Ezequiel Di Fulvio, apodado El Duende por sus amigos, tiene 37 años, y trabaja en su taller en la localidad William C. Morris, partido de Hurlingham. Es santafecino, nacido en Alcorta, a 80 kilómetros de la ciudad de Rosario, pero desde que cumplió la mayoría de edad fue un verdadero trotamundos. Fue mochilero hasta los 26, volvió a Buenos Aires y formó una familia. Pasó por muchas etapas y oficios, hasta que encontró la pasión por la madera, las herramientas de precisión y se animó a seguir su instinto. Empezó con un estadio de Racing Club en miniatura, y siguió con La Bombonera, El Monumental, El Ciclón, y muchos más. Con otras cinco maquetas en marcha, frena su jornada laboral para hablar con Infobae, y demuestra que es un hombre que no teme admitir sus batallas.
Dejó su casa materna a los 19 con una mochila, y pasó por varios trabajos: verdulero, vidriero, albañil, electricista, y tatuador. Le inculcaron que en la vida hay que ser laburante por sobre todas las cosas, y de la forma que pudo, le hizo honor a esa enseñanza buscando siempre salir adelante. “A mi viejo no lo tuve, mi mamá tenía que salir a trabajar todos los días, y me crió mi abuela”, revela sobre su infancia. “Anduve por todos lados, siempre sin rumbo, y me sirvió como experiencia, pero después volví, me casé, y soy papá de dos nenes”, cuenta, sobre los niños de 8 y 10 años que juegan a hacer castillos y pistas de autos con los recortes de madera de sus obras.
Considera que ser artista callejero fue lo que más lo forjó, y en definitiva fue el puntapié para dejar fluir su creatividad. “Me llevaba el paño, cargaba la mochila y salía a vender a recitales, cuadros, llaveros, réplicas de instrumentos, y algunas pipas”, recuerda sobre su agitada rutina, y también todo lo que implicaba trasladarse de un lugar al otro. “En la calle estás expuesto a un montón de factores y no es fácil, desde el tema climático que si llueve no se vende, la seguridad, porque puede pasar cualquier cosa en cualquier momento, y la portabilidad de tus cosas, que por eso la mayoría vende cosas chiquitas”, explica. El miedo de que no le compren nada, siempre estaba, y la presión de llevar plata a su casa aumentaba cuando había malas rachas.
Todavía no tenía taller en su casa, tampoco muchas herramientas, pero se dio maña para hacer una maqueta del escenario de Los Redondos, y la llevaba como amuleto, sin pensar que alguien la querría tener en su casa. “Me duró menos de cinco fechas, porque me la compraron, y ahí me cayó la ficha; una vez cuando íbamos para Gualeguaychú en un micro para otro recital, le dije al chofer: ‘Loco, voy a hacer un estadio’”, comenta. Salvando las distancias, asegura que hay similitudes en el fanatismo que se percibe en el ambiente musical, en comparación con el fervor de los hinchas de fútbol. La emoción, la admiración y la sensación de sueños cumplidos, las sintió tanto en los conciertos como en la cancha, y siguió ese impulso para proponerse una meta.
“Una semana antes de que decretaran la cuarentena me puse armar el estadio de Racing, que me llevo dos meses, y ahí arrancó todo”, expresa, aún incrédulo de que el boca a boca se desató en cadena y los clientes que se iban con su réplica en miniatura se lo recomendaban a otros amigos. La rueda no dejó de girar, y para mostrar lo que hace se abrió una cuenta de Tik Tok, @ezequielarteenmadera y otra de Instagram, @maquetas_ezequiel. Fiel a su sinceridad, admite en el primer renglón de su perfil: “Aún no hay descripción corta”, porque su historia de vida tiene muchos matices, y no todos están expuestos en el contenido que comparte.
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Fue un camino de ida, y fue equipando cada vez más su taller para lograr la mejor precisión posible. Las butacas se hacen una por una, calando la madera, y las horas se convierten en días. Es perfeccionista, y explica que eligió la madera porque era la materia prima con la que se sentía más seguro, capacitado y listo para aprender más. “Hoy se hacen muchas maquetas con impresión 3D, se usa mucha imagen, pero yo prefería este laburo artesanal, que me brinda otras posibilidades”, sostiene. El mayor desafío fue hacerlo en la escala correcta, calcular las proporciones para que sea armónico a la vista, y en muchos casos tuvo que consultar planos, buscar información, y hacer una investigación para tener en cuenta la mayor cantidad posible de detalles.
“El cliente que es fanático también te ayuda, porque se conoce cada rincón, cada palco, y te va guiando en lo que quiere para que salga lo más fiel posible”, asegura. Tuvo que recurrir a sus conocimientos de la secundaria, cuando fue a una escuela técnica y aquella materia a la que no le daba mucha bola, dibujo técnico, se convirtió en su aliada. “Hay cosas que no se te olvidan, pero la verdad es que yo fui ahí en primer año porque no me estaba yendo muy bien antes, me peleaba mucho y repetí”, confiesa, y asume que estaba muy lejos de ser buen alumno, algo que revirtió por completo ahora que sigue aprendiendo con seminarios y cursos para seguir formándose. También le sirvieron sus nociones de circuitos eléctricos para sumarle sistemas de luces a los estadios, y el producto que logró deja a muchos hipnotizados.
Se considera un “alma nocturna”, y su momento preferido para trabajar es de noche, por el silencio y la tranquilidad con la que puede encarar un proyecto. “Mi grupo de amistades sabe que por ahí la reunión conmigo es venir a tomar unos mates mientras laburo un poco, porque esto lleva muchas horas, y si veo que algo no está quedando bien, lo empiezo de nuevo, le doy una vuelta de rosca, porque priorizo la durabilidad y que tenga una calidad que le guste a la persona que me está eligiendo”, señala. Siente que es un privilegio vivir de lo que le gusta, y luchó mucho para llegar a eso, así que pone todo de sí cada vez que hace una maqueta.
“Que la gente te lo valore, que te lo pague, es mucho, demasiado”, expresa. Cuando analiza su vocación artística no encuentra un punto de inicio, es algo que nació con él, y la cualidad que más le gusta es que “no hay techo en el aprendizaje”, porque cada día descubre algo nuevo para aplicar. En un mundo con tutoriales, mucha información disponible, tips, consejos, cursos, y muchos referentes, tanto a nivel nacional como internacional, está dispuesto a seguir capacitándose todo lo que pueda.
Es hincha de Rosario Central, y asegura que “le tiran” los colores de donde nació, pero todavía no pudo recrear su cancha. La madera balsa es su materia prima fundamental, pero también usa algunos recortes de cedro y roble. “Tengo un torno grande de un metro, que lo compré hace dos años, y para laburar más en detalle, tengo seis tornos chiquitos con diferentes puntas, que son muy útiles para artesanías; también caladoras de mano, y caladoras de mesa, para hacer ángulos más cerrados, curvos; lijadora, amoladora, y sierras”, enumera sobre las herramientas que tuvo que ir aprendiendo a usar. “Tengo una banda de corte de dedos, porque tuve que ir aprendiendo cada vez más, pero siempre estoy mirando máquinas, me encantan”, agrega.
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Sus manos hablan, al igual que los dibujos que se tatuó, y develan un poco más del hombre detrás de las creaciones. “Tatuar era mi oficio anterior, cuando andaba con una mochila, y durante mucho tiempo anduve con una máquina que hasta el día de hoy la conservo, que era de las primeras máquinas que salieron, y actualmente también tengo máquinas profesionales, pero las uso como un hobby”, manifiesta. Sin tapujos, cuenta que por años no pudo hacer tatuajes, y la razón es que le recordaba a una “época muy oscura y mala de su vida”.
“Estuve muy enfermo, caí en la adicción con la cocaína en esos tiempos, y me costó mucho salir”, revela. Tuvo la intención de estudiar para perfeccionarse, pero el sueño de seguir tatuando quedó trunco cuando lo poco que tenía lo vendía para seguir consumiendo. “Un amigo me habló una vez, me dijo toda la posta en la cara, de lo que me estaba pasando, todo lo que me iba a quitar la droga, lo que iba a perder, y aunque en ese momento no pude dejar, al poco tiempo tuve una sobredosis, estuve internado y me acordé de sus palabras, y ese día dije: ‘No tomo más’”, recuerda, y celebra que pudo cumplir con su palabra.
“Creo que sino me hubiera pasado lo que me pasó, quizás hubiera seguido tatuando, pero pude retomarlo de otra manera”, sostiene. Y agrega: “No deja de ser una enfermedad a la que todos los días se le da batalla, porque al poco tiempo de dejar tenía que subirme a un micro donde sabía que muchos me iban a ofrecer, y en medio de la adicción cuesta un montón decir que no, pero lo hice, y me acordaba todo el tiempo de cómo estaba yo, súper flaco, mal de salud, casi pierdo a mi familia, trabajos, y no quiero volver nunca más a eso”, sentencia. Piensa en sus hijos, que cuentan con un papá en condiciones totalmente distintas, decidido a brindarles valores, y tratar de educar desde el ejemplo.
“Está bueno que saben que el día mañana les puedo enseñar este oficio si lo quieren aprender, y la verdad me da un poco de miedo que alguna vez conozcan la calle, porque yo conozco las profundidades, y me asusta, pero sé que no los puedo criar en una burbuja, y que ahora son chiquitos, pero más adelante les puedo hablar desde lo que me pasó a mí”, afirma. “Yo sé lo que es que la vida no tenga sentido, y con esto veo que mi esposa, que trabaja en una fábrica, y mis hijos también están disfrutando, puedo trabajar desde mi casa y estar más tiempo con ellos”, dice con gratitud.
Ezequiel ofrece tres medidas estándares, y la más chica es de 50 por 50 centímetros, hasta la más grande de un metro por un metro. “Hago tamaños intermedios, todo se puede charlar, pero no estoy haciendo más chiquitas que eso porque se pierden muchos detalles”, explica. Nunca imaginó que sus obras trascenderían fronteras, y por eso se emocionó cuando lo llamaron desde Costa Rica para pedirle una maqueta de la cancha del Club Atlético Boca Juniors, también llegó otra a Nueva Jersey, y en Bolivia le pidieron una de El Monumental, y otra en España.
Como todo trabajo artesanal, admite que lo más difícil es afrontar los costos y encontrar un precio justo, que sea acorde a las horas de trabajo invertidas, y resulte posible de abonar para el cliente. Por eso brinda la posibilidad de pagos parciales hasta la finalización del trabajo. “Para poder arrancar suelo pedir una seña, porque es lo que uso para la compra de los materiales, el precio queda congelado; y el resto se puede ir pagando en el transcurso o directamente el día de la entrega”, asegura.
A futuro, está analizando otras estructuras, porque sabe que muchos quisieran tener una réplica de su estadio favorito en sus casa. “Estoy buscando con tiempo, probando el material indicado, el tipo de madera para que se noten los detalles en una proporción más chica, así también la puede comprar más gente, y podría llegar a un público más masivo”, proyecta.
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