En rara coincidencia el 9 de abril de 1982 llegaron a Buenos Aires el Secretario de Estado de los EE.UU., Alexander Haig, y el embajador de Fidel Castro, Emilio Aragonés Navarro. Dentro del desarrollo del pleito argentino-británico sobre las islas Malvinas el conflicto comenzaba a escalar, en primera instancia, en el campo diplomático. Ante los informes de Inteligencia con que contaba Washington, el presidente Ronald Reagan intento el 1° de abril a la noche convencer al general Leopoldo Fortunato Galtieri que suspendiera la Operación Azul/Rosario. Luego del diálogo telefónico Reagan le escribió a Margaret Thatcher: “Le advertí que el inicio de las operaciones militares comprometería de manera seria las relaciones entre los Estados Unidos y la Argentina. [,..] El general escuchó mi mensaje, pero no asumió ningún compromiso. [,..] No seremos neutrales si los argentinos apelan al uso de la fuerza”.
El 2 de abril las tropas argentinas “recuperaron” el territorio insular por el que venía reclamando al Reino Unido desde hacía más de un siglo y que las Naciones Unidas (desde 1965) aconsejaban abordar la cuestión de soberanía entre los dos países. Luego vino la Resolución 502 del Consejo de Seguridad exigiendo la retirada “inmediata” de las tropas argentinas y el inicio de negociaciones sobre la soberanía. En esas horas en todo el territorio nacional se observó una explosión de júbilo frente al hecho de fuerza tomado por Galtieri y la Junta. En las horas posteriores al 2 de abril de 1982, en medio del frenesí de la recuperación de las islas Malvinas, el Presidente pasó un par de horas de sosiego en el departamento de una persona amiga en la calle Talcahuano. Fue en esa ocasión que la dueña de casa escuchó de Galtieri: “Los americanos me abandonaron”. El presidente de facto sabía por qué lo decía. El día anterior había oído de Ronald Reagan que Gran Bretaña estaba dispuesta a dar una “respuesta militar” y que en ese caso “la opinión pública norteamericana y mundial adoptarán una actitud negativa con la Argentina”. El 6 de abril, a las 11 horas de Washington, Nicanor Costa Méndez se encontró con el Secretario de Estado, Alexander Haig. Fue una conversación prolongada, en la que Haig le ofreció en nombre de Ronald Reagan su “asistencia” para ayudar a las partes. No una “mediación”, ni los “buenos oficios”. Más tarde el canciller le informaría a Galtieri por teléfono:
CM: --Ellos dicen que hay que buscar una fórmula que le permita salvar la cara a Thatcher. Que el tema de los isleños no puede ser tema, porque nosotros estamos dispuestos a garantizarles todos los derechos que crean ellos necesarios y convenientes. Que el problema de Gran Bretaña no es problema, porque si lo que ellos quieren es un verso para promocionarse como ‘potencia’, lo tendrá […] Entonces (Haig) dijo que todo el problema resultaba reducido al tema de la soberanía por una parte y evitar que pierda la cara Gran Bretaña… ahí le dije que nosotros no podemos discutir el problema de la soberanía […] Yo pregunto. Necesito que Usted me diga si puedo contestar primero que sí a la oferta de asistencia. Segundo si puedo decir que sí al posible viaje de Haig a Londres y luego a Buenos Aires y tercero si puedo contestar que sí a la posibilidad de reunirme con ellos mañana a conversar de nuevo sin comprometer ninguna fórmula para el gobierno argentino.”
Galtieri: --De acuerdo a los tres puntos. El último se lo recalco: sin comprometer al gobierno argentino.
El miércoles 7 de abril, mientras el gobierno inglés desplegaba su ofensiva diplomática (impedir que sus aliados de la OTAN exportaran armas a la Argentina) y militar, declaró que “las naves de guerra argentinas que se encuentran dentro de las 200 millas náuticas de las Islas Malvinas, después de las 04.00 GMT del lunes 12 de abril, corren el serio riesgo de ser atacadas”. El bloqueo se ponía en marcha. Ante esa medida, la Argentina estableció oficialmente el “Teatro de Operaciones del Atlántico Sur” (TOAS), bajo la jefatura del vicealmirante Juan José Lombardo y convocó a las reservas de las FF.AA.
El miércoles 7, el general de brigada Mario Benjamín Menéndez asumió en Puerto Argentino como gobernador de las islas Malvinas, Sándwich del Sur y Georgias del Sur. La ceremonia fue transmitida desde el Town Hall por cadena nacional de televisión y radio. Para estar presentes en la ceremonia, por la mañana, desde el sector militar del Aeroparque Metropolitano, salió un avión Fokker F-28 de la Fuerza Aérea transportando a los numerosos invitados especiales (dirigentes del oficialismo, opositores, sindicalistas, empresarios). Por recomendación de la cancillería no viajaron los ex presidentes Arturo Frondizi y Arturo Illia. El nuevo gobernador pronunció un corto discurso dirigido a la población de Malvinas. En perfecto español dijo: “Debe quedar claro que a partir de hoy los consideramos a todos habitantes de la República Argentina, con los plenos derechos que consagra nuestra Constitución…y podrán comprobar que ésta coincide, en muchos aspectos, consagrando derechos, libertades y prerrogativas de los ciudadanos similares a los que están acostumbrados a gozar los súbditos ingleses.” Contrariamente, el monseñor Daniel Martin Spraggon, titular de la iglesia católica de Puerto Stanley consideró: “¿Quién puede querer una dictadura cuando se tiene la vida en libertad y democracia? Aquí no existen el crimen ni la pobreza. No hay violencia política. No hay desaparecidos. Cuando ellos llegaron dijeron que no habría cambios, pero comenzaron a cambiar las cosas desde el primer momento. La radio comenzó a emitir en español, trajeron sus pesos como moneda, y empezaron a conducir sus vehículos por la mano equivocada de las calles.”
El jueves 8 de abril la Junta Militar conoció el primer sondeo especial “sobre las actitudes en relación con la decisión del Gobierno de recuperar las Malvinas y la oportunidad en que lo hizo”. La evaluación indicaba: “Apoyo unánime a la decisión del Gobierno de recuperar las Malvinas no sólo por considerarla acertada sino también oportuna (negando que haya debido esperarse un momento económico más propicio) y porque la decisión fue tomada como un acto de soberanía inevitable (sin atribuir intenciones políticas en la decisión).” “Las islas no deben ser devueltas a ningún precio aún a costa de la guerra.”
El mismo jueves 8 de abril Alexander Haig llegaba a Londres, dando comienzo a su gestión. Habló con Margaret Thatcher cerca de cinco horas, entre otros conceptos dijo que se había quedado “impresionado con la firme determinación del gobierno británico” de recuperar las Malvinas. En síntesis, en un memorando para el presidente Ronald Reagan, fechado el 9 de abril, informó que “la primer ministro está convencida de que ella caerá si (nos) concede cualquiera de los tres puntos básicos que envió al parlamento:
• Inmediata retirada de las fuerzas argentinas.
• Restauración de la administración británica en las islas.
• Preservar la posición de que los isleños puedan estar capacitados para ejercer la autodeterminación”.
A su partida de Londres, Haig le escribió a Reagan que “si los argentinos me dan algo como para trabajar sobre ello, planeo volver a Londres en el fin de semana. En estos momentos no puedo ser muy optimista, aún incluso si obtuviera bastante en Buenos Aires como para justificar mi regreso a Londres.” El canciller Costa Méndez tenía una condición de acero y para asegurarla bien los “intelectuales” del Comité Militar (COMIL) elaboraron las “Bases para la Negociación a ser expuestas ante el Sr. Haig”.
Eran una antología del disparate y la extorsión. El trabajo tiene 8 páginas y se asentaron los fundamentos históricos y políticos de la decisión del 2 de abril. El trabajo aconsejaba decirle al Secretario Haig: “Ante el bloqueo de armas a la Argentina de los países de Occidente, se podría comenzar la adquisición de armamentos en Rusia. Estos tienen un precio accesible y facilitaría compensar el déficit de la balanza de pagos que tiene Rusia con Argentina.” Al mismo tiempo el Comité Militar reforzó con más tropas las islas, antes de que comenzara a regir el 12 de abril el bloque anunciado por Gran Bretaña. Destinó a Malvinas: Batallón de Infantería de Marina Nº 5, Batallón Antiaéreo, la Brigada de Infantería X y la Compañía de Ingenieros Anfibios, entre otros. Y a través del Acta Nº 10 “M”/82 se autorizó “el minado defensivo en la zona de Malvinas.”
Antes de iniciar sus encuentros en Buenos Aires, la mirada de Alexander Haig, sobre Galtieri, sus colaboradores, su régimen y la Argentina, era algo que a la distancia ayuda a comprender lo que habría de suceder. El mediador entendía que el presidente argentino se encontraba en una posición difícil que trataba de solucionar una situación que él no había creado. “La aventura de las Malvinas era una operación eminentemente naval, concebida e impuesta a la Junta.” Una operación planificada secretamente, tal es así que “cuatro de los cinco comandantes del Ejército no estaban en antecedentes de la inminente invasión”. Esta información se la dio al general Vernon Walters, una de sus fuentes habituales. “Cuando Galtieri se encontró ante el hecho consumado, y una situación imposible de mantener, trató de preservar el honor y la seguridad de su país, cuidando al mismo tiempo de salvar su propia situación para no perder el poder y caer en desgracia, carecía de autoridad. [.] A pesar de su actitud arrogante no era un hombre libre, ni política ni diplomáticamente”, relató más tarde el Secretario Haig.
El 10 de abril de 1982, cerca del mediodía, Galtieri se encontró con Haig para hablar “de general a general, puesto que hay una hermandad entre los hombres de armas y muchos valores en común que hacen que la conversación franca sea más fácil entre nosotros”, dijo Galtieri. El diálogo se realizó antes de encontrarse las delegaciones para analizar una vía pacífica al conflicto desatado. El presidente Galtieri estuvo acompañado por Costa Méndez y el contralmirante Moya, y el Secretario de Estado solo por el general Vernon Walters.
Alexander Haig comenzó agradeciendo el recibimiento privado e intentó endulzar al dueño de casa: “Se refirió a haber comprendido la lucha argentina contra la subversión que sus predecesores no entendieron; reconoció los sacrificios y concesiones argentinas; indicó que sabía de las decisiones de la URSS a partir de 1978 por la debilidad demostrada por los EE.UU.; agregó que los militares argentinos condujeron con éxito la lucha antisubversiva a pesar de la irracional e ilógica crítica internacional y se manifestó de acuerdo con la operación argentina desde el punto de vista militar”. Galtieri manifestó que se había ordenado una operación incruenta en la medida de lo posible a efectos de evitar daños a ciudadanos británicos y que por ello las bajas habían sido sólo argentinas. En otro momento el Secretario de Estado afirmó: “No puedo hablar por la señora Thatcher. A veces ni siquiera llego a entenderme con ella. Pero sé que a los ingleses no les importa la soberanía en las islas. Los británicos están dispuestos a renegociar, pero debemos permitirles que lo hagan decorosamente. Yo puedo asegurar que llevaremos el conflicto a una solución. Personalmente estoy convencido de que los ingleses quieren sacarse este problema de encima pero en términos honorables”.
Galtieri adelantó una advertencia: “Le diré sólo una vez y luego no volveré a repetirlo. En cuanto a la Argentina concierne, no existe ninguna duda con respecto a nuestra soberanía en las islas. Estamos dispuestos a negociar sobre cualquier otro punto.” La respuesta del Secretario de Estado fue que si insistía en la permanencia de un gobernador argentino en las Malvinas, habría guerra. Y que en ese caso los británicos “poseían una fuerza mayor que la de los argentinos y que lograrían una victoria en caso de desatarse las hostilidades”. Haig fue lo más preciso posible: “Debo serle franco, en los Estados Unidos hay un sentimiento generalizado de apoyo a Gran Bretaña. En el mundo liberal el sentimiento es el mismo y seguirá siendo así en caso de una confrontación.”
Galtieri: “Sr. General, hablando como militar le digo que es conveniente que no nos cerquen. Como profesional usted sabe que si es cercado deberá romper el cerco.”
Haig: Pero yo sé que eso significaría hacer algo de lo que usted no participa ideológicamente.”
Galtieri: Precisamente por eso reitero la necesidad de que no nos cerquen.”
Cuando Leopoldo Fortunato Galtieri salió al balcón, después de su primer encuentro con Haig, un mar de gente agitó sus banderas argentinas, y de otros países, y carteles. Estaba rodeado por funcionarios y militares con uniforme. Mucha gente había llegado desde el interior; los más del Gran Buenos Aires, en colectivos gratis. Estaban todos los personajes del pasado y el presente argentino. En un momento parte de la multitud comenzó a corear: “A gritar, a gritar, si quieren las Malvinas que las vengan a buscar” y frente a las exigencias de la gente, Galtieri atizó el conflicto: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla. En esto tenemos la solidaridad de varios pueblos americanos que están decididos a dar batalla con los argentinos.”
Las negociaciones entre los funcionarios del Palacio San Martín y la delegación estadounidense se desarrollaron a partir de un documento que elaboró el Departamento de Estado al iniciar su gestión de buenos oficios. Lo medular consistía:
1) A partir de firmado el acuerdo, y “hasta que se logre un arreglo definitivo”, la Argentina y Gran Bretaña “no introducirán ni desplegarán fuerzas dentro de las zonas definidas por un círculo de 150 millas náuticas”.
2) “El Reino Unido suspenderá la aplicación de su ‘zona de exclusión’, y la República Argentina suspenderá operaciones en la misma área.”
3) “Dentro de las 24 horas después de la fecha del presente Acuerdo, la República Argentina y el Reino Unido comenzarán a retirar sus fuerzas.
4) Ambos países “nombrarán un representante, y los Estados Unidos han manifestado su anuencia a nombrar otro, para constituir una Autoridad Especial Interina”. “Hasta que se llegue a una solución definitiva, todas las decisiones, leyes y reglamentos adoptados a partir de ahora por la administración local sobre las islas se someterán a la Autoridad.”
5) “El 31 de diciembre de 1982 concluirá el período provisional durante el cual los dos gobiernos habrán completado las negociaciones sobre la retirada de las islas de la lista de Territorios No Autónomos con arreglo al Capítulo XI de la Carta de las Naciones Unidas […] Las negociaciones antedichas comenzarán dentro de los quince días siguientes a la firma del presente Acuerdo.”
6) “Si los gobiernos no pudieran concluir las negociaciones para el 31 de diciembre de 1982, los Estados Unidos han indicado que, a solicitud de ambos gobiernos, en aquel momento estarían preparados para tratar de resolver la controversia dentro de los seis meses siguientes.”
Luego de numerosas horas de reuniones, Alexander Haig dejó Buenos Aires el domingo 11 a las 9.30 de la mañana, tras escuchar misa en la iglesia del Santísimo Sacramento. Viajó a Londres para considerar con el gabinete británico los puntos conversados. En Ezeiza el canciller argentino le entregó un papel que contenía los cinco “puntos básicos” argentinos, a saber:
1- El gobernador de las Islas debe ser designado por el gobierno de Argentina. La bandera deberá continuar flameando en las islas.
2- Deberán otorgarse seguridades al gobierno argentino que al finalizar las negociaciones se reconocerá la soberanía argentina. Cualquier fórmula que implique que la soberanía está siendo negociada debe ser evitada.
3- Los mismos derechos serán reconocidos a los argentinos que provienen del continente y para los habitantes de las islas.
4- El acuerdo de desmilitarización debe ser considerado como dando cumplimiento a la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de ONU.
5- El proyecto de acuerdo debe ser compatible con los elementos mencionados anteriormente.
Después de leerlos, Haig le dijo que creía que la presente situación podía determinar la caída tanto del gobierno inglés como del argentino, a la vez que reiteró su “grave preocupación por una posible convocatoria del TIAR porque esto causaría graves problemas a su gobierno.” El primer tramo de su gestión había fracasado.
Seguir leyendo: