El 25 de mayo de 1973, apenas entrada la mañana, en la Asamblea Legislativa reunida en el Congreso de la Nación, Héctor José Cámpora juró por Dios, nuestro señor y estos Santos Evangelios y se convirtió en presidente de los argentinos. Enseguida inició la lectura de un discurso de ciento sesenta páginas, que duró tres horas. Mientras tanto, la calle era un hervidero y el festejo popular amenazaba con desteñirse por el descontrol, los autos volcados, los gases lacrimógenos, los vidrios rotos y la pelea cuerpo a cuerpo de los manifestantes con la policía, que intentaba controlar el desborde. Finalmente, los uniformados dieron un paso atrás, el desfile de las Fuerzas Armadas se suspendió (no había clima para tal evento) y la calle quedó en control de la Juventud Peronista.
Hacia el mediodía, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, Cámpora recibió los atributos de mando y el general Alejandro Agustín Lanusse le colocó la banda presidencial.
El peronismo, después de 18 años de que fuera expulsado con bombas y fusiles militares, volvía al poder.
Lo que no quedaba claro, para el peronismo y para el país, era por cuanto tiempo gobernaría Cámpora, al margen de los seis años que indicaba entonces la Constitución Nacional.
Esa falta de precisión, entre equívocos y supuestos, sería determinante para el progresivo deterioro de la relación entre Perón y Cámpora, que se manifestó durante la transición, entre la victoria electoral del 11 de marzo y la toma del poder, el 25 de mayo de 1973.
Cámpora era el artificio que había encontrado el jefe del Movimiento para que su propia proscripción no impidiera el regreso del peronismo al poder.
Perón era el único proscripto en las primeras elecciones “sin proscripciones” de los últimos veinte años. La cláusula de residencia, decretada por Lanusse, obligaba a los candidatos presidenciales a permanecer en el país desde el 25 de agosto de 1972, y dado que Perón continuó manejando sus distintos dispositivos desde Madrid, pero no regresó, el régimen militar, que lo provocara con aquel desafío de Lanusse, “no le da el cuero para volver”, lo sacó del tablero electoral.
A partir de entonces, después de los fusilamientos de guerrilleros en la base naval de Trelew del 22 de agosto, que conducirían a la máxima tensión en la relación política entre el peronismo y las Fuerzas Armadas, con la visualización de la guerrilla como una opción legítima de oposición a la dictadura, la cláusula restrictiva del 25 de agosto terminó siendo una anécdota.
Desde ese momento, Perón y Lanusse negociaron acuerdos que tendieran a la pacificación. El lema de “Perón o guerra”, ante la indefinición de un calendario electoral, era una posibilidad real.
Poco después, en octubre de 1972, el delegado de Perón, Héctor J. Cámpora junto a Juan Manuel Abal Medina, secretario general del Justicialismo, iniciaron la campaña por el “operativo retorno” del líder proscripto, con actos y movilizaciones en todo el país.
Perón regresó a la Argentina el 17 de noviembre y un día antes de abandonar el país, el 13 de diciembre, ungió a Cámpora como candidato a la Presidencia para las elecciones del 11 de marzo,
Perón le encomendó a Abal Medina la comunicación de su designación al propio interesado y también delegó la misión de que el Congreso Justicialista lo ratificara.
La figura de Cámpora, que no tenía un proyecto como líder autónomo de Perón, implicaba también que la izquierda peronista -la Tendencia Revolucionaria- sería protagonista de la campaña electoral e “infiltraría” funcionarios -según el prisma del gremialismo ortodoxo- a su futura gestión presidencial.
¿Por cuánto tiempo gobernaría Cámpora? ¿Cuál sería, mientras tanto, el rol de Perón?
No se sabía.
Esta incertidumbre sería la clave del disgusto de Perón durante la transición, agigantado también por la molestia que generaba esta indefinición en su esposa Isabel y su secretario José López Rega, quienes desde hacía tiempo funcionaban como una alianza política.
Según el testimonio de Abal Medina en su best seller Conocer a Perón, la elección de Cámpora estuvo signada por el corto plazo. Después, el presidente electo debería renunciar “para convocar a nuevas elecciones”.
“El General me dijo, simplemente: ‘Póngalo a Cámpora’, y me advirtió que iba a tener problemas con el sindicalismo. Entonces agregó que era un buen argumento para restar dramatismo, tanto con los partidarios de Cafiero como con los de Taiana, las consideraciones que habíamos hecho sobre el futuro provisorio de la presidencia resultante”, indica en su libro.
Al día siguiente de la designación, todavía secreta, Perón se llevó a Cámpora a Paraguay y el jefe de la CGT José Ignacio Rucci, cuando los vio subir a los por la escalerilla del avión desde la terraza del aeropuerto de Ezeiza, entendió rápido quién sería el elegido, y se indignó. “¿Pero cómo nos hace esto? Ahora se pudre todo”, auguró.
“Inmediatamente antes del inicio de Congreso del Crillón -continúa Abal Medina en su libro-, me vi con Cámpora, recién llegado de Paraguay, en el domicilio del doctor Solano Lima, que estaba justo enfrente del hotel, en la calle Esmeralda. Cámpora me relató el ofrecimiento del General y textualmente me dijo que él le había manifestado que lo aceptaba por no haber otra posibilidad, pero al solo efecto de renunciar de inmediato para que se realizara un proceso abierto. Lo vi muy tenso. Su información era que un grupo numeroso de congresales (quizá mayoritario) iba a oponerse a su candidatura, pero le dijo que yo creía que podría manejarlo”.
Desde el entorno de Cámpora, la idea del “gobierno provisorio” no es terminante. El plazo de su gobierno quedaba inmerso en una zona gris.
En entrevista con el autor de este artículo, realizada en 2016 para el libro Primavera Sangrienta, Esteban Righi, quien fuera ministro del Interior de aquel efímero gobierno, afirmó que “la renuncia de Cámpora no estaba pactada”.
“Si tengo que recordar lo que le dijo a Cámpora, Perón no quería ser Presidente. Pero dicho ‘a lo Perón’, que era un gran ambiguo. A cada uno le decía una cosa distinta. No estaba claro si Cámpora pensaba ser presidente por cuatro años, pero su renuncia no estaba pactada. Creo que la renuncia de Cámpora, en cambio, Perón la tenía en mente desde el principio, porque siempre quiso ser presidente. O bien la adquirió por influencia de su núcleo más íntimo, o por cómo se fueron dando los hechos (…) Lo que le reclamábamos era que fuera claro. Que dijera: ‘Acepto ser presidente”'.
Un factor adicional sobre el plazo de la futura presidencia de Cámpora estaba marcado por la salud de Perón.
A fines de febrero de 1973 Perón se atendió en la clínica Covesa, en Barcelona, y mientras el doctor Puigvert le extraía los pólipos de la próstata, tuvo un infarto.
Perón pudo recuperarse pero Isabel y López Rega quedaron asustados del informe médico y decidieron mantenerlo en secreto. No había dudas que la débil salud del General acotaría la proyección política de Isabel, y esto preocupaba a López Rega.
Una semana antes de las elecciones del 11 de marzo, en una cena con Abal Medina en Madrid, el secretario de Isabel descargó su ira sobre el candidato y su entorno. “Estamos preocupados por Cámpora. Es una vergüenza que todo el poder quede concentrado en su familia. Llega al gobierno por nosotros y deja afuera a todos los que luchamos por el retorno de Perón. No vamos a permitir que él actúe por su cuenta. Habría que tomar algunas preocupaciones. ¿Qué pasa si el General tiene algún problema de salud? ¿Dónde quedamos parados nosotros?”, exclamó.
El temor de López Rega era que el entorno de Cámpora se aferrara al poder, el futuro presidente “se cortara solo”, y abandonara a la familia de Perón, es decir, a Isabel y a él mismo.
La conspiración contra Cámpora ya estaba en marcha en la mente del secretario, aún antes de que ganara las elecciones.
“El acuerdo era que Cámpora debía renunciar luego de asumir. Yo entendí que esto debía hacerlo público incluso en el acto de cierre de campaña, el 8 de marzo, en la cancha de Independiente. Que avisara que era un candidato-delegado, que dijera en forma expresa que lo estaban votando a Perón y no a él. En ese momento ya había un endurecimiento de la Junta Militar, que le prohíbe a Perón volver al país antes del 25 de mayo, lo cual impidió que pudiera participar del cierre. Además, la radicalización de la campaña de la juventud podía espantar a votantes moderados, estábamos al borde, necesitábamos esos votos para no ir a un ballotage. La idea era que Cámpora lo dijera expresamente para que se supiera que estaba Perón detrás en todo esto. Pero no ocurrió”, expresa Abal Medina, en conversación con el autor.
Después de la victoria del 11 de marzo, Cámpora ya lucía el traje de presidente electo, y, al menos públicamente, jamás mencionó que su gobierno sería provisorio y renunciaría para habilitar un nuevo proceso electoral que permitiera a Perón su regreso al poder.
López Rega ya estaba enfocado en deteriorar su figura para acortar su mandato. Lo atormentaba que la Tendencia y Montoneros se afincaran en gobierno y el jefe del Movimiento quedara relegado, sin ningún tipo de gravitación.
La audiencia papal: Cámpora sí, Perón no
Un hecho que mostró a Cámpora en completa autonomía respecto a Perón, y que desagradó sino a Perón, al menos a su esposa Isabel, es que aceptara una audiencia con el Santo Padre, Paulo VI, gestionada por el embajador argentino ante la Santa Sede, Santiago de Estrada, designado por el gobierno del general Levingston.
Estrada había sido un activo militante católico antiperonista en los años ‘50.
Poco antes del regreso al país en noviembre de 1972, a través de distintos interlocutores Perón gestionó una audiencia con Paulo VI pero no la obtuvo. Era una demostración que la reconciliación con la Iglesia no había sido completada, y aún quedaban recelos por la quema de los templos y una excomunión latente desde 1955.
Sin embargo, el 30 de marzo de 1973, mientras Cámpora y Perón estaban alojados en el hotel Excelsior de Roma, y mantenían distintas reuniones con inversores europeos para la Argentina -en esa semana también recibieron a la conducción montonera y a Licio Gelli, jefe de la logia Propaganda Due, P2-, el papa Paulo VI recibió al presidente electo argentino junto a su familia en una audiencia privada en su biblioteca.
Conversaron durante 35 minutos.
Cuando regresó, Cámpora encontró a Perón en el hall del hotel. El mensaje se entendió de inmediato: el Papa había bendecido a Cámpora pero había rechazado el encuentro con su mentor.
“El show quédenselo ustedes”
Ya no se hablaba de gobierno provisorio, pero la conspiración interna contra Cámpora se agigantaba en reuniones de López Rega con dirigentes peronistas que habían quedado marginados de la oleada de la Tendencia, y también crecía el malestar de Perón frente al presidente electo, pese a los protocolos, las comunicaciones por télex y el respeto mutuo, quizá irradiado por los comentarios de su propio entorno, con el que convivía en Puerta de Hierro.
La presión del secretario López Rega desde su territorio, el poder doméstico, no fue en vano. Obtuvo rápido resultado: el último día de abril, el propio Perón lo nominó para el Ministerio de Bienestar Social, aun cuando Cámpora le había ofrecido ese cargo a Isabel, como un homenaje a su lealtad en los años de exilio.
Ese día López Rega alcanzó un puesto en la estructura del Estado, un lugar imprescindible para que luego se convirtiera en uno de los gestores de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).
Pero todavía no había noticias de la supuesta renuncia de Cámpora, apenas asumiera. Durante las arduas semanas de transición del poder militar al civil, mientras la guerrilla continuaba con la presión de las armas, con atentados y secuestros extorsivos, el lugar de Perón continuaba en la nebulosa: su futuro era bosquejado como una guía ideológica, un líder político dedicado a desparramar discursos de filosofía política en China o Latinoamérica, o como el jefe que retendría el control político del futuro gobierno peronista, pero no lo ejercería.
No se hablaba de nuevas elecciones presidenciales. Por el contrario, Cámpora aspiraba a la bendición de Perón para su gobierno, y qué mayor demostración de este acto sería su participación en los festejos del 25 de mayo, el día de su asunción, en los balcones de la Casa Rosada, y por ello envió a su sobrino Mario Cámpora, para cursarle la invitación personalmente en París, aprovechando una reunión que Perón tenía agendada con el presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, el 10 de mayo.
La recepción de Perón hacia el enviado del presidente electo fue fría, sin mencionar la expresa descortesía, sin ambigüedades, que le ofrendó López Rega.
Según relatara el escritor Miguel Bonasso en El Presidente que no fue, el sobrino insistió con el pedido en la espera del ascensor. “General, le rogamos que venga el 25. El pueblo argentino reclama su presencia y Perón respondió: No voy a ir, para no robarle el show al doctor Cámpora. Yo iré después y entonces el balcón será para mí”.
Un día antes de la asunción de Cámpora, el 24 de mayo, López Rega llegó al país para asumir como ministro de Bienestar Social y fue recibido en Ezeiza por distintas figuras del movimiento justicialismo. “La única misión que traigo -dijo- es la de representar al general Perón en la transmisión de mando”.
El regreso de Perón al país, el 20 de junio de 1973, aceleró de manera tumultuosa la renuncia de Cámpora a la Presidencia. El gobierno provisorio quedaría a cargo de Raúl Lastiri, yerno de López Rega, quien convocaría a nuevas elecciones que permitirían el acceso de Perón al poder en octubre del mismo año.
*Periodista e historiador (UBA. Es autor, entre otros libros, de “López Rega, el peronismo y la Triple A”.
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