El libro, símbolo de la alfabetización, la instrucción popular y el artefacto cultural más icónico del cultivo de la inteligencia y la creatividad, está en retroceso en Argentina.
Desde 2017, un persistente 60% de los niños, niñas y adolescentes entre los 5 y 17 años que viven en ciudades carece de libros en sus casas. Ese déficit alcanzó el 68% en el segundo semestre de 2022, según el último informe publicado por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica (UCA). La falta de textos impresos en los hogares impacta en el comportamiento lector: más de la mitad de los chicos no leen libros.
La ausencia de una costumbre lectora es inversamente proporcional al nivel socio-económico y tiene una incidencia superior en los hogares más pobres. Y el fenómeno, que ya asoma como un problema estructural, se agravó en los últimos años desde la cuarentena estricta por el COVID-19.
“Cada vez los chicos y las familias están más alejados del libro físico. El aislamiento de COVID-19 nos dio la oportunidad de observar que el no ir a la escuela los alejó mucho más. Eso hizo que se disparara con fuerza un indicador ya de por sí deficitario” indicó a Infobae la socióloga (UBA, ODSA) Ianina Tuñón, una de las autoras de la encuesta coordinada junto a los investigadores Carolina Martínez y Nicolás García Balus.
La investigación se basa en una muestra de 5.860 casos realizada en hogares de aglomerados de 80.000 habitantes. La cantidad total de niños y niñas relevados fue de 1.317. La evolución de la serie, que arranca en 2017, permitió precisar el rol de la escuela en las costumbres de lectura. Las cifras acreditan que hubo un fuerte retroceso entre 2020 y 2021, a raíz de las restricciones educativas por la pandemia y menores exigencias de la lectura en papel.
“Evidentemente, el libro adquiere una significación particular cuando se va al colegio, ya sea porque es algo que se exige tener -aunque haya pocos libros en la casa- o porque circulan entre el espacio educativo e infantil y el hogar. Pero tiende a desaparecer muy significativamente y a decrecer, de acuerdo al estrato social”, agregó Tuñón.
Según la investigadora, este empeoramiento de los hábitos de lectura también está vinculado a una inercia del ámbito educativo, tras la crisis del coronavirus.
“Recién en 2022 empezamos a recuperarnos en déficit de lectura, pero no hemos llegado a los niveles pre pandemia. Esto ocurre mucho en todos los espacios educativos. Observamos que los chicos tampoco han vuelto a tener los mismos niveles de enseñanza en asignaturas como tecnología, idioma extranjero o en doble escolaridad”, remarcó.
El trabajo, titulado “Libros e infancias. Carencias y desigualdades sociales”, coincide con el Día Internacional del Libro que se conmemora cada 23 de abril. Las conclusiones del informe no solo exponen que el déficit de hábitos de lectura “llegó para quedarse” y atraviesan a todas las clases sociales, aunque en distinto grado. Arrojan, también, una preocupación. Contar con rutinas de lectura es crucial para la temprana alfabetización y los aprendizajes.
“El libro físico sigue siendo un objeto muy importante. Al nivel de la primera infancia vemos que, con una lectura o narraciones tempranas, se logran más rápidamente habilidades de lectoescritura como el propio nombre en letra mayúscula. Esto se ve aún en los niños en contexto de pobreza, en cómo ingresan mejor a los procesos de alfabetización. Dejar de darle valor al libro es un error”, agregó Tuñón.
Lo económico y lo cultural en los hábitos de lectura
Así como ocurre en otras mediciones sobre calidad de vida, en lo que respecta a la lectura, las desigualdades sociales son claramente regresivas y persistentes entre los más pobres. De acuerdo al informe, el 25% de los niños, niñas y adolescentes de ingresos más bajos tiene 1,5 veces más chances de no contar con un comportamiento lector que alguien del 25% del estrato superior.
Además, según la serie histórica, el porcentaje de los chicos con “déficit de comportamiento lector” del sector bajo cada vez se asemeja más al del “muy bajo” y se distancia del “medio bajo”. En comparación con 2017, los estratos de menores ingresos crecieron desde guarismos de 63% y 53% a 68% y 61 por ciento, respectivamente. Es decir, creció la brecha cultural.
Sin embargo, para Tuñón, los factores económicos no son los únicos determinantes a la hora de que una familia defina adquirir libros de textos o hábitos de lectura en el ámbito familiar.
“No es lo económico, también es lo cultural. Pasamos a tener un comportamiento lector de libros impresos a textos virtuales. Hay mucho para investigar. Tenemos que saber: ¿los chicos están leyendo? ¿Están viendo piezas audiovisuales y/o tutoriales para aprender? Lo que ocurre es que el libro impreso tiene una palabra más diversa e irremplazable”, consideró la investigadora.
Según Tuñón, los resultados “muy regresivos” en lectocomprensión, que usualmente recopilan las pruebas internacionales, se explica por esta ausencia de “comprensión lectora que tiene que ver con los primeros años de vida, la falta de estímulos y de contacto con el libro”.
“Todos leen menos”: el problema en las clases medias
La ausencia de libros infantiles no solo afecta a los hogares pobres, también empeoraron entre las clases medias. Entre los niños de 0 y 8 años de los estratos “medios bajos”, la falta de libros creció casi 14 puntos en comparación con 2017. En los segmentos medios altos, la suba fue de 9 puntos en el mismo período.
“Aún entre las personas con mejor nivel educativo, empieza a verse un mayor nivel de déficit en la serie”, caracterizó Tuñón.
Estas diferencias impactan sobre todo al nivel de la edad, donde parece haber un mayor descuido de las prácticas lectoras de las familias en la primera infancia. Hace seis años, un niño en el 25% más pobre tenía casi 6 veces más chances de no tener un libro propio que alguien del 25% superior. Ahora bien, dicha brecha mermó a 3 veces en 2022, pero por un incremento del déficit en el estrato superior.
“Si bien los niveles de desigualdad pueden bajar, sucede porque todos leen menos. La pregunta que cabe hacerse es: ¿cuál va a ser el reemplazo del libro en las nuevas generaciones?”, interrogó Tuñón.
El estudio de la UCA también indaga sobre otras prácticas literarias, como la costumbre de que los chicos escuchen narraciones orales de cuentos. Este hábito, según la bibliografía especializada, estimula el pensamiento de las infancias y colabora en la alfabetización.
Sobre la evolución de indicador, analizado como “déficit de estimulación”, se incrementa de modo significativo a medida que desciende el estrato social. Nuevamente, un niño en el 25% más pobre tiene el doble de probabilidad de que no le narren historias orales que alguien en el segmento socioeconómico más alto.
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El sexo, el hogar y otros factores
El déficit de la tenencia de libros impresos y a tener comportamientos lectores es mayor entre los niños y adolescentes varones, que entre las mujeres. A lo largo de toda la serie, los chicos tienen una menos propensión a la lectura y registran más dificultades para escribir su nombre en edades tempranas.
Sin embargo, las diferencias de déficit de comportamiento lector bajó en 2022, reduciéndose a 8 puntos porcentuales. En 2017, su peor momento, la desigualdad sexo-genérica alcanzó los 13 puntos.
“A los varones les va mejor en las pruebas de matemática y a las mujeres, en lengua. Esto tiene que ver con factores socio-culturales. Los varones son más socializados en actividades físicas y deportivas, mientras que las chicas son más socializadas en aspectos artísticos, culturales y quizás más sensibles al mundo de la palabra y lo teatral”, indicó la investigadora.
Si bien el nivel de ingresos impacta sensiblemente en los hábitos de lectura, los problemas de baja calidad educativa y la no asistencia a la escuela explican parte del problema. Esto se agrava en las carencias de alfabetización, cuando adolescen de estimulación a través de la oralidad o no se integran tempranamente a la educación inicial.
Son varios los elementos que correlacionan. Por ejemplo, no poder escribir su propio nombre entre los 4 y 5 años es más probable en varones que en mujeres, a medida que desciende el estrato social y particularmente si no asiste a un centro educativo.
Sin embargo, según Tuñón, la falta de libros en el hogar sigue siendo fundamental.
“El clima educativo en el hogar es muy estructural. La presencia del libro y el máximo nivel educativo alcanzado por los padres tiene una relación muy virtuosa con la escolaridad. Cuando hay padres con muy bajo nivel educativo, la inclusión temprana a la alfabetización permite reparar más rápido esa inequidad de orgen”, concluyó la socióloga.
— Esto fue evaluado en el segundo semestre de 2022. ¿Cómo se imagina la foto actual?
— Lo veo bastante similar. El informe revela que el alejamiento del libro ha llegado para quedarse y que es de muy difícil reversión. Más que plantear todo lo malo que tiene la tecnología y las pantallas, tenemos que ver cómo a través de la comunicación virtual logramos aproximarnos a procesos de alfabetización que sean positivos y cómo fortalecemos el lugar del libro. Hay toda una producción cultural desde el libro que tiene que ver con al imaginación, la creatividad y lo cultural que, si es muy fortalecido en el espacio escolar, puede repercutir muy fuerte en el hogar.
Ficha técnica de la encuesta
Universo: representativa de hogares particulares en viviendas de centros urbanos del país mayores a 80 mil habitantes.
Tamaño de la muestra: aproximadamente 5.860 casos por año. La cantidad total de niños/as relevados en 2022 fue de 1.317.
Tipo de encuesta: Multipropósito longitudinal.
Asignación de casos: No proporcional post-calibrado.
Puntos de muestreo: Total 960 radios censales (Censo Nacional 2010), 836 radios a través de muestreo estratificado simple y 124 radios por sobre muestra representativos de los estratos más ricos y pobres de las áreas urbanas relevadas. Dominio de la muestra Aglomerados urbanos agrupados en 3 grandes conglomerados según tamaño de los mismos: 1) Gran Buenos Aires: Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Conurbano Bonaerense (Conurbano Zona Norte, Conurbano Zona Oeste y Conurbano Zona Sur)1 ; 2) Otras Áreas Metropolitanas: Gran Rosario, Gran Córdoba, San Miguel de Tucumán y Tafí Viejo, y Gran Mendoza; y 3) Resto urbano: Mar del Plata, Gran Salta, Gran Paraná, Gran Resistencia, Gran San Juan, Neuquén-Plottier-Cipolletti, Zárate, La Rioja, Goya, San Rafael, Comodoro Rivadavia y Ushuaia-Río Grande.
Procedimiento de muestreo: Polietápico, con una primera etapa de conglomeración y una segunda de estratificación. La selección de los radios muestrales dentro de cada aglomerado y estrato es aleatoria y ponderada por la cantidad de hogares de cada radio. Las manzanas al interior de cada punto muestral y los hogares de cada manzana se seleccionan aleatoriamente a través de un muestro sistemático, mientras que los indicadores de los niños/as dentro de cada vivienda son relevados para el total de los miembros de 0 a 17 años a través del reporte de su madre, padre o adulto de referencia.
Criterio de estratificación: Un primer criterio de estratificación define los dominios de análisis de la información de acuerdo con la pertenencia a región y tamaño de población de los aglomerados. Un segundo criterio remite a un criterio socioeconómico de los hogares. Este criterio se establece a los fines de optimizar la distribución final de los puntos de relevamiento.
Fecha de realización: Segundo semestre 2022
Error muestral +/- 1,5%, con una estimación de una proporción poblacional del 50% y un nivel de confianza del 95%.
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