La reinterpretación de la historia puede ser influenciada por la cultura y los valores de cada época. Esto no significa que los hechos históricos cambien, sino que se pueden explorar nuevos enfoques y temas, lo que puede llevar a una comprensión más amplia y diversa de la historia.
Por eso es importante situarse siempre en el contexto de época. Y, en materia de moral sexual cada cultura y cada tiempo histórico tienen sus particularidades, y si pretendemos juzgarlas con los ojos del Siglo XXI, nos vamos a encontrar en dificultades. Por ejemplo, en la antigua Grecia, la homosexualidad masculina era ampliamente aceptada, pero en simultaneo Aristóteles consideraba que que la esclavitud era justa. Más cerca en la historia, nuestro padre de la Patria Don José de San Martín, con 34 años sedujo y desposó a Remedios de Escalada de 14. Hoy estaría preso.
Dentro de 50 años, los jóvenes de hoy seguramente van a observar con extrañeza la conducta sexual de sus hijos y nietos.
Hechas estas consideraciones y prevenciones voy abordar un tema tabú y que puede resultar revulsivo para muchos: la moral revolucionaria cubana.
Cuba, cuna de los revolucionarios latinoamericanos
En los 70 -y para muchos todavía hoy-, la Revolución Cubana fue considerada como un faro de luz de la juventud rebelde latinoamericana. En los 60, varios centenares de futuros militantes revolucionarios de toda Latinoamérica fueron a recibir adoctrinamiento político y militar a la Cuba de Fidel y el Che.
Desde la perspectiva de que un pequeño país, a 90 millas de las costas de Miami, se enfrentase a muerte con los Estados Unidos, requería de galvanizar una “moral revolucionaria interna” que no permitía ninguna “debilidad propia del capitalismo”. El modelo de hombre cubano era el que mostraban las fotos del Che Guevara en la zafra cañera. El hombre rudo, curtido por el sol, con fusil al hombro y con un machete en la mano cortando caña.
Entre las “herencias del capitalismo” a erradicar, mencionaban e la delincuencia común, los vagos, los Testigos de Jehova y otras sectas religiosas, los jóvenes que no trabajaban ni estudiaban, los de “guitarrita en actitudes elvipreslianas” (según los llamo Fidel) que serían los primitivos hippies de la época, y la homosexualidad, considerada delito penal hasta 1979.
El intelectual cubano revolucionario Samuel Feijóo en su libro “Juan Quinquín en Pueblo Mocho” se refiere a los homosexuales: “[…] contra él se lucha y se luchará hasta erradicarlo de un país viril, envuelto en una batalla de vida o muerte contra el imperialismo yanqui. Y que este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser expresado por escritores y ‘artistas’ homosexuales o seudo-homosexuales. Porque ningún homosexual representa la Revolución, que es asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas.”
Fidel Castro en una reunión con un grupo de escritores y artistas cubanos , el 4 de enero de 1968, expresó: “En este momento no podemos llegar a creer que un homosexual pudiera reunir las condiciones y los requisitos de conducta que nos permitirían considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero militante comunista.”
Ya vemos que “la Revolución, es asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras”. Hoy diremos que era un discurso machista y homofóbico. Pero insisto que hay que situarse en el contexto de la época. En la Cuba actual existe una amplia apertura a la diversidad sexual.
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El papel de la mujer en la guerrilla
El Che inculcaba una moral espartana, donde las relaciones personales se subordinaban a la vida política: “Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada”... No tengo casa, ni mujer, ni hijos, ni padres (…) sin embargo estoy contento, me siento algo en la vida”.
El modelo del guerrillero rural era el del hombre que sube al monte dispuesto a soportar meses de agotadoras caminatas y todo tipo de privaciones. El Che no descartaba la presencia de la mujer combatiente, pero veía su papel más útil en la retaguardia.
El filósofo Tzvetan Todorov se refiere a lo solitario de la calidad del héroe: “El héroe es un ser solitario, y ello por un doble motivo: por un lado combate por abstracciones más que por individuos; por otro, la existencia de seres cercanos le hace vulnerable”.
En definitiva, la concepción del guerrillero no difiere mucho del celibato sacerdotal. San Pablo dice “el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo”.
A la Cuba de esos años, donde Fidel y el Che pensaban de esta forma respecto el perfil del hombre nuevo a construir con la revolución, fueron a formarse la mayoría de los futuros dirigentes guerrilleros argentinos.
En nuestro país, donde la guerrilla será preeminentemente urbana, la participación de la mujer fue mucho más activa y numerosa, lo que generó la necesidad en los grupos armados de regular las relaciones personales entre sus miembros, con la intención de evitar que a las dificultades de la clandestinidad y la represión, se sumaran los conflictos de pareja.
Ana Alumbrada
No hay muchos testimonios sobre estos aspectos de la moral revolucionaria. Tanta tragedia posterior tapó algunos temas incómodos. Pero es cierto que al lado de lo que fueron los campos de concentración de la dictadura, las torturas y los asesinatos, los conflictos morales se convirtieron en anécdotas menores.
Hoy, algunos hijos de aquellos militantes se animan a escarbar viejos asuntos, que les permiten reconstruir, en algo, la historia de vida de sus padres. Alejandra Slutzky realizó un largo peregrinaje para dar con la historia de su madre, Ana Svensson, a quien supone fallecida en un hospital psiquiátrico de Buenos Aires. Desde su mirada de una mujer del siglo XXI, Alejandra va destejiendo la historia hasta llegar al entrenamiento en Cuba de sus padres en 1967. Plasmó su historia en un libro editado en 2018 titulado “Ana Alumbrada”.
Alejandra, luego de recorrer una docena de sobrevivientes que conocieron a sus padres, dio finalmente con el ex -militante Daniel Alcoba, quien por mail le relató lo sucedido con su madre en La Habana en 1967.
“El incidente ocurrió en Pinar del Río, cuando tu mamá seguía un entrenamiento de dos semanas. Dicen que allá se lió con un cubano primero y luego con Humberto, el cordobés.
Al volver a la casa de La Habana encontraron a tu madre, “Mónica”, teniendo relaciones con Humberto. Diana Halac me contó que tu mamá, antes de acostarse con Humberto, tuvo como amante a un cubano del G2, de los que trataban con nosotros. Y que cuando saltó la bronca, los cubanos dejaron todo en nuestras manos para evitar involucrar al oficial del G2.
“Entonces – hoy resulta difícil de entenderlo – se decidió hacerles un juicio. Así es que tu mamá fue juzgada por los propios compañeros durante una noche entera. Habían armado un ‘comité moral’ con el Gringo delante de todos. Ella estaba totalmente sola. Las compañeras mujeres también la dejaron sola y hasta la atacaban y acusaban. La acusaron y alguno llegó a exigir su fusilamiento”.
“La moral dominante tanto en Cuba como en nuestro grupo ampliado de aspirantes a guerrilleros era mas represora del sexo que la católica. De modo que tu madre fue duramente criticada, tanto por los cubanos del Ministerio del Interior y del Servicio de Seguridad, como por los compañeros de militancia. Tu padre al principio defendió el derecho de tu madre a llevar su intimidad de acuerdo a sus deseos y su libertad de costumbres. Pero lo criticaron y presionaron tanto que acabó por callar…”
Creo que no es necesario agregar ningún comentario al texto reproducido por Alejandra en su libro.
Ni hippies, ni drogas
Si bien los años sesenta fueron la explosión del drogas, sexo y rock and roll, esta idea no terminó de penetrar en los jóvenes latinoamericanos que emprendían el camino de la revolución social.
La ex militante montonera Adriana Robles, en su libro “Perejiles”, recuerda que en el grupo de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) “se comentó o habló que Balu fumaba marihuana”. “Se decidió separarlo de la agrupación porque un ‘falopero’ no era confiable como revolucionario”. “Así fue como Balu dejo de estar en la UES de Avellaneda… pienso que, tal vez, le salvamos la vida”.
Por la misma época, para replicar acusaciones de la derecha, las columnas de JP cantaban: “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros”.
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Moral y Proletarizacion en el ERP
En el caso del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) los cánones morales estaban muy influenciados por el origen norteño de sus jefes originales. Aunque el pensamiento trotskista es bastante amplio y liberal en materia sexual, Roby Santucho y su esposa Ana Villarreal pertenecían a familias tradicionales de Santiago del Estero y Salta, de fuerte contenido patriarcal y machista. Poco antes de iniciar la lucha armada, Roby tuvo un romance con una compañera más joven, y esto motivó un gran debate dentro de la cúpula del partido, que terminó con un fuerte cuestionamiento a su jefe.
En 1972, en la revista del ERP, se publicó un artículo titulado “Moral y proletarización”, escrito por Luis Ortolani. Este texto se convirtió en una suerte de manual de iniciación y en un código normativo para los militantes del PRT-ERP. Veamos algunas frases del texto.
“La forma de la hegemonía burguesa que se pretende imponer (...) predica un supuesto ‘amor libre’ que aparentemente liberaría a los miembros de la pareja, particularmente a la mujer de la sujeción tradicional. Pero lo que en realidad hace, es establecer nuevas formas de esclavización de la mujer y de cosificación de las relaciones entre ambos sexos”
“La pareja es una actividad política. (...) Sus integrantes pueden y deben encontrar en ella una verdadera célula básica de su actividad política, integrada al conjunto de sus relaciones (…) La construcción de una nueva familia parte (...) de la pareja monogámica como célula básica, demostrando su carácter superior como unidad de construcción de la familia socialista”.
En el PRT-ERP, los conflictos por relaciones dobles e infidelidades, que aparecían con frecuencia, eran tratados en reuniones de célula o ámbito donde todos opinaban y sugerían soluciones o sanciones. La vida clandestina facilitaba que algunos responsables mantuvieran varias relaciones a la vez en cada ámbito diferente que coordinaban.
En un momento a nivel del buró central del partido se creó un tribunal de ética, pero en el acto de asunción, tres integrantes debieron renunciar porque reconocieron tener relaciones dobles desde hacía mucho tiempo.
En cambio, los primos hermanos del PRT-ERP , el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) (que no se constituyó como grupo armado), mantuvieron siempre una actitud mucho mas liberal respecto el sexo y las relaciones de pareja.
Código de Justicia Revolucionaria de Montoneros
Los grupos originarios de Montoneros eran de extracción católica. Firmenich y otros cuadros sostenían las pautas morales tradicionales. Casamiento por Iglesia, fidelidad conyugal y familia numerosa. Sin embargo el grupo de las FAR, que venía de militancia anterior en el Partido Comunista, tenía criterios menos estrictos.
En octubre de 1975, en momentos de mayor presión represiva y alto grado de militarización, Montoneros sancionó el Código de Justicia Revolucionaria que definía los diferentes tipos de delitos y sus penalidades. Veamos tres artículos que tienen que ver con el tema.
ARTÍCULO 16.
DESLEALTAD. Incurren en este delito quienes tengan relaciones sexuales al margen de la pareja constituida, son responsables los dos términos de esa relación aún cuando uno solo de ellos tenga pareja constituida.
ARTÍCULO 21.-
Las penas que podrán ser aplicadas a criterio del Tribunal Revolucionario son las siguientes: degradación, expulsión, confinamiento, destierro, prisión y fusilamiento.
ARTÍCULO 28.-
La Pena del fusilamiento podrá aplicarse a todos los delitos enumerados con excepción de los previstos en los artículos 6, 10, 12, 14, 16 y 17 del Capítulo anterior.
Con buen criterio, el delito Deslealtad no estaba incluido entre los que merecían fusilamiento.
El primer condenado a muerte (en ausencia) en base a este Código fue el número dos de la organización Roberto Quieto, quien fue secuestrado el 28 diciembre de 1975 cuando compartía un asado con su mujer e hijos en una playa pública de Martinez. Quieto había violado todas las normas de seguridad y en los considerandos de la sentencia se le adjudican “rasgos individualistas y liberales especialmente en las malas resoluciones de su vida familiar”. Su esposa Alicia Testai nunca quiso ingresar a la clandestinidad y Quieto se exponía cada vez que visitaba a su familia.
Paco Urondo, quien inició una doble relación con la joven Alicia Raboy, fue sancionado con degradación y enviado a Mendoza, donde cayó en manos de la represión.
En la revista Evita Montonera Nº10, en una nota sobre “la caída en combate de Arturo Lewinger”, se cita el testimonio de su “compañera”. “Hay un periodo importante de su vida que coincide cuando yo estaba presa. En esa oportunidad él se comporta muy liberalmente en la relación con otras compañeras. Planteó la situación a la conducción nacional de las FAR –a la que pertenecía- y se lo suspendió (…) Hay ciertas debilidades político ideológicas que no son admitidas en un cuadro montonero”
Adriana Robles cuenta que a fines de 1976 (ante las dificultades de conseguir viviendas clandestinas) la organización estableció como obligatorio un periodo de seis meses de noviazgo antes de autorizar a las parejas a vivir juntos. Para muchos, seis meses era superior a la expectativa de vida de ese momento, por la continuidad y velocidad de las muertes, eufemísticamente llamadas “caídas”.
Concluyendo
En los setenta, los cánones morales de los jóvenes revolucionarios no estaban alejados de la cultura predominante: heterosexual, patriarcal y machista.
En las organizaciones guerrilleras las normas de seguridad implicaban clandestinidad y secretismo absoluto aun entre los miembros de la pareja. Uno (hombre o mujer) podía alejarse de su vivienda por varios días sin darle al otro ningún dato. Pasada la hora marcada de seguridad, quien estaba en la casa debía evacuarla de inmediato y no regresar por ninguna razón. A veces por razones operativas un hombre debía convivir días con otra mujer. La muerte era un hecho cotidiano. En ese contexto, las relaciones se hacían muy complejas y hubo necesidad de regularlas, a veces de modo absurdo.
Entre los jóvenes guerrilleros, cuya edad promedio era de 25 años o menos, nadie tenía planes de largo plazo; aunque amaban la vida, sabían que la promesa hasta que la muerte nos separe, estaba a la vuelta de cada esquina.
Leon Trostky dijo “los revolucionarios aman la época que les tocó vivir, porque es su patria en el tiempo.” Un tiempo que en los años setenta fue demasiado breve: dos, tres años… a veces menos. Demasiado poco para vivir, luchar, amar y morir todo al mismo tiempo.
Aldo Duzdevich es autor de “La Lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón” y “Salvados por Francisco” (www.aldoduzdevich.com)
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