Cuando lo secuestraron para desaparecerlo el 27 de abril de 1977, Héctor Germán Oesterheld seguramente no imaginaba que su historieta más lograda, El Eternauta, seguiría viajando en el tiempo, ahora para convertirse en una serie televisiva, protagonizada por Ricardo Darín, que se verá en todo el mundo a través de Netflix.
Aquellos no eran tiempos de entretenimiento frente a plataformas televisivas aunque sí tan o más oscuros que los que debían transitar su héroe. La última dictadura que vivió la Argentina llevaba trece meses en el poder y el país era un coto de caza de disidentes y resistentes a manos de los grupos de tareas de la represión ilegal.
Oesterheld estaba en La Plata, en la absoluta clandestinidad, porque había consagrado su vida a la militancia en Montoneros. Al igual que sus cuatro hijas, Estela, Diana, Beatriz y Marina. Las cuatro habían nacido casi al hilo, entre 1953 y 1957.
La más chica, Marina, llegó al mundo el mismo año de la primera publicación de El Eternauta, una historia de ficción basada en una invasión de extraterrestres donde un hombre común, Juan Salvo, adquiere un papel protagónico. En la historieta -dibujada por Francisco Solano López- Oesterheld, mostraba cómo la única resistencia a la opresión o a una invasión debía ser colectiva.
“El único héroe válido es el héroe en grupo”, le había hecho decir Oesterheld a Juan Salvo y veinte años después lo llevaba a la práctica exponiendo su propia vida.
Una cadena de muertes
Para abril de 1977 en que Héctor Oesterheld estaba en La Plata, sus hijas Beatriz y Diana ya habían “perdido” a manos de la dictadura.
Beatriz, secuestrada en junio de 1976, cuando tenía 21 años y estaba en una relación amorosa con Carlos “Juan sin Tierra” Della Nave. También Della Nave fue secuestrado tres meses después. “Juan sin Tierra” había colaborado con Rodolfo Walsh en tareas de intercepción de comunicaciones para la Inteligencia de Montoneros.
Diana Oesterheld, la segunda hija, había sido capturada en Tucumán en agosto de 1976 cuando tenía 22 años y estaba embarazada de seis meses.
En su libro Los Oesterheld, Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami sostienen que la tuvieron mucho tiempo en Tucumán y que no pueden confirmar lo que algunos sugieren: que la hayan trasladado a Campo de Mayo para parir. Héctor, su padre, supo antes de ser secuestrado que Diana estaba embarazada. El cuerpo de Diana nunca apareció.
A su compañero, Raúl Araldi, cuadro montonero, lo mataron en Tucumán. Tenían un hijito de un año, Fernando, que los militares dejaron en la Casa Cuna de esa provincia.
También había desaparecido uno de sus colegas más entrañables, con quien había compartido militancia y trabajo en el diario Noticias. Rodolfo Walsh era jefe de la sección Policiales y colectaba información para su labor de Inteligencia. Oesterheld, había logrado que muchos lectores militantes empezaran a leer el diario de atrás para adelante, porque en la contratapa estaba La Guerra de los Antartes, una historieta con marca militante. Eso había sido a fines de 1973 y principios de 1974.
A Walsh lo habían capturado 33 días antes de ese 27 de abril en San Juan y Entre Ríos, en la capital. Había desenfundado una pistolita para evitar caer vivo. Le metieron las balas suficientes para que llegara muerto o casi muerto a la ESMA.
En cambio, a Oesterheld lo llevaron vivo. Lo que pudieron confirmar Nicolini y Beltrami es que para entonces él hacía de “enlace” con la Conducción Nacional de Montoneros. Sin embargo, no resultó posible precisar el lugar.
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Un creador incómodo
Cuando lo secuestraron, Oesterheld tenía 57 años y era un escritor e historietista consagrado que vivía en la clandestinidad.
Nacido en 1919, se recibió muy joven de geólogo, aunque casi no ejerció la profesión, a la que dejó por su verdadera vocación. Empezó escribiendo cuentos infantiles y trabajos de difusión científica, pero a principios de la década de los ‘50 se volcó al género que lo haría famoso, la historieta de aventuras, donde como guionista revolucionó el mundo editorial.
Entre sus creaciones se contaban Sargento Kirk, Ticonderoga y Ernie Pike, con dibujos de Hugo Pratt; El Indio Suárez, junto a Carlos Freixas; Randall the Killer, con Arturo del Castillo; y Sherlock Time, con Alberto Breccia; Joe Zonda y Rolo, el marciano adoptivo, con Francisco Solano López.
También había escrito el guion de una historieta sobre el Che Guevara, que dibujó Breccia. Cuando se empezó a publicar, en 1968, durante la dictadura del Juan Carlos Onganía, el diario La Nación la criticó en un editorial, acusando a Brescia de desfigurar la “verdad histórica con intenciones ideológicas.
“Ha sido realizada con los tintes más sombríos y toscos, propios de posturas revolucionarias que hasta en sus concepciones estéticas están ya superadas…”, decía el texto.
La historieta molestaba porque se leía, y mucho. Para entonces Oesterheld había llevado el género a un lugar nunca visto antes: era literatura.
Los comienzos
“Oesterheld y yo nos conocimos en los ‘50 en Editorial Abril, colaborando en Misterix, que era la revista estrella de la época, con una tirada semanal de 220.000 ejemplares. Héctor era un guionista muy respetado que hacía dos historietas de mucho éxito: El Sargento Kirk, dibujada por Hugo Pratt, y Bull Rocket, que dibujaba yo. Eran dos héroes norteamericanos”, recordó Francisco Solano López, su socio en El Eternauta en una entrevista que el autor de esta nota le hizo en 2008.
A partir de ese éxito, Oesterheld pensó en tener una editorial propia, con la orientación que él quería darle, con personajes argentinos. Invitó a Hugo Pratt, a Solano López y a otros dibujantes a acompañarlo en la aventura.
En Editorial Frontera nació, por ejemplo, Rolo, el marciano adoptivo, una historieta de ciencia ficción, dibujada por López, cuyo protagonista era el maestro de la escuela, presidente del club del barrio y líder de la barra del café. Salió con el lanzamiento de una de las revistas, Hora Cero, y la catapultó al éxito.
En otra de las revistas, llamada Frontera como la editorial, creó otro personaje de ese tipo, Joe Zonda, un “cabecita negra” mendocino, de Chacras de Coria, que había aprendido a hacer de todo por correspondencia, desde armar radios a pilotar aviones.
Estos personajes coexistían en las revistas con héroes de western o con Ernie Pyke, que era un corresponsal de guerra. Oesterheld ofrecía una variedad de propuestas a los lectores, mezclando sus nuevas creaciones bien argentinas con personajes extranjeros de probado éxito.
“Eran dos revistas mensuales pero, como la idea andaba muy bien, nos propuso hacer una semanal, para competir con Misterix. Allí, en Hora Cero Semanal, salió por primera vez El Eternauta, con mis dibujos, y al poco tiempo Misterix había bajado de 220.000 a 40.000 ejemplares semanales, el resto lo habíamos capturado nosotros. A mí personalmente, y creo que lo mismo a Héctor, nos divertía mover esos personajes con características típicas de los héroes aventureros, pero con los tics propios de la nacionalidad, de las relaciones y de los dichos argentinos”, contaba Francisco Solano López en aquella charla.
Los tres eternautas
En 1957 salió la primera entrega de El Eternauta, que fue un éxito inmediato. Se la promocionaba como “la historia del hombre que viene de regreso del futuro, que lo ha visto todo, la muerte de nuestra generación, el destino final del planeta”.
Eran los tiempos de la autodenominada Revolución Libertadora y la historieta, de alguna manera, transmitía cierto clima que se articuló con el de la época. López siempre dijo que ni él ni Oesterheld pensaron esa primera versión de El Eternauta con alguna intencionalidad política.
“En todo caso, fue un producto de la casualidad y del inconsciente colectivo que anidaba en nuestras personalidades y se manifestaba en nuestro trabajo y que, a su vez, se encontraba con la sensibilidad y cierta manera de captar el relato que podían tener los jóvenes de la época. Porque la existencia de una dictadura militar, de persecuciones políticas, de resistencia a la interrupción de la democracia permitían esas lecturas”, dijo.
Con el correr de los años, El Eternauta tendría dos versiones más, una en 1969 y otra en 1976. En ellas el contenido político ya era manifiesto.
“El desafío consiste en que logremos una historieta con contenidos y valores nuevos. Por ejemplo, un héroe que observe las cosas desde un punto de vista distinto. O que deba necesariamente actuar en colaboración con otros personajes. Así, sin decirlo, en nuestras historias podemos introducir la noción de pueblo, de gente común y solidaria; en definitiva, el héroe colectivo”, decía Oesterheld en esta nueva etapa.
Francisco Solano López volvió a asociarse con Oesterheld para El Eternauta de 1976. Al dibujante no lo convencía el enfoque, pero igual lo hizo.
“Héctor había seguido a sus hijas en su militancia en Montoneros e incluso había integrado el comité ejecutivo del diario Noticias, donde también había publicado una tira diaria, La guerra de los Antartes. Desde esa posición, cuando le ofrecieron hacer la continuación de El Eternauta hizo un eternauta montonero. A mí no me gustaba, lo veía mal. No soportaba a los militares pero pensaba que en una sociedad estructurada como la argentina la lucha armada no podía tener el mismo resultado que en otros países con estructuras más simples, como Cuba o Nicaragua. El resultado fue catastrófico y lo vemos hoy, a Oesterheld lo asesinaron y nos faltan 30.000 muchachos que serían la base para que todo nos fuera mucho mejor. Pero no están, no existen, los desaparecieron. Los sobrevivientes no alcanzan”, reflexionó en aquella charla.
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El secuestro y el calvario
Según se pudo reconstruir por testimonios de sobrevivientes, después del secuestro del 27 de abril el autor de El Eternauta pasó por los centros clandestino de detención y tortura de Campo de Mayo, El Vesuvio y El Sheraton. Su estado de salud se fue deteriorando progresivamente, más aún después de que sus torturadores le contaran, regocijándose, las muertes de sus otras dos hijas.
Estela, la mayor, fue sorprendida por un grupo de tareas el 1° de julio de 1977, intentó escapar y le dispararon. La cargaron herida en una camioneta rumbo al hospital de Adrogué. Su compañero, Raúl “el Vasco” Mórtola, había caído unas horas antes en el mismo operativo. Todo indica que fue fusilado cuando intentaba esconderse en una casa.
Oesterheld también supo que la última de las chicas, Marina, fue secuestrada en noviembre de 1977, embarazada de ocho meses, junto a su compañero, Alberto Seindlis.
El psicólogo Eduardo Arias dio testimonio ante la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, creada en 1984 por Raúl Alfonsín, de haber compartido cautiverio con el creador de El Eternauta. Fue a fines de diciembre de 1977, cuando Oesterheld llevaba ocho meses en condiciones de prisionero. Arias contó que los guardias les permitieron sacarse las capuchas y les dieron un cigarrillo como regalo de Navidad además de unos minutos para confraternizar y conversar.
Los últimos en verlo con vida fueron los sobrevivientes Javier Casaretto, Arturo Chillida y Juan Carlos Benítez, que habían sido secuestrados a fines de 1977 y permanecieron en El Vesubio hasta mediados de enero de 1978. Los tres coincidieron en que tenía la cabeza vendada y que su salud empeoraba a ojos vista.
El retorno de Juan Salvo
Años antes de ser secuestrado y desaparecido, en una entrevista, Oesterheld explicó cómo había surgido la idea de su historieta más famosa:
“El Eternauta comenzó siendo un cuento corto, de apenas 70 cuadros. Luego se transformó en una larga historia, una suerte de adaptación del tema de Robinson Crusoe. Me fascinaba la idea de una familia que quedaba sola en el mundo, rodeada de muerte y de un enemigo ignorado e inalcanzable. Pensé en mí mismo, en mi familia, aislados en nuestro chalet y comencé a plantearme preguntas”, dijo.
Las respuestas que la dictadura dio a esas preguntas superan a la más oscura y sangrienta de las ficciones.
Cuarenta y seis años después del secuestro de Héctor Germán Oesterheld su mayor creación vuelve en un formato acorde a los tiempos que corren.
“La serie estará basada en el cómic real, pero hay una nueva versión y estamos todos muy entusiasmados y movilizados”, contó hace unos días Ricardo Darín, que tiene el desafío de ponerse en la piel de Juan Salvo, el hombre que creía en los héroes colectivos en la resistencia a cualquier calamidad.
Para poder filmar la serie, los productores debieron aceptar las condiciones que pusieron los herederos de Oesterheld y de Solano López para ceder los derechos.
Unas condiciones que a él le habrían gustado: que la serie fuera filmada en Buenos Aires, donde transcurre la historia original, y que estuviera hablada en castellano.
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