El secuestro de un cura que desató un conflicto con EEUU y cómo la dictadura buscó explicar la “guerra antisubversiva”

El secuestro del sacerdote James Weeks provocó un problema internacional, tensas reuniones con Henry Kissinger y desnudó la escasa autoridad que tenía Videla sobre los mandos de las Fuerzas Armadas. Las luchas internas de la Junta por el poder y los detalles de cómo los funcionarios de la dictadura quisieron tapar las violaciones a los derechos humanos

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Massera, Videla y Agosti
Massera, Videla y Agosti

El martes 3 de agosto de 1976 por la noche tres muchachos seminaristas, acompañados por un cura, volvían a su residencia luego de una clase de Teología. Al llegar se encontraron con un “grupo de tareas” que los esperaba. Sin mayores explicaciones procedieron a detenerlos, entraron a la casa, la allanaron y, además, robaron lo poco de valor que encontraron. Los acusaban de tener contactos con la subversión.

Fue en Córdoba y el cura más los tres seminaristas argentinos fueron llevados sin más explicaciones a un centro de detención. El sacerdote católico era el ciudadano estadounidense James Martin Weeks. Lo que parecía “habitual” en esa época –nada menos que en la jurisdicción del general de división Luciano Benjamín Menéndez- se convirtió en un escándalo internacional que tendría una amplia repercusión en la cúpula del gobierno castrense y un tembladeral en Washington.

Jorge Rafael Videla llevaba 4 meses en la presidencia de facto; en los Estados Unidos todavía gobernaba Gerald Ford y los embajadores eran Arnaldo Musich en Washington y Robert Hill en Buenos Aires.

Padre James Martin Weeks (Archivo
Padre James Martin Weeks (Archivo Juan Bautista Yofre)

Junto con la asunción de Videla, juró como ministro de Relaciones Exteriores y Culto el contralmirante César Augusto Guzzetti, un oficial submarinista que había pasado gran parte de su vida observando el mundo desde su periscopio. Toda una imagen. La Cancillería cayó en manos de la Armada de acuerdo con el 33% que demandó el reparto de las áreas de poder, y las embajadas también entraron en el “cuoteo”, salvo contadas excepciones. A su vez, la administración de la Cancillería también se dividió en tres: Armada (política exterior), Ejército (personal y administración) y Fuerza Aérea (las relaciones y negociaciones comerciales con el exterior).

Como comentaría años más tarde, con la sutileza que lo caracteriza, el embajador Carlos Keller Sarmiento, “la Cancillería se convirtió en un buque de guerra, con todos los pabellones de combate flameando al viento con una ocupación pacífica pero eficiente de la Marina”. Hay otra mirada: dado el carácter castrense de la gestión, se impuso orden en la administración, pero fue un orden en medio del desorden. En apariencia todo funcionaba bien, se cumplían los horarios y cierta consideración existió para con el personal diplomático. Pero primó el desorden: no llegaron ideas nuevas, ni renovadoras, susceptibles de conciliar una lectura certera de lo que pasaba en el exterior. También se intentó adaptar o modificar esa realidad internacional a partir de lo que ocurría en la Argentina. Los responsables de las malas lecturas de la situación internacional no eran los argentinos, sino los otros que no los entendían.

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El ministro de Relaciones Exteriores
El ministro de Relaciones Exteriores y Culto, contralmirante César Augusto Guzzetti, y el secretario de estado norteamericano Henry Kissinger en junio de 1976 (Archivo Juan Bautista Yofre)

Por esos días un diplomático escribió: “Arnaldo (Musich) le dijo a Carlos (Muñiz) que hay que cuidar mucho a Enrique Ros (diplomático de carrera, asesor de Videla y que tuvo que renunciar porque la Armada lo bloqueaba), que es la única persona que puede revisar y arreglar con algún criterio las barbaridades que hacen, o algunas de ellas al menos”. También añadió que el canciller Guzzetti, después de Chile, tras sus contactos con Henry Kissinger (en junio de 1976 en la reunión de la OEA en Chile), “se agrandó y se cree estadista en serio, perdiendo la humildad, única virtud que lo adornaba”.

La Cancillería siempre fue el botín más preciado de los gobiernos constitucionales y los de facto. Hay siempre algo mágico, llamativo y deslumbrante alrededor del viejo palacio de los Anchorena y que más tarde pasó a llamarse el Palacio San Martín. Para muchos, entrar por los amplios portones de la calle Arenales 721 otorgaba lustre intelectual, ascenso en la ponderación social, cocktails, viajes al extranjero y buenos sueldos en el exterior. A tal punto que los ajenos a la Cancillería la llamaban “la cuna encantada”.

El gobierno de facto del Proceso de Reorganización Nacional no escapó a esta visión en marzo de 1976. La línea de política exterior que habría de seguir Guzzetti estaba bien definida en las “Bases para la intervención de las FFAA en el Proceso Nacional”: “...ubicación internacional en el mundo occidental y cristiano, manteniendo la capacidad de autodeterminación, y asegurando el fortalecimiento de la presencia argentina en el concierto de las naciones”.

Luego de una limpieza del personal diplomático el flamante gobierno procedió a nombrar nuevos embajadores. Algunos eran de carrera, otros políticos. Tras largos debates en la Junta Militar, algunos que provenían de la política o el mundo empresario fueron destinados al exterior. Entre los más importantes estaban Arnaldo Musich a los Estados Unidos; Oscar Camilión a Brasil; Hidalgo Solá a Venezuela, Carlos Lucas Blanco en la Santa Sede, Leopoldo Bravo en la Unión Soviética y Walter Constanza en Portugal.

Arnaldo Tomás Musich era conocido en el mundo político por haber sido un funcionario de la gestión frondicista, al lado del ministro Carlos Florit. En el plano privado era un hombre de gran confianza del Grupo Techint, con importantes amistades en Washington y la banca norteamericana. Era íntimo amigo de Kissinger y David Rockefeller. Se lo señalaba como un fuerte impulsor del Banco Interamericano de Desarrollo.

Arnaldo Musich, embajador en los
Arnaldo Musich, embajador en los Estados Unidos (Archivo Juan Bautista Yofre)

Por presión de la embajada de los EE.UU., James Weeks tras detenido e incomunicado en Córdoba, el 18 de agosto de 1976 fue expulsado por la Junta Militar. El 3 de septiembre, desde Lancaster, Massachusetts, Weeks declaró que su país debía cortar la ayuda económica a la Argentina. El 17 de septiembre Musich presentó su renuncia como embajador argentino en Washington. Nunca dio una explicación pública sobre su salida del gobierno, aunque todos sabían que lo hacía por su disconformidad por la política de derechos humanos del gobierno.

Desde hacía tiempo, Musich era presionado en los Estados Unidos por la suerte de unos muy pocos ciudadanos norteamericanos (Gwenda Loken López era otro caso). Con el sacerdote James Weeks mantuvo un encuentro luego de su liberación. Una vez que se conoció la reunión, Guzzetti exigió su remoción, incentivado por algunos funcionarios de carrera: “O se va él (Musich) o me voy yo”. Y Videla entregó la cabeza de su embajador.

El 20 de septiembre, el embajador americano en Buenos Aires, Robert Hill, mantuvo una conversación con el canciller Guzzetti (cable 7181), en la que le dijo que era muy difícil a “los que veían con simpatía el gobierno de Videla” explicar la muerte de los sacerdotes palotinos (4 de julio de 1976) y la “reciente masacre en Pilar”. “Es muy difícil para los amigos de Argentina, explicar que su gobierno controla la situación”. El canciller reaccionó violentamente (con “emoción”) cuando Hill hizo referencia a lo sucedido en Pilar. También Guzzetti le explicó lo ocurrido con el embajador Musich. Al día siguiente Hill dialogó a solas con Jorge Rafael Videla (cable 7269 ). Durante el encuentro, el embajador estadounidense le explicó su preocupación por lo que sucedía en la Argentina y que le llamaba la atención que ninguna persona haya sido puesta a disposición de la justicia por los excesos en la lucha contra el terrorismo. Luego preguntó si iba a conocerse alguna sanción para los responsables de la matanza de Pilar, pero Videla evadió la respuesta. También le explicó la Enmienda Harkin, que prohibía al gobierno respaldar económicamente con su voto a países donde se violaban los derechos humanos. Relató que su país dio su voto para acordar un crédito de 8 millones de dólares en el BID para financiar exportaciones y bienes de capital, pero que le resultaba difícil mantener el apoyo de persistir esta situación.

Carta a un diplomático sobre
Carta a un diplomático sobre la reunión de Junta Militar del lunes 2 de agosto de 1976 (Archivo Juan Bautista Yofre)

Hill describió una sensación general en esos días: “Siempre estaba el tema de los derechos humanos en el aire”. Finalmente, expuso: “Me fui de la reunión desilusionado, (Videla) me dice que desea evitar problemas con nosotros pero no dio ninguna señal de solucionarlos (...). Salí con una fuerte impresión de que Videla no mandaba (no estaba a cargo), no era el jefe y él lo sabía”.

El 23 de septiembre, Arnaldo Musich visitó a Harry S. Schlaudeman, subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, para explicar que había presentado su renuncia. Por la tarde, la agencia Associated Press emitió un largo cable con un reportaje a Musich que fue publicado por La Nación al día siguiente. No dijo concretamente por qué abandonaba la embajada, pero entrelíneas, como era el estilo de la época, se entendió perfectamente: “Muchos argentinos creen que los Estados Unidos tienen que entender a la Argentina, y la tarea es al revés. Somos nosotros los que debemos entender a los Estados Unidos. El no aceptar esa realidad nos ha privado de una política externa consistente.”

“El Ejército Revolucionario del Pueblo, que era el más serio de los tres elementos de la subversión, ha sido aplastado. Aún quedan combatientes, pero como organización ha sido destruida. La estructura del ERP constituía un desafío frontal a la seguridad nacional. Los Montoneros, que se encuentran en proceso de eliminación, son un grupo emocional formado por muchos elementos. Su acción, aunque peligrosa, es fundamentalmente espectacular. El tercer grupo lo forman los vigilantes, los intemperantes, etc”, expuso.

“¿Cuál es la acción sobre éste?”, preguntó el periodista. Musich respondió: “Una vez que se remuevan aquellos dos cánceres habrá que limpiar el bisturí.”

El 30 de septiembre, en preparación del encuentro de Kissinger y Schlaudeman con Guzzetti, el Departamento de Estado preparó un balance de los 6 meses de gestión del gobierno del proceso, en el que se expresan las dificultades económicas; la situación gremial; una suerte de ola antisemita en la Argentina y los derechos humanos. Siempre los derechos humanos: “El aspecto más espectacular de la campaña antiterrorista han sido los asesinatos cometidos por los escuadrones derechistas de matones pagados que funcionan fuera de la ley. Operan sin temor a castigo y por lo regular se hacen pasar de funcionarios que vigilan la seguridad. Los derechistas son responsables de secuestrar y/o asesinar a cientos de ‘izquierdistas que representan un riesgo a la seguridad’ (del país)”.

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La Opinión bajo la dirección
La Opinión bajo la dirección de Jacobo Timerman (Archivo Juan Bautista Yofre)

Lo que sucedía en la Argentina, el canciller Guzzetti no sabía cómo explicarlo. Y si lo intentaba no era comprendido.

—¿Cómo haría usted para explicar a los norteamericanos lo que ocurre en la Argentina? —preguntó Horacio Chávez Paz al canciller César Augusto Guzzetti.

—Primero les diría que fueran a nuestro país, que analicen nuestro pueblo, que lo recorran. Segundo, que tuvieran una información más abierta, más objetiva, más clara, no sólo sensacionalismo, exageración y parcialidad. Todo eso distorsiona nuestra imagen.

—¿Usted piensa que los problemas de la Argentina están en su imagen, o en su realidad?

—La realidad actual argentina no es agradable para nadie. Pero se nos hace aparecer, por ejemplo, como una dictadura militar. La gente necesita elementos de juicio para hacer las diferencias.

—Parece que la Argentina, por el hecho de enfrentar un factor subversivo, mueve a la comprensión de otros países, pero debido a la sensación de tolerancia frente al terrorismo de derecha, despierta repulsión. ¿Cómo ve usted ese aspecto?

—Mi concepto de subversión se refiere a las organizaciones terroristas de signo izquierdista. La subversión o terrorismo de derecha, no es tal. El cuerpo social del país está contaminado con una enfermedad que corroe sus entrañas y forma anticuerpos. Esos anticuerpos no pueden ser considerados de la misma manera que se considera al microbio. A medida que el gobierno controle y destruya la guerrilla, la acción del anticuerpo va a desaparecer (...) Sólo se trata de una reacción natural de un cuerpo enfermo.

El 6 de octubre el canciller Guzzetti, acompañado por el coronel Repetto Peláez, Arnaldo Musich y el embajador Federico Barttfeld, director del Departamento América Latina, tuvieron un almuerzo con el subsecretario de Estado para Asuntos Económicos Agrícolas, Charles W. Robinson, Harry Schlaudeman y Robert Zimmerman, director de los Asuntos de la Costa Este del Departamento de Estado. En la oportunidad, el canciller argentino comenzó sacando el tema de la situación de los derechos humanos, los exiliados y refugiados extranjeros en la Argentina y la situación económica. El alto jefe naval volvió a explicar, ayudado por Musich (que todavía no había sido reemplazado), la situación de “guerra civil” que vivía la Argentina y Schlaudeman reiteró el problema que se iba a presentar en el Congreso de los Estados Unidos cuando se trate la situación argentina. Guzzetti explicó que “en tres o cuatro meses” el gobierno terminaría con las organizaciones subversivas. Y Robinson dijo entender lo que sucedía en la Argentina al enfrentarse “una guerra civil subversiva” y que lo ocurrido en el período inicial no sería aceptable “en el largo plazo”.

"Nuestra actitud básica es que
"Nuestra actitud básica es que nos gustaría que tengan éxito. Tengo un punto de vista antiguo: que los amigos tienen que ser apoyados. Lo que no entienden en Estados Unidos es que ustedes están en una guerra civil", dijo Kissinger a Guzzetti

El 7 de octubre, en Nueva York, Guzzetti se entrevistó por última vez con Henry Kissinger. La reunión se realizó en el hotel Waldorf Astoria y el secretario de Estado fue acompañado por el subsecretario Philip Abib y Harry Schlaudeman. A su vez Guzzetti concurrió con Arnaldo Musich y el embajador argentino en Naciones Unidas, Carlos Ortiz de Rozas. La cuestión medular de lo tratado pasó nuevamente por la cuestión de los derechos humanos, que ya teñía la política exterior del Palacio San Martín.

Guzzetti: —Usted recordará nuestro encuentro en Santiago de Chile. Me gustaría hablarle de lo sucedido en la Argentina en los últimos cuatro meses. Nuestra lucha (contra el terrorismo) dio muy buenos resultados en los últimos cuatro meses. Las organizaciones terroristas han sido desmanteladas. Si continuamos en esa dirección, a fin de año, el peligro habrá quedado a un lado [aunque] siempre habrá incidentes aislados.

Kissinger: —¿Cuándo se va a terminar? ¿En la próxima primavera?

Guzzetti: —No, a fin de este año...

Kissinger: —Mire, nuestra actitud básica es que nos gustaría que tengan éxito. Tengo un punto de vista antiguo: que los amigos tienen que ser apoyados. Lo que no entienden en Estados Unidos es que ustedes están en una guerra civil. Leemos acerca de los derechos humanos, pero no acerca de su contexto. Mientras más rápido el éxito, mejor. El problema de los derechos humanos se agranda en los EE.UU. El embajador de ustedes (Musich) se lo puede informar. Queremos una situación estable. No les vamos a causar a ustedes dificultades innecesarias. Sería mejor si pudieran acabar (con esto) antes de que el Congreso reinicie sus sesiones. Y sería beneficioso si pudieran restaurar las libertades que puedan.

La minuta del encuentro transcribe que Guzzetti dijo al finalizar: “Requeriremos placet para un nuevo embajador y el presidente (Gerald) Ford se encuentra en campaña”.

—¿Usted renunció? —preguntó Kissinger mirando a Arnaldo Musich.

—Sí, señor —fue la respuesta del embajador. Musich no dijo nada más.

—El acuerdo del placet se lo daremos rápido, pero las credenciales...

Guzzetti dijo que el pedido de placet lo solicitaría de forma urgente, y sostuvo que el nuevo embajador llegaría en un mes. Recién en diciembre se conoció la designación del abogado Jorge Aja Espil para suceder a Musich. Durante esos días de la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el canciller argentino se entrevistó con sus pares de Alemania, Israel y Paraguay, entre otros. Al respecto Mario Diament, en La Opinión, dijo: “La Argentina no debe estar ausente del mundo, no necesita autoexcluirse ni reducirse a bloques defensivos que achican o confunden su causa. Antes bien debe asumir el desafío, un desafío ideológico que el país puede ganar a la par de los éxitos contra la subversión”.

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