Desde hace tres semanas, antes de salir a trabajar, Leandro Rodríguez deja a su hijo de 10 años en la escuela. Le da un beso, y el nene le dice:
-Papi, quiero que vuelvas vivo.
Leandro Alcaraz no era un marinero a punto de subir a un barco que cruzaría hacia Europa con riesgo de naufragar por las tormentas. Tampoco un soldado destinado a la primera línea de fuego en una batalla. Ni un policía que sabía que puede quedar en medio de un tiroteo rodeado de delincuentes. Era chofer de ómnibus, tenía 26 años y hace cinco fue acribillado a balazos en la zona de Virrey del Pino.
Rodríguez, de 34 años, lo conocía. Era amigo suyo. Él tampoco es soldado, ni marinero, ni policía. También es colectivero. Y también trabaja en la línea 620. Sí, es la misma de su compañero Daniel Barrientos, de 66 años, asesinado a sangre fría la madrugada del 3 de abril -hace 20 días- cuando manejaba el micro a la altura de Virrey del Pino, en La Matanza, como Alcaraz. “El capitán”; como lo llamaban, llevaba 32 años como chofer y estaba por jubilarse. Nada cambió.
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El hecho dejó al descubierto la vulnerabilidad de los colectiveros: salieron a la luz robos y ataques que sufren (después del asesinato hubo dos choferes apuñalados y 20 asaltos), se generó un paro de más de 50 líneas de colectivos y la furia de los choferes desembocó en golpes y piedras contra el ministro de Seguridad provincial Sergio Berni, cuando se presentó en el lugar de los hechos. Los choferes que lo agredieron le pidieron perdón y el funcionario las aceptó. Y les prometió reforzar la seguridad y hacer más controles policiales.
-No nací en un colectivo y tampoco quiero morir en un colectivo.
Eso dice Rodríguez. Está a punto de subirse al ramal que va hacia el barrio Independencia, en González Catán. El recorrido comienza en Lomas del Mirador. Infobae acompañó a Rodríguez durante el viaje de ida y de vuelta. Casi tres horas en total. Hubo demoras por cortes en la Ruta 3 y por el tránsito.
El espejo retrovisor refleja la mirada del chofer. Se percibe una tristeza que pareciera cubrir toda la atmósfera, los asientos que se van ocupando en cada parada, las personas que viajan de pie.
Otros choferes, cuenta Leandro, desde el crimen de su compañero, no quieren salir de su casa o están buscando otro trabajo.
-Los entiendo. Cada vez que salgo de casa o llevo el nene al jardín, tanto él como mi compañera me abrazan, lloran, quieren que me queda. Tienen miedo de que no vuelvan a verme y a veces rezo para volver vivo, pero estoy acá arriba porque me gusta manejar, porque debo alimentar a mi hijo y porque además de miedo se puede tener coraje -revela Leandro y los ojos se le llenan de lágrimas. Es chofer por vocación, como Barrientos, “de la vieja escuela”, como dice él y le enseñó su tío, que tenía el mismo oficio.
Durante el recorrido con Infobae, la tarde pasó sin sobresaltos. Pero podía escucharse como dos mujeres que subieron juntos hablaban entre ellas sobre un chofer al que habían apuñalado. “Lo conocía”, le dijo una a la otra. “Yo también. Y en ese colectivo era común los robos”.
Por más que no se pregunte, el tema anda dando vueltas. Infobae quiere hablar con algunos pasajeros y pasajeras. Se excusan. Dicen que no tienen nada para decir. Que están cansados. Y menos se dejarían sacar una foto hablando de inseguridad. “Si lo ven, los ladrones me van a hacer algo”, dice un hombre que trabaja en una obra en construcción cercana al hospital Alberto Balestrini, en Ciudad Evita.
Pero una enfermera que trabaja en ese hospital, que prefiere no decir su nombre, cuenta: “A mí el otro día me manotearon el celular, pero antes de eso el delincuente me dio una cachetada. Ese día venía muy mal, una médica me había maltratado, me dijo que era una mugrienta, que me diera un baño. Y subí llorando. Al ladrón ni le importó. ‘No llorés, callate’. Me dijo, Y como no podía parar me pegó y me manoteó el celular. Éramos pocos en el colectivo. Pero esos pocos no me ayudaron. El chofer paró, intentó seguirlo, pero lo llamé y me vino a contener”.
Leandro, el chofer, va alerta. Pero alrededor todo parece ir como casi siempre. En orden. Cuenta que nunca lo asaltaron, y se siente un privilegiado. Pero que no hace mucho, subió un joven al colectivo y le preguntó si lo podía llevar aunque no tuviera la Sube. Le dijo que sí. Al terminar el recorrido, quedaron solos.
El joven lo miró y le dijo:
-Gracias, che. Me salvaste.
Se levantó la remera y tenía una pistola que sobresalía de su pantalón.
Se bajó y saludó con la mano.
-Yo tuve suerte. Pero tenemos un grupo de WhatsApp con los compañeros. Nos cuidamos. Contamos si estamos en peligro. Nos desahogamos. Mi temor y el de otros muchachos es que alguno se equivoque y quiera llevar un palo, un destornillador, algo para defenderse. Porque estamos vulnerables.
-¿Pero Berni no dijo que iba a haber más controles?
-Los controles son después de las seis o siete. El problema es que el policía se sube y te pregunta si quiere que le baje alguno. Y yo no puedo hacerlo porque mirá si señalo a alguien y no tiene nada que ver con la delincuencia. Lo ideal es que bajen a todo el pasaje. El otro día un compañero exigió que revisaran a todos los pasajeros. Y encontraron que uno de ellos tenía un arma.
-¿Qué los haría sentir más seguros a ustedes además de la presencia policial?
-Que estuviéramos protegidos por una cabina. Lo pedimos y nunca lo cumplieron. Igual sentimos que no sé si sería lo mejor porque pensamos en los pasajeros y las pasajeras. Ellos también tienen que tener seguridad. Además, nuestros familiares viajan en colectivo, En general los que suben a esta línea son laburantes, gente que labura todo el día y se queda dormida en el viaje.
Unas quince cuadras antes de llegar al barrio Independencia, sube una mujer con uniforme. Trabaja en la limpieza del hospital Paroissien de Isidro Casanova. “He visto cómo entraron ladrones al colectivo que tomé hace un mes y a punta de pistola nos sacaron todo. También vi desde arriba del bondi como dos tipos en moto empezaron a saquear a la gente en la calle. Carteras, bolsos, celulares, billeteras. Subían la moto arriba de la vereda, se metían a contramano”, dice.
El chofer tendrá otra jornada de ocho horas. En el breve descanso antes de iniciar el regreso, muestras las fotos que llegaron al grupo de colectiveros. Se ve el parabrisas de un micro roto. “A pedradas”, dice. El chofer se salvó de milagro.
Dice que los pungas, los arrebatadores de celulares, los descuidistas, son moneda corriente. Y que hay recorridos en los que teme por su vida. Uno es en la zona de la villa Santos Vega. Otro, que se sumó ahora, lo lleva por un camino angosto, por el que pasa el colectivo y ningún auto más a la par, y puede ver búnkeres de droga. O dealers.
-Cierro las puertas, acelero y paso en rojo. De noche o de madrugada estás regalado. Y no porque sea una villa, Porque te puede pasar en cualquier lado y la mayoría de las personas de las villas son gente de bien.
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Rodríguez no sabe que será de su futuro. Por momentos piensa en quedarse en su casa. En buscar otro trabajo. Recuerda cuando un compañero lo llamó a la madrugada par decirle que habían matado a Daniel Barrientos.
-Fue tremendo. Dani nos enseñaba buenos modales. Dejar pasar al que no tenía plata, esperar a las personas mayores, el respeto que siempre hay que tener y suele perderse.
En el lugar que asesinaron a su amigo Alcaraz colocaron una placa y una foto. Cada vez que pasa por allí, Leandro se baja y le da un beso a la foto. Luego vuelve a seguir manejando.
-Lo de Dani no nos sorprendió. Era inevitable que pasara lo que pasó. A cualquiera de nosotros nos podría haber paso. Yo rezo para que no vuelva a ocurrir.
-¿Crees que están a salvo?
-No. Siento que va a volver a pasar. No es un mal presentimiento. Ni una premonición. Siento que Daniel no será el último colectivero asesinado en un asalto. Vuelvo a decir: va a ser inevitable que nos maten a alguno de nosotros.
Leandro, otra vez con la mirada triste, fuma un cigarrillo en silencio. Mira el reloj y vuelve a subir al colectivo. Le queda una hora para llegar a su casa y abrazar a su esposa y a su hijo. Falta una hora para convencerse y sentirse aliviado porque volverá vivo.
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