Ese lunes 3 de diciembre de 1928 la pequeña ciudad de Ushuaia se paralizó. Sus pobladores, que no pasaban de las 1800 almas, comenzaron a agolparse en la bahía, la Escuela Número 1 suspendió sus clases porque los alumnos no podían mantenerse en sus pupitres por la tremenda expectativa; uno de ellos, Martin Lawrence, en la ansiedad por llegar lo más rápido posible al puerto se llevó por delante a un maestro. Se transformaría en el primer piloto nacido en Ushuaia.
Es que no era una ocasión cualquiera: ese día llegaba por primera vez un avión a la ciudad. Muchos nunca habían visto una máquina semejante.
En la bahía se encontraba el gobernador Juan María Gómez, autoridades del presidio y vecinos. El avión lo piloteaba Gunther Plüschow, un militar, explorador y escritor alemán, que cargaba sobre sus espaldas un sinnúmero de aventuras alrededor del mundo.
Apenas descendió de la máquina, Plüschow entregó una saca de correo que había enviado el gobernador de Punta Arenas con saludos para su par de Ushuaia. Uno de los vecinos, de apellido Morais fue el que puso su espalda para que el piloto pudiera apoyar y firmar el remito.
Nadie allí lo sabía, pero el alemán estaba cumpliendo un viejo sueño que arrastraba desde su juventud. Cuando estaba en la academia militar, le llegó a sus manos una revista que publicaba una fotografía de un barco alemán anclado con un ventisquero fueguino de fondo. Para él, esa imagen fue un remanso de paz que solía contemplar en la rigurosidad del entrenamiento y la rígida disciplina del liceo militar. Se juramentó que en algún momento viajaría hacia ese lugar que llevaba el inquietante nombre de Tierra del Fuego, y que muchas publicaciones mencionaban que pertenecía a una inexplorada Patagonia.
Su nombre completo era Eduard Gunther Hermann Karl Plüschow y había nacido el 8 de febrero de 1886 en Munich.
A los 10 años ingresó a la Escuela de Cadetes Plön, donde se propuso “ser fuerte para soportar las barras y paredes de esta prisión”. Continuó su formación como oficial de la armada imperial alemana y en un velero escuela recorrió el mundo.
Estuvo destinado en diversos buques y a mediados de 1913 lo aceptaron en la Tropa Aérea del Imperio Alemán, luego de haber aprobado el curso de aviador. Fue destinado a Tsingtau, China. Allí lo sorprendió la Primera Guerra Mundial y en una misión en la que llevaba documentos secretos, debió hacer un aterrizaje forzoso luego de que su máquina fuera afectada por impactos de bala.
Con identidad falsa, viajó hacia Estados Unidos para poder llegar a Alemania y continuar la lucha, pero en Gibraltar fue descubierto por los británicos. Conocida su condición de oficial, fue alojado en el campo de prisioneros de Donington Hall, en el noroeste de Inglaterra. Apenas llegó, preparó un plan para escapar. Aprovechó para evadirse una noche de tormenta, se ocultó en Londres y logró subirse a un barco holandés, donde viajó escondido en un bote salvavidas.
Fue el único prisionero que pudo escapar de dicha prisión.
Cuando a fines de 1916 un periódico publicó “La fuga del cautiverio inglés” del libro Las aventuras de Tsingtau, se vendieron 400 mil ejemplares y Plüschow se convirtió en un popular héroe de guerra.
Fue ascendido y nombrado comandante de hidroaviones. Se casó con Elsa Kempfe, la hija de un dentista. El la llamaba Isot, derivada de la heroína de la ópera Tristán e Isolda. En septiembre de 1918 nació su hijo Guntolf y en noviembre se le vino el mundo abajo: Alemania se rendía. Pidió la baja.
A partir de ahí, hizo de todo: aviador correo, locutor de cine, mecánico de motos, capitán de un yate de lujo para los ricos que viajaban por el Mediterráneo.
En 1925 su vida dio un giro: convenció a la compañía naviera Laeisz y a la editorial Ullstein de hacer un viaje por Sudamérica, escribir un libro y hacer una película.
Así se embarcó como camarero en el Parma, un imponente velero. Debía escribir un libro a su regreso. Pero el alemán también planeaba hacer una película, que entonces era un medio muy popular.
De esta forma registró una terrible tormenta cuando navegó por el Cabo de Hornos y llegó a Valdivia. Luego recorrió Chile, Perú y Ecuador y en 1926 estuvo de regreso en Alemania.
Ya tenía en mente organizar su propia expedición a Tierra del Fuego, liderando un equipo de gente y con un avión. Su propósito fue el de registrar desde el aire el maravilloso paisaje fueguino. Una vez que consiguió los patrocinadores, se construyó un hidroavión y un barco de 16 metros de largo al que bautizó “Feuerland”, que significa Tierra del Fuego. Zarpó el 29 de noviembre de 1927, junto a cuatro hombres, su esposa y un terrier. El avión, desarmado y embalado, viajó en otro buque.
Con ese cúter a vela cruzó el Atlántico. Luego de una escala en Brasil, su arribo a Buenos Aires tuvo excelentes repercusiones. Plüschow describió a la ciudad como “un segundo y pequeño Nueva York”, y dijo que era la capital del “país de las grandezas, de las bellezas y de las riquezas en masa”.
El 23 de octubre arribó a Punta Arenas. Allí se armó el biplano Heinkel. “Sí, quiero bajar a tierra, a mi Tierra del Fuego, quiero estar solo, décadas he esperado este momento…”.
Sobre el lugar escribió que “es la armonía de todas las cosas, la armonía de todas estas magníficas expresiones de la naturaleza”.
Se transformó en el primero en tomar fotografías y en filmar desde el aire los canales fueguinos y las cadenas montañosas.
Roberto Litvachkes, quien hizo una adaptación al español del libro Ikarus. Gunther Plüschow. Una vida en tres continentes, de Gerhard Ehlers (editorial Museo Marítimo de Ushuaia), contó a Infobae que “a esta altura Plüschow tenía una aureola de héroe. Era una persona carismática que enseguida caía bien en la gente. Era alguien que se hacía querer, carácter que le sirvió cuando tuvo que pedir ayuda para salvar cualquier inconveniente, especialmente cuando su avión sufría alguna avería”.
El 8 de noviembre de 1929 la película muda que él mismo editó se estrenó en el teatro UFA en Berlín. En cada una de las exhibiciones, él estuvo presente explicando cada una de las escenas. El público se maravilló y colmaba las salas. Paralelamente editó un libro que se vendía más que bien.
El crack económico del 29 lo derrumbó. Tenía planeado otros viajes y salió en búsqueda de ayuda económica, ya que la editorial con la que trabajaba no mostró interés. Cuando por fin en julio de 1930 juntó lo necesario para el segundo viaje, descubrió que las cosas habían cambiado para mal en Argentina. No solo había ocurrido un golpe militar, sino que un aviador francés estaba haciendo vuelos por la Patagonia: Antoine de Saint-Exupéry. El alemán no podía creer que otro aviador disputase los cielos que él pensaba conquistar.
Cuando llegó a Chile a armar nuevamente el avión, descubrió que las ratas se habían comido los largueros y parte del revestimiento. En tiempo récord hicieron las reparaciones.
Su campamento base estaba en Chile, en la orilla norte del lago Sarmiento de Gamboa. Otros los había armado en Lago Argentino y en Lago Viedma. Con un mapa de las altas cordilleras desplegado sobre sus rodillas, realizó distintos vuelos de relevamiento, cruzando el cordón montañoso en varias oportunidades.
De pronto, las autoridades argentinas comenzaron a sospechar que bien podía ser un espía, ya que este alemán hacía vuelos en una frontera que estaba en litigio con Chile. Además no había caído bien cuando le escribió al presidente Hipólito Yrigoyen solicitándole por un connacional, hijo de un juez, que estaba preso en Argentina y le pidió que le permitiese continuar su condena en Alemania. La cúpula militar que derrocó al radical en septiembre de 1930 tampoco vio con buenos ojos sus actividades.
El 28 de enero de 1931 a las 10 de la mañana, escribió en su diario: “¡Tenemos que despegar ya! Volaré directamente al Campo II en el Lago Argentino. Quiero salir de aquí”. Luego de tres horas de vuelo, unos pastores vieron cómo al avión se le quebraba un ala y a sus ocupantes intentando saltar. Luego de unas vueltas en el aire, la máquina impactó en tierra. Plüschow y Ernest Dreblow fallecieron.
Al día siguiente llegó la orden del Ministerio de Guerra argentino de detener al explorador alemán y confiscarle el material fílmico y fotográfico, ya que sospechaban que era un espía.
Fue enterrado en Berlín a mediados de mayo de 1931, en una multitudinaria ceremonia. Tenía 45 años.
En su primer viaje que hizo a Tierra del Fuego, su barco Feuerland se vendió a las islas Malvinas. Perteneció a las Falklands Island Company y en la guerra en 1982 fue requisado por la Armada y rebautizado Penélope. Realizó tareas logísticas, fue enviada al rescate de los náufragos del ARA Isla de los Estados y en Bahía Fox fue atacada por aviones Harrier. También llevó a comandos a distintos puntos de las islas. Hasta 2006 se ocupó de transportar isleños y turistas. En la actualidad su casco está en el astillero del Museo de Flensburg, a la espera de inversionistas para reconstruirlo y llevarlo a Tierra del Fuego.
Un glaciar en el fiordo Agostini tiene su apellido; en la entrada al parque nacional Los Glaciares, cerca de donde encontró la muerte, hay un monumento que lo recuerda; hay otro en Ushuaia donde además, desde 1973 una calle de 150 metros lleva el nombre de este alemán que, desde niño, sintió que Tierra del Fuego era su lugar en el mundo.
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