolfo Vittar, Roberto Vidaña, Aníbal Iturrieta y Armando Croatto, todos ligados a la Juventud peronista, y dos legisladores de UDELPA (Unión del Pueblo Argentino) Raúl Baczjman y Héctor Sandler. En el penal, la relación de fuerzas estaba casi equiparada: los presos dominaban los pabellones, pero los guardias todavía controlaban los patios internos y el perímetro de seguridad de la cárcel.
El drama era el tiempo. Presos y multitud exigían la libertad ahora mismo. Legisladores y gobierno flamante, preferían una ley de amnistía y el voto del Congreso, lo que implicaba un largo debate y una larga lista de oradores: tal vez había que esperar hasta mañana. La amnistía inquietaba a los presos del ERP: podían quedar afuera de la ley. Se barajó un indulto presidencial, un decreto del flamante presidente Cámpora que uniera la libertad de los presos con la inmediatez que requerían detrás de los barrotes. Ni siquiera se planteó, o si se planteó fue un debate breve, que el indulto borra la pena, pero no el delito.
Abal Medina evoca que Devoto era un caos, que el ERP controlaba la calle y Cazés Camarero dirigía las negociaciones dentro del penal. El guerrillero del ERP hablaba con el recién asumido ministro del Interior, Esteban Righi, que le pedía tiempo. Bonasso recuerda que Abal Medina llegó “pálido y ejecutivo como siempre” y vio a los legisladores dialogar con tres hombres aterrados: el prefecto del penal, Romualdo Díaz, y dos de sus colaboradores. Díaz fue claro ante el diputado Sandler: “Si no llega la orden de libertad enseguida, estamos perdidos. De esta noche no pasamos”.
El ministro Righi, ya en su casa, no sólo hablaba con Cazés Camarero, hablaba también con los legisladores que estaban en Devoto y que habían intentado ubicar a Cámpora sin éxito. Según Bonasso, Righi no era partidario del indulto presidencial por dos razones: le necesidad del Ejecutivo de actuar en conjunto con el Congreso y, segundo, evitar dar una imagen inicial de debilidad del gobierno, que negociaba, y cedía, bajo presión.
El ministro Righi llamó por teléfono a Devoto para hablar con las autoridades: lo atendió Cazés Camarero, responsable del ERP en el penal. Ambos discutieron. Righi pidió la desconcentración de la gente y que la calma volviera al penal: Cámpora, dijo, firmaría el indulto en unas horas. Cazés Camarero tomó un megáfono, subió a las murallas almenadas de la prisión y habló a la multitud para revelar la conversación que había tenido con Righi. Pidió a la gente que no se fueran, “porque un gobierno popular no puede reprimir al pueblo”.
Preocupado y desde el penal, Abal Medina también habló con Righi: “Bebe, -dijo al ministro a quien llamó por su apodo- esto es incontrolable. Hay que largar a la gente ya”. “Pero Juan, -le dijo Righi según la reconstrucción de Bonasso- mañana sale la ley en el Congreso”. “No habrá mañana si no salen hoy, -contestó Abal Medina-. Además, es lo que prometimos en campaña”. A las nueve de la noche fue Abal Medina quien trepó a los muros almenados de Devoto, tomó el micrófono y anunció que “los compañeros” serían liberados esa misma noche. La gente lo ovacionó. En sus memorias, Abal Medina cita la entrevista que el periodista e historiador Marcelo Larraquy hizo a Cazés Camarero para su libro “Primavera sangrienta”: “(…) Y enseguida, no sé de dónde salió se abrió el cielo y apareció Abal Medina. Llegó a la pasarela y me pidió el megáfono. Venía con un rollo de papel en blanco en la mano y empezó a hablarles a las masas de la historia argentina, el rosismo, la resistencia peronista, Frondizi… Y Mario Hernández, el abogado, se le acercó y le susurró ‘Ay, Abal, Abal, por ese camino vas mal’ sin darse cuenta que salía por micrófono. Y Abal cortó bruscamente y dijo: ‘Por todo lo dicho, quedan en libertad’”.
Para entonces, legisladores y el prefecto Díaz por las autoridades del penal, ya habían firmado un acta en la que los diputados “bajo su responsabilidad” procedían a liberar a los presos que acababa de indultar el Poder Ejecutivo. Fue un caos. En la desbandada salieron de la cárcel delincuentes comunes y el famoso asesino de la mafia corsa Francois Chiappe. Otros dos criminales, Juan Carlos Gómez y Oscar Corres, procesados por el asesinato de Silvia Filler, una estudiante marplatense baleada durante una asamblea por miembros de la ultraderechista CNU, (Concentración Nacional Universitaria), también se acogieron a la amnistía.
Sin embargo, esa Ley se trató entre el 26 y el 27 de mayo, cuando ya habían salido de Devoto ciento setenta y cinco presos que luego fueron indultados. En total, los indultados sumaron trescientos setenta y uno, que incluyen a los detenidos en penales del interior.
Abal Medina admite: “Ver salir a los miembros del ERP, formados y saludando con el puño en alto, de manera evidente a seguir la ‘guerra revolucionaria’ era el cumplimiento de la pesadilla que había imaginado desde el comienzo de la campaña electoral”. A la madrugada, ya sin presos políticos en la cárcel y sin legisladores en Devoto, estalló un tiroteo entre manifestantes, guardias del penal y miembros de la Guardia de Infantería de la Policía Federal: allí murieron Carlos Sfeir, un joven estudiante de 17 años militante de Vanguardia Comunista, y Oscar Horacio Lysak, de 16, miembro de la Juventud Peronista.
En Madrid, Perón estaba muy molesto por los informes que le llegaban desde Buenos Aires: condenó por igual a “gorilas y trotskistas” y, según revela Juan Bautista Yofre en Volver a matar, le fue difícil soportar que algunos diarios españoles hablaran de los incidentes del 25 de mayo en Buenos Aires y consideraran que “la estrategia marxista le ganó la primera batalla a los ideólogos del justicialismo”. Yofre también refiere en La trama de Madrid que Perón lamentó la ilimitada decisión del Congreso: “Lo dijo más tarde, en su estilo, con una metáfora que entendió muy bien el coronel Carlos Corral, jefe de la Casa Militar: ‘Usted sabe lo difícil que es buscar un pajarito día por día para ponerlos en una jaulita, lo que costó mucho; hasta que un día le abren la jaula, los pajaritos se vuelan y luego le piden: ‘Traéme los pajaritos nuevamente…”.
Así fue cómo terminó aquel día una etapa turbadora, inquietante pero, pese a todo, llena de esperanzas. Y empezó lo que estaba por venir.
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