El jueves 15 de abril de 1982, cerca de las 22.30, cuando Alexander Haig volvió a pisar tierra argentina el ambiente, según lo percibió, era otro. “La prensa había adoptado un tono más notoriamente sombrío y belicoso”. Todo estaba “oscurecido por el fervor patriótico”. Según el Secretario de Estado norteamericano, traía una propuesta que había sido aprobada en Londres que “pedía el retiro de los argentinos de las islas; la detención de la flota británica a una distancia de 1.000 millas de las Malvinas; una administración interina mixta argentino-británica con los Estados Unidos también presentes en las islas, y el cese total de las sanciones económicas y financieras, y que garantizaba completar la negociación sobre la cuestión de soberanía para el último día del año 1982. Entregué la propuesta a los argentinos y esperé los resultados”.
Las horas que pasó Alexander Haig en Buenos Aires durante su segundo viaje van a ser primordiales para el desarrollo del conflicto. La visita se dio en el marco de una segunda conversación de Ronald Reagan con Leopoldo Fortunato Galtieri; su paso por Londres y Washington; la entrega de sus nuevas propuestas; el encuentro con el presidente de facto argentino, primero, y la Junta Militar después; sus diálogos con el canciller Nicanor Costa Méndez, su fracaso y su partida.
De allí sobrevendrían la convocatoria argentina al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y el retiro de los EE.UU. de la gestión de buenos oficios que había emprendido entre Londres y Buenos Aires y, finalmente, las sanciones que la Administración Reagan le aplicó al gobierno militar argentino. De ahí en más todo terminaría en la capitulación en Puerto Argentino y la caída del presidente Galtieri.
Cerca de las 23 horas, Costa Méndez fue a verlo al Hotel Sheraton con un mensaje de rechazo a las nuevas iniciativas. La sorpresa y la desazón se reflejaron en la cara de Haig: “Estoy seguro de que los británicos van a saltar cuando reciban este mensaje”. Pero lo más llamativo para el funcionario estadounidense fue escuchar de Costa Méndez su incredulidad “de que los británicos vayan a la guerra por un problema tan pequeño como el de estas pocas islas rocosas”. Y el canciller argentino sugirió que hablara directamente con la Junta. Mientras Haig estaba en la Argentina, se conoció que la Comunidad Económica Europea (CEE), a través de la Resolución Nº 877/82, había acordado establecer sanciones económicas a la Argentina.
A las 09.45 del 16 de abril Haig entró a la Casa Rosada para conversar con el teniente general Galtieri. También estuvieron presentes el general Vernon Walters y el canciller Costa Méndez. Primero, Haig se mostró contemplativo al exponer la posición de los EE.UU. sobre un acuerdo. Luego, exhibió el látigo y habló de la tragedia de una guerra y la mejor posición británica a medida que transcurría el tiempo. Seguidamente solicitó entrevistarse en algún momento con la Junta Militar, dando paso al análisis de su Proyecto de Acuerdo que contenía siete puntos principales:
1- Parar la flota.
2- Mantener la bandera argentina en las islas.
3- Expandir en forma considerable el papel argentino en las islas durante el período interino.
4- Garantizar que las negociaciones serían terminadas para fin de año (con el aparente “consentimiento doloroso” de Margaret Thatcher).
5- Guiar el proceso con los principios de la descolonización.
6- Normalizar las comunicaciones entre el continente y las islas.
7- Levantar las sanciones y garantizar la asistencia estadounidense a la isla durante todo el proceso.
Años más tarde, Haig diría otra cosa, cuando escribió en sus “Memorias” que “resultaba perfectamente claro que no estaba tratando con personas que estuvieran en posición de negociar de buena fe… aparentemente, existía una fuerza invisible que ejercía el poder de veto sobre las autoridades legalmente constituidas del gobierno.”
A las 16.30 las delegaciones volvieron a encontrarse para llegar a un documento común. Con los resultados de estos encuentros bilaterales y de la reunión posterior del canciller con los comandantes, el relato de la Junta Militar dice a continuación que Costa Méndez, a las 22.45, mantuvo otra reunión con Haig en el Hotel Sheraton en la que hizo entrega de las últimas objeciones argentinas.
El relato no es certero sino que sucedió de la siguiente manera: Nicanor Costa Méndez no fue hasta el Hotel. “Llevale la respuesta”, le dijo el canciller al Secretario Roberto García Moritán, que fue hasta el Hotel Sheraton. Tras unos minutos lo recibió Haig en pijama. Abrió el sobre, lo leyó, y de manera extemporánea se lo tiró en la cara, al tiempo que decía “fuck”. Una vez a solas, Haig le escribió un corto mensaje —”Flash “S” 6702— a Francis Pym, el canciller británico, en el que le detallaba todas las entrevistas que mantuvo. “A las 10.40 pm (hora local) recibimos una muy desalentadora respuesta, y he solicitado discutirla mañana con la Junta y el Presidente”.
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El sábado 17 de abril se reunieron, a partir de las 10, los miembros de la Junta Militar y Costa Méndez con Haig y el general Vernon Walters. Por fin el Secretario de Estado pudo ver la cara oscura y filosa del almirante Jorge Isaac Anaya y cruzar con él un ríspido diálogo, cuando el jefe naval le dijo que su hijo, piloto naval, estaba “dispuesto a morir por las Malvinas y en nuestra familia sentimos que sería un honor saber que su sangre se mezcló con el sagrado suelo patrio”.
Con la irritación que produce el cansancio o la impotencia, Haig le respondió: “Permítame asegurarle, almirante, que nadie aprecia realmente el significado de una guerra hasta que ve cómo meten los cadáveres de hombres jóvenes en bolsas para muertos.” Sabía de lo que hablaba, lo había vivido en Vietnam. Entonces “subrayó que el texto que había recibido la noche anterior conduciría a la guerra y que se debía elaborar uno más benigno, y si hay guerra la opinión pública de los Estados Unidos los llevará a dar apoyo material a Gran Bretaña.
Al día siguiente, domingo, Haig concurrió a reunirse a las 15 horas hasta las 01.55 del 19 de abril en la Sala de Situación de la Casa Rosada. En la ocasión, tras diez horas de discusiones, Haig vio crudamente que la Junta Militar también carecía de poder, ya que cada decisión debía ser aprobada por cada comandante de Cuerpo y sus equivalentes en la Armada y la Fuerza Aérea. “Si cedo demasiado no estaré más en este puesto”, le dijo Galtieri en un momento a solas. “Le pregunté cuánto tiempo pensaba que sobreviviría si perdía una guerra con los británicos.”
En la madrugada del lunes 19 se logró cristalizar un último borrador, en el que se establecía un cese inmediato de las hostilidades y el retiro de las fuerzas; una presencia argentina en las islas, bajo garantía de los Estados Unidos, y negociaciones destinadas a solucionar el conflicto para el 31 de diciembre de 1982. Con ese papel en la mano, el Secretario de Estado tomó la decisión de volver a Washington. Cerca de las 16, cuando estaba a punto de abordar, el canciller argentino le dijo que la Junta había vetado uno de los puntos centrales que había negociado en esas horas. El nuevo mensaje establecía que si para esa fecha todavía no se había logrado un acuerdo, el gobierno argentino se reservaba el derecho a designar la jefatura y la administración de las Malvinas a partir del 1º de enero de 1983.
La respuesta dejaba al Secretario de Estado mediador sin espacio para negociar en Londres. Además, también, Costa Méndez le anunció que la Argentina denunciaría el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en la OEA, un arma al que Washington pensaba echar mano si se descontrolaba la situación en América Central.
Al finalizar su nueva estadía en Buenos Aires, Haig le envió a Francis Pym un borrador con las cuestiones tratadas con los argentinos, a los que agregó comentarios personales. “Al irme de acá, me negaré a caracterizar el texto, y sólo diré que ha terminado esta etapa de mi esfuerzo, y que regreso a Washington para informar al presidente”. También le dijo a su colega británico: “Francis, no sé si se les puede sacar más a los argentinos. No está claro quién manda acá. Tanto como 50 personas, incluyendo comandantes de tropas, pueden estar ejerciendo vetos. Ciertamente, no puedo conseguir nada mejor en este momento”. Realmente, no decía nada nuevo, era lo que se había vivido en la Argentina en los últimos seis años.
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Precisamente, mientras el secretario de Estado permaneció en Buenos Aires, los días 17 y 18 de abril, la cúpula del Ejército, salvo aquellos jefes superiores que se encontraban en el Teatro de Operaciones (Osvaldo García, Mario B. Menéndez y Américo Daher, entre otros), se reunió para escuchar un cuadro de situación. La exposición principal la realizó el jefe del EMGE, general José Vaquero, y también intervinieron los jefes de Inteligencia (Mario Sotera) y Operaciones (en reemplazo de Menéndez). Se analizó el “marco militar y el futuro desarrollo operacional”.
El domingo 18, la exposición estuvo a cargo del secretario general de la Presidencia, general Iglesias, contándose con la presencia de Galtieri, quien intervino aportando observaciones. En un momento, el comandante en jefe comentó, cuando se analizaba el papel de la Unión Soviética, que “los Estados Unidos se aliaron a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial sin que ello significara que vendiera el alma al diablo”. Cuatro horas duraron las exposiciones y los intercambios de opiniones. Entre otros conceptos se dijo que había que prepararse “para intervenir en el conflicto, que podía desarrollarse en dos frentes”.
Según los expositores, los chilenos habían movilizado la totalidad de la flota que ya se encontraba en el Sur. Ante la posibilidad de tener que actuarse en dos frentes, se analizó como hipótesis de máxima el traslado de siete brigadas al sur. Con respecto al papel del secretario de Estado, Galtieri contó que en el primer día de su segunda estadía en Buenos Aires lo había hecho conversar con la Junta Militar, para que Alexander Haig comprobara que no existen disidencias de opinión entre los tres comandantes.
El 22 de abril, por decreto Nº 757 se dio a conocer que la capital de las Malvinas ya no sería más Puerto Stanley y pasaba a denominarse Puerto Argentino. Ese mismo día Galtieri visitó Malvinas. El presidente de la Junta Militar y comandante del Ejército llegó a las islas en visita de inspección. Arribó temprano en un Fokker F-28, acompañado por el general (R) Eduardo Señorans y periodistas.
El Parte de Inteligencia N°3575 informaba a los pilotos del avión que las condiciones meteorológicas sobre las islas: “Viento del cuadrante Oeste-Noroeste a 25 km; Visibilidad 15 km con bruma y Temperatura 11 grados centígrados”. Fue recibido por el gobernador militar, general de brigada Mario Benjamín Menéndez, con quien iniciaría poco después una recorrida en helicóptero por las posiciones argentinas en las islas. Luego de reunirse con los oficiales del Estado Mayor y pronunciar una arenga a los soldados, embarcó en un helicóptero Puma y por espacio de tres horas recorrió distintos puntos del dispositivo defensivo.
Durante una reunión realizada en Puerto Argentino, con los oficiales más antiguos, Galtieri dijo que “las conversaciones no progresaban en la medida de lo deseado” (algo que no se decía claramente en Buenos Aires) y, relató a sus subordinados, que “la Argentina no estaba dispuesta a negociar si no era sobre la base del reconocimiento de la soberanía y se pensaba que la bandera no debía ser arriada en ningún momento y que no se vislumbraba esa solución”.
De acuerdo a lo que el general Menéndez le conto al historiador Carlos M. Túrolo, a Galtieri se lo veía “muy bien de ánimo. Hay que tener en cuenta que para esa época la fuerza de desembarco inglesa estaría en el orden de los 5.000 hombres con fuerte apoyo aéreo y naval. Para esos niveles nosotros éramos un obstáculo serio no sólo si venían por el lado de Puerto Argentino sino por cualquier otro lado”.
Meses más tarde en el Informe Rattenbach se asentaban unas líneas críticas sobre el paso de Galtieri por las islas: “En oportunidad de hacer una visita a la Guarnición Militar Malvinas, ordenó, sin consultar a las autoridades involucradas, y contrariando el requerimiento del Comandante Militar Malvinas –que solo había solicitado el envío de un regimiento más de infantería-, el envío de una Brigada de Infantería adicional, ocasionando con ello no solo una invasión de jurisdicciones, sino una agravamiento de la situación logística imperante en las islas Para tomar esta decisión, tampoco consultó al Estado Mayor General. La Gran Unidad de Combate enviada (Brigada de Infantería III) no contaba con equipo y material adecuado y su personal oriundo, en su mayoría, de provincias del litoral, de características climatológicas diametralmente diferenciadas.
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Al día siguiente de la visita, Menéndez recibió el llamado del general de división Osvaldo García y, según contó, “me dijo que Galtieri había resuelto que pasara a Malvinas toda la Brigada de Infantería III y que pensara dónde emplazar estos medios para conversarlo al día siguiente”. También le dijo que “Galtieri se había quedado muy preocupado por el vacío que había en la otra isla, la Gran Malvina. Que era necesario negar a los ingleses todo el territorio insular y que para eso enviaba la Brigada III”. Como era de prever, Menéndez le dijo que se crearían problemas cada vez mayores de logística y movilidad. García se comprometió a enviar más helicópteros, que nunca llegaron. La Brigada III, con sede en Corrientes, comenzó a pasar a Malvinas en un puente aéreo. Pero las armas pesadas que debían trasladarse en el buque Córdoba no llegaron por temor a ser hundido”.
El 23 la Junta Militar recibió un nuevo sondeo de opinión que resaltaba: el clima “firme y unánime de la Opinión Pública de que las islas no deben ser devueltas bajo ningún precio, aún a costa de guerra […] Sigue siendo generalizada la creencia de que la mayoría de los países de América, en caso de guerra, se pondrán a favor de Argentina” y “se ha registrado un moderado predominio de quienes piensan que en las negociaciones ‘no se debe ceder nada’, sobre quienes proponen diversas pautas de negociación o concesiones.”
La mañana del domingo 25, los lectores del diario Convicción encontraron en su tapa el comunicado N° 26 de la Junta Militar que informaba que se había recibido a través de la Embajada suiza “una nota donde se informa la decisión del gobierno británico de atacar cualquier aeronave, buque o submarino argentino, que afecte el cumplimiento de la misión de la flota británica en el Atlántico Sur, haciendo extensiva esta amenaza a los aviones comerciales”.
Pocas horas más tarde se informó que se “combatía” denodadamente en las islas Georgias, y que los defensores argentinos resistirían “hasta agotar su capacidad defensiva”. Lo cierto es que Alfredo Astiz, después de romper “los pacos” (la comunicación con el continente) a las dos horas se rindió junto con sus comandos “Los Lagartos”. Mientras la Junta Militar emitía comunicados expresando que se combatía denodadamente, desde Londres se informó el mismo día que los efectivos detenidos serían devueltos a la Argentina. Los comunicados del Estado Mayor Conjunto que relataron los “enfrentamientos” en las Georgias ocuparon del nº 27 al nº 34, y fueron una clara muestra del proceso de intoxicación informativa.
El 27 de abril, la embajada americana en Londres mandó un cable cifrado a Washington observando que “con las Georgias del Sur retomadas, el gobierno de Su Majestad estaría estudiando la posibilidad de adoptar etapas militares adicionales. [...] Nosotros creemos que Su Majestad considera que un nuevo asalto a las Falklands sería un último recurso. Para poder mantener la presión sobre Argentina, el gobierno británico podría continuar manteniendo el éxito logrado en Georgias mediante una serie de acciones militares […] Nosotros sospechamos que los británicos tienen la esperanza de que los argentinos ofrezcan blancos ‘de oportunidad’ en alrededor de pocos días más”. Sin decirlo, estaban hablando del crucero Crucero ARA General Belgrano.
El 30 de abril, a las 10 de la mañana, dentro de la Misión Argentina ante las Naciones Unidas, desde cuyos ventanales se puede ver el Palacio de Cristal de la ONU, entremezclados diplomáticos, periodistas y “espontáneos” escucharon a Alexander Haig decir por televisión que, a pesar de los esfuerzos diplomáticos, no se había llegado a una solución. Reveló la última propuesta de solución presentada por Washington y que fracasó ante la posición argentina.
“Argentina no se ha dado cuenta de la importancia de la oferta en el largo plazo sobre la soberanía”, dijo Haig. Anunció la suspensión de la ayuda militar americana y otras medidas punitivas de carácter económico. El secretario de Estado recordó que la Argentina “ha prometido garantías a los ciudadanos norteamericanos que viven en el país”. Y que “Estados Unidos responderá positivamente a peticiones de suministros de material para las fuerzas británicas. Desde luego no habrá participación militar directa de Estados Unidos”.
Casi al unísono, Ronald Reagan calificó a la Argentina de país “agresor”.
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