Una rara avis se reconoce porque es una persona conceptuada como excepción a la regla. Alguien único y de momento irrepetible. Tengo debilidad por esa clase de personas, sobre todo cuando se habla de música. Horacio “El Chivo” Borraro es la gran rara avis de nuestra música. Obviamente estos son seres elevados que no aparecen periódicamente. Cada tanto surge alguno, hay que saber decodificarlos para disfrutarlos. O escucharlos.
Desde que llegué a una radio en 1977, a una discoteca verdadera, escuché hablar del “Chivo” Borraro. Emilio Del Guercio y Luis Alberto Spinetta eran asiduos a sus conciertos. En Jazz & Pop se lo nombraba todas las noches, en las radios se buscaban sus discos, casi siempre inconseguibles. El “Chivo” se dedicaba al jazz no tradicional.
En los últimos años hubo dos hechos totalmente singulares que me hicieron reparar casi obsesivamente en él. El primero fue un encuentro que tuve en un hotel boutique de Palermo, en Buenos Aires, con el adorable Ed Motta. Un virtuoso compositor que sabe mucho de muchas cosas, especialmente requerido cuando de elegir un gran vino se trata porque es un exquisito sommelier. Y también cuando querés saber algo de músicos argentinos. Sabe mucho más que los prestigiosos periodistas especializados. Fan declarado de Rodolfo Alchourron, Ed Motta esa tarde nos preguntó a los que estábamos dónde podía conseguir material del “Chivo” Borraro. En ese instante, como mucho, algunos habíamos oído hablar de él, pero a partir de ese momento nos iniciamos en la búsqueda de algún disco del “Chivo”.
La segunda fue una llamada de mi amigo Paco, de Exiles Records, cuando me preguntó si sabía de alguien que tuviera “Blues para un Cosmonauta” en buen estado. Ante mi sorpresa me aclaró que se le había acercado un señor del hemisferio norte, lejos de ser un cliente habitual de su local, averiguando por ese disco maravilloso del “Chivo”, no para escucharlo en su casa sino para difundirlo en el programa de jazz que tenía en USA.
Me dejó pensando una semana entera Paco, cómo algo tan furtivo tomaba semejante dimensión, sobre todo en un mundillo como el del jazz, que no se caracteriza ciertamente en abandonar a su suerte cualquier progresivo intento musical.
Me puse a buscar “Blues para un cosmonauta” y nada.
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Entonces conecté a Néstor Astarita que tocó en ese disco. Después de hablarme un rato de las bondades de zapar con el “Chivo” Borraro y de transitar la experiencia de grabar con él, me dice sonriendo y casi secretamente, que el cosmonauta era él. Desde mi, a Astarita le creo todo, ansioso espero su libro de memorias que está al caer. Pero del disco nada.
Litto Nebbia fue el último que editó “Blues para un cosmonauta” en su sello Melopea, y es también uno de sus más reconocidos fans. A Nebbia hay que agradecerle además de su bellísima y prolífica obra, las ediciones de verdaderas joyas de nuestro acervo musical más ignorado.
Entonces ya con la obra en mis auriculares, escuché por primera vez en mi vida “Blues para un cosmonauta” completo. A los dos días, cuando me recuperé del shock provocado por semejante escucha, partí en busca de “El nuevo sonido del ‘Chivo’ Borraro”, disco anterior al “Cosmonauta”, y quedé peor. O mejor pero más deslumbrado.
Ese gran periodista de sombrero que se llama Humphrey Inzillo me contaba que Ed Motta consideraba a Borraro, junto al carioca Ion Muñiz, como los mejores saxofonistas de America del Sur. También refería una famosa anécdota de nuestro jazz.
Ensayaban el “Chivo”, El “Mono” Villegas, nuestro gran zoológico del jazz, en realidad zapaban, estaban de Jam Session, ellos y otros amigos hasta altas horas de la madrugada, en un pequeño departamento que tenía Villegas en la calle Viamonte, en pleno bajo porteño. Los Yeah! del Mono retumbaban en la noche porteña, y algunos tímidos aplausos de ocasionales concurrentes también. Eso motivó a algún vecino a llamar al vigilante de la esquina para que se acerque al evento y actúe como policía. Al llegar fue recibido por el Mono que con su habitual relax y buen gusto lo invitó a sumarse. Cuando la Jam terminó, el poli, que todavía estaba ahí sin hablar, se despidió de todos y sonriendo les preguntó cuándo era la próxima. Esa me parece la mejor y mas exacta síntesis de lo que estos tipos lograron.
El “Chivo” Borraro, nacido 6 de octubre de 1921, fue arquitecto, saxofonista, clarinetista, dibujante, fotógrafo, pintor y escritor. Su libro Autobiografía de Nadie también fue editado varias veces. Murió en 2012.
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Sus discos, como los verdaderos tesoros, no son fáciles de encontrar. El firmó dos discos, “El nuevo sonido del ‘Chivo’ Borraro” con su cuarteto de 1966, Alfredo Remus en contrabajo, Eduardo Casalla en batería y el pianista Fernando Gelbard. En este disco están “La Paz” y “Half & Half” incluidos en infinidad de recopilaciones de Spiritual Jazz europeas en estos últimos años. También obvio “Blues para un Cosmonauta”, de 1973 casi incomprobablemente. Hay quienes dicen que es anterior. Pasa que se editó por primera vez en 1975 por el sello Trova, liderado por el angel eterno Don Alfredo Radoszinsky. Un clásico a esta altura, con Gelbard al piano, Nestor Astarita en batería, Jorge “Negro” González contrabajo, el guitarrista brasileño Stenio Mendes mas la extravagante percusión de “Chino” Rossi. Se suman a su discografía los más recientes “Sax Suite” grabado en 1978 en el Teatro Coliseo con el agregado del enorme pianista Norberto Machline y el saxo alto de Hugo Pierre, y “Clarinet & Rarities” que viene con su libro “Autobiografia de Nadie”.
Fue el jazzman argentino que más se acercó a la búsqueda artística y espiritual de John Coltrane y Pharoah Sanders.
Hay un disco anterior a todos estos en el que participó. Es en el inhallable trabajo del maestro Albertino Corvini con su Big Band de 1960. En esta agrupación tocaban además del trompetista Corvini, el “Chivo” Borraro con el clarinete, Jorge Lopez Ruiz al contrabajo, el baterista Pichi Mazzei, Leandro “Gato” Barbieri con su saxo, Horacio Malvicino en guitarra, el pianista Jose Wisenberg mas otro saxofonista llamado Cap. Tom Kirk del que desconozco absolutamente todo. Esta placa se llama Jazz Argentino All Stars y también tiene otras ediciones bajo el nombre del Gato Barbieri All Stars. Al maestro Albertino Corvini lo sobreviven sus hijos Mario y Claudio, ambos con dilatadas carreras musicales en Europa.
No conocí al “Chivo” Borraro, pero sé que quienes lo trataron coinciden en que ni todos estos discos juntos llegan a parecer lo que era una zapada con “Chivo” Borraro. El escenario lo hacía gigante, aunque tocara en un oscuro cabaret del downtown porteño. Compartió esas jams con Dizzy Gillespie y con Lockjaw Davis, saxofonista de Count Basie. Estrenó en el Coliseo también una obra para quinteto y orquesta sinfónica de jazz. Su aporte desde “Blues para un cosmonauta” hoy es vital para quien se quiera acercar al más elevado jazz sudamericano, y su “El Nuevo Sonido del Chivo Borraro” está entre los discos más escuchados entre las nuevas audiencias informadas en todo el mundo.
El “Chivo Borraro” tocaba más de lo que grababa y grababa más de lo que uno puede escuchar, lo que hace que aún hoy sea vanguardia para el jazz argentino.
Puede que el sonido de Borraro parezca complicado de digerir para un no iniciado, claro está que nadie comienza a escuchar música con Miles Davis o con Thelonious Monk, como ningún ser humano comienza a disfrutar el placer de beber con un Bourbon o un Whisky escocés de 12 años. De la misma manera que uno no debuta leyendo con “El Aleph” de Borges. Hay un camino inevitable que se debe recorrer para reconocer las bondades de la mera observación de un cuadro de Velazquez o el Guernica de Picasso, para gozar de un espectáculo de danza que no sea precisamente urbana. En fin, uno no puede andar recomendando nada, los consejeros artísticos no sirven para nada. Sin peros. Lo que sería buenísimo es que la difusión popular se corriera un poco del marketing para llegar al espíritu de la cosa importante.
Discos, obras, carreras como las de Horacio “Chivo” Borraro no deberían quedar en el olvido o en la conversación de iniciados. Básicamente porque no está construida para eso.
Una trayectoria que comenzó a mediados de los años 40´s integrando bandas de clubes de barrio. Integró una agrupación bastante famosa en esos años aunque no dejó discos llamada Rhythm Makers especializada en el sonido del jazz experimental de Chicago. Unas músicas que no se bailaban pero donde brillaban sus integrantes. Se acercó al Hot Club y se fue enojado para sumarse a la primer orquesta de Lalo Schiffrin. Esto en 1954.
De allí en adelante El “Chivo“ Borraro se encargó de forjar su propia leyenda tocando y grabando desde Be Bop al Spiritual Jazz, estilos que no se frecuentaban por estos lares.
El camino del héroe y el camino del sabio parten del mismo lugar, una idea. De allí ambos estímulos se empiezan a realizar. Hasta ahí van juntos. Después viene el momento de socializar el intento, ahí empiezan a diferenciarse. Al sabio la gente lo pesca enseguida y lo apoya, al héroe quizás no se le entiende demasiado. Al sabio se lo reconoce y se lo hace conocido. Al héroe capaz que le pasa de morirse sin ser reconocido. Hasta que después de muerto alguien recoge su obra y ahí si.
Como a Galileo, que la Iglesia tardó seis siglos en darle la razón, pero la tuvo siempre.
Horacio “el Chivo” Borraro hoy es más reconocido que en su tiempo, su obra se puede escuchar gracias a las nuevas plataformas para conocer músicas. El Chivo ya es universal, y recién comienza a ser escuchado.
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