Seguir la transmisión por el canal de YouTube de La Retaguardia (https://www.youtube.com/watch?v=Z2GHz2URqVI) y Pulso Noticias se siente atípico. Como estar presenciando algo inusual, que se sabe histórico, importante. Es que así fue y se vivió la audiencia que enmarcó los testimonios de Carla Fabiana Gutiérrez, Paola Leonor Alagastino, Julieta Alejandra González, Analía Velázquez y de Marcela Viegas Pedro, cinco mujeres trans que sobrevivieron a sus secuestros en el Pozo de Banfield durante la última dictadura cívico-militar y que por primera vez pudieron declarar y ser escuchadas en un juicio de Lesa Humanidad.
“Gracias por defendernos”, comienza diciendo Paola Leonor Alagastino a través de una conexión por zoom en Italia, donde vive cuando logró escaparse de la Argentina en 1985. “Muchísimas gracias de corazón por lo que están haciendo por lo que nos hicieron. Muchísimas gracias”, termina diciendo pasados 20 minutos.
Paola llora, como llorará muchas veces mientras cuente lo que vivió en el invierno de 1977, a sus 17 años, cuando la llevaron desde Camino de Cintura a la Brigada de Banfield en el baúl de un Ford Falcon blanco.
“Me bajaron del auto y yo pensé que me iban a matar. Fui muy maltratada, violada, me cortaron el pelo. Nos hacían dormir arriba de cartones. Nos tenían sucias, sin bañarnos. Si queríamos comer había sexo anal o bucal. Ellos elegían la persona. Si la persona no quería venían los palos. Ellos hacían lo que querían con nosotras. No era sexo, eran violaciones. Y nos trataban mal, nos insultaban. `Maricón, puto, ustedes tienen que morir, no sirven para nada, los vamos a matar, los vamos a tirar por ahí y nadie los va a encontrar´. Ni a un animal se lo trata de ese modo”.
Paola se quiebra, se tapa la cara con las manos como queriendo dejar de ver las imágenes del horror, de su propio horror. Ese que parece inenarrable.
- Quédese tranquila, no se haga usted problema, tómese su tiempo, tome un vaso de agua si lo desea. Y si quiere que hagamos un descanso lo hacemos, declare usted con absoluta tranquilidad.
Propone el presidente del Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata, Ricardo Basílico.
-No, prefiero seguir.
Responde Paola y respira, convencida de que hace falta narrar el horror.
“Escuchábamos que en el segundo piso le daban picana a chicos y a chicas. Era un infierno, porque daba miedo todo eso. Escuchábamos las botas de los militares y temblábamos por si nos venían a dar electricidad a nosotras. Cada vez que daban picana vibraban las luces”.
El Pozo de Banfield fue una dependencia de la policía de la provincia de Buenos Aires donde funcionaron de manera clandestina un centro de detención, tortura y exterminio, y una maternidad entre octubre de 1974 y noviembre de 1978. Es decir, mucho antes del golpe de Estado. Según datos aportados por ex detenidas, detenidos, familiares y organismos de derechos humanos, alrededor de 350 personas estuvieron allí ilegalmente.
“Ahí adentro estábamos en un lugar como si no existiéramos y no podíamos comunicarnos con nadie. Cuando se les antojó me dejaron ir. `Andate, tomate el colectivo y la próxima vez que te vemos ya sabes lo que te va a pasar´, me dijeron y me soltaron. Yo tenía terror cuando salía a la calle. Veía un coche y temblaba. Ni siquiera al mercado quería ir porque tenía mucho miedo. En 1985 me vine para Italia. No aguantaba más. Me tomé un remís y me escondí en el piso del auto, porque a más de una la bajaron y le hicieron perder el pasaje. Cuando llegué a España fui la persona más feliz del mundo porque sabía que no iba a sufrir más”.
Carla Fabiana Gutiérrez también declaró desde su exilio en Italia en la audiencia 100 del Juicio Brigadas, un megajuicio que unifica los crímenes cometidos durante la dictadura en tres Brigadas de Investigaciones de la policía bonaerense: el Infierno (en Avellaneda), el Pozo de Quilmes y el Pozo de Banfield.
“Fue en 1976 o 1977. Yo tenía entre 14 y 15 años. En esa época tener un hijo homosexual era la vergüenza del barrio, entonces me aparté a la casa de mis padres y empecé a trabajar en la ruta. Hasta que me llevaron al Pozo de Banfield y comenzó mi calvario. Se bajaron de civil y me llevaron en un coche particular. Yo lloraba, era menor. Cuando me sacaron del auto encontré a las otras chicas. Ahí empezaron los insultos. Me sacaron los zapatos, me dejaron media desnuda. Para comer teníamos que pedirles a ellos alguna sobra de algo y había que pagar. El pagar de ellos era con sexo. ¿Tengo que decir qué cosa era? Tenía que chuparles el pene para poder comer”.
Carla inspira, espira, y sigue. Ahora con los ojos cerrados.
“Estuve tres días encerrada ahí adentro. Una de las noches encontré gente que entraba y los llevaban a los golpes para arriba. Yo escuchaba gritar pero no sabía qué cosa era, no entendía en ese momento. Con los años me fueron explicando que agarraban personas y les hacían de todo. Yo solo sabía lo mío y pensaba que me llevaban por prostituta”.
No fueron tres únicos días de torturas. A Carla la detuvieron infinidad de veces. Incluso en democracia. Nunca estaba sola. Estrellita, la Jujeña, la Muñeco, Paola, la Marisela, Perica, Jenny, Cuki, Claudia, la Patona, Susana, la Hormiga, Romina. La mayoría, muertas.
“Cambié de zona porque no soportaba más las detenciones, los malos tratos. Estaba cansada de estar en los calabozos. Nos atendían como animales porque para ellos éramos animales, pero cuando querían hacer sexo nos venían a buscar a nosotras. Éramos monstruos para los policías. Nos hacían sexo y a la vez nos odiaban. No se podía entender. Y no nos podíamos negar. Si te negabas te mataban a palos. Una vez me pegaron en la cabeza con los palos que usan. Cuando me soltaron un amigo me llevó al Hospital Salaberry donde me hicieron una tomografía y se vio que tenía el cráneo astillado. Me quedaron secuelas: pierdo la memoria y hace treinta y pico de años que tengo hemicráneas”.
En 1986, Carla decidió abandonar Argentina.
“Comencé una nueva vida sola. Fue duro. Pero nosotras nos acostumbramos a todo. Después de lo que pasamos en la época militar nos hicimos una coraza para continuar viviendo.
Que hoy se haga justicia por nosotras creo que es que ganamos, a pesar de que pasaron tantos años y de que las chicas no están más. Muchísimas gracias por la oportunidad de podernos expresar para que se haga justicia. Solamente eso, muchísimas gracias”.
- Es su derecho.
Dice la voz del presidente del Tribunal.
Sí, juro
Analía Velázquez llegó a La Plata para testimoniar sobre las seis o siete veces que estuvo detenida ilegalmente entre 1976 y 1978.
“La primera vez tenía 22 o 23 años y me llevaron de la casa de mi familia. He pasado torturas de todo tipo. Me han violado, he escuchado cosas muy muy horribles. Se sentían los gritos de las personas a las que les daban picana. Ellos decían que eran máquinas, pero se sabía que esas eran picanas. En alguna oportunidad me dijeron que en cualquier momento me podía pasar. Yo lloraba mucho porque realmente sentía la muerte continuamente”.
Analía recuerda los Ford Falcon que las fuerzas armadas usaban para secuestrar, especialmente de madrugada; los sótanos del Pozo de Banfield; sus desapariciones de hasta 90 días.
“Cuando ellos tenían ganas nos hacían hacer striptease, que bailáramos para ellos. A veces estaban alcoholizados. Nos sacaban fotos. Nos ponían en el medio del patio y nos cortaban el pelo. Dormíamos sobre papeles de diarios”.
A Analía las compañeras la conocían como “la Marisela”.
“Quedé con muchos miedos que no se me van. Duermo mal, a veces tengo pesadillas. Pero nunca pensé que iba a encontrarme delante de ustedes para promover que se haga justicia”.
Cuando le toca el turno a Marcela Viegas Pietro una mujer le sostiene las manos, que lleva entrecruzadas como en pose de rezo. Así pasará todo el rato.
“Estaba por cumplir los 15 años. Estuve 17 días detenida desaparecida y pude volver. Yo venía escapada de Rosario, donde había una conjunción de militares y policías federales que hacían cacerías con nosotras porque tenían la obligación de llevarse una cantidad de prostitutas, travestis, gays y lesbianas. En Buenos Aires empecé a trabajar en Camino de Cintura. Es un lugar en la ruta donde hay un montón de fábricas. Había cerca además una escuela nocturna y yo daba servicios sexuales a los estudiantes. Todas las noches tenía que pagarle al patrullero su canon económico y cada tanto tenía que hacer favores sexuales. Por eso cuando me subieron al patrullero para mí fue normal. Pensé `bueno, toca hacer el favor sexual´. Pero ese día fue diferente”.
Marcela habla pausado. Parece que va a romperse, pero pronto recupera fuerzas y continúa el relato. Llora. Se seca las lágrimas. El cuerpo erguido, casi inmóvil. Mantiene la mirada fija en las manos, hacia abajo. Suspira.
“En el patrullero me pusieron una bolsa de cebolla en la cabeza, me llevaron a no sé dónde y terminé en una celda. Recuerdo las palabras: `Ahora vas a saber lo que es bueno, puto´. Al día siguiente empezó el calvario. Sistemáticamente cada día me venían a buscar, me ponían una venda pero yo podía espiar por abajo, me tiraban en una cama, me ataban y me ponían 220. Ellos pedían que les dijera los nombres de los chicos con los cuales salía, sus domicilios, y de qué hablaban. Pero mi relación era sexual, no tenía otro vínculo, no conocía ni siquiera sus nombres. También me violaban, me empalaban y me volvían a la celda”.
Diecisiete días después del secuestro, la detención de Marcela fue blanqueada en el libro de entrada a una comisaría. En ese momento supo que saldría viva del Pozo de Banfield.
“Mido 1.77, suelo pesar 78/80 kilos, y me largaron con 40 kilos. Mi amiga Gina me tuvo que ayudar. Gracias a ella estoy hoy acá pudiéndolo contar. Ella, en cambio, no está más. Y todo esto salió a la luz hace muy poco, lo tuve escondido toda mi vida”.
A casi tres horas de iniciada la audiencia, Julieta Alejandra González toma la palabra como víctima y testigo por primera vez en la historia y en su historia. En 1977 ejercía la prostitución en la esquina del Club Atlético de San Isidro (CASI) cuando “la levantaron” a los golpes junto a dos compañeras, Judit y el Negro.
“Nos llevaron a un lugar grande que tenía como dos fosas abiertas. En esas fosas nos hacían limpiar sus autos y muchos de los autos tenían sangre adentro. Siempre recuerdo mucha pero mucha sangre una vez en un Falcon amarillo. También nos hacían cocinarles. Y nos insultaban, abusaban sexualmente de nosotras, nos rapaban. En ese tiempo para nosotras era normal ese trato”.
Julieta le tiene miedo a los gritos. A veces siente que los vuelve a oír, que vienen de algún lado y solo atina a quedarse en silencio y esperar a que pasen.
“Escuchábamos gritos de gente joven, de hombres y de mujeres. Cuando gritaban, las luces subían y bajaban. Y sonaba una radio muy fuerte. Un día la que se quejaba de mucho dolor era una chica y enseguida escuchamos el llanto de un bebé. Al rato no se oyó ni a la chica ni al bebé”.
Se tiene registro de que por el Pozo de Banfield pasaron 30 mujeres embarazadas. Entre septiembre de 1976 y diciembre de 1977 nacieron al menos ocho bebés. Solo cinco recuperaron su identidad.
Superados los nervios de la audiencia, Julieta comparte con Infobae lo que significó que un Tribunal de justicia le preste atención, que por primera vez su relato importe.
“La noche anterior que fui a atestiguar soñé que estaba en el Pozo de Banfield con Judit. Me miraba sonriente. La veía feliz, estaba tan linda. Yo en el juicio hablé por Judit también. Y por la persona que estaba en el segundo calabozo cuando llegué a Banfield. Quizás pocos pudieron ver a esa persona, pero yo la vi y ahora puedo contar que esa persona estuvo ahí. Y eso me hace bien. Por lo menos alguien que vio está hablando. Siento que puedo ser la voz de tantas personas que han quedado calladas. Eso es muy emocionante para mí. Más por lo que significa para el colectivo trans, para nosotras que hemos pasado tantas cosas”.
Derecho a ser
El golpe militar de 1976 le dio forma a, lo que ellos mismos llamaron, un Proceso de Reorganización Nacional que enunciaba como uno de sus objetivos básicos “restituir la vigencia de los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino”.
Para Marlene Wayar, activista travesti, ceramista y psicóloga social, es fundamental poder distinguir dentro del sistema general el sistema sexo-género en particular.
“En este período podemos marcar una reintensificación y especificidad de conseguir un perfil ciudadano obediente, nacionalista, enmarcado en el concepto de heterosexualidad obligatoria. Es decir, la fuerza opresora buscaba un hombre nacional, familiero, trabajador, que vaya de la casa al trabajo, que no hiciera juntas masivas. Y se entiende a las disidencias sexuales en el ejercicio de la prostitución como una amenaza al pensamiento nacional, cristiano, familiero”.
Y continúa: “Por los cuerpos de obreros, de trabajadores, de estudiantes, de militantes político-sociales había que salir a dar explicaciones, por eso se toma la decisión de desaparecerlos. Como no están los cuerpos no sabemos, no damos explicaciones. En cambio nadie va a pedir explicaciones por nuestros cuerpos. Nuestros cuerpos aparecen, desmembrados, torturados, empalados, atados, quemados, con signos particularmente visibles de torturas sexuales sobre sus genitales. Cuerpos que no son reclamados porque no tienen el respaldo de nadie. Asimismo, se siembra la idea de que aquellas personas que tuvieran relación con estos cuerpos están contaminados y son juzgables. Sobre estos cuerpos nadie tiene que dar explicaciones. Es la evidencia de la maldad y es una cuestión patriótica religiosa eliminarlos”.
Marlene fue convocada a ser parte de la jornada como testigo de contexto, una figura que fue ganando presencia en los juicios por delitos de lesa humanidad y que involucra a especialistas cuyos aportes son tomados como pruebas testimoniales.
“Hay una sociedad entera y una no ve que nuestros relatos interesen. Por eso creo en lo trascendental e histórico de este juicio, porque estamos pudiendo escuchar las voces, los testimonios y los análisis respecto de un campo absolutamente nuevo. Nunca hemos tenido derecho a la verdad, a la justicia, a la memoria y a sentir el respaldo de que nuestros cuerpos importan. De que a este país le importa nuestros cuerpos. Es sumamente significativo este momento, este juicio, con el peso histórico que creo que va a tener hacia adelante. El exterminio de la comunidad travesti trans ha sido absolutamente exitoso. Sucede que seguimos naciendo, pero si fuese por la intención que ha habido en esos años no estaríamos sobre la Tierra”.
Las vivencias de Carla Fabiana Gutiérrez, Paola Alagastino, Analía Velázquez, Marcela Viegas Pedro y de Julieta Alejandra González fueron incorporadas a principios de este año como delitos de lesa humanidad en el debate oral y público por los crímenes de los Pozos de Banfield, Quilmes y El Infierno a partir de la insistencia de la Unidad Fiscal de La Plata. Muy especialmente gracias al trabajo de la auxiliar fiscal, Ana Oberlin.
“A este juicio oral llegó el caso de una mujer trans llevada al Pozo de Banfield y lo importante era lograr demostrar que no había sido solamente ella la que sufrió persecución, violencias y ensañamiento sino que había otras personas que habían pasado por las mismas situaciones porque fue una práctica sistemática de esos años. También era importante porque refleja lo que ocurrió en el terrorismo de Estado en nuestro país y cómo las persecuciones y los ensañamientos contra las personas trans se incrementaron durante el terrorismo de Estado. Debía quedar reflejado porque corresponde y porque debían ser escuchadas por la justicia, y porque no hacerlo implica obturar sus derechos y que estuviera incompleta la reconstrucción de lo ocurrido ya que faltaban evidentemente personas que fueron victimizadas”, explica Ana a Infobae.
En un clima de mucha emoción, la sala de audiencias del TOF 1 en las calles 8 y 50 de la ciudad de La Plata fue el escenario que inauguró la escucha atenta y empática a integrantes de un colectivo que con los militares en el poder (pero antes y después también) padeció torturas, vejaciones, saña, acoso, persecución y muerte por el hecho de ser.
En palabras de Marlene: “Muchísimas gracias por la posibilidad. No solo por pensar que somos relatos testimoniales, sino que además tenemos un conocimiento producido en comunidad y derecho a la memoria, a la verdad, a la justicia. Muchísimas gracias por todas las muertas que ni siquiera tienen una lápida que las reconozca como lo que fueron, vivieron y quisieron ser”.
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