Invierno de 2012. Aquel día, en General Pico, La Pampa, la revelación del siniestro Arquímedes Puccio pasó inadvertida en las nueve horas de monólogos, chistes, anécdotas, las porciones asado que devoró, los vasos de vino que tomó entre carcajadas y confesiones que taparon a otra que ahora sale a la luz.
Las que en su momento trascendieron fueron las dos más importantes: el presunto abuso del secuestrador con una nena de 14 años (se jactó de besarla y darle dinero para que pague las cuentas de su casa) y la lista que tenía de sus enemigos, encabezada por la jueza María Romilda Servini de Cubría, clave en las detenciones del clan.
Antes de morir, el 4 de mayo de 2013 en La Pampa, Puccio soñaba con volver a Buenos Aires.
-¿Para qué quiere volver?
-No vaya a creer que para nada turbio. Ningún hombre puede permanecer lejos de la ciudad en la que ha nacido.
-¿Qué es lo primero que haría?
-La primera noche ir de joda a algunos lugares non sanctos. Ver material femenino. Atorrantas sobran.
-¿Y su familia?
-No quieren verme. Llamo y me cortan. Pero claro que me gustaría verlos. Pero eso es privado.
-¿Qué más haría?
-No soy muy abonado a la nostalgia, pero iría a Barracas, el barrio de mi infancia.
-¿Iría a la casa de Martín y Omar en San Isidro?
-¡No! Eso es pasado. Y el pasado está muerto.
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Eso dijo el siniestro líder del clan que entre 1982 y 1985 secuestró y mató a Ricardo Manoukian, Eduado Aulet y Emilio Naum, quienes fueron mantenidos en cautiverio en la casa de la familia Puccio, en Martín y Omar 544, San Isidro, y luego ejecutados en descampados.
La banda cayó el 23 de agosto de 1985, hace 35 años, cuando pretendía cobrar el rescate a cambio de la liberación de la empresaria Nélida Bollini de Prado, que durante un mes vivió un calvario en el sótano de Puccio.
Su esposa Epifanía, hoy de 90 años, fue detenida y tiempo después liberada, pese a que según reveló Infobae en una entrevista a Servini de Cubría, era imposible que ignorara que en su casa había secuestrados.
Pero hoy, a poco más de diez años de la muerte de Puccio en soledad, y mientras revisaba las anotaciones y una cinta de un viejo casette que el paso del tiempo convirtió -por la cinta desgastada- la voz del viejo asesino parecida a la de Darth Vader, hallé una frase suya que por entonces ignoré pero que ahora es un hallazgo.
Recuerdo que cuando le pregunté por su familia, me dijo que lo habían olvidado.
-¿Maguila también?
-Él nunca me dejó.
-¿Habla con él?
-Si.
-¿De qué hablan?
Puccio hizo silencio, fastidiado.
-¿Se vieron?
-Basta, amigo. Respete a mi familia. Es un tema que no debo hablar.
Daniel “Maguila” Puccio participó del secuestro de Nélida Bollini de Prado, porque en los anteriores tres estaba en Australia. Era el preferido de su padre. Tenia más determinación y menos conflictos que su hermano Alejandro, cuyo talento para el rugby se derrumbó por la carrera criminal que le impuso su padre.
Los familiares de los asesinados siempre sospecharon que “Maguila” se ocupó del dinero mal habido. Y que lo invirtió en campos. Pero nunca pudo ser probado. “Sabemos que volvió al país y que cada tanto visita a su madre en San Telmo, pero estaría radicado entre San Luis y Córdoba”, dijo una fuente del caso.
Alejandro murió el 30 de junio de 2008. Había intentado suicidarse cuatro veces: metiendo los dedos en el enchufe, anudando sábanas, tragándose doscartuchos de máquina de afeitar. Pero su intento más famoso ocurrió en 1985, cuando se tiró esposado del segundo piso de Tribunales. Milagrosamente, cayó sobre un puesto de la DGI y sobrevivió.
–¿Extraña a su hijo Alejandro?
–¡Cómo no lo voy a extrañar! –Los ojos se le ponen brillosos–. Murió por todo lo que le hicieron. Ya me las van a pagar. La última bala será para mí.
–¿Piensa vengarse?
–No, es una forma de decir. La sociedad nos condenó. Nos llamó el siniestro clan Puccio, la familia muerte y no sé qué mierda más.
–¿Usted no secuestró a los empresarios ni ordenó matarlos?
–¡No! No tengo nada que ver.
–¿Quién los mató entonces?
–¡Yo qué sé! Y a mí no me interesa. Qué carajo me importa. No me voy a estar ocupando de cosas que no me incumben. Hay cosas que hay que ver, oír y callar.
–La Justicia encontró pruebas suficientes. A usted lo detuvieron in fraganti queriendo cobrar un rescate. Además los testigos lo incriminaron.
–Mentira. Todo fue armado por el juez Piotti. De lo único que me hago cargo es del secuestro de Bollini del Prado. Pero no fue por plata. Fue un secuestro político. En la jerga nuestra, una detención. Lo hicimos porque ella tenía una funeraria y nosotros sospechábamos que había enterrado dos desaparecidos. Yo era montonero.
–¿Montonero? Si usted era de Tacuara y colaboró en la Triple A.
–¡Eso es falso! Me opuse a la dictadura.
–¿Qué les diría a los familiares de las víctimas?
–Que reconozco el dolor que tienen ellos, pero no tengo absolutamente nada que ver con lo que pasó.
–¿Sigue viendo a sus hijos?
–No quiero hablar de ese tema. Sufrimos mucho y quiero cuidarlos.
–¿Ahora va a decir que eran una familia muy normal?
–¡Claro que éramos una familia muy normal!
Maguila, escabulléndose de la condena
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Maguila Puccio estuvo preso más de dos años y fue liberado el 1° de febrero de 1988 por falta de sentencia firme. Para cuando fue confirmada su condena a 13 años de prisión como partícipe de uno de los secuestros del clan, ya había pasado a la clandestinidad. En el 2011 regresó al país para pedir una constancia de extinción de la pena y la obtuvo.
Pero en 2019 ocurrió lo impensado: fue detenido en Brasil, cerca de San Pablo, cuando viajaba en un micro con una identidad falsa. Por entonces tenia 58 años y es probable que el Puccio que logró evadir su condena y vivir más de 10 años como prófugo hubiera recordado aquel día en que fue apresado junto a su padre Arquímedes cuando pretendían cobrar un rescate de 186 mil dólares por la liberación de la empresaria funeraria Nélida Bollini de Prado, a quien mantuvieron cautiva 32 días en el sótano de su casona de San Isidro.
Maguila nunca pensó que iba a vivir un momento similar, esposado y fotografiado. El perfil bajo que mantuvo todo este tiempo se quebró en Brasil, donde fue capturado. Allí pensaba moverse con otra identidad. Una paradoja: en su regreso a la Argentina mantuvo el mismo nombre pese a que decir Puccio es sinónimo de delito. Pero en el exterior, donde podía pasar más inadvertido, no pretendía llamarse de esa manera.
Daniel Arquímedes no solo tiene en común con su padre su segundo nombre. Es el más parecido a Arquímedes Rafael Puccio, el siniestro líder del clan que secuestraba y mataba empresarios en su casa. No solo físicamente (retacón, los mismos ojos, tono de humor similar), sino en la forma práctica y ambiciosa que tenían para ver el mundo.
Daniel fue funcional a la banda. En el último secuestro actuó encapuchado, empujó a la víctima a la camioneta y la encadenó.
Con su padre tenía largas charlas. Le aconsejaba que la mejor manera de pensar y crecer era viajando. “Yo conozco más de cien países”, se jactaba Puccio, que había sido diplomático en la primera presidencia de Juan Domingo Perón.
Maguila viajó por el mundo. Antes y después de su primera detención. Hay fotos suyas en las que aparece montando un camello en el desierto, al pie de las Pirámides de Egipto, haciendo surf en una playa hawaiana o tomando una cerveza en Alemania.
Era el hijo preferido de su padre. El más divertido (Puccio tenía una personalidad similar, solía hacer chistes o recurrir a las ironías) y el que podía interpretar las ideas de su padre. En cambio, su hermano Alejandro era más rebelde y contradictorio a la hora de relacionarse con Arquímedes.
El Puccio más enigmático estuvo preso y se sospecha que estaba detrás de un negocio oscuro.
Volvió a la Argentina y sigue en las sombras.
Para los familiares de las víctimas mantiene el secreto de todo lo que ocurrió y el destino del botín de la banda, calculado en un millón de dólares.
“Maguila sabe mucho pero calla. No me cierra que le hubiese dado la espalda a su padre. Lo que puedo decir es que la Justicia está en deuda conmigo y con toda la sociedad porque pudieron haberlo metido preso a Maguila también y no lo hicieron. Dejaron que se escapara y cuando lo tuvieron acá no hicieron nada, es más, proscribió la causa en su contra. Pero lo que queda claro que él fue un integrante más de esa banda siniestra junto con toda su familia”, dijo a Infobae Guillermo Manoukian, hermano de Guillermo, una de las víctimas.
¿De qué hablaban Arquímedes y “Maguila”? Puccio murió en la pobreza. Nadie reclamó sus pocas pertenencias. Vivía en una pensión de mala muerte. Según él, cuando llamaba al departamento de San Telmo donde vívía Eifanía con sus hijas Silvia y Adriana, le cortaban y lo hacían llorar.
Pero “Maguila”, el más enigmático de los siniestros del clan, nunca traicionó ni abandonó a su padre.
Todo lo hizo en las sombras.
Su sello. No dejar huellas.
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