“Felices Pascuas, la casa está en orden”: el cara a cara de Alfonsín con los carapintadas antes de su discurso

Aldo Rico encabezó la sublevación militar contra el gobierno democrático en la Semana Santa de 1987. La trama secreta antes del discurso histórico en Plaza de Mayo. Y las razones por las que las fuerzas leales, comandadas por Alais, nunca llegaron a Campo de Mayo

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Una pequeña chispa desató uno de los momentos más tensos del inicio de la democracia en Argentina. Era el miércoles 15 de abril de 1987, la víspera de Semana Santa. El mayor Ernesto Barreiro estaba citado a declarar en la Justicia Federal de Córdoba por su participación en el campo de concentración “La Perla”. Barreiro no declaró y se acuarteló. Arrancaba el levantamiento carapintada que pondría en vilo al Gobierno de Alfonsín.

Lo cuenta en forma magistral Juan Robledo en el libro “Felices Pascuas-Breve historia de los carapintadas” (Editorial Planeta).

Un par de horas después otro grupo y tomaba el mando de la Escuela de Infantería de Campo de Mayo. El motín fue liderado por el teniente coronel Aldo Rico y un grupo de oficiales intermedios. Se enfrentaban a los “generales de escritorio” y los culpaban por la derrota de Malvinas.

Rico, alias Ñato, había participado de la guerra en 1982. Al volver al continente recibió la condecoración “al mérito militar”.

Siguiendo el plan previsto, Barreiro iba a refugiarse en el Regimiento de Infantería Aerotransportada 14, a cargo del teniente coronel Luis Polo, en vez de concurrir a los Tribunales.

Al vencer el plazo de presentación, La Cámara Federal de Córdoba lo declaró en rebeldía y, a la noche, el Ejército dispuso su baja del servicio activo.

Mientras tanto, Alfonsín tenía previsto viajar a Chascomús para pasar junto a su familia la Semana Santa.

El entonces mayor Ernesto "Nabo" Barreiro, que con su desobediencia a la citación judicial por su actuación en la dictadura encendió la mecha del levantamiento de Semana Santa
El entonces mayor Ernesto "Nabo" Barreiro, que con su desobediencia a la citación judicial por su actuación en la dictadura encendió la mecha del levantamiento de Semana Santa

Pese a la incertidumbre, Alfonsín partió rumbo a Chascomús en la noche del miércoles 15, sólo para volver pocas horas después a enfrentar el primer levantamiento militar de su Gobierno.

Dentro del regimiento en el que estaba Barreiro, los amotinados se pintaron la cara con betún y desplegaron armamentos en los patios. La noticia llegaba a las radio y TV nacionales.

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Para ese momento, Alfonsín volvió en un helicóptero que lo trasladó directamente a la Casa Rosada. El radicalismo llamó a manifestaciones por la democracia. La estrategia había sido diseñada por el publicista David Ratto, quien había dirigido la campaña presidencial.

Ronald Reagan, François Mitterrand, Giulio Andreotti, Felipe González, Andrea Papandreu, Shimon Peres, Alan García, Julio María Sanguinetti y José Sarney fueron algunos de los que, de diferentes modos, hicieron llegar su adhesión. Hasta Fidel Castro se anotó en la defensa de las instituciones de la democracia.

Según una nota publicada en Infobae por Juan Robledo, autor del libro “Felices Pascuas-Breve historia de los carapintadas” en la noche del jueves, el Ejecutivo convocó a una Asamblea Legislativa mientras que afuera, en la plaza, una multitud acompañó al presidente. Todo el mundo fue a la Plaza de los Dos Congresos: hubo actores, músicos, sindicalistas, estudiantes, organizaciones de derechos humanos e intelectuales.

Una hora antes de la aparición de Aldo Rico, un grupo de oficiales distribuyó panfletos que decían que los juicios eran anticonstitucionales y que la solución debería ser política y no jurídica. Rico nunca aclaró si su objetivo era dar un golpe de estado Foto: Archivo Télam
Una hora antes de la aparición de Aldo Rico, un grupo de oficiales distribuyó panfletos que decían que los juicios eran anticonstitucionales y que la solución debería ser política y no jurídica. Rico nunca aclaró si su objetivo era dar un golpe de estado Foto: Archivo Télam

“Se pretende por esta vía imponer al poder constitucional una legislación que consagre la impunidad de quienes se hallan condenados o procesados en conexión con violaciones de derechos humanos cometidas durante la pasada dictadura. No podemos en modo alguno aceptar un intento extorsivo de esta naturaleza. Nos lo impide la ética, nos lo impide nuestra conciencia democrática, las normas constitucionales, así como las que rigen a las Fuerzas Armadas basadas en la disciplina. También nos lo impide la historia de la que los argentinos hemos extraído una clara enseñanza ceder a ningún planteamiento semejante sólo significaría poner en juego el destino de la nación. Entonces aquí no hay nada que negociar. La democracia de los argentinos no se negocia. Se terminó para siempre el tiempo de los golpes, pero también se termina el tiempo de las presiones los pronunciamientos y los planteos”, sostuvo el presidente en el Congreso.

Robledo cuenta en su texto que, en sus memorias, Alfonsín argumenta que cuando dijo que no negociaría, tenía aún una “noción imprecisa” de lo que ocurría en el Ejército y pensaba que la situación se limitaba a Córdoba, por lo que creía que una vez resuelto allí el problema, se resolvería en todas partes.

Y sigue el autor, el “Acta de Compromiso Histórico en Defensa de la Democracia” que el radicalismo redactó junto con el peronismo y que llevó la firma de prácticamente todos los partidos políticos. “La reconciliación de los argentinos sólo será posible en el marco de la Justicia, del pleno acatamiento a la ley y del debido reconocimiento de los niveles de responsabilidad de las conductas y hechos del pasado”. Sólo algunos sectores de la izquierda –el MAS, el Partido Obrero y las Madres de Plaza de Mayor-Línea Fundadora- se negaron a firmarlo.

El general Alais quedó en la historia por demorar la columna de tanques que comandaba y debía reprimir el alzamiento. Salió de Rosario con ese fin, pero jamás llegó a Campo de Mayo Foto: Archivo Télam
El general Alais quedó en la historia por demorar la columna de tanques que comandaba y debía reprimir el alzamiento. Salió de Rosario con ese fin, pero jamás llegó a Campo de Mayo Foto: Archivo Télam

El epicentro del alzamiento se trasladó entonces a Campo de Mayo, donde Rico haría su presentación ante la prensa difundiendo el Comunicado N 1, transformándose además en el líder de la sublevación y del movimiento carapintada, un apelativo que ya por entonces los medios comenzaban a usar.

Antes del discurso de Rico, aparecieron unos volantes misteriosos. “No se dejen engañar, esto no es un golpe de Estado, es un problema interno de las Fuerzas Armadas. No somos ‘nazis’ ni ‘fundamentalistas’. Los juicios son anticonstitucionales (art.18 de la Constitución Nacional). La guerra es un hecho político. La solución debe ser política, no jurídica. Su seguridad nos costó mucha sangre. No negociaremos con los testaferros de la guerrilla”, decía el panfleto.

El comunicado, que funcionó como partida de nacimiento del movimiento carapintada, consideraba, según el libro de Robledo, “extinguidas las esperanzas de que la actual conducción de la Fuerza ponga fin a las injusticias y humillaciones que pesan sobre las Fuerzas Armadas”. “El feroz e interminable ataque ha generado el grado de desconfianza, indisciplina, y oprobio en que se encuentran las Fuerzas Armadas. Éste es tal que su existencia se ve comprometida si sus hombres no levantan la frente y dicen ¡Basta! Exigimos la solución política que corresponde a un hecho político como es la guerra contra la subversión”, sostenía el documento.

Oscar Alende, del Partido Intransigente, firma el acta de apoyo a Raúl Alfonsín junto a otros dirigentes políticos, como Antonio Cafiero. A su lado, el ministro del Interior del gobierno radical, Antonio Tróccoli Foto: Archivo Télam
Oscar Alende, del Partido Intransigente, firma el acta de apoyo a Raúl Alfonsín junto a otros dirigentes políticos, como Antonio Cafiero. A su lado, el ministro del Interior del gobierno radical, Antonio Tróccoli Foto: Archivo Télam

El intento de represión dio lugar a un episodio recordado por la memoria popular hasta el día de hoy. El general Alais, un hombre de aspecto burocrático y pocas dotes para el combate, inició la marcha desde Rosario con un grupo de tanques. A medida que avanzaban y la gente los vivaba, esos vítores, en vez de alentar a los soldados, tenían un efecto adverso: sembraban hostilidad en los oficiales y suboficiales que iban en la columna. Nunca llegaron a su destino.

Rico se trasladó hacia el Edificio Libertador para una reunión con Ríos Ereñú, que a esa altura tenía mucho más que un pie fuera de la fuerza. También mantuvo un encuentro con el ministro de Defensa Jaunarena.

Todo el arco político, incluyendo a sindicatos, empresarios y asociaciones de la sociedad civil, se encolumnó detrás de la figura presidencial, La ciudadanía estaba movilizada en las calles en defensa de la democracia Foto: Archivo Télam
Todo el arco político, incluyendo a sindicatos, empresarios y asociaciones de la sociedad civil, se encolumnó detrás de la figura presidencial, La ciudadanía estaba movilizada en las calles en defensa de la democracia Foto: Archivo Télam

Las demandas de los carapintadas, que fueron expuestas durante el domingo de Pascua al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Antonio Cafiero, y al sindicalista Armando Cavalieri, como representantes del peronismo, se resumían a cinco puntos: 1) el pase a retiro del general Ríos Ereñú y el nombramiento como jefe del Ejército de otro general elegido entre de una lista que ellos presentarían; 2) una solución política a la revisión de lo actuado por las Fuerzas Armadas durante la lucha contra la subversión; 3) el cese de la campaña de los medios de comunicación en contra de las Fuerzas Armadas; 4) retrotraer la situación de los oficiales involucrados en la revuelta al miércoles previo a Semana Santa, dejando sin efecto sanciones disciplinarias; y 5) un aumento del presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas.

En algún punto del empantanamiento en las negociaciones surgió la posibilidad de que fuera el propio Alfonsín a lograr la rendición de los amotinados. Fue lo que sucedió en la tarde del domingo, en un marco de extrema tensión.

Según el autor del libro, los protagonistas refieren un intercambio de ideas, en el que los amotinados expusieron el derrotero que los había llevado hasta ahí, marcado por las frustraciones de Malvinas y una cúpula del Ejército a la que consideraban “continuadora del Proceso”.

Sigue Robledo en su texto, el presidente les expuso cuáles habían sido los objetivos de su política militar y de juzgamiento. También les mencionó el proyecto de ley que iba a enviar al Congreso y el pedido de retiro de Ríos Ereñú. En la conversación se habló de la figura legal para encuadrar los sucesos. El edecán presidencial, el coronel Julio Hang, explicó que lo que se había configurado durante los hechos de Semana Santa podría ser encuadrado como un “motín”, una falta disciplinaria, y no como un intento de sedición, un delito penal, de modo que las penas más duras recayeran sobre los líderes (y sólo habría sanciones disciplinarias para los subordinados implicados).

Desde el balcón de la Casa Rosada, de cara a la multitud, el presidente Alfonsín pronunció la famosa frase que quedó sellada en la memoria colectiva: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. Foto: Archivo Télam/aa
Desde el balcón de la Casa Rosada, de cara a la multitud, el presidente Alfonsín pronunció la famosa frase que quedó sellada en la memoria colectiva: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. Foto: Archivo Télam/aa

Robledo relata en su libro que antes de retirarse, el capitán Gustavo Breide Obeid se acercó al presidente y le hizo un relato de los padecimientos que habían sufrido en Malvinas por la decisión e inoperancia de sus superiores, el desprecio que sintieron cuando regresaron al país y cómo ahora debían afrontar las citaciones de la Justicia mientras que a los generales que habían dado las órdenes nadie los molestaba. Alfonsín recordó, años después, la voz temblorosa y los ojos húmedos de Breide Obeid cuando le dijo: “Señor presidente, comprenda usted nuestra situación. Nos llevaron a la guerra contra la subversión, convenciéndonos de que defendíamos a la sociedad contra una agresión. Tuvimos que librar así una lucha para la que no estábamos preparados, nos hicieron hacer cosas que nunca habríamos imaginado como militares, argumentando que defendíamos a nuestras familias. Nos llevaron a la guerra de Malvinas en pésimas condiciones materiales y sin planeamiento adecuado. Después de aguantar el frío, los bombardeos y la prisión inglesa, fuimos traídos de vuelta y escondidos como si fuéramos delincuentes. Después de eso no defendieron la dignidad del Ejército ni hicieron las reformas que pedíamos”.

Luego en su discurso desde el balcón de la Casa Rosada, Alfonsín dijo la frase que toda la sociedad nunca olvidará: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”.

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