Están ahí, inmutables, silenciosas, desparramadas por Capital Federal y el conurbano sur. Algunas en terrenos solitarios. Otras -en un aparente sinsentido- clavadas en medio de edificios. Aparecen de repente cuando se camina la ciudad, como tentáculos de ladrillos en estilo inglés. Son 81 chimeneas gigantescas, que obligan a mirar al cielo para ver dónde terminan, pero ninguna de ellas arroja humo por su corona. Tienen entre 10 y 40 metros de altura y casi nadie sabe para qué sirven. Muchos creen que son los restos de fábricas abandonadas. Otros suponen que en otra época, en su base, se incineraba basura. Nada de eso. Ni siquiera se las debería llamar chimeneas: son ventiletas, y pertenecen a la concesión de Aysa.
Su función es importantísima. Sin ellas, el aire porteño sería irrespirable, nauseabundo. Y las cloacas explotarían con consecuencias que, de mínima -imaginemos- serían indeseables. Cada una de las 81 ventiletas se encarga de expulsar el aire del interior de las cañerías de las cuatro cloacas máximas que tiene la red encargada de llevar los desechos hogareños hacia su destino final en Berazategui. Imaginemos: la 1era. cloaca máxima tiene un diámetro de 2286 mm y un caudal aproximado de 7,5 m3 por hora. Es decir que entre las cuatro transportan alrededor de 30 m3 por hora: 262.800 por año. Unas 107 piletas olímpicas. El paraíso de las moscas.
“Son imprescindibles para el buen funcionamiento hidráulico de nuestra red”, le explica a Infobae Nicolás Ubiria, el jefe del departamento de Diagnóstico de Cloacas Máximas. Y profundiza: “Hay un espacio entre el techo del caño y la lámina superior de líquido que aire y gases que provienen del conducto cloacal. Esto, cada cierta cantidad de kilómetros, entra a una válvula que está en la base de la ventileta, sube el gas y se expulsa hacia los cuatro vientos en distintas alturas”.
Su utilidad es, precisamente, exactamente similar al de las cañerías de “cuatro vientos” que tienen los sanitarios de cualquier hogar. Pero a lo grande. Y la altura tiene una explicación lógica: “Están diseñadas así para no perjudicar a ninguna edificación que tenga a su alrededor. Hace 100 o 110 años atrás no teníamos el crecimiento demográfico y la cantidad de construcciones que tenemos hoy en día, por supuesto. Por eso originalmente estaban ubicadas en espacios abiertos o en lugares de tipo campestre o baldíos. Hoy en día, que el crecimiento edilicio explotó, hubo que hacer algunos rediseños o elevar algunas, pero siguen estando ahí, intactas”, cuenta el ingeniero.
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La distribución, además, no es antojadiza, sino que tiene una cierta cadencia. Dependiendo de las zonas, el tipo de cañería o el material, se las puede ver cada 15 o 20 kilómetros. Hay 32 en Avellaneda. 30 en Quilmes. 16 en la Ciudad de Buenos Aires, desde Colegiales hasta Barracas. Dos en Berazategui. Y una en Lanús.
¿Qué sucedería si las ventiletas no existieran? Ubiria lo aclara: “Estos conductos que contienen aire en su interior necesitan una válvula, como los motores y todo lo que contiene presión. La válvula es para poder expandir y sacar los excedentes de gas o de aire que tiene adentro. Si esos conductos máximos que transportan el líquido cloacal por la cantidad de kilómetros de lo hacen -porque nuestra todo lo que es nuestra concesión nace de zona norte y va hasta Berazategui- no va expulsando los gases cada cierto lapso, por el efecto de la presión del aire, se romperían o rajarían los caños por dentro”.
Como suele suceder, en este país las obras y las leyes se hacen luego de alguna tragedia. La ciudad de Buenos Aires, en la década del ‘60 del siglo XIX, experimentaba un importante crecimiento demográfico. Pero el saneamiento de las casas aún se hacía a través de pozos ciegos. El problema era que aún no existía el servicio de camiones atmosféricos y mucho menos cloacas, y cuando uno se llenaba, se cavaba el siguiente al lado. Fue cuestión de tiempo para que los desechos filtraran a las napas de agua dulce. Así, en 1867 castigó a Buenos Aires la primera epidemia de cólera, a la que siguió, cuatro años más tarde, la de fiebre amarilla.
Esto hizo que se decidiera crear la infraestructura de saneamiento en forma urgente. En 1869 se instalaron los primeros servicios de agua potable y desagües. Y en 1892, la Comisión de Obras de Salubridad, el germen de Obras Sanitarias, que se creó el 18 de julio de 1912 mediante la Ley N° 8889.
Las ventiletas más antiguas corresponden a la primera cloaca máxima que se construyó, y tienen entre 105 y 110 años desde que fueron instaladas. Y no son sólo un simple tubo que se eleva, tienen su belleza, su terminación en la corona que porta un pararrayos y luces de señalización para el transporte aéreo. “Las primeras se erigieron en 1895. En su mayoría tienen arquitectura inglesa, algo similar a lo que ocurre con los ferrocarriles, y se hicieron en conjunto con ingenieros británicos”, relata Ubiria.
La más alta se encuentra en Iriarte y Vieytes, en el barrio porteño de Barracas. Mide 41.5 metros y está justo en el centro de un paseo de outlets que se encuentra allí.
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Existe un mito alrededor de las ventiletas, y es que los ladrillos que se usaron para su construcción fueron traídos desde Inglaterra. Eso no es cierto, dice Ubiria: “Los construyó Obras Sanitarias. La compañía tenía talleres que construían sus propios ladrillos. Si se fijan en las ventiletas más antiguas, tienen el sello OSN. Antiguamente tenían dentro un caño camisa de hierro dúctil. Hay alguna que otra, no quedan muchas en la concesión. Pero la gran mayoría son de mampostería, hechas por ladrillos”.
Todos los terrenos donde están ubicadas pertenecen a Aysa. Pero lo curioso es que en algunos vive gente. Es decir, las enormes chimeneas están en el patio de su casa. Ese es el caso, por ejemplo, de Cristian Sánchez. Tiene 50 años y vive desde hace diez en la calle Entre Ríos al 1.400 de la localidad de Piñeyro, en el partido de Avellaneda. Trabaja en una compañía que controla la calidad de los pozos de agua. Él va con su camión cuatro días a la semana arrojando cloro para asegurar esa calidad. Pero también oficia de cuidador del predio de la ventileta que corresponde a su casa, para que nadie ingrese en forma ilegal y lo ocupe. Su esposa, que tiene un bazar, cumple la misma función.
¿Cómo será abrir la puerta de la cocina y ver semejante mole? “La que está donde vivo yo mide 35 metros de alto. La verdad que no es ninguna molestia, no larga ningún olor. Sobre todo porque desde el siglo XIX, cuando las hicieron, hasta hoy, el agua viene más tratada. Pero siguen en uso. Mi casa es como cualquiera, sólo que en el patio tengo esta chimenea, que es la construcción más alta del barrio”, aclara.
Cuenta Cristian que a la vuelta de su casa está la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Avellaneda. “Todos los chicos vienen y me preguntan cosas, me piden sacar fotos. La gente se sorprende, ¿no? Me encantaría, pero no puedo dejar pasar gente porque esto pertenece a la empresa. Ellos vienen siempre a mirar que todo esté en condiciones, y cada tanto hacen el mantenimiento”.
Esa tarea está a cargo del departamento que maneja Ubiria. “Se hace un programa anual de recorrido con chequeos y diagnósticos diarios de cómo están las bases, cómo están los cuellos, el tronco de la ventileta, las coronas, si hay que hacer un recambio, porque imagínate que las que tienen 35 o 40 metros de altura poseen pararrayos y señalización para vehículos aéreos”.
Aunque las ventiletas más visibles tengan un estilo añejo en su construcción, hay otras que están llegando. Quizás no tan espectaculares, pero igual de necesarias. Explica Ubiria que “lo que se está haciendo ahora es la obra de saneamiento más grande que tiene Sudamérica, que requiere también cámaras y ventiletas. Se están haciendo nuevas, pero con otro diseño. Las cañerías nuevas tienen un promedio de entre 25 hasta casi 40 metros de profundidad, hablamos de otras presiones y otra ingeniería”. Lo que describe el funcionario es el Sistema Riachuelo, que según explican en Aysa es “la primera ampliación del sistema troncal de cloacas que se realiza en más de 70 años” y, con 30 kilómetros de túneles construidos se encuentra en su etapa final.
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