El caso del Evergreen State College, cercano a Seattle, estado de Washington, ocurrido en 2017, es una muestra o anticipo del extremo a que pueden llegar algunas reivindicaciones identitarias en boga. Escraches, insultos, cancelación de profesores y apriete a las autoridades en nombre de la lucha contra un racismo inexistente.
Cabe aclarar que el Evergreen State College está en el top ten de las universidades más “liberales”, en el sentido estadounidense del término, o sea progresistas, incluso izquierdistas, de ese país.
Los profesores se presentan ante los estudiantes con fórmulas tales como (textual): “Soy cisgénero, mujer negra y hetero”; “soy una mujer cisgénero [Nota: la neolengua llama cisgénero a quien se identifica con su sexo de nacimiento], blanca, queer, no soy discapacitada, soy gorda”; “mi color de piel es diferente a la de mucha gente poderosa, soy un hombre, cisgénero, hetero, muy educado, mi campo son las matemáticas y la física, lo que a muchos les da espacio para decir ‘la ciencia no está para ocuparse de la justicia social, la ciencia se ocupa de la verdad’...” etcétera. Nótese el mensaje de que la ciencia no debe ocuparse de la verdad y ya podemos percibir el clima que se respira en Evergreen.
Esto explica también por qué a algunas universidades argentinas se les ocurrió pedir a sus docentes que se reempadronaran de acuerdo a su autopercepción de género: cis, binarios, trans, etc. Toda moda llega.
Te puede interesar: La inaceptable pretensión de algunas universidades de imponer la ideología de género
Los profesores de Evergreen no se presentan como individualidades, sino que se identifican por su pertenencia a grupos definidos por rasgos físicos, incluso raciales, de género o de orientación sexual.
Ahí no acaba la cosa. Si alguna de esa identidades conlleva privilegios, deben hacer acto de contrición. Reconocer públicamente su condición de privilegiados. “De la lista de identidades que aportan privilegios, puedo marcarlas todas: mujer, blanca, educada…” -confiesa una, lo que no la va a salvar de la agresión cuando estalle el motín-; “cuando entro a un lugar, no sé si prima el privilegio masculino, el blanco, el educado, los tengo todos, soy un blanco, cisgénero, heteronormado, que trata de saber qué hacer con todas esas cartas de privilegio para hacer avanzar la justicia social en forma respetuosa…”, dice otro culpable.
En el universo Evergreen, hay dos categorías: se es víctima o victimario, oprimido u opresor. Los blancos son todos victimarios.
Guay del que se atreva a poner en duda que hay racismo. En Evergreen sólo se debate sobre cómo se manifiesta el racismo en cada situación. El statu quo racial es cómodo para los blancos, dicen. Los profesores blancos gozan de una mayor legitimidad.
La realidad es que Evergreen no tenía problemas de racismo, siendo una institución tan progresista. De hecho, no existían quejas ni denuncias concretas. Pero sí un relato impuesto que dictaminaba la necesidad de una lucha permanente contra el racismo “estructural”, omnipresente y a la vez invisible.
De nuevo, ¡qué casualidad que el inefable Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI) haya declarado en 2020 que en Argentina existe un racismo estructural…!
Evergreen adhiere a las teorías de la socióloga Robin DiAngelo, cultora del concepto de nuevo antirracismo crítico, y que en una charla en ese college explicaba: “El racismo es un sistema cuya existencia no depende de los individuos. Está profundamente anclado en la sociedad, en todas sus instituciones, normas prácticas, políticas, formas de enseñar la historia. Asegura una distribución desigual de absolutamente todo entre las personas de color y los blancos. Es inevitable que yo tenga pensamientos y comportamientos racistas”.
Por si no bastara con eso, agregaba: “Sólo el grupo dominante puede ser racista, sexista, clasista. Sólo los blancos pueden ser racistas. No se puede evitar ser socializado en una visión racista del mundo cuando se es blanco”.
En concreto, según la doctrina DiAngelo, se es racista por default, es decir, aunque uno no haga nada racista, es cómplice por el solo hecho de ser blanco. Si además es cisgénero, heterosexual y con un alto nivel educativo, su condición de privilegiado, opresor y victimario se potencia. Es la famosa interseccionalidad: identidades superpuestas que pueden acentuar el privilegio o la victimización.
La ideología oficial de Evergreen es por lo tanto el antirracismo interseccional, que los obliga a una vigilancia constante y que los ha llevado a elaborar 39 preguntas para los blancos, una suerte de guía para la detección de su racismo innato: ¿Cómo sabes que eres blanco? ¿Cuán seguido piensas en que eres blanco? ¿Cuándo caíste en la cuenta de que eres blanco? ¿Cómo te diste cuenta de que eres blanco? ¿Hablas con tus amigos acerca de ser blanco? Etcétera, etcétera…
Cuidado con atreverse a preguntar en qué o cómo se manifiesta la supremacía blanca en una de las universidades más progresistas de los Estados Unidos, porque la sola pregunta revela racismo.
Pero bueno, siempre hay un pez que quiere nadar contra la corriente y eso sucedió incluso en el paraíso de la corrección política.
Todos los años, en Evergreen se celebraba el Día de la Ausencia: una fecha en que los estudiantes y los profesores negros no asistían a clase. Así hacían notar -“visibilizaban”- lo que representan para la institución como personas y académicamente. Que el resto de la comunidad universitaria fuese consciente de lo mucho que aportan.
Pero en 2017 se decidió que esta vez eran los blancos los que debían ausentarse. Esto no le gustó a Bret Weinstein, profesor de biología con 15 años de antigüedad en Evergreen, y envió una carta al comité organizador para exponer sus argumentos. Una cosa era que un grupo se ausentara por su propia voluntad para expresar algo y otra muy distinta era que esa colectividad decidiera que otro grupo debía ausentarse. Eso le parecía contrario al espíritu de los derechos civiles. “Como judío, escribió Weinstein, cuando la gente empieza a decirme a dónde ir y a dónde no ir, me suenan las alarmas”.
El Comité publicó la carta en el periódico del College. Inmediatamente Weinstein vio su despacho rodeado por un grupo de estudiantes enardecidos. Fue escrachado, insultado y apretado para que renunciara. Racista fue lo más suave que le dijeron. El profesor intentaba explicar su postura, pero le costaba hacerse oír en medio del griterío. Una estudiante le hizo una pregunta pero luego no lo dejaba hablar. Weinstein: “¿Puedo responder?” Ella: “¡No!” Weinstein osó decir que no había actos de racismo en el campus. Le dijeron que había perdido su derecho a expresarse.
La violencia iba en aumento. La policía apareció para sacar a Weinstein del tumulto y entonces los estudiantes que estaban patoteando al profesor pasaron a victimizarse, asegurando que éste no quería dialogar y que llamó a la policía para que atacara a los estudiantes negros. Los agresores llegaron a decir que habían temido por su vida, cuando nada grave pasó. No hubo golpes, ni heridos, nada. Pero el grupito radicalizado lanzó un “relato” victimizante.
Weinstein quiso dialogar y ellos lo llamaron “pedazo de mierda”. La interseccionalidad no funcionó acá: un profesor judío, que bien pudo haberse victimizado en nombre de la persecución a su pueblo, fue atacado por estudiantes negros que se sienten con derecho a la venganza por el esclavismo de siglos pasados.
Cuando el director de Evergreen, el muy progresista George Bridges, convocó a una asamblea y quiso hablar con los estudiantes, no le fue mejor: éstos reaccionaron con los habituales “fuck you” y hasta le exigieron que dejara de mover las manos al hablar porque eso era un comportamiento agresivo… y él les hizo caso. Más todavía, les dio la razón en todo y les prometió poner en caja a los profesores díscolos que, si no aceptaban ser reeducados, serían despedidos.
La visión de esa asamblea impacta por el nivel de grosería y las humillaciones a las que los estudiantes someten a Bridges [ver video más adelante]. La comida de la cafetería y las sillas fueron reservadas a los estudiantes negros. El reclamo de los exaltados era alucinante: denunciaban que la carta de Weinstein, su negativa a plegarse al Día de la Ausencia, había traído “al supremacismo blanco” a la puerta de Evergreen. Uno increpó a Bridges: “¿Qué vas a hacer desde ahora para asegurar nuestra protección? La blanquedad es el sistema más violento que existe. Mis ancestros eran esclavos, no los de ustedes. ¡A la mierda vos y a la mierda la policía!”
La palabra “blanquedad” es usada por el wokismo para designar el racismo innato de las personas blancas, a diferencia de “blancura” que sólo alude al color.
Recordemos que en Evergreen no había pasado nada violento contra los estudiantes; sí había habido un apriete de ellos al profesor. Que se extendió luego a todos los docentes y a las autoridades del college.
En una reunión con directivos, recriminaron: “Ustedes nos pusieron en peligro. Su silencio es el de la violencia blanca. El silencio blanco es violencia”.
La cosa fue in crescendo y se vio una escena lamentable en la cual los estudiantes gritaban: “¡Bajá las manos George! ¡Bajá las manos! ¡No señales con el dedo George! ¡No es correcto!”... y el director obedeció.
Los pocos estudiantes negros que osaron defender a Weinstein fueron acusados de “traidores a su raza”. La locura fue creciendo y un día después de la asamblea, el campus fue tomado por los ofendidos que hasta se armaron con gas pimienta para asegurarse de que nadie saliera, en especial los blancos.
Se sirvieron de una discusión en la que un docente señaló con el dedo a una colega negra para inventar una agresión inexistente. Como esos rumores que se propagan en medio de una insurrección y generan escenas de terror, los estudiantes negros pasaron al extremo de la victimización, asegurando temer por su vida mientras encerraban a todos los blancos -docentes y administrativos- en una habitación bajo vigilancia y les decían que se pusieran a trabajar en cómo iban a satisfacer sus reclamos. Para ir al baño, los profesores tenían que pedir permiso y eran acompañados por un estudiante.
Algunos activistas se paseaban por el campus con bates de béisbol en el rol de vigilantes. Entre las exigencias para poner fin a la toma estaban la de imponer a los profesores programas de reeducación política y el derecho a entregar sus trabajos con demora.
Cuando la noticia llegó finalmente a los medios nacionales, hubo más pedidos de expulsión de Weinstein con el argumento de que “había provocado una reacción violenta del supremacismo blanco”, al dar a conocer lo ocurrido. Una estudiante dijo que él había incitado acciones de supremacistas blancos y nazis en contra de ellos. “Y eso no debe ser protegido por la libertad de expresión”, sentenció, justificando su derecho a impedirle hablar.
El director apañó a los estudiantes, los felicitó y hasta nombró a uno de los cabecillas en el Consejo Asesor sobre Igualdad con la misión de reescribir el código de conducta estudiantil. Ante semejante indefensión, Bret Weinstein terminó renunciando, pero todo esto no fue gratuito para el College que debió indemnizarlo con medio millón de dólares.
Como la cosa ya se salía de cauce, intervinieron las autoridades estatales porque la universidad es pública. George Bridges tuvo que ir a dar explicaciones al Senado estatal. La matrícula de Evergreen se derrumbó al año siguiente. Y entonces esta lucha por la equidad llevó a la necesidad de aumentar el costo de inscripción y en consecuencia perjudicar aun más a los no privilegiados que todo este movimiento delirante decía querer defender.
También Weinstein fue convocado al Senado: “Lo que vi fue algo que funcionaba como una secta, cuyo objetivo sólo es entendido por los líderes y los demás están seducidos por una ficción hábilmente construida. La mayoría de los involucrados en este movimiento creen estar actuando por una causa noble: poner fin a la opresión. Sólo los líderes saben que se trata de crear una nueva opresión”, dijo en su testimonio.
Bret Weinstein había protestado ante sus colegas y autoridades por ese continuo machacar de que Evergreen era una institución racista sin que se diera la menor prueba o ejemplo de ello. El muy díscolo se atrevió a sugerir que se hiciera una consulta a los estudiantes y profesores que estaban sufriendo la “supremacía blanca”, para que dieran ejemplos de discriminación en Evergeen. La respuesta fue: “Debemos dejar de preguntarles, porque les hacemos daño. Preguntarles eso es Racismo con maýuscula”.
Hay racismo aunque no se lo vea. Punto.
Este caso de histeria colectiva, en que los individuos son arrastrados por el grupo y adoptan conductas que no tendrían aisladamente, demuestra además lo que las personas pueden hacer cuando desaparece la autoridad. Las escenas que se vieron en Evergreen parecían salidas de El señor de las moscas.
Pero esta radicalización y acción directa estudiantil no es un fenómeno limitado a Evergreen, aunque allí adquirió dimensiones impresionantes, sino una tendencia que se extiende a muchos campus.
Al concluir el 2017, Jonathan Haidt, psicólogo social, profesor en la Universidad de Nueva York, y uno de los intelectuales críticos del wokismo, hizo un balance: “Este año vimos un aumento en las tácticas de intimidación, el comportamiento incivil y la violencia real en el campus. Lo más alarmante es que los estudiantes se unieron a activistas locales para utilizar la violencia como herramienta para detener a oradores no deseados, primero en la Universidad de Berkeley y luego en el Middlebury College. En términos más generales, asistimos a un fuerte aumento del uso de tácticas de intimidación y de gritos organizados -el veto del interrumpidor- para detener a los oradores y disuadir a los estudiantes de asistir a las conferencias, como ocurrió en el Claremont McKenna College y en el Reed College. Vimos cómo toda una universidad se sumía en la anarquía cuando Bret Weinstein empezó a cuestionar las nuevas y engañosas políticas de equidad de la Evergreen State College”.
Te puede interesar: El macartismo se volvió de izquierda: pensamiento único en nombre de la diversidad
En un artículo en Causeur, el 13 de abril pasado, Jonathan Sturel, habló de “terror woke”: “Allá (en Estados Unidos), las feministas de pelo fluorescente, los ‘racistas’ antiblancos y los transidentificados se organizan en un ejército que intimida al resto del grupo, incluidos los profesores, que se ven obligados, por la presión social y la laxitud de la dirección, a dejar que se extienda el terror woke. Allí, cada palabra que dices, incluso la más insignificante, tiene que ser sopesada porque es probable que ofenda a alguien por una razón u otra. Como en el infierno estalinista, el infierno woke impone una autocensura permanente, ejerce una presión que constriñe la expresión de la palabra y, obviamente, la difusión de opiniones contrarias”.
Sturel también advierte sobre el riesgo de contagio a Francia de esta moda victimista por la que los supuestamente ofendidos se creen con derecho a ofender. Y no estamos a salvo en la Argentina, ya vimos anticipos de esto como la invención de un racismo estructural (o la del patriarcado) o la creciente uniformización del pensamiento en las universidades.
“El wokismo [N. de la R: del inglés woke -despierto- alude a la actitud vigilante ante el racismo y ante cualquier otro factor real o supuesto de desigualdad social]-concluye Sturel-, que es un asistencialismo mental que conduce a todo tipo de pereza social, intelectual y humana, debe combatirse con toda la energía necesaria. Más vale ser hoy el hijo de puta de unos pocos que mañana el verdugo de todos”.
Sturel advierte de que Evergreen es un ejemplo de “microsociedad woke” y que por lo tanto “no hace falta esforzarse en imaginar los daños causados” por esta tendencia.
Lo que está pasando con el nuevo antirrracismo, se asemeja a la radicalización del feminismo, que ha pasado de la lucha por los derechos politicos (sufragismo) y civiles (igualdad) de décadas anteriores, al revanchismo y la guerra de sexos de hoy, a un discurso cada vez más agresivo contra el sexo opuesto, culpable de todos los males, actuales y pasados.
Del mismo modo, en Estados Unidos, se pasó de la heroica lucha por los derechos civiles encabezada por Martin Luther King. que puso fin a las leyes de segregación racial, a la agresividad y el “derecho” a la venganza del presente, respaldado por la llamada teoría crítica antirracial que en el fondo justifica un racismo contra los blancos, un deseo de vengar en el presente agravios del pasado, cuyas víctimas y victimarios se remontan a varias generaciones atrás.
[Este artículo sintetiza algunos de los temas que trato en mi newsletter “Contracorriente”. Para recibirlo vía mail, suscribirse sin cargo aquí]
Seguir leyendo: