En las aguas heladas que bañan las costas de Puerto Howard para los kelpers, Puerto Yapeyú durante la guerra, se produjo un fenómeno extraño. Aparecieron flotando zapallos, que integraba la carga del buque ARA Isla de los Estados. Parecía casi un espejismo. Las fuerzas más aisladas de la guerra, que conformaban la Fuerza de Tareas Yapeyú no solo debían luchar contra el frío y con reforzar las posiciones de defensa por el desembarco británico en la orilla de enfrente, sino que se enfrentaban con un enemigo silencioso e implacable: el hambre.
Los víveres que habían llevado cuando se establecieron en el lugar entre el 25 y el 29 de abril alcanzaban para siete días para alimentar a un millar de hombres. Esas raciones se fueron estirando hasta lo indecible y como las dos cocinas de campaña habían quedado fuera de servicio muy rápido, se usaban tambores de 200 litros para cocinar con una débil llama que producía la turba secada a la intemperie.
Se comía una vez al día, a las tres de la tarde.
Se esperaba, de un momento a otro, que el Comando de la III Brigada enviase un cargamento de víveres, munición y armamento pesado. No se decía nada para que no creciera la ansiedad. El 10 de mayo por la noche el buque de la Marina Mercante Isla de los Estados navegaba desde Puerto Rey, al sur de la isla Soledad con vehículos jeep, camiones Unimog, combustible, cocinas y víveres para el Regimiento 5.
La bahía de Puerto Rey se encontraba a unos 40 kilómetros de Howard, en una posición equidistante de Bahía Fox. El Isla de los Estados sería el buque destinado a proveer de lo necesario al millar de hombres. El carguero Forrest debería guiarlo para que pudiese ingresar a la rada de Howard.
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El Isla de los Estados, botado en Guijón en 1975 con el nombre de Trans-Bética tenía 81 metros de eslora, con bodegas y cubierta para cargas y dos importantes grúas. En 1980 había sido adquirido por la Armada para cubrir la línea entre la Patagonia y Malvinas y había sido rebautizado.
Si bien la tripulación eran civiles, al mando del capitán de ultramar Tulio Panigadi, cuando estalló la guerra se le asignó un comandante militar, el capitán de corbeta Alois Payarola y una pequeña dotación, como refuerzo. Eran 16 civiles y 4 militares. Además se encontraban a bordo dos miembros del Ejército, a cargo del sistema de lanza cohetes múltiple, un suboficial de la Fuerza Aérea y un marinero de la Prefectura Naval.
Fue uno de los buques afectados a la Operación Rosario.
Antes de la partida, hubo una cena en el comedor del buque Río Carcarañá, con oficiales del Monsunen, del Forrest, Isla de los Estados y cinco oficiales del Ejército. Evaluaron quedarse esa noche en el fondeadero porque la intensa llovizna que estaba cayendo dificultaba la visibilidad. Pero el capitán Panigadi quería llegar lo antes posible a Howard. Milagrosamente la lluvia paró.
Zarparon a las nueve de la noche con las luces apagadas.
Cuando a 16 kilómetros divisaron su destino, los sorprendió la potente luz de una bengala. Payarola llamó al Forrest. Estaba convencido de que serían blanco de fuego amigo. “¡No tiren! ¡No tiren!”, gritaba por la radio. Eran las 22:15.
Enseguida una explosión los sacudió.
En Howard todos estaban descansando, salvo los que estaban de guardia. Quince minutos después una bengala iluminó con increíble intensidad el cielo y las aguas del estrecho. Casi al instante se escucharon varias explosiones que parecieron disparos de cañón.
El estallido que se produjo fue tan grande que iluminó la boca de la bahía como si durante unos segundos hubieran encendido reflectores.
Desde la fragata Alacrity, que navegaba de sur a norte por el estrecho había detectado por radar al barco. Le efectuó quince disparos con su cañón semi automático Vickers de 114 milímetros. El buque comenzó a arder por donde recibía los impactos.
Una infernal explosión sacudió a la nave cuando el fuego llegó a los tanques de combustible -llevaba unos 300 mil litros- que provocó la muerte de muchos tripulantes y que determinó el fin del buque. Algunos hombres se dirigieron al puente de mando y otros fueron a la banda de babor en búsqueda de los botes salvavidas. El capitán Payarola ayudó al mayordomo Sandoval y el marinero López a lanzar una balsa, que se autoinflaba. López acertó a saltar pero Sandoval golpeó la cabeza contra algo y desapareció en las aguas.
Desde tierra, los hombres del Regimiento 5 veían que estaban atacando a un barco, pero no alcanzaban a diferenciarlo.
Otros tripulantes se lanzaron al agua, algunos sin chalecos salvavidas y fueron tragados por las aguas. En el medio del desastre, entre los gritos se escucharon vivas a la Patria.
Un helicóptero británico que enseguida los sobrevoló no hizo nada por auxiliarlos. La fragata Alacrity tampoco detuvo su marcha, que continuó navegando hacia el norte.
El barco estaba muy inclinado, sus motores aún funcionaban y las hélices giraban lentamente. Payarola en cubierta se resbaló, cayó al agua y nadó en dirección de donde escuchaba gritos. Eran Antonio Máximo Cayo y Manuel Olveira, que iban en una balsa semi desinflada. Cuando lo ayudaron a Payarola a subir, vieron que la balsa no resistiría, se tiraron al agua para alcanzar otra, pero se perdieron.
En la balsa donde iban Panigadi, el primer oficial Bottaro, el marinero López se sumó Payarola, que pudo dejar la balsa que se desinflaba. Comenzó a mecerse con la corriente, que los alejaba de la costa. Panigadi y Bottaro se arrojaron al agua para alcanzar tierra. Vieron a Panigadi agitar los brazos antes de perderse para siempre, y Bottaro, al llegar a la costa, falleció de un ataque cardíaco.
Payarola permaneció en la balsa y en un momento se arrojó al agua, conduciendo la balsa porque López no sabía nadar. Alcanzaron la isla Cisne. Quisieron cavar un refugio en la arena usando los remos de los botes. Deambulando por la isla hallaron un galpón que tenía comida y agua potable. Se alimentaron y cayeron exhaustos.
De Howard salió un grupo en el Forrest para rescatar a los náufragos. El 13 hallaron el cuerpo del mayordomo Omar Sandoval, aferrado al chaleco salvavidas. Al día siguiente el capellán Nicolás Solnyczny ofició un responso y fue sepultado en el cementerio del poblado.
Fueron varias las oportunidades en que veteranos del regimiento 5 se encontraron con familiares de los muertos del Isla de los Estados. Ellos sienten un sentimiento de eterna gratitud por esos hombres que dieron su vida por llevarles alimentos y medicinas.
El 16 el Forrest halló a Payarola y a López, que les hacían señas desde la costa. Estaban junto al cuerpo de Bottaro, a quien no habían abandonado.
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