No ocurrió de una vez, para siempre y entonces ya está, con la democracia todos los problemas y horrores se terminaron. No, porque no funciona así. Por eso es que el 10 de diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumió como presidente elegido por el voto popular luego de más de siete años de dictadura cívico militar pero todavía hizo falta (y sigue haciendo falta) militancia y organización social para restablecer la enorme cantidad de libertades arrasadas, para llenar de contenido lo que la nueva presidencia se proponía avivar: el respeto por los derechos humanos.
“Con el triunfo de la Unión Cívica Radical, liderada por Raúl Alfonsín, 1983 encarnó la normalización institucional liberal. No obstante, las fuerzas policiales tomaron ímpetu y salieron de inmediato al ruedo y a la caza durante los dos primeros años del gobierno constitucional. Mientras el presidente se esmeraba en anunciar garantías institucionales donde la libertad, la paz, el respeto por los derechos humanos y la democracia serían al final el reaseguro de la administración radical, el estado mantenía el uso de la violencia como factor de intimidación dirigido a la comunidad homosexual”, explica la activista e investigadora feminista queer Mabel Bellucci.
Los edictos policiales o códigos de faltas eran instrumentos que delegaban en la policía provincial o federal la tarea de reprimir actos no previstos por el Código Penal. Ebriedad, vagancia, mendicidad, desórdenes y prostitución podían ser castigados con treinta días de arresto. El escándalo incluía figuras que afectaban directamente a las minorías sexuales: se reprimía a “los que se exhibieren en la vía pública o en lugares públicos vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario” (artículo 2° F) y a las “personas de uno u otro sexo que públicamente incitaren o se ofrecieren al acto carnal” (artículo 2° H).
Para Mónica Santino, directora técnica del Club La Nuestra y ex presidenta de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), en los inicios de la democracia homosexuales, lesbianas, travestis y prostitutas estaban continuamente en la mira: “Con el pretexto de los artículos 2° H y 2° F se llenaban calabozos todos los fines de semana. Era asimismo una forma de recaudación para la comisaría, con lo cual se transformaba en una caza de brujas. Hubo compañeros y compañeras que sus familias se enteraron que eran lesbianas o gays por un llamado de la policía. O llegaban a boliches, prendían las luces y empezaban a separar a las mujeres y a los varones para subirlos a camiones celulares”.
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Del relato de estos abusos de autoridad se ocupa especialmente el escritor Osvaldo Bazán en su libro “Historia de la homosexualidad en la Argentina”: “Las razias de la primera democracia se encargaron de limpiar de maricones las calles porteñas. Entre el 20 de diciembre de 1983 y el 21 de marzo de 1984, escasos tres meses, se detuvo a la increíble suma de 21.342 personas por averiguación de antecedentes”.
En ese contexto de detenciones arbitrarias (pero dirigidas) e intimidación permanente, el 16 de abril de 1984 nace la CHA: la primera asociación homosexual creada en el país postdictadura y la segunda en América Latina, luego de los Grupos Gay de Bahía en Brasil.
Bellucci enmarca el proceso: “El tema de la homosexualidad permitió que en una coyuntura protagonizada por el movimiento de Derechos Humanos y sus demandas se abriese, aunque más no fuera tibiamente, un terreno de contención a los conflictos propios. Lo cierto es que ambos frentes convergían en un punto estratégico: confrontar con el estado por el uso de la violencia como factor de intimación”.
La difusión de las primeras informaciones sobre el Sida entorpeció la pronta apropiación del debate en torno a la conquista de los derechos humanos y civiles por parte de las minorías sexuales.
“El Sida reintrodujo la condena. Su importancia incidió severamente sobre las estrategias políticas para la configuración de un movimiento. Por eso no sorprende que las intervenciones públicas de sus referentes locales, si bien eran pocas, debían estar regidas al esclarecimiento de su identidad por fuera del HIV”, señala Bellucci.
Santino también identifica los primeros propósitos: “Los objetivos prioritarios de la CHA estaban bien clarificados en su estatuto fundacional. Bregar por el cese de toda discriminación, considerar la perspectiva de la sexualidad desde los derechos humanos, y luchar por la plena vigencia de la democracia en Argentina. Y estos objetivos se desplegaban a través de programas y campañas de concientización. Una campaña muy importante fue `Stop Sida´. Otra tenía que ver con la derogación de los edictos policiales y el fin a las razias. Lo que hacía la CHA era salir a volantear que no te podían tener detenido 48 horas, que tenías derecho a un llamado, que podías contar con acompañamiento legal de la CHA”.
Flavio Rapisardi es Doctor en Comunicación, docente universitario y en la década del noventa ejerció la vicepresidencia de la CHA: “Las personas entraban a la CHA a través de grupos de reflexión. Es decir, antes de darte tareas militantes ─que siempre la primera era cortar noticias─, quienes nos acercábamos a la CHA debíamos participar de grupos ─que podían durar entre seis meses y un año─ coordinados por referentes con experiencia en la militancia de la diversidad sexo genérica y muchas veces con experiencia de militancia política. Así es que podían contener situaciones de gente que llegaba realmente muy dañada por las prácticas represivas en sus trayectos de vida. Las y los referentes tenían la capacidad de politizar el tema, de tal modo de correr la culpa del lugar de la historia personal y llevarlo a la estructura represiva que había en la cultura de esa época. Ahí se iban armando cuadros militantes”.
Para Santino, la creación y sostén de espacios de reflexión y contención fue de las acciones más importantes de la CHA: “Muchos compañeros y compañeras que llegaban dolidos, abandonados, sintiendo que eran lo peor del mundo podían reconvertir la situación en esos espacios. Ocurría lo que llamábamos `efecto CHA´: o te quedabas militando o simplemente te ibas a vivir tu vida más liberado, más feliz y no sintiendo que eras un problema”.
El orgullo como respuesta política
Elegido por asamblea, Carlos Jáuregui fue el primer presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Cargo que ocupó durante cuatro años. Luego, en 1991, fundó la agrupación Gays por los Derechos Civiles (Gays DC).
Según Bellucci, Jáuregui pasó de ser un joven profesor de Historia, rubio y con anteojos a convertirse en el principal referente del movimiento homosexual de la Argentina, sin percibir que estaba entrando en la historia: “Su activismo estuvo marcado por su tenacidad en generar acciones dirigidas al reclamo de igualdad de derechos y de oportunidades para las minorías sexuales. Fue un estratega innovador por su modo de intervenir políticamente mediante la articulación de diferentes frentes políticos que anteponían una meta en común: la lucha contra todas las formas de discriminación y la represión policial”.
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En el libro “Orgullo. Carlos Jáuregui, una biografía política” que escribió, Bellucci retoma las palabras de Jáuregui de los primeros días de abril de 1984 cuando decidieron el nombre de la organización y pasaron al activismo: “En la primera asamblea poco se decidió. Se redactó un texto de presentación de la organización y se abrió un listado de personas que podían actuar públicamente para la entidad. Nos anotamos catorce que constituimos el alma de la CHA. Empezamos a trabajar; redactamos estatutos y designamos una comisión directiva para la cual me propusieron como presidente. Entonces comenzó su etapa más institucional. Tuvimos que aprenderlo todo, como si fuéramos chicos del jardín de infantes. Yo no sabía ni cómo se pedía una entrevista en la Cámara de Diputados, no sabía cómo se redactaba un texto para una solicitada. No teníamos experiencia, producto de la ruptura que se había gestado con la dictadura militar”.
Algunos rumores de pasillo indican que la CHA era territorio masculino. Sin embargo, en marzo de 1985 se conformó el grupo “Mujeres de la CHA” por iniciativa de tres militantes. La nueva junta comenzó a organizar reuniones y charlas de intercambio en casas particulares y en bares de Buenos Aires. Compartían testimonios de vida, discutían estrategias de acción militante, y repartían materiales de lectura y debate. Para septiembre de ese año ya sumaban trece integrantes.
Mónica Santino, presidenta de la CHA entre 1994 y 1996, aporta su opinión y experiencia de asociación militante mixta: “Había una mayoría de varones, pero no es que no había mujeres. En una asamblea del año 91 o 92, las mujeres éramos muchísimas y en el armado de la comisión directiva, de los 12 cargos 8 fueron ocupados por mujeres. A mí, por ejemplo, me tocó ejercer una copresidencia con dos mujeres y un solo compañero varón. Mirando ahora en el tiempo, creo que esas disputas para adentro eran muy interesantes. Elegíamos militar juntes, no separar varones de mujeres. Por supuesto que eso traía una cantidad de tensiones diversas porque el patriarcado y el uso del poder también es explícito ahí. Pero me parece que se instalaron algunos mitos, entonces lo que circula es que la CHA estaba conducida por varones. Y la verdad es que no fue tan así. Me parece que muchas lesbianas que atravesamos ese tiempo tuvimos representación”.
Entre legados e internas
Como uno de los pioneros, en marzo de 1996 César Cigliutti se hizo cargo de la presidencia de la CHA. Cigliutti y su compañero Marcelo Suntheim fueron la primera pareja gay en Latinoamérica unida formalmente ante la ley, a partir del proyecto de Ley de Unión Civil presentado por la CHA en la ciudad autónoma de Buenos Aires ocho años antes de la aprobación del matrimonio igualitario en Argentina.
Tras décadas de luchas y conquistas ─matrimonio igualitario, ley de identidad de género, marchas del orgullo, modificación de los requisitos para donar sangre, entre otras─, Cigliutti se transformó en uno de los principales militantes por los derechos LGBTIQ+ en el país.
Murió el 31 de agosto de 2020 por una crisis cardíaca. A las pocas semanas, la CHA comunicó a través de sus redes sociales que, por consenso, Pedro Paradiso Sottile ─abogado, militante y coordinador del área jurídica─ era elegido presidente de la organización.
En diálogo con Infobae, Paradiso Sottile evoca el momento: “La experiencia tiene dos lecturas, una desde lo personal y otra desde lo institucional. Desde lo institucional resultó un orgullo asumir la presidencia de la CHA, el espacio donde milité y al que dediqué más de 20 años de mi vida. Además, sentí la responsabilidad de continuar con el legado histórico, con los principios, con las convicciones, con esa integridad y pasión con la que César militó. A la vez, en lo personal fue muy doloroso porque fui presidente de la CHA porque falleció César, por ende el dolor, el duelo y la angustia de esa pérdida me parecían insostenibles”.
Para noviembre de ese mismo año las autoridades se volvieron a renovar. Al frente quedó Valeria Paván, psicóloga y coordinadora del área de salud de la CHA. Con su nombramiento surgieron felicitaciones y abucheos, por ser una persona cisgénero ─cuando la identidad de género coincide con el sexo asignado al nacer─ y heterosexual.
Al día de hoy, los movimientos internos parecen haberse aplacado y el foco está puesto en un contexto que se reconoce peligroso.
Así lo describe Diego Trerotola, activista de la CHA desde 1997: “Debemos seguir alertando sobre cómo funciona la campaña conservadora de la derecha en todo el mundo, pero especialmente a nivel local. Cómo siguen con las viejas ideas de los discursos y las acciones violentas para reprimir y exterminar a personas y a modos de vida que no se reducen a un modelo cis-héteropatriarcal. A veces cierto avance de la derecha es explícitamente discriminatorio, llegando hasta la violencia. Contamos con las herramientas de la denuncia, la concientización y la lucha por ampliación de derechos para establecer límites a esos actos. No es fácil pero al menos tenemos toda una historia con organización y como movimiento que nos fue educando para enfrentarla”.
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