“Esto se nos va de las manos”: la negativa de Thatcher al plan de paz y el desembarco inglés en Malvinas

El 21 de mayo de 1982,cinco mil británicos desembarcaron en el estrecho de San Carlos e iniciaron su marcha a la conquista de Puerto Argentino luego del fracasar la mediación de Javier Pérez de Cuellar, el secretario general de la ONU. Las ganas de renunciar del canciller Costa Méndez y el intimidante consejo que recibió

El almirante Jorge Anaya le muestra su regalo a Juan Pablo II bajo la absorta mirada de Galtieri

Era mitad de mayo de 1982 el enfrentamiento con el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas comenzaba a escalar. Desde hacía unos días el almirante Jorge Anaya se mostraba inquieto y llamo al joven empresario Hugo Franco, un reconocido amigo del cardenal Raúl Primatesta. Lo convoco a su despacho. Comenzó preguntando cómo iba la construcción de la casa que se estaba construyendo para el comandante de la Armada (COARA) al borde del lago Nauel Huapi. Mientras fumaba y tiraba las cenizas en el piso de su oficina, a pasar de tener ceniceros, le intereso saber si había filtraciones sobre lo que se estaba haciendo en plena guerra. Le pregunto cuánta gente trabajaba y Franco le dijo 60 y todos sabían para quien era la casa que construía la Armada. No le gusto la respuesta al almirante y lo hizo responsable de una posible filtración. Luego le dijo que quería hablar con el cardenal Raúl Primatesta, miembro importante de la Conferencia Episcopal Argentina. Días más tarde se encontraron en una casa que el amigo del Cardenal alquilaba en el Club Hindú al capitán de navío Carlos “Beto” Corti, Agregado Naval en Francia. Durante la conversación, Anaya le habló de la posibilidad de intervención del Papa Juan Pablo II y reconoció que “la cuestión se nos está yendo de las manos”.

En esas mismas horas se produciría un gesto diplomático que la Junta Militar tuvo que tomar buscando ampliar su apoyo internacional. El gesto fue con México: Juan Manuel Abal Medina, otrora secretario general del Movimiento Nacional Justicialista, designado por Perón, se asiló en la embajada de México el 29 abril de 1976. Los militares le achacaban infinidad de pecados. Abal Medina, testigo y actor de muchos acontecimientos políticos en los años 70, sólo reconocía su militancia nacionalista y católica, además de excelentes contactos con un sector de la dirigencia gremial que encabezaba el metalúrgico Lorenzo Miguel. Los militares, tan laxos en ocasiones, no reconocían matices cuando hablaban de Abal Medina. Hasta bien entrado el conflicto siguió encerrado en la embajada mexicana. Sólo lo dejaron partir cuando precisaron la solidaridad de México, en mayo de 1982. En esos días previos a la guerra en el Atlántico Sur, y para no interferir las relaciones bilaterales, la Junta Militar abrió la mano para que saliera del país. “Él no quiere ser motivo de obstáculo entre los dos países, más cuando su permanencia en la embajada puede malquistar el apoyo de México. No desea irse del país, pero si se va a su casa Juan Manuel debe tener un ‘fiador’, una garantía de su seguridad física. Como hombre de profundas convicciones religiosas se pensó en el Papa Juan Pablo II, y uno de sus representantes en la Argentina era nada menos que su tío, el vicario castrense, monseñor José Miguel Medina”, me dijo el diplomático Mario Cámpora el 5 de abril de 1982. La Junta Militar lo quería afuera y aceptó la “opción” de viajar a México. No fue fácil. El embajador Emilio Calderón Puig no estaba en Buenos Aires y no se sabía cuándo retornaría. Los tramos finales de la gestión los llevó el encargado de negocios Luis Franco Todoberto. “Espero que nos enteremos nosotros primero que la prensa” dijo el diplomático mexicano. Con su habitual frialdad, el vicecanciller Enrique Juan Ros respondió que “no es un tema nuestro”. Después de muchas dilaciones y mientras la sociedad atendía el creciente conflicto en el Atlántico Sur, a fines de mayo, Juan Manuel Abal Medina viajó a México con Cristina, su esposa, y sus hijos. El jueves 20 de mayo, a las 22.40, varios autos diplomáticos y policiales de la División de Asuntos Extranjeros llegaron al aeropuerto internacional de Ezeiza. El auto principal, un Mercedes Benz, entró directamente a la pista y se estacionó al lado de la aeronave de Aerolíneas Argentinas, vuelo 1324, que partía a Miami. Del automóvil bajaron el embajador mexicano Emilio Calderón Puig, su esposa Margarita y Juan Manuel Abal Medina y su familia. Así el ex secretario general del Movimiento Nacional Justicialista, finalmente, salió del país tras seis años de encierro en la embajada mexicana.

El mismo 20 de mayo, en presencia del dirigente radical Leopoldo Moreau, en el céntrico hotel “Salles” donde habitualmente paraba cuando estaba en la Capital Federal, el ex presidente Arturo Illia me dijo que “si yo fuera presidente retiraría las tropas de las islas, porque el objetivo ya lo ganamos, está cumplido. Aunque conmigo no se hubiera invadido”. Además consideró que existía “mucha improvisación en el gobierno”.

Apuntes del autor

También otros políticos tomaban distancia del gobierno del presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri mientras se hablaba de un gobierno de “notables” para enfrentar el conflicto armado. El peronista Deolindo Bittel opinó: “El gobierno de las Fuerzas Armadas tiene que convertirse en un gobierno de transición y de ahí en más señalar una fecha cierta para las elecciones. Nada de transiciones de otra naturaleza”. A su vez presentó dudas sobre un “gobierno de coalición” del que tanto se hablaba en esas horas. Otro peronista, Antonio Cafiero, en un inusual rapto de sinceridad y coraje, analizó que “los argentinos somos erráticos; un buen día decimos que somos los abanderados de la integración latinoamericana y otro día decimos que no somos América Latina y que somos Europa, y hay que terminar con estos vaivenes y tener una política coherente”. Y luego continuó: “Un día estamos en el mundo No Alineado y al otro día decimos que no nos interesa; un día somos aliados incondicionales de los Estados Unidos y al otro día queremos ir a la guerra contra ellos”.

El 20 de mayo de 1982, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, Secretario General de la ONU, anunció en el Consejo de Seguridad el fracaso de su gestión mediadora y daba por terminada su gestión, y el Reino Unido, a través de sus canales diplomáticos, notificó extraoficialmente al secretario general de Naciones Unidas que no había más razones para seguir negociando. En los diarios del viernes 21, se informaba que el día anterior había fallecido el ex canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz, el mismo que había obtenido durante su gestión la Resolución 2065 de Naciones Unidas, que obligaba a la Argentina y el Reino Unido a negociar la cuestión de soberanía de las Malvinas (1965).

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El teniente primero Carlos Esteban, de la Compañía C del RI 25, el día que su tropa jura a la bandera

En Buenos Aires el viernes 21 de mayo de 1982 amaneció con un buen clima otoñal. La tapa de los diarios mostraba como única foto al canciller argentino Nicanor Costa Méndez gesticulante, mientras acusaba a “la señora No”, Margaret Thatcher, de romper la negociación. La información general trataba sobre la imposibilidad del secretario general de Naciones Unidas de avanzar hacia un acuerdo. Ese 21 de mayo Gran Bretaña inició el desembarco de tropas en el Estrecho de San Carlos, y los combates se extendieron a otros puntos de las Malvinas. Mientras se desarrollaban encarnizados combates en las islas, por la noche, los analistas de la Cancillería argentina apuntaban:

• Viaje de Costa Méndez a Nueva York para participar en la reunión del Consejo de Seguridad. “Se piensa que no habrá ningún saldo importante.”

• Viaje de Costa Méndez a Washington para participar de la reunión del Órgano de Consulta del TIAR. Se solicitará “decisiones más efectivas; Venezuela piensa en ruptura de relaciones con Gran Bretaña de toda América Latina”, comentó al autor el Ministro de Embajada Marcelo Huergo, uno de los diplomáticos más informados. “Canoro (el apodo de Nicanor Costa Méndez) dice que si fuera por él se iría del gabinete.”, comentó al autor el embajador Mario Cámpora, en aquel tiempo apartado del Servicio Diplomático. Años más tarde, las dudas de Costa Méndez fueron reveladas: “¿Qué pasa si renuncio?” preguntó Costa Méndez en una ocasión. “Te fusilan, dirán que se perdió por tu culpa”, le respondió el embajador Gustavo Figueroa, su jefe de Gabinete.

Tropas británicas con suministros en tierra en San Carlos, luego del desembarco del 21 de mayo

Los títulos de los diarios del sábado 22 de mayo señalaban: La Nación: “Fuertes pérdidas del enemigo en los combates librados ayer”; Clarín: “Tropas argentinas enfrentan a la fuerza invasora”; El Popular: “¡Victoria! Fracasó el nuevo intento de invasión inglés: 8 de sus fragatas quedaron fuera de combate, 2 presumiblemente hundidas y otras 2 con muy severos daños.”; La Razón: “Contúvose la invasión” y “Convicción: “Los ‘marines’ inmovilizados en San Carlos, esperan su ‘Dunkerque’”. En Londres se informaba con certeza que 5.000 soldados británicos habían desembarcado. No habían encontrado resistencia y la cabeza de playa en San Carlos estaba consolidada, y reconocieron el hundimiento de la fragata HMS “Ardent”.

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La Fragata HMS Ardent en llamas luego del ataque argentino

El 23 al mediodía llegó Costa Méndez al frente de la delegación argentina. Entre otros, lo acompañaban los embajadores Figueroa, Erhart del Campo, el ministro Atilio Molteni y el secretario Julio Freyre. Al lado del canciller estaban el contralmirante Moya, general Iglesias y brigadier Miret. Uno de los temas principales a considerar en el Consejo de Seguridad era una propuesta de Irlanda. El proyecto establecía: a) un cese de hostilidades por 72 horas; b) dar participación a Pérez de Cuéllar a intentar una nueva gestión mediadora, conducente a entablar negociaciones; c) durante esas 72 horas las tropas deberían permanecer en los lugares en que se encuentran y no se permitía a ambos bandos reforzar sus posiciones.

El canciller Costa Méndez comienza a prepararse para viajar a La Habana

Desde Londres, Margaret Thatcher rechazó el alto el fuego. A esa altura, las fuerzas británicas tenían muertos, barcos hundidos o averiados y varios aviones de combate de última generación derribados. Como una vez apuntó la Primer Ministro, recordando a Federico el Grande, “la diplomacia sin armas es como la música sin instrumentos”.

El canciller Costa Méndez informó a los medios que la Argentina retiró a su personal de la Junta Interamericana de Defensa con sede en Washington. Y que “no descarta” viajar a La Habana el próximo 29 de mayo, para participar en la Cumbre de Países No Alineados.

Por su parte, el 24 de mayo, el Estado Mayor Conjunto, en su comunicado 86, reconoció que las fuerzas británicas consolidaron la cabeza de playa de 10 km de profundidad y 15 km de frente en la Isla Soledad. Tras un ataque aéreo, resultaron dañados varios barcos británicos que apoyaban a las fuerzas de desembarco. Uno de ellos, la fragata HSM “Antelope”, estalló y el 25, durante un ataque masivo de aviones argentinos, fueron averiados varios barcos de guerra británicos. Los otros fueron el destructor “Coventry” (gemelo del “Sheffield”) y el portacontenedores “Atlantic Conveyor” que cargaba aviones “Harrier” y helicópteros de transporte de tropas. Para el comandante de la Brigada 3, Julián Thompson, fue un día negro para Gran Bretaña: Él esperaba recibir del Atlantic Conveyor 4 helicópteros Chinook y 6 Wessex con los cuales desplazar sus tropas y materiales de apoyo. Los aviones Harrier que transportaba habían sido retirados antes del ataque.

El Papa Juan Pablo II con el cardenal Achille Silvestrini

“Durante muchos años tal vez durante siglos, se discutirá en nuestro país para establecer si fue o no el momento preciso para hacerlo (la recuperación). Pero entendemos que la justicia y la reivindicación contenidas en este acto de gobierno, merecen que la decisión sea compartida por todos los habitantes de la República Argentina”, afirmaron, el 24 de mayo de 1982, Deolindo Felipe Bittel y Antonio Cafiero, en una declaración pública que fue registrada en la Memoria de la Junta Militar. “Ese mismo día, la Secretaría de Información de la Presidencia, recibió el último sondeo a la opinión pública. A la pregunta sobre si se debía ceder en algo para preservar la paz SIN COMPROMETER LA SOBERANÍA 40.4% de los entrevistados afirmaron que sí, mientras que el resto de los entrevistados respondió que en nada a costa de una guerra”, dejó asentada la Junta Militar. El 26 de mayo, Galtieri recibió al enviado de Juan Pablo II, monseñor Achille Silvestrini, un colaborador directo del cardenal Agostino Casaroli, el secretario de Estado del Vaticano. Silvestrini, quien poco después llegaría a cardenal, era un diplomático de ‘nivel mundial, era el delegado de Casaroli a cargo de asuntos internacionales, el ministro de asuntos exteriores del Vaticano.Tras el encuentro se anunció que el Santo Padre visitaría la Argentina el 11 y 12 de junio. La decisión fue muy analizada en las esferas del Vaticano. Desde varios meses atrás, Juan Pablo II había acordado con el gobierno de Margaret Thatcher una visita oficial a Londres el 27 de mayo. Tras el estallido de la guerra de las Malvinas, la Secretaría de Estado consideró oportuno no dejar en la soledad, sin visitar la Argentina, uno de los países católicos más importantes de América Latina. En realidad, la visita a Londres iba a estar precedida por un encuentro en el Vaticano entre Juan Pablo II y el presidente norteamericano Ronald Reagan (que se postergo un mes). Allí, como se conoció años más tarde, entre los dos (a los que hay que sumar a Margaret Thatcher), se terminó de concretar en pensamiento y acción común distintos asuntos que les preocupaban. En especial, el destino de los países de Europa Oriental sojuzgados por el comunismo y el avance castro-comunista en América Central.

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