No había caso. A Vicente López y Planes no le venía la inspiración ni lograba hallar aunque sea un punto de partida para escribir las estrofas de una marcha patriótica. La Asamblea Constituyente le había encargado a él y a fray Cayetano Rodríguez, un cura sampedrino, la creación de una pieza. Luego, entre todos los asambleístas se elegiría la mejor.
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En la noche del sábado 8 de mayo de 1813 asistió a la obra de teatro “Antonio y Cleopatra”, que se daba en el Coliseo Provisional de Buenos Aires, que quedaba en las actuales calles porteñas Reconquista y Perón. Al final del segundo acto saltó de su butaca y abandonó el teatro. Fueron inútiles los esfuerzos de sus amigos por retenerlo. Volvió volando a su casa, en Perú al 300, envuelto en su capa roja. En una mesa plegable de caoba que le había comprado a un oficial inglés que había participado de la segunda invasión inglesa, se puso a escribir.
Le había llegado la inspiración.
López y Planes, con 29 años recién cumplidos, era doctor en Derecho y se había ganado las jinetas de capitán luchando contra los británicos. Además, había integrado la expedición al norte en el Ejército Auxiliador y posteriormente lo habían nombrado secretario de Hacienda del Primer Triunvirato.
Tenía inclinación por las letras y la poesía. Además, ya había incursionado en la escritura: cuando se expulsó a los ingleses en 1807 había creado “Triunfo argentino” y luego, en 1810, “Victoria en Suipacha”.
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Desde la revolución de Mayo, hubo varios intentos de componer una canción oficial. El poeta Esteban de Luca, en noviembre de 1810 había escrito: “La América toda se conmueve al fin, y a sus caros hijos convoca a la lid; a la lid tremenda que va a destruir a cuantos tiranos la osen oprimir”. En 1812 tres niños recitaron, en el Cabildo, un texto del poeta Saturnino Rosa. Pero no entusiasmó.
A la mañana siguiente, el texto escrito obtuvo la inmediata aprobación de los amigos a los que se la leía. En la sesión del 11 de mayo, los diputados debían cotejar entre la obra escrita por López y Planes y la que debía llevar el fraile. Sin embargo, los aplausos y las aclamaciones de los presentes al escuchar la letra del primero, hicieron que el segundo retirase prudentemente su trabajo. Al día siguiente se le comunicó al Segundo Triunvirato y al gobernador intendente de la provincia que por fin teníamos himno.
Restaba ponerle música.
Blas Parera, o Blai Parera i Mont había nacido en Murcia entre 1773 y 1776 y su vida fue un poco más bohemia que la de López y Planes. Desde chico cantaba en el coro escolar y tocaba el armonio en el convento de las carmelitas de la ciudad de Mataró, donde vivía. Por 1797 llegó a Buenos Aires, donde sobrevivía dando clases de violín, piano y laúd y ejecutando el órgano en distintas iglesias de la ciudad. Como tantos otros, peleó como voluntario en las invasiones inglesas.
También daba clases en la Casa de Niños Expósitos y en 1809 se casó -permiso del virrey mediante- con una de sus alumnas, Facunda del Rey, de 15 años, que cantaba en el coro.
En la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, el poeta Esteban de Luca leyó la letra escrita por López a Parera, que frecuentaba la casa de Mariquita ya que ella solía tomar clases de piano con él. Le propusieron ponerle la música.
Parera hizo el trabajo con el piano de los Thompson y los últimos arreglos los finalizó con el instrumento de la familia De Luca. Años más tarde, el hijo de Parera contaría que su padre se había inspirado en el Himno de David, una pieza que la había aprendido de chico.
¿Cuándo se ejecutó por primera vez?
Vicente Fidel López, hijo del autor de la letra, contó que fue en el salón del Consulado (actual calles San Martín y Mitre) donde concurrió lo más selecto de la sociedad porteña. El 25 de mayo de 1813 lo cantaron por primera vez en la Plaza de la Victoria un grupo de alumnos, disfrazados de indianos, que pertenecían a la escuela de Rufino Sánchez.
El gobierno le pagó a Parera 200 pesos por sus servicios; Vicente López y Planes no quiso cobrar nada.
Años más tarde, el autor confesó que no estuvo del todo conforme con el resultado final. “Hay otra estrofa que me disgusta sobremanera, y es la de “´en los fieros tiranos la envidia, escupió su pestífera hiel´. Y lo peor es que en ésta no fui original, sino que traté de salir del paso adoptando de las composiciones del mismo género que había leído. Unas frases que me daban el concepto que yo trataba de expresar, pero sin la detención reflexiva que después he tenido, para ver que ellas no me daban una pintura seria, noble y coordinada de la altura que había tomado desde el principio. Y con que iba a acabar la obra, sino una que sacrificaba la pasión de la época aquellas dotes”, le escribió a su hijo Vicente Fidel, que sería un renombrado historiador.
La versión original, con su introducción y la letra completa, dura veinte minutos. Por entonces, se la conocía como Marcha Patriótica o canción patriótica nacional. En la década de 1840 comenzó a denominarla Himno Nacional Argentino.
El músico Juan Pedro Esnaola, que cuando se estrenó el himno tenía 5 años, hizo dos arreglos musicales, el primero en 1847 y el otro en 1860.
Era obligatorio entonarlo, de pie, en todos los actos que fueran presididos por la bandera y en los actos escolares, donde los alumnos debían mantener la posición de firmes.
A partir de las buenas relaciones que nuestro país comenzó a tener con España -ese país reconoció nuestra independencia en septiembre de 1863-, eliminaron del Himno las estrofas insultantes. Así se quitaron frases como “…a esos tigres sedientos de sangre fuertes pechos sabrán oponer”; “…al ibérico altivo león” o “Son letreros eternos que dicen: aquí el brazo argentino triunfó; aquí el fiero opresor de la Patria su cerviz orgullosa dobló”. Quién podía dudar de que estábamos en guerra con España.
Los cambios del Himno
En 1893 Lucio V. López, nieto del autor y ministro del Interior resolvió que sólo se cantase la última estrofa. Siete años después, Julio A. Roca ordenó que se cantasen las primeras cuatro y las últimas cuatro y por último, un decreto del presidente Marcelo T. de Alvear de 1928 estableció que se respetase la letra tal cual lo habían dispuesto en 1900 con los arreglos de Esnaola de 1860. Se determinó cantar la primera y la última cuarteta, además del coro. En cuanto a la tonalidad, se ejecutaría en si bemol y se debía dar forma rítmica a la palabra “vivamos”.
Vicente López y Planes llegó a ser presidente en 1827 luego de la renuncia de Bernardino Rivadavia. Posteriormente sería ministro del gobernador Manuel Dorrego, presidente del Tribunal de Justicia en la época de Rosas y con Urquiza fue gobernador bonaerense por cuatro meses. Falleció el 10 de octubre de 1856, en la misma casa en la que había nacido.
Por su parte, Blas Parera siguió con sus clases y cuando en 1817 se conoció la disposición del gobierno de que los españoles debían obtener su carta de ciudadanía para residir en el país, se presume que eso lo llevó a emprender el regreso a España en 1818. Murió en la pobreza en Mataró, el 7 de enero de 1840.
No se sabe en qué momento en los prolegómenos de los partidos de fútbol internacionales se acortó su ejecución, posiblemente porque resultaba largo para las transmisiones. Así se llegó a la insólita costumbre de tararear justo la parte en que deseamos vivir coronados de gloria o, en caso contrario, morir también con esa gloria que nos señala nuestra maltratada canción patria.
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