El 25 de mayo en Malvinas: los ataques de la aviación que dejaron fuera de combate a dos buques británicos

Ese día se desarrollaron diversas misiones que tuvieron como objetivo a buques británicos que se habían adueñado del Estrecho de San Carlos. En múltiples ataques, las naves argentinas hundieron el Coventry y dejaron inoperable el Atlantic Conveyor. Ambos eran claves en la flota inglesa

Fotografía tomada por los británicos del teniente Lucero, quien debió eyectarse

La Fuerza Aérea había llegado a la conclusión que las misiones que salían bien temprano a la mañana no encontraban patrullas defensivas. Fue así como ese martes 25 de mayo de 1982 a las 8, despegaron cuatro A-4B. Armados cada uno con una bomba de mil libras, el capitán Hugo Palaver; los tenientes Daniel Gálvez y Vicente Autiero y el alférez Hugo Gómez, se dirigieron en la búsqueda de objetivos navales. Autiero y Gómez debieron regresar a los 25 minutos por fallas. Palaver y Gómez continuaron.

Se reabastecieron en vuelo. En Malvinas se encontraron con malas condiciones meteorológicas. Cuando llegaron al estrecho, Palaver vio la figura de un buque grande y decidió atacarlo. Pero enseguida se dio cuenta que era el buque hospital Uganda.

Por un error de navegación, no estaban volando en la dirección que ellos creían. Palaver disparó contra un buque que resultó ser el Monsunen, una nave costera de carga que había sido requisado por la Armada. Las bombas cayeron largas. Comenzaron a recibir fuego antiaéreo argentino y el avión de Palaver, que había sido impactado, comenzó a perder combustible y líquido hidráulico. En el momento en que le informaba a García la intención de eyectarse, dos misiles -posiblemente disparados desde el Coventry- destruyeron el avión. Gómez arribó a Río Gallegos a las 11.

Palaver era un cordobés de 35 años, nacido en Deán Funes. Dejó una esposa y una hija, de meses. Sus padres, como lo hicieron tantos otros, se habían aferrado a la idea de que los británicos habían tomado prisioneros y que su hijo era uno de ellos.

Al conocerse el dato que los británicos intentaban armar una estación de radar en la isla Beauchene, a las 10 despegaron de Río Grande cuatro M-5 Dagger, piloteados por los capitanes Carlos Rohde y Roberto Jannet, mientras que la segunda sección estaba conformada por los capitanes Amílcar Cimatti y Carlos Moreno. Volvieron dos horas después sin novedades.

Los aviones piloteados por Carballo y Rinke atacan el Conventry

A las 11:30 salieron de San Julián cuatro A-4C, armados con tres bombas. Iban el capitán Jorge García; los tenientes Ricardo Lucero y Daniel Paredi y el alférez Gerardo Isaac. Al atacar a buques en el Estrecho de San Carlos, un misil Rapier derribó al teniente Lucero, quien se eyectó y fue rescatado. Los tres aviones restantes atacaron la fragata Avenger. En el escape, García fue alcanzado por un misil Sea Dart disparado desde el Coventry. El piloto logró eyectarse, pero no pudo ser ubicado. En 1983 su cuerpo fue hallado en la balsa en la costa de la isla Trinidad y fue enterrado en el cementerio de Darwin. Tenía 33 años, había nacido en Mendoza, estaba casado y en 1981 había sido padre de una nena.

El resto de los pilotos llegaron a San Julián a las dos y media de la tarde.

Observadores argentinos en tierra notaron que el Coventry y la Broadsword eran los barcos más próximos al continente. Se decidió atacarlos. Habría reabastecimiento en aire y serían guiados por Lear Jets 35 del Escuadrón Fénix.

El Conventry escorado. Herido de muerte, debió ser abandonado

A las dos de la tarde, de Río Gallegos despegaron dos escuadrillas de A-4B. En la primera iban con una bomba de 1000 libras el capitán Pablo Carballo; el teniente Carlos Rinke y el alférez Leonardo Carmona. En la segunda, con tres bombas de 250 kilos cada avión, salieron el primer teniente Mariano Velasco; el alférez Jorge Barrionuevo y el teniente Carlos Ossés. Carmona y Ossés debieron regresar por problemas.

El objetivo era el Coventry y la Broadsword, que tenía cuarenta impactos fruto del ataque del 21.

Desde la Broadsword detectaron a los aviones de Carballo y Rinke, quienes no se habían percatado que eran perseguidos por una patrulla de Sea Harriers. Sin embargo, antes de que estuvieran a distancia de tiro, a los aviones ingleses les ordenaron salirse de la línea de disparo de los misiles.

García y Palaver, pilotos caídos ese 25 de mayo

Del buque apuntaron el Sea Wolf, pero los aviones argentinos volaban muy pegados y esto confundió a la computadora del misil, que no se disparó.

Arrojaron a la fragata cuatro bombas de quinientos kilos; una cayó al agua, otras dos volaron sobre el buque y la cuarta rebotó en el agua, hizo un boquete por estribor, atravesó la cubierta y destrozó un helicóptero Lynx.

Otros dos Skyhawks, piloteados por el primer teniente Mariano Velasco y el alférez Jorge Barrionuevo fueron hacia el Coventry.

“¿Dónde están? ¿De dónde vienen? ¿De dónde vienen? ¡Por el amor de Dios!”, se desesperaron en el destructor. De pronto, dos Skyhawks, que aparecían y desaparecían, salieron por detrás de la isla Borbón, volando al ras del agua. En la cubierta superior, hasta los cocineros y camareros habían recibido armas pequeñas para disparar.

Los ataques aéreos del 25 de mayo fue un duro golpe para la flota británica

El buque, con suma agilidad, maniobraba frenéticamente, mientras sus tripulantes les tiraban con todo a los aviones argentinos. Esas maniobras hicieron que se ubicara frente a la trayectoria de tiro de misil de la Broadsword, que se vio impedida de disparar.

Le lanzaron cuatro bombas. El Coventry fue impactado sobre su línea de flotación, a su babor. Una estalló en la sala de computadoras y la otra en la sala del motor delantero, debajo del comedor. Las explosiones provocaron 19 muertos y 30 heridos.

El barco no demoró en escorarse. Todo era oscuridad, calor, humo ácido y asfixiante, con hombres con sus ropas prendidas fuego. El buque, herido de muerte, debía ser abandonado. El último en hacerlo fue su capitán David Hart-Dyke. Saltó por el costado del barco con sus manos muy quemadas y fue subido a una balsa.

A las 16:22, cuando el Coventry zozobraba, los pilotos aterrizaban en la base.

Mientras tanto dos Super Etendard despegaron a las 14:34 de Río Grande. Esa decena de pilotos, asistidos por 90 mecánicos, disponían aun de cinco misiles Exocet.

En las planificaciones de las misiones aéreas, los argentinos se encontraron con el misterio de los Sea Harrier, que cuando emprendían los vuelos de regreso, desaparecían del radar siempre en el mismo lugar. A los radaristas les costaba ponerse de acuerdo en la definición de un punto. Lamentablemente, no podían ya contar con el auxilio de los Neptune, esos aviones de cuarenta años que se arriesgaban en cada vuelo para identificar blancos. Ambas naves, que habían cumplido un papel clave en otras misiones, como fue el ataque al Sheffield, habían dicho basta y estaban fuera de servicio.

Ese 25 de mayo, luego de que participaron de la ceremonia de evocación de la fecha patria, los pilotos supieron que había una misión.

Cuando el Exocet hizo impacto en el Atlantic Conveyor, se desató un incendio y se sucedieron explosiones en su bodega

Eran las diez de la mañana cuando el capitán Roberto Curilovic y el teniente de fragata Julio Barraza, pilotos de Super Etendard, se prepararon. Atacarían un punto donde se suponía partían los Sea Harrier.

Un Hércules los abastecería en un punto convenido a las 11. Como se alargó la partida, Barraza se acercó al comedor a comer un guiso, mientras que Curilovic permaneció en el hangar.

Fue cuando recibieron una nueva información: en la entrada del Estrecho de San Carlos había dos buques, uno clase 42 y otro 21, con la función de detectar aviones argentinos y derrribarlos con misiles.

Acordaron atacarlos por el norte, por donde los ingleses no esperarían. Volaron casi pegados en silencio de radio. Solo se entendían por señas. A unas 55 millas ascendieron y cuando emitieron radar, en la pantalla aparecieron dos naves. Descendieron y se pegaron al agua. Veinte millas más adelante repitieron el procedimiento. El radar les indicaba un buque grande y otro chico. “Vamos por el más grande”, ordenó Curilovic.

Era el Atlantic Conveyor, un buque que transportaba misiles, bombas, cohetes, combustible, víveres y abastecimiento para 1500 hombres, cinco helicópteros que pensaban emplear en el transporte de tropas a Puerto Argentino, y hasta planchas de aluminio para armar una pista de aterrizaje en San Carlos. El buque había sido modificado para que pudiesen operar, en cierta escala, aviones Sea Harrier y helicópteros.

Su posición preocupaba al almirante Woodward. Trató de alejarlo lo suficiente del alcance de los Super Etendard. Su capitán era Ian North, un veterano marino de la segunda guerra mundial de 57 años, que por las noches deleitaba a la tripulación con sus anécdotas de sus aventuras del mar.

El buque esperaba la noche para poder acercarse a la costa y descargar todo el material. Lo habían pintado de oscuro para que fuera menos visible.

Curilovic disparó primero su Exocet, luego lo hizo Barraza. Curilovic recuerda haber contemplado cómo los misiles se dirigían al blanco.

Del lado británico, a partir de que habían detectado a los aviones argentinos, todo era frenético. El Atlantic Conveyor recibió el mensaje de alarma roja. “¡Posiciones de emergencia! ¡Posiciones de emergencia!”, se ordenaba, mientras la sirena avisaba del peligro sin parar.

Fueron instantes. Cuando todos ocupaban sus puestos de combate, un Exocet impactó por babor, dos metros por encima de la línea de flotación. Hubo una enorme explosión.

Se desató un incendio que amenazó los depósitos de kerosén y el de las bombas.

El Atlantic Conveyor era un buque de carga. Llevaba municiones, bombas, helicópteros y demás aprovisionamientos para las tropas

Los pilotos argentinos giraron violentamente y se alejaron. Del portaaviones Invincible les lanzaron seis misiles de a pares. Uno terminó impactando en un helicóptero propio que cumplía funciones de cortina antisubmarina.

Tenían combustible para llegar a San Julián, pero decidieron regresar a Río Grande. Llamaron al Hércules abastecedor para saber si aún estaba en zona. Se había quedado por cualquier contingencia y así los abasteció.

A las 6 y 10 de la tarde aterrizaron. Sus compañeros, ansiosos en tierra, creían que ya no regresarían. Los pilotos, cuando descendieron de los aviones, se dieron cuenta que había una multitud esperándolos.

Roberto Curilovic y Julio Barraza retornaron a la base ya de noche. Muchos pensaron que no volverían a verlos

En la base habían sintonizado la BBC, esperando novedades, porque ignoraban a qué habían hecho blanco.

A las 19:20 los ingleses entendieron que el barco no tenía salvación y se ordenó el abandono. Luego de rescatar a 13 bomberos que habían quedado atrapados, los hombres fueron descendiendo por escaleras y sogas hacia los botes salvavidas, en medio de explosiones que ocurrían en la bodega. Partes del casco estaban al rojo vivo.

La proa del buque subía y bajaba por el movimiento de las olas, provocando la succión de hombres y balsas que estaban cerca. Si bien el capitán Ian North pudo ser subido a una balsa, una ola lo terminó arrastrando y desapareció en las aguas.

El buque se hundió el 28.

Al irse al fondo del mar esos suministros, los británicos se vieron obligados a cambiar de estrategia: ya no se trasladarían en helicópteros, sino que los hombres debían cubrir por tierra un trayecto de 100 kilómetros.

Los ataques de los aviones argentinos a la cabecera de playa en San Carlos, llevaron a preguntarse a Woodward quién estaba ganando la guerra. “Me temo que no éramos nosotros”. Habría aún más capítulos trágicos de esta historia.

Fuentes: La Fuerza Aérea en Malvinas vol 2; Los cien días. Las memorias del comandante de la flota británica durante la guerra de Malvinas, por Sandy Woodward; diarios La Prensa y La Razón.

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