“En 16 días sale su vuelo a Italia y no la veré por mucho tiempo. Mi corazón que sobrevivió a dormir en la calle y pasar hambre, hoy está partido al medio. Tengo la obligación de estar feliz por ella. Tengo la obligación”, expresó con angustia en Twitter Rodo Llanos (53), un padre al que esta vez le tocó contar esta vivencia en primera persona. El tuit conmovió a los usuarios de la red. Y quienes ya habían pasado por esa situación, de transitar la dura despedida en Ezeiza de uno o más hijos y verlos a cuentagotas en viajes, salieron a reconfortarlo, acompañarlo, que no se sintiera solo en este cambio de vida, inesperado, que en muchos casos despierta sentimientos encontrados, dolor, bronca, un vacío que no se cura, las expresiones más repetidas. La enorme distancia que separa a la Argentina de las ciudades que eligen los jóvenes para trabajar y el alto costo de los vuelos, generan un mayor abismo entre padres e hijos. En las despedidas de Ezeiza nunca se sabe cuándo será el próximo encuentro.
La tuitera Marcela M. en respuesta a Rodolfo reveló que hace dos meses su hijo se fue a Italia, y que dos meses antes de su partida empezó a ser otra. “Por qué mentir. El dolor en mi caso fue terrible y también me obligó a estar bien, ansiando que un día vuelva”. Otra usuaria cuya hija se fue el año pasado a Roma, confiesa que su partida fue durísima, que la tristeza es inmanejable. “Si bien duele menos sigue siguiendo un vacío que no se cura. Con sus hermanas, ir y verla pasó a ser nuestro único objetivo. Ella no piensa volver. Fuerza!”, anima.
Para Rodo Llanos la tristeza es doble. Porque es el presidente de la Unión de emprendedores de la República Argentina: “En el caso mío, mi trabajo es que más emprendedores puedan triunfar, más emprendedores elijan armar una empresa en nuestro país y y me toca esta situación de que a pesar de hacer todos los esfuerzos que estamos haciendo mi propia hija elige irse a otro lugar y a intentar hacer cosas que quizás hoy siente que en la Argentina no las puede hacer. Y la situación mía de respetar su libertad, sus deseos de crecer y tener expectativas en otro lugar que no es nuestro país”.
Te puede interesar: El 70% de los jóvenes argentinos se iría del país según una encuesta realizada por la UBA
Marina está por cumplir 28 años, se recibió de arquitecta el año pasado y hace unas tres semanas le dieron el título, cuenta este padre muy orgulloso de su hija. “Ella quería irse a empezar todo de nuevo y nosotros tratamos de aconsejarle, le dijimos que no soltara los lazos que la unen con la Argentina. No queríamos que tirara su título y se fuera a trabajar de moza”, relata el hombre que se dedica al marketing y publicidad. -“Búscate algo que tenga que ver con tu profesión”, le sugirió. Y Marina habló con el estudio de arquitectura para el que trabaja y le propusieron continuar en su trabajo de forma remota desde allá, de manera que sus padres sintieron tranquilidad. “Un alivio en medio del voy viendo que tienen hoy los chicos y uno más allá de los temores, y lo que sabemos que implica irse a un lugar sin auxilios cercanos, tratamos de aconsejarla”, cuenta quien se propuso no empañar la partida de su hija a Italia con una tristeza excesiva, pero no puede dejar de pensar, que cada día le queda menos para compartir y que ese nudo en la garganta que tiene, cada vez se hace más fuerte.
Por este tuit Rodolfo Llanos recibió cantidades de mensajes de madres y padres que le contaban que no veían a sus hijos hace dos años y el hecho de que estuviesen bien los hacía feliz. “Bueno, a mí eso me da una situación de mucha tristeza”, expresa Llanos. Su miedo es vivir acontecimientos importantes de su hija, en una edad en que suelen constituirse familias, a través del Whatsapp, y no en familia, como sí él pudo vivirlo en su juventud. Su otro hijo, Martín, de 24, ya le dijo que está acelerando sus estudios en administración de empresas para ver si puede irse a Australia con la ilusión de concretar sus sueños. “Es el caso de cientos de chicos y no es una situación de la clase media como a veces se cuenta- subraya el presidente de la Unión de Emprendedores-. Se han ido desde albañiles hasta profesionales. Es muy fuerte para alguien como yo que hablo todos los días con cientos de jóvenes a quienes doy charlas y les digo por qué tienen que emprender, arriesgarse y porqué la Argentina es el lugar para hacerlo. Y ocurre esta situación, que no es otra cosa que la pérdida de fe”.
Llanos se está preparando para el abrazo de despedida en Ezeiza. “Me han dicho que el aeropuerto es duro, muy duro, que la angustia es muy grande, que trate de estar lo más contento posible delante de ella, que no se la haga difícil, que no se vaya con esa carga. Bueno, me estoy preparando para eso, para ser fuerte”, asegura.
“Me quedé sin a quien cuidar”, cuenta Sofía Otaola, una abogada de 60 años del barrio de Belgrano. En el mismo mes que murió su madre durante la pandemia, su única hija Florencia (27), arquitecta, se fue a estudiar a París. Era septiembre de 2020. “Sentí como que de pronto se me iba al techo y se me iba al piso”, explica sobre ese mes dramático, que le costó mucho atravesar. “Mamá no murió de Covid, murió de neumonía, pero lamentablemente tuve que pasar por las consecuencias de la pandemia, porque murió 23 días después de estar internada sin que yo pudiera verla. Horroroso. Horroroso. Horroroso”, repite intentando transmitir su pena honda y daño irreparable. “Creo que me va a llevar años reponerme”, asegura.
Su hija que se había recibido de arquitecta en mayo de 2020, en plena pandemia por Zoom. Ya tenía pensado irse. En principio ella iba a estudiar, era un viaje que estaba previsto y después iba a ver qué hacía, pero ya van dos años y medio y por ahora sigue allá. En el fondo tiene la ilusión de que vuelva pero por otro lado, le gusta mucho verla feliz. “Lo que te pone bien es cuando vos los ves felices. Vos lo ves contentos y yo la veo contenta. Al principio era como un viaje egresado, ahora está viviendo un poco más extrañar, el hecho de ser extranjero, lo de la dificultad que implica conseguir un trabajo, una pasantía, pero por ahora lo está logrando y está contenta”, explica.
Sofía, que tenía pensando jubilarse a los 60, finalmente cambió de planes. Ahora tiene que pensar en su vida y la de su marido, que también es arquitecto. Empezó a estudiar idiomas, como francés, hacer cursos sobre literatura. Dice que lee mucho. Ocupa ese tiempo que quedó vacío. El trabajo no lo dejó para asegurarse sociabilizar. Y mantener la mente ocupada.
El hecho de que un hijo se vaya, en este caso, una hija única, dice que reconfigura la vida. “Cuando tenés hijos pensás en el futuro, cómo va a ser tu vida cuando tus hijos tengan su vida, tengan su familia sus hijos, qué sé yo. Y de pronto te encontrás con que no, a lo mejor no van a estar cerca. Entonces, más allá de las preocupaciones que nos trae la vida de ella, que es natural, el tema es empezar a pensar que haces vos con tu vida”.
Sofía no se imagina viviendo en París. Está muy arraigada no solo a la Argentina, sino también a su barrio. “A mí me cuesta pensarlo. A lo mejor alguna vez sucede”.
Cristian B despidió en Ezeiza a su hijo mayor, Ezequiel, ingeniero industrial de 32 años, en julio de 2020, por una oportunidad laboral en Suiza. El trabajo que le había salido en diciembre de 2019 pero la cuarentena lo retuvo. “Se fue con su pareja en esos primeros vuelos que hubo a mediados de julio del 2020 cuando todavía estaban sacando a los diplomáticos y a la gente de los otros países que vivían acá. Él se fue en uno de esos vuelos a Suiza”, detalla. Su hijo se casó con la novia, que es médica. “De apuro”, como le gusta decir en broma, para que ella obtuviera la residencia. Ezequiel ya cambió de trabajo, vivió en varias ciudades. Ahora, su hijo menor le trajo una noticia. Hace quince días que está avanzando en unas entrevistas para trabajar en Madrid. “Él nos hablaba de su intención de hacer una experiencia, pero viste, en la charla te das cuenta de que te habla más de quedarse, o sea, no te quiere decir me quedo”, explica.
El hombre, de 60 años, que vive en Pilar desde los años 90, con la madre de sus hijos, en busca de naturaleza reflexiona sobre esta situación y este golpe en lo emocional. “Lo que uno ve ahora, con tantas chances de que también se vaya el más chico es que uno que se queda solo. Y uno piensa y sigue armando proyectos hacia adelante para, llegado el caso, poner un pie en un lado y otro en el otro. Yo no soy rico, no somos ricos ni nada por el estilo, hemos trabajado toda nuestra vida, he estado sin trabajo también, pero al menos estar un par de meses con ellos, volverse y acomodarse a eso. Yo tengo 60 años, me pasé los últimos 40 años más productivos de mi vida esperando un país que no llegó ni va a llegar. No quiero para ellos eso. Si lo tengo que sufrir en que eso me cueste verlos y verlos dos meses al año y bueno mientras se pueda y ellos estén mejor de lo que puedan estar en Argentina y lo bancaremos. Pero bueno, se va a sentir ese vacío. Se sintió el golpe cuando avisó el segundo que su intención también es irse”, confiesa.
Ahora con Ezequiel mantienen audios de Whatsapp durante la semana y los fines de semana en que no viajan- porque los jóvenes suelen tomar vuelos low cost para visitar amigos- hacen videollamadas. No sabe si la palabra que define la situación es dolor. Siente la ausencia en las pequeñas cosas que vivía, además de los cumpleaños y más fechas. “La semana pasada le mandamos la foto de unos liquidámbares que habíamos plantado juntos hace 25 años, que están hermosos en esta época de otoño, ya estaban empezando a ponerse ocres. -’Che, Ezi mirá, qué lindo que se están poniendo los liquidámbares. - ‘Uy, qué bárbaro, qué linda época esta’. Esas cosas que antes uno las vivía juntos, ahora te las mensajeás”, expresa este padre.
Pablo Aquino, nacido en Buenos Aires, cuenta que está experimentando en carne propia lo que vivió su padre, cuando él dejó Estados Unidos, el país que había elegido su familia para vivir en 1990. Dos de sus hijos norteamericanos, criados en las sierras de Córdoba, decidieron regresar a su lugar de nacimiento. Igual que él. Su vida está atravesada por la inmigración de varias generaciones.
“Cuando yo terminé de hacer el servicio militar y las posibilidades para trabajar y para emprender un futuro acá era muy difícil, apareció la oportunidad de viajar con mi papá a Estados Unidos y ahí fue donde sentí por primera vez el rigor de lo que era ser inmigrante. En esa época tenía 19 años y era mucho, especialmente si uno lo compara con las etapas que viven los chicos de ahora, la vida era muy difícil. Nos levantábamos temprano, íbamos a trabajar, pasábamos por el súper y comprábamos algo para comer. Alquilamos una casita humilde y ahí comíamos, hablábamos un rato y nos íbamos a acostar. Así pasaron a ser todos los días excepto por ahí un sábado o domingo que salíamos a dar una vuelta”, relata sobre esa primera época en Estados Unidos. Al transcurrir varios meses en la misma situación, decidió volverse a la Argentina, “porque la estaba pasando muy mal y a esa edad era muy fuerte el lazo que tenía con mis amigos”.
De a poco su familia se fue reuniendo en Estados Unidos, su mamá y cuatro hermanos, por lo que Pablo se quedó solo en la casa que antes compartía con su familia, que tenía un cartel de venta. Una vez que se gastó los ahorros de su trabajo en Estados Unidos y la diversión, comenzó a extrañar y se volvió con su familia a Norteamérica.
Allí conoció a Yulie, su actual mujer que es colombiana, con quien tuvo a sus tres hijos Bruno, Brandon y Dylan. Obtuvo la ciudadanía y logró salir adelante porque tenían capacidad de ahorro, aunque siempre pensaba en volver a la Argentina. “Después de comprar mi casa, pasar 18 años, pude volver a mi país que tanto extrañaba. Mis padres y mis hermanos se quedaron allá en Estados Unidos y con mi mujer decidimos criar a nuestros hijos en la Argentina, siempre con la idea, pensando y preparándose para el día que ellos también fueran inmigrantes, como lo fue mi padre, como lo fui yo.
Y los chicos crecieron. “Ahora tenía que sufrir yo la parte de padre, de ver como mis hijos se iban ya que el país que yo tanto quería no les daba la oportunidad de que se desarrollen acá. Es un círculo muy doloroso. No es fácil. El desprendimiento de los hijos y tenerlos lejos es difícil, así que entonces ahí me di cuenta lo que mis padres sintieron cuando yo me vine acá, pero bueno, es el destino de cada uno y es lo lindo tener libertades, poder decidir qué hacer. Y el día de mañana se verá cómo se organiza todo”, concluye.
Seguir leyendo: