Flor y Jiwon son una pareja de recién casados: él es de Corea del Sur, y ella es argentina. Su historia de amor empezó en plena pandemia de coronavirus cuando coincidieron en un grupo de aprendizaje de inglés, en el que se conversaba con personas de otros países. Las charlas grupales con el tiempo pasaran a ser solo entre ellos, y la química existió desde el primer día, con videollamadas eternas y fuentes inagotables de temas de conversación. Pasaron 18 meses hasta que se conocieron personalmente en Buenos Aires, y un año y tres meses después, dieron el “sí” vestidos de “korigauchos”. En diálogo con Infobae, hablan de todo lo que aprendieron de sus respectivas culturas, los valores que comparten y los proyectos que tienen juntos.
Desde que conoció las tradiciones argentinas, Jiwon abrazó el folclore, los asados, las empanadas, el mate, el helado, e incluso la camiseta celeste y blanca. Pero eso sí, la de las tres estrellas, que es la que esperó que llegara con ansias a su casa después del triunfo de La Scaloneta, y la que estrenó con sapucai incluido en las calles de Vicente López, donde vive con su flamante esposa y su suegra. Se conectan al Zoom juntos, y él está vestido de “gaucho coreano”, y enseguida aclaran que no se trata de un personaje, sino que realmente le apasiona la cultura tradicional, y ya se compró varias bombachas de campo, boinas, pañuelos, alpargatas, y ahora sueña con tener su propio facón.
Llegó al aeropuerto de Ezeiza hace un año y tres meses, con un solo deseo: conocer a Flor, la chica argentina con la que había chateado durante 18 meses. “Nos conocimos en la sala de chat Kakao Talk, porque yo estaba como administradora en un grupo de aprendizaje de inglés, que también era para intercambiar sobre culturas; yo me presenté a todo el grupo, puse: ‘Hola, ¿cómo están?’, todo en inglés, él me preguntó de dónde era, y ni bien le dije que soy Argentina, me dijo: ‘Asado’, y yo justo estaba comiendo un asado con mi familia, así que agarré el celular, saqué una foto y la mandé”, cuenta Flor, frente a la mirada atenta de Jiwon, que todavía no habla español, pero capta muchas frases, y por momentos participa en “spanglish”.
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“De repente estábamos nosotros dos hablando nomás, nadie contestaba y seguíamos hablando solos, y fue así durante por lo menos tres meses”, explica. Ella es fotógrafa de moda y productos, pero estaba trabajando desde su casa en el marco de la cuarentena obligatoria, y él es contador de profesión. Confiesan que hasta ese momento, ninguno de los dos sabía mucho de la cultura del otro: la única referencia que tenía Flor era el grupo de k-pop BTS, que había escuchado algunas canciones, y Jiwon había estado un tiempo en Nueva Zelanda, y siempre pasaba por un restaurante argentino donde había música, bailes, y parrillada. La curiosidad y la buena onda entre ambos hizo que quisieran saber más de sus respectivos mundos.
Por precaución, ella no quería pasarle su número privado ni charlar fuera del contexto grupal. “Él tuvo que remarla bastante, y además yo no dominaba todavía el inglés, al punto de que la primera vez que me llamó por teléfono no lo atendí, porque estaba re nerviosa, y pensaba: ‘¿Qué le voy a decir?’, sentía que no me iban a salir las palabras, y le ponía excusas para no atenderlo, lo postergué lo más que pude”, admite entre risas, y una carcajada de su marido por todas las veces que intentó convencerla de verse cara a cara a través de la pantalla del celular sin éxito.
“Yo venía de una relación larga, de más de cinco años, y tomaba muchos recaudos como para volver a asumir un compromiso, pero después hablábamos las 24 horas, era increíble como no nos podíamos separar, a toda hora nos llamábamos, nos escribíamos, y ese magnetismo no me había pasado nunca con nadie más”, revela Flor. Las 12 horas de diferencia horaria no los detenían, y aunque a veces alguno de los dos tuviera que sacrificar horas de sueño, hacían el esfuerzo para seguir en constante comunicación. Con el correr de los meses prácticamente inventaron su propio idioma, porque entre gestos, inglés, coreano, y español, se entendían a la perfección.
El 26 de noviembre de 2021 resulta una fecha inolvidable para la pareja, porque fue el día en que Jiwon aterrizó en Buenos Aires. “Él pensaba que se iba a quedar tres meses, después seis meses cuando extendió la visa, pero la realidad es que ya al tercer día me dijo: ‘Yo me quiero quedar’”, revela. Precavida ante todo, aunque habían charlado de manera virtual durante año y medio, prefirió que él no se hospedara en su casa ni bien llegó, y alquilaron un departamento en la Capital porteña por unos días. “De paso lo llevé a pasear por la Ciudad y le mostré algunos lugares turísticos, hasta que al poco tiempo ya vino a vivir conmigo, con mi mamá y mi abuela”, comenta.
A los dos les gusta mucho la gastronomía, y fue lo primero que quisieron compartir para aprender los clásicos de cada país. “Él no sabía cocinar, pero como me quería hacer probar comida coreana, aprendió a través de videos, y ahora hace unos platos espectaculares; a mí también me gusta cocinar y siempre estoy pensando ideas para que él conozca más de nuestros sabores, nuestras tradiciones”, explica, y no descartan en un futuro tener un emprendimiento culinario donde fusionen sus culturas. Los alfajores con “un montón de dulce de leche” -palabras de Jiwon- son sus preferidos, toma el mate amargo, ya probó las tortafritas en días de lluvia, y también las facturas.
Más de una vez lo enganchó mirando el Festival Nacional de Doma y Folklore Jesús María por la pantalla de TV Pública, escuchando atento las melodías de cada grupo musical folclórico, y mirando cada coreografía. Muchas de esas experiencias las comparten en TikTok y en Instagram, bajo el usuario @flor_n_woni, donde tienen más de 20.000 seguidores. “La idea es poder mostrar las cosas lindas del país y más en el momento que estamos pasando ahora, que creo que lo necesitamos más que nunca, y se generó algo tan hermoso en los comentarios de nuestros vídeos que tenemos muchas ganas de mostrar todo lo linda, la sencillez, el ser feliz con lo que tenemos y disfrutar con la familia”, expresan.
Como graban contenido en su tiempo libre, tratan de combinar sus rutinas laborales con las ideas que les surgen de manera espontánea. “Mis horarios son mucho menos flexibles que los de Jiwon, que sigue trabajando a distancia, y la verdad es que él me ayuda mucho con las cosas de la casa, me cocina, y cuando me ve muy estresada porque estoy con mucho laburo me hace un tecito, es muy compañero, así que nunca mejor dicho que es ‘muy gauchito’, bromea Flor, y confiesa que todavía no se acostumbra a referirse a él como “esposo”, porque el matrimonio es muy reciente, ya que firmaron su vínculo ante la ley el pasado 7 de abril.
A la hora de definir su casamiento, él usa una palabra en español que lo dice todo: “Épico”. Coinciden en que no hubo una propuesta romántica al estilo Hollywood donde él se arrodilló para pedir su mano, pero sí era un tema de conversación que rondaba como posibilidad, y lo decidieron con la misma naturalidad con la que surgió su conexión. “Me dijo que quería que nos casemos como gauchos, hacerlo bien argentino, y todos los días me preguntaba cuándo íbamos a ir al Registro Civil, porque realmente siente orgullo de vestirse y salir a la calle así, está muy agradecido con el país, porque le abrieron todas las puertas, por cómo lo recibió mi familia, y a futuro va a tramitar la ciudadanía, así que la idea de casarnos también tiene que ver con eso, con una vida juntos”, asegura.
Con humor, siente que “el rayo argentinizador” lo atravesó por completo, y se hizo muy familiero. “Con mi mamá es muy apegado, salen siempre a comprar juntos, se hizo muy cercano a mi gente, y la verdad es que mi mamá es mucho más fanática de la cultura coreana que yo, empezó a ver series a partir de que yo le conté que hablaba con un coreano, y está más que feliz porque lo ve como un chico muy educado, correcto, y tienen muy buena relación; y fue igual con mi abuela, que falleció unos días después de la final del Mundial, y a él le afectó mucho”, detalla compungida. Antes de vivir esa dolorosa pérdida, habían ido a una pizzería a ver el partido de la Selección Nacional contra Croacia, y ni bien menciona esa anécdota Jiwon dice: “Increíble”, y repite la frase que le decía a ella en ese momento: “Esto no me lo olvido más en la vida”. Los gritos de los hinchas, las expresiones, los golpes en la mesa, y la peregrinación al Obelisco a puro cántico lo dejaron anonadado.
Una de las cualidades que más admira de su marido es que siempre está de buen humor, al punto de que su lema en español es: “Tranqui, tranqui”. Y otra de sus habilidades infalibles es hacerla reír, porque entre su desparpajo, y su autenticidad, se divierten mucho juntos. “Así somos el uno con el otro, no tenemos filtro, y obviamente tenemos nuestros roces como toda pareja, pero los resolvemos muy bien porque llegamos a un gran nivel de entendimiento, creo que es porque todo surgió entre tantas charlas como nuestra único medio de de comunicación, y esa fue la base de nuestra relación”, sostiene.
El verano pasado emprendieron un viaje familiar a la provincia de Córdoba que fue inolvidable para Jiwon. “Allá viven muchos de mis primos, que son todos muy unidos, muy espontáneos, de juntarse, y lo llevaron a una estancia donde gente que ni conocíamos sacó sillas, nos ofrecieron qué queríamos tomar, pusieron agua para el mate, y a él todo eso le gustó mucho; estaba feliz con los caballos, las charlas, los conocidos de mi primo comiendo todos juntos”, describe Flor, y tal como se ve en algunos de los videos que compartieron, también se sumó a una ronda de fernet con cola para vivir la experiencia completa.
“Me contó que en Corea si vas a hacer una reunión social, tenés que poner una hora justa, todos llegan a ese mismo horario, nadie se queda más de la cuenta, se pacta todo”, explica. Sobre su familia en Corea del Sur, cuenta que se comunica con sus padres a través de videollamadas, y también tiene una hermana que vive en Australia. “Él me dice que sus papás confían mucho en él, en sus decisiones, que en Corea son así, que los dejan volar a los hijos; no es que hay una reacción o un algo muy fuerte emocional, y esa es una gran diferencia cultural de la que no se habla mucho porque a veces se tiende a idealizar cómo es la vida allá”, reflexiona. En este sentido, el joven coreano asegura que la idea de visitar Latinoamérica para muchos resulta inusual, porque en su país natal los destinos típicos para las vacaciones suelen ser ciudades de Europa.
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“Ni me imagino estar en sus zapatos, los choques con la cultura coreana, que son tan estructurados, y no digo que sea malo, porque cada cultura tiene sus pros y sus contras, pero creo que debe un ser choque bastante fuerte encontrarse con tanto afecto, tanta pasión, porque él me preguntaba al principio porqué los hombres lo saludaban, le daban una palmada en la espalda, le decían ‘¿qué hacés papá?’, y le parecía raro que nos saludemos con besos, abrazos”, rememora. Otra de las cosas que más lo maravilló fue el tamaño de nuestro país: “Hay que tener en cuenta que Corea es un territorio que es como Buenos Aires, o más chico incluso, porque en cuatro horas te lo corrés de punta a punta en auto, no hay lugar para campos, y él se queda fascinado con la cantidad de paisajes que tenemos, todos los climas, los atardeceres, son detalles que él me hizo valorar mucho más”.
“Siempre me pregunta porqué no valoramos que acá no hay grandes catástrofes naturales, que tampoco nos implicamos en guerras muy grandes, que deberíamos estar contentos por todo eso, teniendo en cuenta que Corea del Sur estuvo en una guerra civil muy importante y ellos viven con ese estigma de que en cualquier momento se puede generar un conflicto”, agrega. Uno de los clips que compartieron en TikTok lo muestra admirando el cielo en degradé, con tonos anaranjados, violáceos y las últimas nubes del día. “Por la polución no puedo ver en Corea, y acá hay muy Buenos Aires”, decía con pesar.
Disfruta salir a caminar por el barrio, y destaca “la libertad” como el sentimiento que lo invade cada día. “Honestamente, yo antes me centraba en la economía, en lo malo, y siempre estaba quejándome, pero la verdad que él llegó y me enseñó a valorar, a emocionarme con un paisaje, con el fútbol, que yo antes no le daba ni bolilla, porque es parte de su personalidad mirar siempre lo lindo de las cosas”, resalta Flor.
En la mayoría del contenido que graban juntos todo termina en risas, y los une la idea de disfrutar de lo cotidiano, los rituales en familia, y a medida que fueron conociendo más lugares del país -hicieron dos escapadas a Calamuchita y también a Bariloche- el joven coreano descubrió otro sueño personal: conocer todos los pueblos que pueda de Argentina. “Le dije que tenemos para rato, casi que para toda la vida, porque en cada provincia hay un montón de pueblitos, y me dijo que quiere conocer pueblo de gauchos, donde haya campos, estancias, y tenemos ganas de ir al interior a vivir esas experiencias”, anticipan.
Algunas veces les llegan comentarios ofensivos, invadidos por prejuicios en torno a las diferencias culturales o simplemente por tratarse de una relación que combina dos nacionalidades. Ella reconoce que “le corre la sangre por las venas” y a veces quisiera responder, pero cuando le dice a Jiwon qué piensa de los haters, él le responde con humor: “Boludos”. “No tiene vergüenza, es muy genuino, auténtico, y no le afectan las críticas, prefiere decir: ‘No pasa nada’, que es otra de las frases que aprendió, y seguir adelante”, celebra, y toma su ejemplo para mantenerse fieles a la búsqueda de alegrarle el día a sus seguidores, en vez de ceder ante las voces negativas de desconocidos.
En los minutos finales de la entrevista ocurre lo que para Flor es una victoria inesperada. Le pregunta qué es lo que más le gusta de la Argentina, y su marido la mira a puro romance y le contesta: “You, mi esposa argentina”. Inmediatamente ella exclama: “¡Por fin! Porque siempre que le pregunto me dice: ‘Asado’, y yo le digo: ‘¿Cómo que el asado? ¿Y yo?’, al fin estoy por encima de las empanadas, el helado y los alfajores”. Cómplice y pícaro, Jiwon capta su reclamo y le hace una caricia en la cara, para demostrarle con tan solo un gesto que nadie más podría ocupar el verdadero podio de su corazón.
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