El primer día que salió de la cárcel, a Esteban Lovisa le ofrecieron droga. “No te voy a mentir, un papel de diario y ‘tomá’. Le dije ‘No. ¿No tenés otra cosa para ofrecer? Vamos a tomar una coca… Me dijo ‘ahora consigo plata y vengo’. Pero no vino nunca más”.
Esteban tiene 33 años y conoce la cárcel: estuvo 9 años detenido. Recuperó su libertad en abril de 2019 y hoy trabaja en YPF. La vida le dio una nueva chance, y él la tomó. Ahora dice con orgullo: “Soy espartano”. Veremos por qué.
Los primeros años que pasó en prisión fueron difíciles. Cuenta que era “antisocial”. A los dos años, recuerda, decidió olvidarse de su familia, de sus amigos, de todo lo que estaba en el afuera. “Fueron dos años sufriendo, pensando qué estarían haciendo. Los volvía locos, que me cuenten, que no me mientan y cositas así”. Llevaba “una vida mala, mala. Me drogaba, hacía cosas malas. Me han llegado a odiar, a querer matar. Estuve tres años viviendo al límite, eran siempre pleitos con la seguridad, la policía, con los mismos presos”.
Pero su transformación llegó cuando lo trasladaron a la Unidad 48 de San Martín. Allí conoció a la Fundación Espartanos. “Es una fundación de rugby. Gracias a ellos hoy estoy acá, en YPF”, cuenta. Ya había oído hablar de ellos a través de otros internos. El jefe del penal, cuando llegó, le dijo que allí iba a estudiar, a trabajar. Y a jugar al rugby. Hoy en día, señala, las cárceles cambiaron. “Hay muchos proyectos en el Servicio Penitenciario”.
La cancha de rugby del penal era de tierra, cascotes, había vidrios, piedras. Veía como los internos que practicaban el deporte se tiraban al suelo, le parecía “re loco”. Pero después, cuando los veía, “hablaban y era re bonito, es como otra educación que se genera”. Allí también conoció los cursos de Psicología, los talleres. Y se recibió de plomero matriculado.
El proyecto Espartanos le parece “transformador”. “De un 100%, reincide el 5%. Ellos tampoco es que van a decir ‘veni sentate acá y manejá un banco’”, explica. Pero lo ordenaron y le dieron un horizonte, las herramientas para tener una vida distinta al salir. “Yo salí. Me dieron un padrino. Ellos entrenan de lunes a viernes, y los viernes hacen un Rosario”. Gracias al proyecto de la Fundación y a un acuerdo con el Servicio Penitenciario, también interactuó con gente que llegaba desde afuera y colaboran con la Fundación: “Mujeres, niños, adultos, curas. Ayudan para que los chicos cambien. Porque es feo salir, encontrarte con otra clase de vida y no sabe qué camino tomar. Yo tenía dos caminos, uno de seguir trabajando, apostar a la Fundación que me ayudó y otro era la delincuencia”.
Te puede interesar: La inspiradora historia del primer chico con autismo que ingresó a una universidad pública y hoy es empleado de la Corte
Cuando recuperó la libertad encontró un mundo distinto. “Muy raro, todo cambiado. Las calles de barro estaban asfaltadas. Había Metrobús. Coches nuevos, nuevísimos. Y caras nuevas, que conocía de chiquitos, imaginate, fueron 9 años. Y de repente salí y encontré toda la gente grande. Y me sentía raro. Es más, estuve un tiempo encerrado en mi propio yo, en casa, sin salir. Me sentía perdido. Salía y preguntaba qué colectivo me tenía que tomar para ir hasta al lado. Bueno, hace cinco meses que no uso celular y me buscan por todos lados. Estoy medio medio desactualizado…”
Después del día que le ofrecieron droga, pensó que el padrino de los Espartanos que le habían designado en la cárcel no iba a aparecer más. Eso no sucedió. Agustín, así era su nombre, lo llamó para que fuera a trabajar a su casa. Desacostumbrado a viajar, Esteban se perdió, pero al final llegó.
“Me hizo limpiar canaletas, con las uñas la limpié, y pensaba ‘que tengo que andar haciendo acá’, pero después pensaba el lado bueno, ‘me tengo que rescatar’. Pasó todo y me pagó”,
A los tres días, Agustín lo volvió a llamar. Esta vez lo hizo limpiar una pileta y juntar las hojas. “Me dio una plata para comer, otra plata para el cumpleaños de mi hija”. Fue haciendo changas, le festejó el cumpleaños a su hija y luego, la Fundación le ofreció un trabajo.
“Vieron que cumplía el horario”, cuenta, y algo más: “Me ponía a prueba. Me dejaba relojes, plata, cuando pasaba al baño. Y nada. Pensaría ‘este manotea y listo, no cambia más’. Y yo no me la iba a mandar. Me iba a portar bien”.
Esteban comenzó a trabajar en la Imprenta Lobos, donde imprimen los libros de la Fundación Espartanos. Era un galpón enorme, recuerda, y lo hicieron ordenar todos los libros, de la A a la Z. Allí estuvo unos tres meses. Y un día le dieron una noticia: “Te van a llamar por un trabajo”.
Te puede interesar: Vivía en un rancho con piso de tierra, sin agua ni luz, no se rindió y hoy habla 7 idiomas y da clases en la Universidad de Oxford
Era el trabajo de YPF. “No lo podía creer. De la Fundación me decían ‘valoralo’. Estaba contento y ya pensando en el futuro”. Cuando fue a hacer los análisis preocupacionales, se encontró “como a diez espartanos”. Se pusieron a charlar: “Uno decía yo vengo de gira, otro yo me drogué esta semana, otro que se estaba portando mal… y yo pensaba ‘¿soy el único que está portando bien?’. Bueno, hicimos todos los análisis y a ellos les dio positivo, no se de qué cosas. Una buena para mi…”
Pero no lo tomaron enseguida. En ese momento, el padre de su pareja tenía un kiosko. Cuando falleció, ellos se hicieron cargo. “Lo teníamos que levantar. Íbamos a las 7 de la mañana y volvíamos a las 9 o 10 de la noche. Caminábamos como 30 cuadras. Y de ganancia hacíamos 300 pesos. Yo me quería morir. Veía a los chicos en la calle con moto, bien vestidos, con celular. Yo esperaba a YPF”.
Finalmente lo llamaron. Al principio fue por unos meses. Pero luego le ofrecieron efectivizarlo. “Me sentaron en el full, tomé un café y me explicaron cómo son las cosas. ‘Ahora estás a disposición de YPF’ me dijeron y ahí sí caí. Porque no me querían dar plata a mí. Claro, mi pasado no me favorecía. ‘A este pibe le damos plata y sale corriendo’. YPF me dio la confianza. Vamos a apostar por este. Es una sola oportunidad que te da, una sola. Y siempre que te dan algo son dos caminos, el malo y el bueno. Y yo fui cumpliendo con todas las metas. No faltar, llegar temprano, el compañerismo”.
A finales del año pasado, a Esteban lo eligieron como el “mejor compañero” en YPF. “No lo podía creer… Para mi, YPF es mi nueva vida. Es soñar con lo bueno, y a los grande. Sin límites. Me levanto a la mañana, no le debo nada a nadie, no me persigo con nada. Me levanto contento… Ahora vaya adonde vaya, voy con la ropa de YPF, antes iba con cualquier conjunto y me miraban de arriba abajo, ‘no tengo nada para vos’. Ahora chapeo: ‘Yo trabajo’. Hasta en el barrio me dicen cómo entré. Y ni yo se (ríe)”.
Pero Esteban sabe por qué entró a trabajar: hizo las cosas bien. “Ya no estoy para restar, estoy para sumar. Cuando estoy en YPF trabajando hago lo mejor”. Ahora, en la estación de servicio de Esteban Echeverría y Ugarte, en Munro, Esteban hace el turno de la noche. Se postuló como Delegado de su estación de servicio y ganó.
Cuando piensa en otros chicos como él, dice que “dejé una puerta abierta. A esos chicos les diría que sigan adelante, que miren el futuro. Que busquen lo bueno, porque lo malo viene solo. A lo bueno hay que buscarlo”.
Seguir leyendo: