Amo y Señor. Quiero gritar tu nombre. Un mundo de 20 asientos. La cuñada. Una voz en el teléfono. Marcela Citterio era muy chica, pero se acuerda de la emoción con la que esperaba cada capítulo de la telenovela del momento. De la impotencia de ver llorar a sus heroínas y de la vida en suspenso y la felicidad compartida cuando, después de meses de peripecias, esas mujeres sufridas se encontraban con su galán “en un beso, de repente”. Luisa Kuliok, Cristina Alberó, Gabriela Gili, Maria de los Angeles Medrano, María Valenzuela y Carolina Papaleo. Arnaldo André, Antonio Grimau, Claudio Levrino, Gustavo Garzón, Raúl Taibo. Las caras de los amores de ficción que marcaron una pasión propia que había nacido incluso antes, cuando a los 7 años le robaba a su abuela los Corín Tellado.
Después, una serie de casualidades, o el camino de tantas adolescentes inseguras a fines de los 80. Marcela es alta, muy alta, altísima, y lo que con el tiempo la hizo plantarse en el mundo con la certeza de una visión panorámica de los hechos y las cosas, a los 16 la hacía tremendamente insegura: “Mi mamá me anotó en una escuela de modelos para que aprendiera a caminar y me soltara un poco, y ahí había clases de teatro, así que me anoté. Como me gustaban tanto las novelas, yo creía que quería ser actriz. Así que fui a una clase y el profesor, que se llamaba Alberto Rinaldi, nos pidió que escribiéramos sobre los personajes de un monólogo. Cuando vio lo que había hecho, me dijo: ‘Ah, pero vos escribís mejor de lo que actuás. ¿Nunca pensaste en escribir televisión?’”
Y no, la verdad es que aunque siempre le había encantado leer y escribir, nunca se le había ocurrido, ser guionista no estaba entre las carreras habituales para nadie en esa época, y menos para una chica, aunque parezca mentira ahora que todo el mundo quiere ser guionista. Pero esa pregunta le despertó la inquietud, cuenta ahora Citterio a Infobae: “Empecé a escribir series que me imaginaba y me anoté en un curso de Carlos Lozano Dana, que me alentó a seguir: ‘Vas a ser una gran autora’, me dijo. Yo no había cumplido 18 años y no lo podía creer. De pronto tenía claro lo que quería hacer”.
El camino, sin embargo, no fue tan lineal. Marcela escribía sin parar, pero trabajaba como promotora y como camarera en una pizzería del Paseo La Plaza. Tenía una amiga con la que recorría los teatros para llevarle a sus actores preferidos los libros que imaginaba para ellos. “Carlín Calvo, Luisina Brando, todos lo que se te ocurra. Era nuestra manera de acercarnos. Íbamos a los canales con nuestra carpeta también, pero no pasaba nada”.
Hasta que un día vio al guionista Jorge Maestro –que entonces hacía el unitario Estado Civil (1992)– en una de las mesas de la pizzería. No le tocaba atenderla, pero aprovechó que su compañera estaba desganada para tomar su lugar. “Como él tenía un libreto abierto, me mandé: ‘Ay, ¡yo escribo para televisión!’. Y me dijo: ‘¿Qué escribís? Porque vamos a abrir una beca en Canal 13, en principio es para la gente del 13, pero si lo que hacés está bueno tal vez haya lugar’. Le dije que hacía novelas, comedias, comedias juveniles… porque era así, yo escribía de todo. Y quedamos en que le dejaba mi material en la pizzería y él lo iba a buscar. Yo llevé todo, pero convencida de que no iba a pasar de ahí”, cuenta.
Pero entonces la vida de Marcela dio el primer giro de novela. Maestro volvió a buscar sus textos y al poco tiempo le avisó que ella y su amiga –la hoy también guionista Marisa Milanesio– habían quedado seleccionadas para participar del curso para editores que se daba en el canal. “Ya estábamos mucho más cerca. Justo se estaban grabando Zona de Riesgo y La Banda del Golden Rocket, y nos dijeron que nos iban a probar para hacer los diálogos de La Banda, ¡estábamos felices!”, recuerda.
Maestro también le dio un papel pequeño en Estado Civil, que era el éxito del año. Marcela hacía de secretaria de Soledad Silveyra y Gerardo Romano. Fue casi para que terminara de entender que la actuación no era lo de ella; se daba cuenta de que las ganas estaban en otro lado cada vez que cruzaba la puerta del aún embrionario departamento de guionistas que creó Maestro en el Trece. Sólo entre otros autores e imaginando el devenir de los personajes que la conmovían en pantalla sentía el llamado de la vocación verdadera, “era feliz”.
Un llamado que con el tiempo la convertiría en el cerebro detrás de éxitos como Los buscas de siempre (2000), Amor en custodia (2005), Patito feo (2007), Corazón valiente (2012), Chica vampiro (2013), Yo soy Franky (2015) y Heidi, bienvenida a casa (2017), entre muchos otros.
El debut había sido una locura: Citterio y Milanesio quedaron como la dupla de dialoguistas de La Banda, un programa que batió récords de audiencia por tres temporadas y donde, además de todo, se conocieron y se enamoraron Araceli González y Adrián Suar. Tenía además una particularidad que para Marcela era todo un evento, por primera vez un equipo autoral figuraba en los créditos. Los Citterio esperaban y festejaban en cada episodio el microsegundo en que el nombre de su hija aparecía en la pantalla.
Un año después, Maestro las citó y les dijo que pensaba que el rol de dialoguistas ya les quedaba chico: “Ustedes están para ser autoras”, decretó y las puso en contacto con Quique Torres y Enrique Estevanez, los dos productores estrella de las novelas de los noventa. Uno les ofreció sumarlas al equipo de una tira que ya estaba en el aire, el otro les dijo que tenía un proyecto para el que necesitaba autoras.
Eligieron el proyecto, que nunca se desarrolló. Y en cambio terminaron haciendo los guiones de las novelas en broma que hacían Jorge Porcel y Jorge Luz en La Piñata, que también producía Estevanez. Así llegó también la propuesta de escribir un unitario para Telefé: Un hermano es un hermano, con Guillermo Francella y Javier Portales, que fue un suceso absoluto. Era 1994 y Citterio, con 24 años, ya era autora en las grandes ligas. La altura que tanto la había acomplejado, ahora le servía: la mayoría pensaba que era más grande.
La primera novela que llevó adelante sola fue de vanguardia: la historia de una mujer de 50 años que se separa después de 20 de matrimonio. La protagonista era Ana María Picchio, como Mecha, y la tira se llamó De Corazón. Marcela también tenía entonces el corazón partido, era su primer trabajo importante después de la muerte de su padre y su vida había cambiado por completo. Además, su amiga Marisa se casó y Marcela quedó sin compañera de escritura. Aunque tuvieran edades distintas, igual que la Mecha de su novela, ella también se sentía repentinamente sola en el mundo.
“Me parecía interesante contar el camino de esa mujer y fue una apuesta, porque en el canal les parecía una historia rara. Pero la respuesta del público fue rotunda, terminamos haciendo 400 capítulos, fue maravilloso. También me sirvió mucho porque me concentré en el trabajo y pude pasar la tristeza por ahí. Y la novela terminó ganando el Martín Fierro”, cuenta. Aunque, claro, Citterio no se atrevió a subir con el equipo para recibirlo: “Me quedé en la mesa pensando ‘Algún día me voy a animar’.”
Siguieron otros dos éxitos que también fueron muy disruptivos para la tradición de las novelas: Como vos y yo (1998) y Los Buscas. “Nancy (Dupláa) queda embarazada cuando recién arrancamos, y la novela no era para eso. Entonces ella se ofrece a dar un paso al costado y yo dije ‘No la podemos perder, hay que jugarse por esta historia’. Entonces tenía quince capítulos escritos, volví atrás, y en el capítulo 9 hice que hicieron el amor. Y fue lo que fue, fue increíble”.
El futuro de cada novela se definía en tres meses. Tres meses para saber si seguía adelante o se discontinuaba. Los buscas tuvo 200 capítulos y en su recorrido, como muchas otras producciones de las que participó Citterio, fue derribando prejuicios. La historia de lo que el público tolera en una novela es también la historia de los cambios sociales. “Las mujeres de más de 50, las familias ensambladas o la homosexualidad eran cosas que no tenían cabida y se fueron abriendo espacio de a poco, a veces de manera escandalosa”, dice la guionista.
Amor en Custodia (2005), con Soledad Silveyra y Osvaldo Laport arrancó a la una del mediodía y con pocas fichas: “En el canal me dijeron que la ponían a esa hora porque no tenían otra cosa. Solita venía del prime time y no sentía que fuera a salir bien, pero como siempre da la vida en sus trabajos, dejó todo en el personaje y después se sorprendió de la repercusión. Se sorprende hoy mismo, me lo dice hasta ahora”.
Al final fue la novela que le abrió las puertas del mundo. “TV Azteca compró los libros y yo hice la adaptación, así que fue una gran enseñanza. Después lo hizo Televisa, lo compró Colombia”, dice. No hubo tiempo de celebraciones, porque para entonces el trabajo en los proyectos futuros ya era de lunes a lunes. Marcela armó un equipo de mujeres, con su amiga Marisa y Claudia Morales: “Siempre me sentí más cómoda así –con excepciones de compañeros geniales–, nos bancábamos, no había problema si alguna llegaba con la beba (Marcela tiene a Chiara, de 19, que sigue sus pasos: el 6 de mayo presenta en la Feria del Libro Jefa a los 17, en una mesa con ella) y lo principal, era un equipo de autoras talentosas con las que sigo trabajando”.
Amor en Custodia le permitió también cumplir con su vieja promesa personal. Fue a los Martín Fierro vestida por Pablo Ramírez y levantó el premio en alto. Pero al día siguiente fue disciplinada con sutileza: “No les gustó que tuvieras un perfil tan alto”, le dijo un productor. Parecía que su temor de la juventud estaba justificado: una mujer ocupando un lugar destacado a veces molesta. Después de eso fue despedida, cuenta. “Me ofrecieron quedarme en la novela en la que estaba, pero escribir a escondidas. Y dije que no. Pero era muy fuerte, me estaba quedando sin trabajo con una hija chiquita”, recuerda.
Fue un shock del que se recuperó rápido gracias a otra casualidad: “Yo había trabajado siempre, y esa semana, como por primera vez no tenía laburo, fui a comprar pastas con mi nena al centro de Vicente López. Y cuando paso por el Café de París, escucho que me llaman. Era el guionista Mario Schajris, que venía de hacer Los Roldán. Me dijo que tenía una idea y había pensado en mí, que se llamaba Patito Feo y era un infantil. Yo quería hacer cosas para chicos porque veía a Chiara fascinada con High School Musical, y además necesitaba el trabajo, así que le dije que sí casi sin dudarlo”.
En ese momento todo se vivió con alegría, dice. Patito Feo fue un boom que le permitió empezar a viajar a ferias de producción internacionales y llevar y vender sus proyectos, algo que sigue haciendo hasta ahora. Pero con el tiempo, la novela explotó por las razones incorrectas, razones espantosas, y más en una tira para chicos, cuando Thelma Ferdin denunció por un abuso ocurrido en una gira internacional al protagonista adulto de la serie, Juan Darthés. Citterio dice que el clima en las grabaciones nunca dejó presumir lo que estaba pasando, aunque ella trabajaba en su casa. “Fue un final inesperado, doloroso”, dice.
No volvió a hablar con Thelma, pero dice que sí quedó en contacto con Santi Talledo y Brenda Asnicar, que luego fue a Telemundo de su mano. “Siento que no se tuvo consciencia de la magnitud de la fama y de la responsabilidad. No me dio miedo pensar en otros productos para chicos, porque no creo que sea algo que vaya a pasar todo el tiempo, y menos ahora. Entiendo que es parte del cambio: ¡había tantas cosas tan naturalizadas en el medio antes, tantos actores de renombre de los que había que cuidarse y nadie decía nada! Es tan importante que eso haya dejado de tomarse como algo normal, que las mujeres hayan contado sus historias, que hayan podido hablar”, dice.
Después de Patito, Citterio hizo grandes proyectos para Telemundo, Nickelodeon y Netflix, muchos de ellos infantiles y juveniles, como Mirada Indiscreta (2023), que hoy está en esa plataforma. Y creó su propia editorial, Orlando Books, que apunta a publicar obras de gran ritmo narrativo, muy cinematográficas y con historias capaces de atrapar a los lectores desde la primera página. Como una novela. Como aquellas Corín Tellado que le robaba a su abuela.
El 29, en la Feria del Libro, presentará una novela propia, Lady Voyeur, pensada con esa dinámica y en la que se basa Mirada Indiscreta. También dará una charla sobre uno de los temas del momento, cómo pasar “del libro al streaming”, algo en lo que tiene una vasta experiencia.
Hace unos meses, Marcela tuvo una idea: poner ese vestido negro de cuello alto que diseñó Ramírez para ella en un maniquí en su escritorio. Como un símbolo. De que ya no se esconde, de que el lugar de una guionista mujer ya no es sólo un crédito que pasa al final, en un segundo. De que aquel despido por su perfil alto la animó a seguir creciendo, a levantar todavía más la cabeza. Y de que como las princesas y las heroínas de las telenovelas, ella también tuvo su vestido de la revancha.
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