Los testimonios de quienes la conocieron cuando todos la llamaban “Cholita” en Los Toldos o en Junín, o de quienes trabajaron con ella en Buenos Aires, muestran a otra Evita, más real, más cierta, de carne y hueso que en la nebulosa de imprecisiones e historias falsas en la que quedó envuelta con el correr de los años.
La intensidad y el vértigo con que se desarrollaron los últimos años de su vida – sumado al silencio impuesto sobre su figura que impuso la llamada Revolución Libertadora– provocaron que durante mucho tiempo la infancia y la juventud de Eva María Duarte y su trayectoria artística hasta conocer a Juan Domingo Perón hayan formado parte de relatos que le hacen vivir una infancia mucho más difícil -casi la de una marginal- que la que realmente tuvo, tergiversan lo que realmente ocurrió durante el velatorio de su padre, la instalan como una aventurera que no repara en los medios para construir su carrera artística en Buenos Aires y la muestran como una actriz mediocre y oportunista, siempre segundona, siempre con poco trabajo.
Se podría decir que la mayoría de esos relatos -todos posteriores a su muerte, la mayoría de ellos elaborados luego de la caída de Perón- apuntan a construir una antiheroína para contraponerla a la figura emblemática de “Abanderada de los humildes” a la que la catapultó su vida política.
“Cholita”
Eva nació el 7 de mayo de 1919 en Los Toldos, provincia de Buenos Aires y fue la menor de los cinco hijos que tuvieron el estanciero Juan Duarte y Juana Ibarguren. Como todos sus hermanos -Blanca, Elisa, Juan y Erminda- fue anotada, según la legalidad de la época, como “hija natural”, es decir, por fuera del matrimonio, ya que Duarte tenía otra familia “con papeles” en Chivilcoy.
“Cholita”, como le decían, vivió sus primeros años en una de las estancias de Duarte y más tarde se mudó con su madre y sus hermanos a Los Toldos, donde Juana trabajó como costurera. Duarte los visitaba asiduamente, pero en el pueblo Juana estaba marcada como “concubina” y eso hizo sufrir más de un desprecio a su familia.
“Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si se me clavase algo en ella. De cada edad guardo un recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente”, contaría Eva muchos años después en La Razón de mi Vida.
Más allá de la discriminación pueblerina, en Los Toldos la familia no pasaba penurias. Juana trabajaba y Duarte aportaba dinero para la manutención de sus hijos.
La situación cambió radicalmente el 8 de enero de 1926, cuando el padre de Eva -por entonces una nena de 6 años- murió en un accidente automovilístico. A partir de ese momento la familia sí conoció situaciones de pobreza que por momentos fue extrema. Eva heredaba la ropa que le quedaba chica a sus hermanas o que le regalaban los vecinos y jamás recibía nada nuevo.
Esa situación la marcó para siempre:
“La limosna para mí fue siempre un placer de los ricos; el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuera aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son, para mí, ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes”, contaría.
La verdad sobre un velorio
Un relato que siempre se tomó como cierto –quizás porque se hizo famoso a partir de la película “Evita”, de Alan Parker– es que la pequeña Eva quedó marcada para siempre por el maltrato que recibió junto a su madre y hermanos en el velorio de su padre por parte de su “legítima” viuda.
La historia es sin embargo falsa. Es cierto que Juana Ibarguren viajó a Chivilcoy junto a sus cinco hijos para asistir al velorio, pero para entonces, la esposa “legal” de Duarte llevaba cuatro años muerta.
“La familia ‘legítima’ –y no, como se ha dicho erróneamente, su esposa, que había fallecido hacía cuatro años– no se opuso a tolerar la presencia de la familia de Los Toldos. Los testimonios coinciden en un pequeño episodio con una de las hijas, que fue superado; los otros Duarte y la pequeña Ibarguren pudieron besar a su padre antes de que cerraran el féretro y acompañar el cortejo fúnebre. Esto le quita al episodio el carácter de fundamental y predestinante que se le pretendió dar”, relata Felipe Pigna.
De Los Toldos a Junín
En 1930, Juan decidió dejar Los Toldos en busca de un mejor horizonte económico en Junín. Allí se instalaron en una casa de la calle Winter 90 y, aunque siguieron pasando estrecheces económicas, la situación mejoró un poco. Blanca, la mayor de las hermanas, se recibió de maestra y empezó a aportar su sueldo al hogar, para sumarlo a lo que ganaba su madre como costurera. Elisa consiguió empleo en la Oficina de Correos y Juancito aportaba los pesos que ganaba como cadete de una farmacia.
Erminda y “Cholita” iban a la escuela. Eva no era buena alumna y cuando llegó a Junín, con 11 años, venía de repetir segundo grado. Su maestra de tercer grado en la Escuela N°1 de Junín la recuerda así: “Tuve por alumna a Eva Perón, que por aquel entonces se llamaba Eva Ibarguren. Pero no me acuerdo bien de ella. Era una chica común, una alumna más. No se destacaba por nada especial. Repitió segundo grado. Era buena en labores y canto, pero era muy faltadora”.
Su condición de “hija natural” no le facilitaba las cosas: “Me parece recordar que las madres aconsejaban a sus hijos no acercarse mucho a ella y a sus hermanas”, relató la misma maestra.
Lo único que parecía gustarle a la hija menor de Juana Ibarguren era recitar poesía. “El 20 de octubre de 1933 participó en la obra Arriba Estudiantes, gracias a que Erminda pertenecía a un grupo escolar que organizaba representaciones teatrales. Poco después hizo su debut artístico recitando el poema Una nube, de Gabriel y Galán. Fue frente a un micrófono de la casa de música de Primo Arini, que transmitía a través de altoparlantes el programa ‘La Hora Selecta’, que alteraba el silencio de Junín todas las tardes a las siete”, cuenta Pigna.
Pero Junín asfixiaba a Eva Duarte y se fue ni bien tuvo oportunidad.
Las luces de Buenos Aires
Otro de los falsos relatos sobre la vida de Eva Perón dice que a los 15 años se fue de su casa y viajó sola a Buenos Aires para probar suerte en el mundo del espectáculo. No fue así, sino como pudo reconstruir el crítico e investigador teatral Roberto Famá Hernández:
“Viajó a Buenos Aires en compañía de su madre, para hacer una prueba en Radio Nacional. Eva regresó pocos días después con su madre a Junín esperando que la llamaran de la radio. Al no obtener respuesta, decidió volver igual a la capital, donde ya estaba su hermano Juan cumpliendo el servicio militar”, relata.
Juan Duarte no fue el único que lo tuvo bajo su cuidado en Buenos Aires, sino también el cantor Agustín Magaldi y su esposa. El cantor fue el primero en abrirle las puertas del mundo del espectáculo. “No hay duda alguna sobre ello, porque fue él quien me la presentó para que le diera una mano en su carrera teatral” , contará años después el periodista Edmundo Guibourg.
Los primeros trabajos
Fue precisamente Guibourg quien le dio una carta de recomendación que le permitió conseguir su primer trabajo teatral en el elenco de “La señora Pérez”, obra escrita por Ernesto Mersili y dirigida por Joaquín de Vedia en el Teatro Comedia. Corría 1935.
En el elenco había importantes figuras de la época, como Irma Córdoba, Ernesto Serrano, un promisorio Ángel Magaña y Eva Franco. En su libro Cien Años de Teatro en Los Ojos de Una Dama, Eva Franco recuerda así a quel primer día de ensayo con Evita:
“El primer día de ensayo me presentaron a una joven debutante; era una muchacha alta, muy delgada, de cabello oscuro, tímida como toda principiante. Me saludó con un ‘Mucho gusto de conocerla, señora’ y yo le respondí con un ‘Bienvenida a la compañía’”’
Cuando se estrenó la obra, la joven Evita Duarte obtuvo su primera mención en un diario, apenas una línea en Crítica: “Muy correcta en sus breves intervenciones Eva Duarte”, decía.
Ese mismo año participó en dos obras más: “Cada hogar un mundo” y “Madame Sans Gené”, donde Evita tuvo dos papeles, Julia y Madame Basano, ambos personajes de poco relieve.
A principios de 1936 emprendió su primera gira teatral con la compañía de comedias que José Franco armó con Pepita Muñoz y Eloy Álvarez, por Rosario, Mendoza y Córdoba. La obra era “El beso mortal”, Louis Gouraviec.
Mucho trabajo no significaba necesariamente mucho dinero, ni siquiera el suficiente para cubrir las necesidades mínimas. “Con mucha suerte, los actores de la categoría de Evita ganaban de 60 a 100 pesos mensuales, trabajando dos funciones diarias y tres los domingos y días de fiesta. Teniendo en cuenta que un litro de aceite Ybarra costaba $8,50, un traje de hombre $75,00, y un vestidito cualquiera de mujer unos $50,00, apenas les alcanzaba para vivir y casi nunca para pagar las deudas que podían acumular en los meses sin trabajo. Si un actor conseguía vivir al día, podía considerarse afortunado”, calcula el crítico Famá Hernández en su trabajo Evita. Así fue su vida artística.
De regreso en Buenos Aires, obtuvo el papel de la Señorita Wade en “La Dama, el Caballero y el Ladrón”, de Francisco Mateos Vidal. El autor contaría después una anécdota que muestra que por entonces Evita Duarte no confiaba mucho en su futuro. Al terminar el estreno, Mateos Vidal fue a saludarla al camarín y la encontró angustiada.
-¿A usted le parece, Mateos, que voy a triunfar? – le preguntó.
-Usted recién empieza, es cuestión de tiempo – fue la respuesta.
Una carrera ascendente
A mediados de 1937, después de formar parte del elenco de la obra “La Nueva Colonia”, que no duró ni quince días en cartel, Eva participó en un concurso organizado por la revista Sintonía cuyo premio era un pequeño papel en la película “¡Segundos Afuera!”, interpretando a la humilde novia de barrio de un boxeador (Pedro Quartucci). Tuvo pocos minutos en pantalla y la película no trascendió, aunque recibió buenas críticas y fue un primer paso en su salto del teatro al cine.
Más tarde participaría en papeles secundarios en “La carga de los valientes”, “El más infeliz del pueblo” y “Una novia en apuros”, películas en las que trabajó con figuras como Pedro Quartucci, Luis Sandrini y una ascendente Mirtha Legrand.
Al mismo tiempo siguió participando en obras de teatro, en radioteatros e incluso trabajó como locutora.
En 1942 la carrera de Evita Duarte finalmente se estabilizó al ser contratada por la Compañía Candilejas, auspiciada por la empresa Jabón Radical, que difundiría todas las mañanas por Radio El Mundo un ciclo de radioteatros. Ese mismo año también fue contratada por cinco años para realizar diariamente por la noche, un radioteatro llamado Grandes mujeres de todos los tiempos, en el que se dramatizaban las vidas de mujeres famosas.
Dos postales de Eva
Los recuerdos de sus empleadores y compañeros parecen desdecir la imagen de actriz conflictiva con la que muchas veces se caracterizó a Eva Duarte.
Pierina Dealessi la recuerda así: “Conocí a Eva Duarte en 1937. Ella se presentó tímidamente: quería dedicarse al teatro. Vi una cosita tan delicadita que le dije a José Gómez, representante de la compañía donde yo era empresaria, que le diera ubicación en el elenco. Era una cosita tan etérea, que le pregunté: ¿Damita joven, verdad? Su respuesta afirmativa sonó muy baja, tímidamente. Su figura era monísima. La chica se llevaba bien con todos. Tomaba mate con sus compañeras. Lo preparaba en mi camarín. Ella vivía en pensiones, era muy pobre, muy humilde. Venía temprano al teatro, charlaba con todos, reía, compraba bizcochitos. Yo la veía tan delgadita, tan débil que le decía: ¡Tenés que cuidarte, comer mucho, tomá mucho mate que eso te hace muy bien! Y yo le ponía leche al mate”.
Otro actor que compartió escenarios con ella, Marcos Zucker, dijo de ella: “Tenía la misma edad que yo. Era una muchacha con ganas de sobresalir, agradable, simpática y muy buena amiga de todos, especialmente mía, porque después, cuando tuvo oportunidad de hacer radioteatro en ‘Los jazmines del ochenta, me llamó para trabajar con ella. A pesar de todo lo que se dice por allí, los galanes teníamos poco trato, dentro del teatro, con las chicas. Sin embargo, yo era muy amigo de ella y guardo muy buenos recuerdos de aquel período de nuestras vidas. Los dos estábamos en la misma porque recién empezábamos y necesitábamos sobresalir, abrirnos camino”.
El cachetazo que no fue
Le penúltima película de la que participó Evita Duarte fue “La cabalgata del circo”, de 1945, dirigida por Mario Soficci y protagonizada por Libertad Lamarque y Hugo del Carril. Con el tiempo, la película no quedó en el recuerdo por la historia que contaba ni por las actuaciones sino por un supuesto episodio en el que Libertad Lamarque, enojada con Eva por su impuntualidad, le dio un cachetazo.
Como tantos otros sobre la vida de quien sería Eva Perón resultó falso y fue desmentido por la propia Libertad Lamarque, cansada de que siempre le preguntaran sobre el mismo tema:
“No quiero que la gente siga preguntando si le pegué una cachetada o no a Evita. Todo fue muy distinto... Ella no cumplía con su trabajo. Y eso a mí me molestaba. Por su retraso en la filmación de La cabalgata del circo yo debía esperar horas y horas. Eva, mientras todo el grupo de trabajo estaba ya en el set, se quedaba almorzando con el director de la película o el productor. Siempre estaba rodeada de hombres del ambiente. Estaba todo listo para rodar la escena y ella no aparecía. Llegó un momento en que nos agotamos. Hugo del Carril prefirió quedarse de pie, pero yo me fui a sentar, allí mismo, sin moverme de mi sitio. De pronto alguien dijo ‘ahí viene Eva’ y se alborotó el avispero. Por primera vez le dirigí la palabra. Haciendo una enorme reverencia, doblándome en dos todo lo que pude, lo que me permitía el corsé que lucía durante el rodaje, le dije: ‘Buenas tardes...’ Lo dije así, con furia, desde el alma. Ella se frotó las manos y, un poco nerviosa, miró a un lado y al otro y dijo ‘Bueno, vamos...’ De alguna manera, gracias a mi pelea con Evita, conquisté América. De no haber sido así, Libertad Lamarque hubiera quedado en el anonimato”, contó.
Después de esa película, Eva filmó la que sería su primer protagónico “La pródiga”, dirigida por Mario Soficci y con Alberto Closas como coprotagonista.
No llegó a estrenarse, porque muy pronto la vida de Evita Duarte cambiaría radicalmente.
El terremoto y el encuentro
La noche del 15 de enero de 1944, un terremoto de gran magnitud – 7,4 grados en las mediciones de la época, que con la escala actual sería de 9 – destruyó la ciudad de San Juan. Su duración fue de apenas 30 segundos, pero mató entre 7 y 10 mil sanjuaninos, hirió a unos 20 mil, y redujo a ruinas más de 13 mil viviendas.
El entonces secretario de Trabajo y Previsión Social, coronel Juan Domingo Perón, fue el encargado de organizar la ayuda para las víctimas y convocó a realizar festivales solidarios para recaudar fondos. En pocas semanas se recaudaron más de 12 millones de pesos de la época,
Los artistas más famosos de radio, el teatro y el cine participaron activamente con colectas callejeras. Entre las que más activamente participaron se encontraban las dos protagonistas de la historia del falso cachetazo: Libertad Lamarque y Evita Duarte.
El festival más grande, con la participación de las más importantes figuras, tuvo lugar en el estadio Luna Park de Buenos Aires el 22 de enero.
Casualidad o no, en un momento de la noche la joven actriz Evita Duarte se sentó en la butaca que había quedado momentáneamente vacía al lado del ascendente coronel Juan Domingo Perón.
De ahí en más comenzó otra historia.
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