Antonio Ripoll es uruguayo, tiene 23 años, y desde que era muy chico le fascina la naturaleza, particularmente el avistaje de animales silvestres. Fue diagnosticado con Síndrome de Asperger cuando tenía cuatro, y sufrió bullying y acoso escolar durante la infancia y la adolescencia. No tiene dudas de que su “pasión bichera” fue lo que le salvó la vida, y quiso devolver el favor aprendiendo sobre fauna en documentales para luego dedicarse a la divulgación. Al principio soñaba con estudiar Biología o Zoología, pero luego llegó el anhelo supremo: ser narrador y presentador de documentales, una meta que consiguió y superó sus expectativas.
Desde Montevideo charla con Infobae sobre su vocación, su familia, las amistades que fueron apareciendo con el tiempo y todas las experiencias que fueron un absoluto descubrimiento porque representaron muchas “primeras veces” para él, a raíz de la filmación de los 10 episodios de la serie documental Bichero, que se estrenó en National Geographic el pasado 2 de abril, en el marco del Día Mundial de la Concientización del Autismo. Se le cayeron lágrimas de emoción en el primer vuelo de su vida, se metió en aguas profundas haciéndole frente a uno de sus mayores miedos, y estuvo más cerca que nunca de animales silvestres en su hábitat. Esas vivencias y muchas más forman parte de los capítulos que en Argentina se emiten los domingos a las 21.
“Mis circunstancias eran las más improbables para la formación, porque vivo en una ciudad capital que no está precisamente cerca de lugares de conservación, no crecí en reservas ni rodeado de animales; pero se dio porque necesitaba una manera de desconectarme de la escuela por mi salud mental, para poder sentirme en paz, seguro, lejos de toda la discriminación, la persecución, y el aislamiento que me generaban”, confiesa. Una palabra atraviesa toda la entrevista y forma parte de la personalidad de Antonio: el respeto como valor intocable, tanto en las relaciones humanas como en la actitud con la que observa el reino animal y sus comportamientos.
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“Empecé a mirar documentales como La marcha de los pingüinos y La vida de las aves; a leer libros, y tuve mascotas, como loros, cocotillas, agapornis, hasta que visité la ONG SOS Rescate de Fauna Marina, y tuve mi primer encuentro directo con mi animal favorito, que es el pingüino, y pude interactuar por primera vez sin obstáculos ni barrotes, con los que rescataron porque aparecían en las playas cubiertos de petróleo, y esa experiencia lo cambió todo”, asegura. Empezó a rodearse de más profesionales, criadores, biólogos, zoólogos, directores de zoológicos, veterinarios que trabajan en proyectos de conservación desde hace décadas, y sus prioridades también se sincronizaron con esos datos que fue conociendo.
Durante su infancia hubo dos referentes que considera esenciales: el primero es Francisco Santurión, su profesor de Biología. “Gracias a él pasé por primera vez recreos felices, mientras muchos estaban en el espacio abierto donde jugaban, yo iba al laboratorio donde él tenía su tiempo de descanso y me contaba un montón de anécdotas, una experiencia y conocimientos que yo no me podía ni imaginar”, recuerda. Y agrega: “También Leandro Sosa, conocido como El Bicho, fue el primero que me llevó a una zona silvestre real, a un monte autóctono, y me enseñó a distinguir los cantos de las aves; sin ellos y sin todas las personas que me han estado enseñando tantas cosas durante tanto tiempo, ni de chiste estaría acá”.
El amor, los valores, el apoyo y la tenacidad que le transmitieron sus padres forjaron su resiliencia. Aunque hubo muchas burlas y hostigamiento en el salón de clases, también fueron surgiendo amistades que mantiene hasta la actualidad. “Antes de sacar fotos yo dibujaba mucho, sobre todo animales, y lo hacía totalmente de memoria; entre tanto y tanto algún que otro compañero miraba de reojo mi mesa y me preguntaban qué era, y yo les decía hasta el nombre científico, con algún que otro datito increíble, y empecé a tener más círculo social”, explica. Y agradece que lo negativo empezó a transformarse: “Al fin tenía con quiénes charlar, bromear, con quienes hacer tonterías por las buenas y sanas risas, y compartir”.
Sus papás le inculcaron que tratara de ser “el mejor humano posible”, más allá de las etiquetas y el efecto limitante de los estereotipos. “A mí me gusta decir ‘espectro autista’, y no ‘trastorno’, porque si bien hay muchos niveles de autismo, muchos grados de agudeza y de influencia en cuanto a lo que desata en el cerebro y la forma de funcionar, tanto física como mentalmente, lo relaciono directamente con ‘trastornados’, o con ‘enfermos’, y no me gusta”, argumenta. Aunque detecta la huella del Asperger en su forma de ser, desaprueba por completo que otros los encasillen, discriminen o subestimen sin tomarse el tiempo de, al menos, conocer a las personas e informarse sobre la amplitud del espectro.
“Hablo desde mi perspectiva, porque yo no me siento nada de eso: no me siento enfermo, me siento perfectamente sano; no me siento trastornado, me siento perfecta y completamente cuerdo; y obviamente la ansiedad y el estrés han dejado su marca, pero con empeño, y la familia y los amigos que tengo, no hay nada que no pueda superarse”, expresa. Los momentos más sombríos los recuerda en la escuela, y se identifica con un comentario que leyó una vez en Twitter, donde un usuario cuestionaba que el espacio de supuesta inclusión para muchos autistas se sentía como “incrustación”, por el dolor que les generaban muchas situaciones.
“Cuando comparás fotos de los años ‘50 y ‘60 de fábricas, moda, pistas de carreras, celulares, arquitectura, con las de ahora, notás cambios inmediatamente, pero no pasa lo mismo cuando ves una imagen de un salón de clases, que está casi idéntico”, dice, trayendo a colación un popular ejemplo que cuestiona el sistema educativo tradicional. Y lamenta: “La enseñanza está pensada para una única forma humana, para un solo estilo de ser humano, cuando todos somos diferentes, estemos o no dentro del espectro autista; y muchos lo soportan y se adaptan a todos esos sistemas de horas frente al pizarrón, leyendo y tomando apuntes, las pruebas, las aprobaciones, y las repeticiones, pero otros no y terminan siendo prejuzgados por compañeros de clase que son víctimas de la desinformación y ese sistema”.
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Una pregunta ronda en su mente desde hace varios años: “¿Cómo vamos a salvar la naturaleza si no nos salvamos a nosotros mismos?”. Después de pensarlo mucho, formuló su propia respuesta: “Solo a través de la diversificación de la educación vamos a conseguir evitar la extinción, tanto de las demás especies como de la nuestra”. Ante la consulta de qué iniciativas se podrían aplicar para emprender camino hacia esa transformación en el ámbito educativo, cree que es esencial “abrir la mente y tratar de informarse”, además de que los docentes y directivos se formen y capaciten en la temática. “Sería bueno que sepan con qué pueden lidiar, y cuáles son las mejores maneras de abordarlo de una forma racional, objetiva, con una empatía bien aplicada, entendiendo a sus alumnos, antes de prejuzgar, y emplear mucha tolerancia para asegurarse de los niños con TEA puedan tener una experiencia mucho mejor que la que yo tuve”.
La naturaleza en todo su espectro
Los documentales fueron su vía de escape, y la fuente de información que durante más tiempo utilizó. Sintió que una excelente manera de expresar su gratitud sería a través de material audiovisual con fines educativos, y que además reflejara la importancia de la diversidad en todas las especies. “Los títulos de biología y de Zoología que soñé de chico habían quedado inalcanzables para mí, por todas las secuelas que la ansiedad y el estrés escolar, pero la pasión por la vida silvestre, por los animales exóticos nativos, no me la podía quitar nadie”, celebra. En sintonía con ese pensamiento, lo que más le atrajo de la propuesta de debutar como conductor en la reconocida señal, fue que el contenido es apto para audiencias con TEA (Trastorno del Espectro Autista), una característica pionera que invita a reflexionar sobre la forma tradicional de consumir contenido de entretenimiento.
Durante el rodaje, que se realizó por etapas en Uruguay, Argentina y Costa Rica, se incorporó un equipo de profesionales y técnicos especializados, para crear un entorno adecuado de filmación, con adaptaciones de lenguaje, sonido, montaje, recursos gráficos y tiempos de grabación, entre otros factores a considerar. Cabe agregar que Bichero es una coproducción de Glowstar Media y Fusión, un emprendimiento audiovisual uruguayo que se especializa en contenidos audiovisuales que incluyan a las personas con TEA. Sobre la exposición frente a cámara, cuenta que no fue de los desafíos más difíciles, porque debido a las repercusiones que tuvo su historia de vida en su país natal, ya había tenido algunas experiencias con entrevistas para televisión y medios locales.
“Cuando me empezaron a ver en los diarios, recibí mensajes de algunos excompañeros, los mismos que alguna vez se burlaron, demostrándome su más sincero arrepentimiento y dolor por lo que han hecho”, revela. Se tomó el tiempo de responderles, y les sugirió que no sigan viviendo del pasado, y que encuentren una causa común para seguir adelante hacia un futuro independiente de las injusticias del ayer.
“Debo darles crédito a esas sombras por formar la parte más brillante de mí, porque no todo en nuestras vidas ocurrió exactamente de la forma que hubiéramos querido o deseado, pero eso no significa que no podamos seguir un camino distinto para alcanzar lo que no tuvimos, siempre nos quedan los valores humanos y las lecciones que nos enseñan a madurar y mejorar”, dice con convicción.
En el 2020 muchos empezaron a apodarlo “Antonio Ripoll, el bichero”, cuando se viralizaron las fotos que tomaba de la fauna, y las compartía en su cuenta de Instagram –bajo el usuario @urugwild, y actualmente también pueden seguir sus pasos televisivos en @bicheroserie-. “Una de las mayores complicaciones fue ponerme yo mismo supresores, porque venía muy preparado para presentar y narrar documentales, al punto de que cuando me encontraba con animales que había querido ver desde siempre, lo único que quería en ese momento era soltar todos los datos que tenía guardado desde hace años para revelar, y terminaba compartiendo demasiado y tenía que resumir”, reconoce.
Con las recomendaciones del equipo y particularmente de la supervisora fonoaudióloga que participó del rodaje, pudo adaptar la información y siente que el resultado no podía haber sido mejor. “Al ser una serie documental que contempla a las personas que están dentro del espectro autista, no todos captan indirectas, dichos, chistes, y por eso reemplazamos algunas frases para que estuvieran acordes”, detalla. También estuvo acompañado de su hermana y hermano mayores en distintos tramos de la filmación, y destaca la contención que le brindaron para recordarle la importancia de lo que se estaba llevando a cabo para motivarlo a vencer ciertos obstáculos.
“Cuando fuimos a Costa Rica, hasta ese momento yo solo podía imaginar cómo era ver desde arriba un paisaje o una ciudad, fue muy emocionante vivirlo, al mismo tiempo estar en una producción audiovisual primera vez, viendo animales de tantas especies afuera de mi país, probando platos de otros países, todo eso lo vuelve una experiencia inolvidable que la voy a llevar conmigo por el resto de mi vida”, sentencia. Se sorprende de la valentía que tuvo para derribar su miedo a las aguas profundas, y no puede creer que después no había quién lo pudiera sacar porque disfrutó la aventura.
“Con la ayuda de todos hice snorkeling por primera vez, y es hasta irónico que me haya gustado tanto que no quería salir”, dice con honestidad. Hubo dificultades, por supuesto, como la cantidad de vuelos que tuvieron que tomar para llegar a tiempo a todas las locaciones, complicaciones por corrientes, oleajes y contratiempos hasta encontrar el clima correcto. “Después de haber vivido todo eso no tengo dudas de que esto es lo que quiero hacer hasta el final de mis días”, confiesa Antonio a puro entusiasmo.
Pudo ver cocodrilos, tortugas, elefantes marinos, flamencos, y hasta tuvo un acercamiento inesperado con una serpiente yara. “Con la gran mayoría de animales fue una sensación de pura intriga, nada cercano a tener miedo ni asco, excepto con las arañas, porque mi familia es aracnofóbica, así que en parte heredé eso, pero con el paso del tiempo mi perspectiva cambió por completo, e incluso he manipulado algunas arañas, obviamente las pertenecientes a especies que no poseen ponzoña de importancia médica, es decir que me pueden matar por envenenamiento”, indica.
Una anécdota en especial quedó sellada en su memoria, y ocurrió el último día de rodaje. “Cuando terminamos de grabar, que pudimos decir ‘misión cumplida’, empezamos a caminar felices al lugar donde nos estábamos quedando, comenzamos a subir la quebrada, y yo iba mirando fijamente hacia abajo, porque nunca sé exactamente cuándo me voy a topar un bicho en el camino”, relata. En un momento dio un paso y se paralizó, se quedó petrificado sin saber bien el motivo hasta que vio que a 20 centímetros de su pie izquierdo había una yara enrollada, completamente escondida.
“La falta de movimiento el animal estaba tomando el sol y estaba dormido, y no pude reaccionar de mejor forma en retrospectiva, porque las serpientes son altamente sensibles al movimiento y a las vibraciones, y sé muy bien cuál es el rango de ataque de acuerdo al tamaño”, agrega. De forma suave y tranquilo se alejó para estar al menos a 50 centímetros. “La bicha sintió mi presencia y se refugió de vuelta en su cueva, pero lo que pudo haber sido un desastre, gracias a mi conocimiento y mi intuición, terminó siendo un encuentro anecdótico que demuestra el por qué hay que llevar protección y nunca andar sin guías en el área protegida de Valle de Lunarejo, en el norte de Uruguay”, recomienda.
Su mayor deseo es no olvidarse nunca de quién es, “un simple bichero”, y pese a las experiencias negativas de su infancia, el estreno de la serie documental revalidó su forma de pensar con respecto a los humanos: “En mi opinión es la única especie capaz de hacer los ladrillos más brillantes de la arcilla más oscura, y alcanzar los cielos sin alas”.
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