Este 8 de mayo, día en que se celebra a Nuestra Señora de Luján, será especial: por primera vez, en su vestido, lucirá las tres estrellas en honor a las copas mundiales de la Selección Nacional. Fue en los preparativos para este día, cuando el manto se renueva, que se decidió el bordado. Así, la Patrona de la República Argentina, que además lo es de la provincia de Buenos Aires, la Policía Federal y los Ferrocarriles -entre otros patronazgos- se unió a la pasión más grande de los argentinos, que es el fútbol.
Como siempre, la conmemoración de la Virgen tendrá lugar en la Basílica de Luján. Y es una paradoja, porque el milagro que constituyó a este ícono de la argentinidad no ocurrió en esa ciudad, sino a 24 kilómetros, en el pueblo de Zelaya del partido de Pilar. Y no en cualquier sitio, en la estancia de Rosendo de Trigueros.
La historia es más o menos conocida. La imagen de la Inmaculada Concepción de María había sido pedida por el hacendado Antonio Farias de Saá, portugués radicado en Sumampa, actual provincia de Santiago del Estero, que quería construir una capilla en su honor. El artesano brasileño al que se la solicitó, para que eligiera mejor, le envió dos estatuillas de terracota: una de la Inmaculada Concepción y otra de la Virgen con el Niño durmiendo en sus brazos. Por su origen, la imagen de la Virgen de Luján es similar a la de Nuestra Señora Aparecida que veneran en Brasil. Desde el puerto de la villa de Santos, en San Pablo, ambas figuras emprendieron el viaje. En mayo de 1630 llegaron al puerto de Buenos Aires y, desde allí, en carreta, hacia Sumampa.
En Zelaya, la carreta no pudo avanzar. Intentaron de todas formas, pero no fue hasta que se bajó el cajón que contenía la imagen de la Inmaculada que la caravana pudo continuar el viaje. La prodigiosa estatua quedó en la estancia de don Rosendo. Junto a ella también permaneció un esclavo llamado Manuel (hoy conocido como “el negro Manuel” cuya causa de canonización se ha iniciado) para que la cuidara y la protegiera. Mientras tanto, la estatua de la Virgen con el Niño en brazos continuó hasta llegar a Sumampa y es la que se venera hoy día en dicho paraje de la provincia de Santiago de Estero.
El primer oratorio que tuvo la imagen de la Virgen fue en una pequeña habitación de la casa de campo de Rosendo, adornada ahí con todo el decoro y respeto posible. Pero muy pronto los dueños de la estancia quisieron levantar una capilla que estuvo lista hacia mediados de 1633. El mercedario Pedro de Santa María relata: “la santa imagen estuvo en lo de dicho Rosendo, en un oratorio muy corto y muy venerada por todo el pago. Y dicho Rosendo dedicó un negro llamado Manuel al culto de la misma, quien cuidaba de la lámpara de dicha Señora, que incesantemente ardía”. Con los años, el paso de las carretas mudo de lugar y Rosendo de Trigueros falleció. La estancia se fue despoblando y sólo quedó la ermita, siempre al cuidado de Manuel.
Hacia el año 1671, Ana de Matos, mujer acaudalada de Buenos Aires, viuda del capitán español Marcos de Sequeira, que conocía de cerca el milagro que había acontecido en la estancia de Rosendo y el estado actual de la ermita, se ofreció a comprar los terrenos junto con la imagen de la Virgen. El presbítero Juan de Oramas, heredero de esas tierras, aceptó. Ana Matos vivía en la actual Buenos Aires (por aquellas épocas ciudad de la Santísima Trinidad). Pudo haber traído la imagen a la ciudad y donarla a algún templo o ella construir uno, pero no lo consideró y llevó la pequeña imagen de la Virgen a su estancia en la vera del rio Luján.
Prometió construir una capilla en ese paraje, pero mientras se realizaba la construcción, depositó la estatuilla en el mejor ambiente de su estancia. Una vez deposita la imagen, narra la tradición, la estatua desaparecía una y otra vez del lugar y volvía a la primera ermita de Rosendo, donde había quedado solo el Negro Manuel. Demás está decir que se lo acusó de haber sustraído la estatua de la casa de Ana Matos para llevarla a la ermita.
Dado que el hecho siguió aconteciendo aun cuando la estancia fue rodeada por un piquete de guardia y habiendo sido anoticiado del mismo el obispo de la ciudad de Buenos Aires, se decidió un traslado solemne de la Virgen hasta la casa de Ana Matos. El traslado se realizó un 8 de diciembre y participó el Obispo de Buenos Aires Cristóbal de la Mancha y Velazco, el Gobernador Martínez de Salazar, miembros del cabildo, congregaciones, cofradías y sacerdotes. Pero está vez, Manuel iba con ellos.
El 2 de octubre de 1682 doña Ana hizo una donación de tierras. Pero no al obispado ni al curato (como era costumbre) sino a la imagen de la Virgen, y lo hizo en estos términos: “Porque tengo mucho amor a la advocación de Nuestra Señora de la Limpia Concepción y a su Santa Imagen hago gracia y donación a dicha imagen de todo el sitio que necesitare para la fábrica de su capilla…”. La donación fue hecha con la condición de que la imagen debía de estar perpetuamente en dichas tierras; así se convertía en oficial y pública la capilla a construirse de en honor a Nuestra Señora y también daba origen y fundamento a la verdadera fundación de la actual ciudad de Luján. Doña Ana de Matos murió el 25 de enero de 1698.
Un Presbítero llamado Pedro Montalvo llegó a Luján gravemente enfermo de tuberculosis en 1684. Decidió ir a visitar a Nuestra Señora, que ya gozaba de fama en toda la región pampeana como imagen taumaturga. Fue curado y en agradecimiento, Montalbo quedó como capellán y prosiguió la obra de la construcción de la capilla que había comenzado doña Ana Matos. En 1685 la imagen fue colocada en el nuevo templo, conocida como la capilla de Montalvo, ubicada en lo que es hoy la intersección de las calles San Martin y 9 de julio, a metros de la actual basílica. El padre Montalvo murió el 1 de febrero de 1701, y el negro Manuel se presupone que en 1686. Ambos fueron sepultados en el templo, cerca del altar donde se venera la imagen de la Virgen. Y alrededor de dicho templo se fue construyendo un caserío.
En esta etapa de la historia aparece Don Juan de Lezica y Torrezuri. Fue regidor del cabildo de Buenos Aires y juez comisario de la Real Audiencia, recorrió casi toda América y se radicó finalmente en La Paz (Bolivia), lugar donde enfermó de gravedad y retornó a Buenos Aires. Desahuciado por los médicos, recordó los prodigios de la Virgen que se veneraba en el paraje cerca del Rio Luján. A ella acudió y recuperó su salud. Once años después, nuevamente enfermo, retornó a al paraje y nuevamente fue sanado, entonces hizo un voto de gratitud hacia la Virgen que se veneraba en ese lugar de construir un templo mayor a la capilla de Montalvo. Esta prácticamente se encontraba en ruinas y los oficios se realizaban en un templo provisorio a cargo del Pbro. Carlos Vejarano. Todo el mobiliario litúrgico se trasladó al templo provisorio. Extrañamente, los cuerpos del padre Montalvo y del negro Manuel quedaron sepultados en la vieja construcción. No fueron trasladados ni al templo provisorio ni la iglesia construida por Lezica, nadie reclamó sus cuerpos: ni los fieles ni las autoridades eclesiásticas del momento.
Lezica y Torrezugui contrató a los arquitectos Antonio Mazella y D. Joaquín Marini y comenzó la construcción del nuevo santuario el 24 de agosto de 1754. Este fue ubicado a casi 100 metros del de Montalbo. El nuevo templo tuvo un recinto de regular amplitud, dentro de los límites del terreno fijados por Ana de Matos: 66,50 metros de largo desde la portada hasta el extremo del camarín de la Virgen, por 13,20 metros de ancho. Se cavaron sus cimientos hasta la tosca, y fue argamasado en su mayor parte con cal de Córdoba y una arena gruesa. El nuevo templo se inauguró en 1763. En medio de la pampa bonaerense y rodeado solo de un pobre caserío, se veía imponente. Se podía observar desde lejos y el tañir de sus campanas se oía a muchas leguas. Este templo, llamado ‘de la Virgen Bella del lugar de Luján’, perduró por casi ciento cincuenta años, hasta la inauguración de la actual Basílica, el 4 de diciembre de 1910″.
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El 3 de diciembre de 1871, monseñor Aneiros realizó la “primera peregrinación general de los Católicos” a Luján en desagravio por la injusta cautividad que el papa Pío IX sufría en Roma y en acción de gracias por el cese de la peste amarilla en Buenos Aires y alrededores. El colegio San Luis participo en dicha peregrinación y con ellos iba el R. P. José María Salvaire, el cual recién llegaba desde Francia. Ese fue su primer contacto con la zona pampeana y con el templo de Lezica y Torrezugui. Salvaire ignoraba la futura relación entre ese santuario y su vida.
Mons. Aneiros entregará a la congregación de la misión de san Vicente de Paul (Padres Lazaristas) la atención pastoral del curato y santuario de Luján. El 28 de enero de 1872 la congregación de la misión, representada por el P. Eugenio Fréret, tomó posesión como párroco de Luján, y Fréret quedó constituido como el capellán de la Virgen. Renovó el camarín de la Virgen recubriéndolo con madera de cedro y adornos dorados al igual que la hornacina donde se encontraba la imagen de la Virgen y realizó tareas varias. Al R. P. Freret, le seguirá en el cargo el R. P. Emilio George el cual permanecerá hasta octubre de 1888. Fue reemplazado provisoriamente por el R. P. Jorge Révellière, hasta tanto pudiera asumir la titularidad el P. Jorge María Salvaire y este asumirá el 25 de mayo de 1889. Durante 130 años los padres de la congregación de la Misión de san Vicente de Paul estuvieron a cargo del santuario de la Virgen y a ellos se debe el apoyo para la construcción del templo que conocemos hoy.
El paraje vecino al río Luján alberga la imagen de la Virgen, y en torno a ella comenzó a crearse un pueblo y los files que llegaban a esta pequeña villa en medio de la pampa eran cada vez más numerosas por tanto el templo donado por Lezica ya era pequeño para albergar a la cantidad de fieles que concurrían en masa. Y en mayo de 1887, comenzó a rodar la idea de la construcción de un “templo del voto nacional”.
El padre párroco de entonces que era el R. P. George pensó que el nuevo templo debería estar ubicado donde hoy es la Plaza Colón, en el centro del pueblo que comenzaba a perfilarse ciudad, lejos del río y de las amenazas de las inundaciones; el estilo sugerido era el romano-bizantino. Por el contrario, Salvaire inclinaba por edificar en el mismo lugar de la tradición otorgaba la concesión de donación de tierras que estipulaba el testamento de doña Ana de Matos en el siglo XVII, salvo esa diferencia también le agradaba el estilo romano−bizantino.
El 18 de noviembre de 1889, Salvaire, que ya era el párroco de Luján; elevó al arzobispo la solicitud para comenzar las obras del gran templo, que con el correr del tiempo se convertiría en la basílica que hoy se contempla. Por supuesto que todos consideraban que era una locura absoluta y de imposible concreción. Nadie pensaba que esa idea se concretaría, era quijotesca. Salvaire era un hombre de muy buenas intenciones para con la Virgen, pero con ilusiones de niño. Pocos sabían que Salvaire había realizado un voto a la Virgen de Luján en un momento clave de su vida cuando se vio en peligro de ser asesinado a lanzazos por los nativos del lugar; prometió que si se salvaba dedicaría toda su vida a la construcción de un templo digno de tan taumaturga imagen.
La piedra fundamental del nuevo templo se había colocado dos años antes el 15 de mayo de 1887, con motivo de los festejos de la coronación pontificia de la imagen y se encuentra cerca del altar principal. Es de color blanco, originaria de Tandil y mide 1,22 metros de lado conformando un cubo con un hueco en el centro donde fueron depositados el acta fundacional, firmada entre otros por el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros, quien presidió la ceremonia, monedas de distintos metales, retratos de los papas Pío IX y León XIII, piedras de la gruta de Nazareth y del Monte Calvario, de las catacumbas de Roma, de los santuarios de Loreto, del Pilar de Zaragoza, de Montserrat, de Lourdes, de La Salette y de la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre junto a la firma de los que participaron de dicho evento.
Con fecha 29 de noviembre el arzobispo Aneiros remitió la respuesta a la solicitud del R. P. Salvaire, autorizándolo oficialmente a dar comienzo a los trabajos preliminares. Fijándose el próximo 8 de diciembre solemnidad de la Inmaculada Concepción, como la fecha más indicada para dar a conocer a la opinión pública la concreción del proyecto.
Mons. Aneiros publicó el 23 de enero de 1890 la primera carta pastoral referida a la construcción del santuario de Luján para impulsar una campaña masiva de concientización de los católicos a nivel nacional a quienes llama a colaborar con generosidad en el desarrollo del referido proyecto. Por supuesto comenzaron las críticas, dado que el país atravesaba momento de crisis económicas. ¿Hacía falta un templo tan desmesurado en medio de tamaña crisis?, ¿no era mejor darles ese dinero a los pobres? A lo que en la misma carta pastoral Mons. Aneiros responderá: “que no se pide a los que no pueden dar, sino a los que pueden hacerlo”. En especial, el pedido se dirige a aquellas personas que reconociéndose católicos prácticos de misa diaria y disponiendo de abundantes fortunas con la que construyen sus palacios versallescos en el centro de la ciudad de Buenos Aires y sus estancias poseen terrenos hasta el horizonte pero que al momento de proponérsele alguna contribución miran hacia otro lado y se desentienden del tema. Finalmente el santuario se construirá con la promesa de ayuda monetaria de los ricos pero el dinero fue aportado por los pobres.
El estilo que se sugirió para la construcción del nuevo templo fue el neo-gótico, muy de moda en aquella época para construcción de templos importantes y los arquitectos a quien se le encomendó la obra fueron Uldéric Courtois junto con los ingenieros Alfonso Flamand y Rómulo Ayerza, y más tarde los arquitectos Ernesto Moreau, Francisque Fleury Tronquoy, Sombrum, Trouve y Laspe.
El 6 de enero de 1890, sale a la luz el primer ejemplar de la revista: “La perla del plata” con el objeto de: “cumplir el deseo y llenar el hueco de necesario información, difundir fuera de los muros del Santuario Nacional el brillo de la perla del plata, mostrar las preciosidades que éste encierra, los recuerdos que evoca, la esperanza cifrada en el curso de los actuales acontecimientos como es el primero la construcción de la nueva basílica de Nuestra Señora de Luján”.
El Padre Salvaire era consciente que no solo era muy importante la construcción del templo, sino que también trabajó para la edificación del hospital de Lujan y del Círculo de Obreros Católicos. Vio la necesidad que tenían los peregrinos de un lugar para reposar luego de sus caminos hacia el santuario y así propulsó la creación del predio adyacente al templo llamado “el descanso del peregrino”, creó el edificio del seminario menor de la congregación Lazarista, a la cual él pertenecía del otro lado del río Luján, le cual más tarde sería el colegio de Nuestra Señora de Lujan atenido por los Hermanos Maristas.
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En 1896 llegaron desde Burdeos los vitrales para el ábside de la basílica y las 16 estatuas de mármol de Carrara de los apóstoles y evangelistas para el altar mayor junto con la cruz de esmalte y los candelabros. Monseñor León Gallardo donará el gran órgano Cavaillé-Coll de París.
A los 51 años el cuerpo le reclamó un descanso al P. Salvaire: tuvo un pre-infarto a mediados de 1898. Al mejorar, no le dio importancia y siguió con su trabajo. Las paredes del ábside de la nueva basílica comenzaban a abrazar el templo de Lezica, el cual nunca dejó de albergar peregrinos y oficiar misas, aún con la construcción del nuevo templo.
El 4 de febrero de 1899 el Padre Salvaire sufrirá un infarto masivo y morirá. Su funeral fue inmenso, sus restos descansan dentro del templo que tanto trabajo para construir. Se ha iniciado la causa de canonización del Padre Salvaire, junto con la del negro Manuel, ambos fieles servidores de la Virgen de Lujan.
A la muerte de Salvaire, fue remplazado por el R. P. Brignardello. Ese mismo año las torres de los cruceros alcanzaron los 30 metros de altura, y recién entre 1922 y 1926 se terminaron de construir las dos torres completas y en 1905 se instalaron las 13 campanas traídas de Milán. El 15 de noviembre de 1930 el Papa Pío XI le otorgó el título de basílica menor y en 1935 finalizó su construcción.
El templo de Lezica fue demolido a principios de 1905; y la Imagen de la Virgen fue trasladada a su nuevo camarín tres meses antes, el 8 de diciembre de 1904. El camarín del templo de Lezica se encuentra actualmente en la parroquia San Ponciano de la ciudad de La Plata, por iniciativa del cura rector de entonces, Federico Julio Rasore, quien solicitó al rector del santuario la donación del altar, del nicho que contenía la Imagen y del revestimiento de cedro de las viejas paredes.
La construcción del templo no se frenará nunca, ni aún en las peores crisis de la historia Argentina, sin prisa pero sin pausa, se verá como la nueva construcción irá paulatinamente abrazando la antigua iglesia de Lezica, a tal punto que esta quedará dentro del nuevo templo.
Con el paso de los siglos, la donación de Ana Matos se fue loteando. Así es que donde su ubicaba la capilla de Montalbo, la manzana sobre el costado izquierdo del templo, se construyeron casas. En dicho lugar quedaron sepultados varios cuerpos, entre ellos los del Negro Manuel y los del Montalbo. Como relatan las crónicas, “cerca del altar mayor”.
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