Tomás Ceppi logró combinar vocación, pasión y trabajo desde que se dedica a ser guía de montaña y escalador. En pleno trekking de aproximación al campo base del Monte Everest, charla con Infobae sobre la extraordinaria expedición de llegar por tercera vez al punto más alto del mundo. Tiene 42 años, es rionegrino, y desde los 20 incursionó en la formación que lo llevó a ver paisajes que lo siguen sorprendiendo en cada tramo del camino. Fundó su propia empresa y asume con mucha responsabilidad la tarea de acompañar a sus clientes en la aventura de alcanzar cumbres. Si tuviera que elegir dos palabras para representar sus vivencias no duda en que “adaptación”, “paciencia”, y “aprendizaje” ocuparían el podio.
Aunque está en pleno proceso de ascender 8.848 metros, y las próximas cinco semanas estará en Nepal cumpliendo con cada etapa hasta lograr la meta, Tomás se muestra a completa disposición para la entrevista, y su amabilidad hace posible lo impensado: intercambiar mensajes con alguien que está a punto de hacer historia una vez más. Nació en Choele Choel, provincia de Río Negro, y durante toda su infancia vivió en una chacra con su familia. Sus papás lo llevaban a esquiar a Bariloche, salían a caminar en medio de los paisajes patagónicos, y las vistas a la Cordillera de los Andes ya despertaban un deseo interno que se hacía cada vez más fuerte.
Después de terminar la secundaria viajó a Mendoza para estudiar y ser guía de montaña. Su primera cima fue el Aconcagua, y representó la confirmación de que estar en contacto con la naturaleza potenciaba su felicidad. Más adelante fundó su propia empresa, TC Expeditions, y en paralelo trabaja para firmas norteamericanas reconocidas en el mundo del alpinismo. De la mano de Climbing The Seven Summits llegó la propuesta de subir a la montaña más alta, y se entrenó para conseguir lo que para muchos podría catalogarse como “hazaña”, pero para él es un estilo de vida. “Ahora es mi profesión, antes fue mi hobby, y hoy es mi forma de vivir, que me va marcando mi día a día, y lo tomo como parte de un todo, aunque también entiendo que las personas que no están tan metidas en la actividad lo vean con ojos de que es algo totalmente fuera de lo normal”, expresa.
Salir a correr, andar en bicicleta, fortalecer piernas, zona abdominal y hombros en una rutina de gimnasio, son algunas de las actividades que realiza para mantenerse en forma todo el año y afrontar la expedición a los Himalayas, que implica al menos dos meses de duración, y una organización dividida en dos partes. “Desde que llegás a Katmandú, que es la capital de Nepal, a preparar lo que son los últimos detalles de logística, se empieza una aproximación de 90 kilómetros al campamento base a 5.300 metros, parás en tea houses, hay carpas comedores, carpas dormitorios, carpas cocinas, y ahí hay que tratar de llegar bien de salud, entero, para emprender la segunda etapa”, explica. A diferencia de otras montañas, la adaptación a la altura en la misión Everest -lo que se denomina “aclimatación”- resulta crucial para que el organismo se empiece a adaptar fisiológicamente, y después de pasar algunos días allí comienza la ascensión pura del cerro, así que ahí se prepara al cliente, los suministros de oxígeno, comida en la montaña, muchas cosas a tener en cuenta”, detalla.
El 27 de mayo de 2019, a las 7 de la mañana, después de soportar temperaturas de 40 grados centígrados bajo cero en algunos tramos, llegó a la cima del mundo. Lo primero que se le cruzó por la mente fueron imágenes de su familia, momentos puntuales de todos los años de esfuerzo, y no se podía ni imaginar que no sería la única vez que estaría ahí. Así como a veces los escaladores esperan “ventanas” buen clima para poder avanzar, a Tomás se la abrieron nuevas puertas laborales y en 2022 volvió a hacer el mismo recorrido con otro grupo. “Estoy feliz, muy contento de seguir teniendo la posibilidad de venir al Everest, con lo que significa en todo su sentido, que hay tanta historia detrás de este cerro, de estas montañas, y te vas cruzando con gente de diferentes nacionalidades y con referentes de esta actividad, que para mí sigue siendo muy emocionante”, expresa mientras disfruta de la tercera expedición en Nepal.
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“Seguramente es algo que otros guías y amigos de Argentina quisieran poder hacer, y lo tomo como una responsabilidad enorme porque sé que si no lo hago de esta manera, le estaría fallando a mis colegas”, se sincera. Con orgullo y alegría revela que esta temporada hay cuatro guías argentinos allá, algo “único en la historia”, porque nunca antes había coincidido con tantos compatriotas el mismo mes. “Cada uno trabaja apra distintas empresas, pero cada vez que nos cruzamos y estamos juntos, nos miramos a la cara y nos decimos: ‘Che, loco, ¡mirá donde estamos!’”, relata.
Las experiencias previas juegan a su favor, y lo siente como un plus para tomarse los acontecimientos de otra manera, con más tranquilidad y menos incertidumbre. De todas maneras, en una ocasión anterior le pasó que tuvo que volver a Katmandú y retroceder por al menos tres noches por factores externos que resultan impredecibles, como cuando uno de sus clientes se enfermó de una fuerte gripe y necesitaba recuperarse. Por eso destaca la capacidad de adaptación, para que los cambios en la planificación original tengan cierto margen para lo que la naturaleza y las montañas permitan gestionar y decidir. “Ayuda mucho saber a dónde estás yendo al haber ido varias veces, cómo transmitir paciencia, tranquilidad, y los conocimientos porque nosotros somos el nexo, somos una herramienta para que también otras personas puedan lograr un objetivo enorme de vida”, agrega.
Está seguro de que aunque hiciera el mismo recorrido cinco veces, jamás sería moneda corriente. “En cada vueltita del sendero aparecen nuevas imágenes que no me dejan sorprender como la primera vez, así como la cultura, la gente, la filosofía budista que está muy presente en Nepal, y no dejo de disfrutarlo; además de que este año surgió la posibilidad de ser guía privado de un cliente americano y su esposa, y solo ello dos conforman mi grupo, a diferencia de liderar un grupo abierto de al menos siete personas”, indica. Se sorprende cuando recuerda que algunos años atrás afirmó que “el Everest no era su techo”, y contextualiza aquella declaración, porque por más que tiene un gran significado para su carrera haber llegado, a Tomás lo caracteriza una humildad tan gigante como esos cerros.
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“Siento que hay tantas cumbres y escaladores importantes, con diferentes dificultades y demás, que creo que cada uno en el día a día va poniéndose un techo propio, y no por escalar una cumbre importante uno se tiene que quedar con eso y decir ‘hasta acá llegué'.”, reflexiona. Y agrega: “Creo que nuestra esencia pura es tratar de seguir haciendo cosas, y las ganas de transmitirles experiencias a las personas, entonces tenemos que tener muy claro, que no es un puntito geográfico la meta, que nuestro techo va más allá de lo que podamos lograr materialmente, porque el verdadero límite está en lo que nosotros podemos transmitir, generar y recibir de los otros”.
Aunque la espiritualidad siempre ocupó un lugar importante en su vida, hace 12 años se replanteó algunas cuestiones personales y trató de capitalizar esa vivencia siendo más consciente de la famosa frase “vivir en el presente”. Estaba preparándose para una expedición en Mendoza, y se hizo un chequeo de rutina que derivó en estudios más profundos y un diagnóstico más que inesperado: cáncer de tiroides con metástasis ganglionar. “Después del tratamiento pude salir adelante, pero este tipo de noticias son movilizadoras en todo sentido, y depende mucho de cómo estés en ese momento a nivel emocional y todo tu entorno, para ver cómo hacerle frente”, confiesa.
“A mí me agarró fuerte a nivel personal, y traté de transmitirles tranquilidad y seguridad a toda mi familia. Ellos fueron el soporte más grande y el mejor tratamiento para poder seguir en pie”, dice agradecido. Y le dedica románticas palabras a su esposa, Teté, por su apoyo incondicional desde el día en que se conocieron: “Mi mujer es la que me ayuda a seguir saliendo de expedición, a hacer estas cosas, es la que me sigue motivando, sabiendo que mi trabajo me hace feliz; y para mí ella es todo, no solamente es mi compañera, es mi mejor amiga y si en algún momento tengo dudas, miedos o lo que fuera, es la que me ayuda siempre”. Incluso tiene tatuado el anillo de casamiento, así que como él dice, “la tiene siempre presente”, aunque admite que la distancia de su familia durante tanto tiempo es la parte más compleja de las expediciones.
A raíz de la recuperación que vivió una década atrás, se propuso “tomarse las cosas de una forma más simple en todos los sentidos”, y por eso después de tantos viajes, montañas y gente que fue conociendo, se concentra en cada abrazo, cada devolución y reacción de los clientes que se emocionan cuando llegan a la cumbre. “Como todos, tengo mis días buenos, mis épocas malas, que me cuesta un poco más, pero sí tengo presente lo que me tocó atravesar y me nutro mucho de las historias que voy conociendo”, asegura. Otra de las partes más importantes de la previa a cada meta es la preparación mental: “Lo emocional es clave, para poder irse lo más tranquilo posible, porque de verdad la cabeza hace la diferencia en cuanto a fortaleza para estar a 8000 metros de altura, por más entrenamiento físico que tengas”.
Cargado de motivación para seguir con el mismo ritmo por al menos dos años más, tiene una bitácora de sueños que se renueva y uno en particular que lo enamora hace diez años: hacer una expedición en la Antártida, de costa a costa. “Está buenísimo proyectar, y soy de los que piensan que los sueños empiezan a hacerse realidad cuando uno los pone en palabras, los activa de alguna manera comentándolos, pero después está la parte más importante que es hacerlos realidad, algún día se concretará, solo que también influye la parte económica, y sigo pensándolo con mucha fuerza para que en algún momento suceda”, expresa.
Su parte preferida de guiar entre gigantescas montañas son las enseñanzas, las lecciones de las diferentes culturas con las que tuvo contacto. “Las cumbres quedan en un segundo plano y quedan para siempre las amistades, las experiencias, el sacrificio, el crecimiento personal, y la sensación de sentirse vivo”, sentencia.
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