El primer recuerdo que tiene sobre la vocación que afloró desde muy chico son los cuentos orales de su abuelo, que sin saber leer ni escribir siempre lo fascinaba con sus historias. El ritual de esperar ese momento se volvió una costumbre y un indicio de quién quería ser cuando creciera. Por la vida nómade que llevaba no pudo escolarizarse, pero gracias a una excepción pudo estudiar la carrera de letras en la Universidad de Lomas de Zamora y terminó al frente de los alumnos dando clases de su expertise. Jorge Nedich es escritor, docente e investigador, pero todas esas facetas tienen una identidad en común: ser gitano. En el El Día Internacional del Pueblo Gitano habla con Infobae sobre su historia, sus obras y sus fundadas preocupaciones en torno a las problemáticas que se sostienen en el tiempo.
Para contextualizar la llegada de su familia a la Argentina, Nedich explica algunos datos históricos, porque hace más de 30 años que recopila información al respecto. “Los gitanos se van de la India en el siglo X, y aparecen en Europa en el siglo XIV en un sector de Grecia que era conocido como Egipto menor; cuando salen de allí, esparciéndose por todo el continente, decían que venían de Egipto y entonces les decían ‘egipcianos’ o ‘exipcianos’, ‘egitanos’, hasta que finalmente quedó ‘gitanos’”, describe. Y agrega: “En 1968, a poco de crearse el Imperio austrohúngaro, y después de cinco siglos de esclavitud, deciden liberar a los gitanos por una cuestión económica, porque era muy caro mantenerlos, y así llegan mis antepasados a la Argentina en 1870 como parte de la Gran inmigración”.
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Destaca también el contingente de gitanos que arribó en la década de 1940 por la Segunda Guerra Mundial. “Son los que incluso al día de hoy, por temor, muchos no se documentan, convencidos de que los genocidios del siglo XX se han hecho sobre una base de datos, y tienen mucho miedo, lo que trae muchas dificultades para un montón de cuestiones como ir a la escuela y vivir”, indica. Sus padres eran hijos, nietos y bisnietos de analfabetos, o por lo menos hasta donde llegaba la memoria de su familiares, ninguno sabía leer ni escribir. “No conocían el alfabeto, pero eran personas muy educadas, de una tradición cultural muy rica”, asegura, y a pesar de que no pudo hacer la primaria ni la secundaria porque no permanecía en el mismo lugar más que algunos días, a partir de sus 12 años empezó a esbozar las primeras palabras sobre papel.
Con un poco de humor confiesa que mucho tuvo que ver el amor, porque cada vez que sentía un flechazo romántico le surgía la inspiración y aunque se equivocara volvía a intentarlo. “Aprendí preguntando, y siempre daba las gracias, incluso ahora cuando alguien me corrige o descubre algún error sigo agradeciendo”, comenta. Hasta los 17 fue nómade con su familia, vivía en carpas y se movían generalmente en la Provincia de Buenos Aires -a veces en Bernal, otras en Quilmes-, cargando todo en un vehículo para trasladarse. “Yo ya no viví lo de los carromatos, pero sí las generaciones anteriores a mi”, señala.
Trabajó en la cosecha, también como vendedor ambulante en algunos pueblos, a bordo de los trenes, y su momento preferido era cuando se juntaban todos a merendar o a comer después de que cayera el sol y escuchaba los cuentos de su abuelo. “Era narrador oral, y casi siempre contaba algo; creo que yo lo imité de alguna manera, porque yo también contaba historias, y empecé a decir que yo quería ser escritor”, revela. “Otros chicos que no eran de la comunidad me decían: ‘¿Y cómo querés ser escritor si no vas a la escuela?’, y yo les respondía: ‘¿Y eso qué tiene que ver? Mi abuelo tampoco fue a la escuela y cuenta cuentos’”, recuerda.
Puso en práctica aquella contestación sin saber muy bien cómo lo lograría, y con el correr del tiempo superó todas las expectativas, tanto propias como ajenas. Fue un asiduo concurrente a talleres literarios, hasta que decidió hacerle caso a varios pares que le preguntaban por qué no estudiaba la carrera de letras, y se presentó en a la Universidad de Lomas de Zamora cuando tenía 39 años. “Había una ley que permitía a los mayores de 25 poder cursar si aprobaban un examen, pero tenían que tener el secundario interrumpido, es decir no haberlo terminado, y yo aprobé, pero cuando me llamaron de administración para hacer la ficha les expliqué mi situación, que no tenía estudios acreditados previos, y mi pertenencia al pueblo gitano”, rememora.
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Mientras el Consejo Académico deliberaba y analizaba su caso particular, empezó a cursar sin libreta universitaria, hasta que a fines de ese mismo año le comunicaron la decisión. “Por votación eligieron sentar un precedente jurídico, yo pude cursar y me dieron la condición de alumno regular; después terminé siendo docente de la carrera, di un seminario de narrativa unos cuantos años y después abrí una editorial y publiqué mis primeras novelas”, resume sobre todo lo que vivió en el inicio de su prometedor futuro profesional. Cabe agregar que existe legislación vigente al respecto, amparada en el Artículo 7º de la Ley de Educación Superior Nº 24.521, donde se establece que “excepcionalmente los mayores de 25 años que no reúnan esa condición -haber concluido el nivel medio o el ciclo polimodal de enseñanza- podrán ingresar siempre que demuestren, a través de evaluaciones que las provincias, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires o las universidades en su caso establezcan, que tienen preparación y/o experiencia laboral acorde con los estudios que se proponen iniciar, así como aptitudes y conocimientos suficientes para cursarlos satisfactoriamente”.
A los 34 años publicó su primera novela, Gitanos: para su bien o su mal (1994), que fue premiada en Italia, y a los 37 la segunda, Ursari (1997). En el 2000 fue fue finalista del Premio Planeta por su obra Leyenda gitana, y luego siguió La extraña soledad de los gitanos; La primera vez que fui a la Bombonera; El aliento negro de los romaníes; El alma de los parias, que cuenta con traducción al italiano y otro premio internacional; y el listado continúa hasta una de sus más recientes creaciones, La alta de color obispo.
Como autor divide su material en dos instancias: las primeras dos publicaciones fueron previas a la carrera, y las demás fueron posteriores a graduarse. “La formación me dio un panorama mucho más amplio, le dio al impulso cierta conciencia, cierta utilización de los recursos, y me obligó a hacer lecturas que yo por mi cuenta no hubiera hecho”, expresa. Cuenta que aunque sus papás no podían leer lo que escribía, siempre lo apoyaron en su vocación, y admite que es algo que muchos le han preguntado. “Como todas las simplificaciones, como todas las generalizaciones, que dan por sentado que puede ser un problema esto o aquello, yo creo que es condenar de antemano, porque eso hacen los prejuicios, y en realidad nunca tuve inconvenientes por lo que elegí, pero sí hay problemas severos con la educación del pueblo gitano”, enfatiza.
“Siempre se cree que el gitano no quiere escolarizarse, que no le gustan los deberes, las obligaciones, y no es así cuando uno se pone a investigar”, sentencia. Jorge nació en 1959, y su generación y la siguiente fueron las primeras que ingresaron a la escuela, luego de un largo listado de obstáculos que hubo que vencer. “Hasta 1960 los gitanos no podían estudiar en la escuela pública estatal, porque por más que no había ninguna ley que dijese que los gitanos no podían ir a la escuela, cuando mis padres fueron a inscribirnos uno de los problemas más comunes era que no había vacantes y era muy difícil porque el mío era un pueblo ágrafo y nómade, con otra cultura, con otras costumbres, y eso no era tolerado por el sistema”, argumenta.
“Todavía hoy es un sistema monista donde la educación no es inclusiva, no es intercultural, cuando la humanidad del mundo cambió y hoy es necesario que todos los chicos que viven en la Argentina no sean sometidos solamente a estudiar historia argentina, literatura argentina y no puedan ver a sus países, que no exista un reconocimiento a sus historias, a sus lenguas; porque existe la ley intercultural bilingüe en todo el país, pero en la Provincia de Buenos Aires no se aplica”, agrega haciendo referencia a una de las ocho modalidades del sistema educativo instaurada a partir de la sanción de la Ley de Educación Nacional N° 26.206/06, que tiene como objetivo garantizar “el respeto por la identidad cultural y lingüística de los pueblos indígenas en un país que se considera pluricultural y multilingüe”.
Explica que algunos escritos ubican la presencia gitana desde 1536, otros en 1870, pero tomando como referencia cualquiera de las dos fechas, lo entristece que no se contemple la presencia de la comunidad, que no exista el reconocimiento como pueblo ni formen parte de la interculturalidad. “Tengo una asociación que se llama Observatorio Gitano, y hace más de 30 años estoy buscando que el Ministerio de Educación inserte unas hojas con nuestra historia, con nuestra cultura, con nuestra situación, para atenuar el choque de culturas, reducir los estereotipos, la discriminación, el racismo y lamentablemente se niegan sistemáticamente”, asegura.
Como docente, enseña un programa curricular ideado y aprobado por el mismo organismo público, convencido de que lo que sucede dentro de las aulas también es una pieza clave para la creación de una sociedad. “Si no aplicas una educación intercultural, ¿cómo se puede combatir la discriminación y el racismo?”, cuestiona. Ejemplifica con el pedido de perdón de la Iglesia Católica al pueblo gitano por los crímenes cometidos desde la Inquisición, y el efecto dominó que generó ese gesto. “Hubo muchísimos asesinatos cometidos por la Iglesia acusando al pueblo gitano de hereje, que es aquel que no cree en la religión oficial, pero por la propia etimología de la palabra también significa ‘el que piensa libremente’, es decir que pensar libremente era un problema”, reflexiona.
A raíz de aquella disculpa pública en cada festividad que se celebra en la Santa Sede contratan músico gitanos, y más adelante Alemania y España siguieron los mismos pasos. Incluso caminando por Madrid ha visto monumentos a artistas de la comunidad, y esos detalles son su motor para seguir luchando. “Carmen y Dolores Chaplin han reconocido que su abuelo Charles era descendiente de gitanos de padre y madre; Elvis Presley era Presler de apellido porque él era gitano alemán, hijo de padres alemanes que huyeron hacia América y ahí él hizo su carrera; Rita Hayworth y muchísimas personalidades gitanas que en su momento han negado la identidad por el racismo y la discriminación”, enumera. Otra de las consecuencias directas de vivir invisibilizados recae en la falta de oportunidades laborales, algo de lo que ha sido testigo.
“Cualquier persona que busca trabajo la tiene complicada, y si es gitano no lo consigue. Por eso la mayoría son cuentapropistas, se dedican al comercio, a la venta ambulante, a la venta de autos, si es que llegan a tener esa posibilidad”, remarca. En este sentido, remite a la responsabilidad del Estado por los reclamos concretos que la comunidad ha acercado sobre el incumplimiento o la violación de sus derechos, sin recibir ninguna solución al respecto. “Las personas tenemos derechos a ser respetados; tenemos derechos y obligaciones, y si no los cumple tiene que ser reprimido con las leyes que existan el país, pero uno no puede ser discriminado porque pertenece a un pueblo, y eso es lo que hay que diferenciar, una transgresión o un quebrantamiento de la ley con el racismo”, distingue.
Con cifras que duelen, pone en números sus preocupaciones en una fecha más que apropiada para poner en agenda problemáticas que considera desoídas. “Les resulta muy difícil escolarizarse, y esto da como resultado que hay un 35% de indocumentados, la misma cifra de analfabetos, porque muchos gitanos que leen y escriben no terminaron la escuela primaria, y así se produce un atraso contundente en el desarrollo del pueblo”, manifiesta. Y sostiene: “Estamos atrapados entre un Estado que no nos da posibilidades, y un sistema patriarcal en el que vive la población gitana que implica que hay alguien que piensa por vos, que toma decisiones por vos y las tenés que obedecer; y los que pudimos romper y atravesar un poco las dos corazas, estamos a los gritos tratando de que entiendan que no se puede convivir con esta injusticia que hace daño”.
En las cátedras enseña un plan de estudios confeccionado por el Ministerio de Educación, y considera que habría que hacer algunos cambios en pos de una actualización del crisol de culturas. “No estamos contemplados ni nosotros ni los inmigrantes; debería haber un espacio para los inmigrantes también porque en todos lados hay gente de muchísimos otros países y tienen derecho a cultivar la cultura con la que vienen, con la que llegan, no tiene que haber un lavado de cerebro con respecto de su cultura, de su procedencia, para poder vivir en otro suelo”, advierte. Convencido de que las identidades son múltiples, y que dejaron de ser planas y únicas, plantea que el efecto negativo es doble en la discriminación y la xenofobia, ya que afecta ambas direcciones, víctima y victimario.
“El que discrimina también es un pobre tipo, porque se le acabaron los recursos y cree que el otro con su música, con su idioma, con su baile, con su vestimenta, el que le está jodiendo la vida y la verdad es que la vida se la jode él mismo, porque el otro tiene derecho a andar como quiere, siempre y cuando cumpla las leyes del país donde viva”, expone. A modo ilustrativo se lamenta cuando presencia que alumnos de la comunidad boliviana dicen que son jujeños y los estudiantes paraguayos aseguran ser de la provincia de Misiones. “Eso es muy malo porque es pegarle directo en la identidad, y un chico no puede avergonzarse y negar sus raíces porque tiene miedo al verdugueo de los otros chicos, y los otros saben que están mintiendo, pero celebran haberlos doblegado”, lamenta.
La conversación cada vez se adentra más en la historia de la comunidad, y Nedich rememora uno de los hechos que más lo marcó por los testimonios que fue recopilando. “En 1945 fue el juicio de Núremberg, donde el fiscal general Robert H. Jackson dijo que él no estaba ahí para defender a los gitanos, y que los 500.000 gitanos que fueron asesinados en los campos, en las calles, en los montes, porque salían a cazarlos con la ayuda de los vecinos, que todas esas muertes no fueron racismo ni persecución racial, sino que fueron eliminados porque eran delincuentes comunes”, explica con indignación.
“Hablamos de 500.000 que pasaron como ‘delincuentes comunes’, y entonces no hubo condena. Eso fue terrible porque habilitó que en todo el mundo siguiese la matanza de gitanos con la condición de que son delincuentes comunes, que fueron asesinados como tales, y siempre se les inventaba un delito cuando se ejecutaba un gitano”, sostiene. En Argentina también hubo un suceso cargado de angustia e impotencia que se dedicó a investigar. “En la primera presidencia de Juan Domingo Perón, que él asume en 1946, ocurre una quema de carpas; hubo varias, principalmente en la provincia de Buenos Aires, y nunca supimos cuánta gente murió incinerada, porque había gitanos que no dejaron las carpas, otros que huyeron y los chicos fueron secuestrados, internados en los orfanatos, y dados en adopción”, asegura.
“Como no hay datos ni registros de nada de eso, solamente el registro oral que pude rescatar, porque muchas de la gente que vivió eso ya falleció, tenemos estimados, y creemos que fueron más de 5000 chicos que fueron secuestrados de la comunidad; tampoco sabemos cuántos fueron recuperados a través de recursos jurídicos”, confiesa. Supo, además, que actualmente hay más de 1700 alumnos que obtuvieron la beca Manuel Belgrano -programa que busca promover la finalización de estudios de grado en nueve áreas de política pública consideradas claves para el desarrollo económico y la igualdad social- dicen ser descendientes de gitanos. “Me pregunto qué hubiese pasado si en vez de actuar de esa manera, se educaba, se le daba acceso a la educación, a la vivienda, al trabajo, a la salud, como a cualquier otro ciudadano, ¿cuántos gitanos profesionales insertados en la en la sociedad tendríamos hoy?”, reflexiona.
En un balance general de todo lo que ha intentado aportar siendo fiel a sus raíces, confiesa que por momentos siente una ambivalencia que no lo deja tranquilo. “Me duele mucho el país porque tengo 64 años, 12 libros publicados, nueve más por salir y siento que hice un movimiento enorme y al mismo tiempo no hice nada, esa es la sensación que tengo”, se sincera. Y enseguida aclara: “Estoy conforme con mi cabeza, pero no con lo logrado y me parece que a muchos argentinos les pasa lo mismo, mucha gente que trabajó muchos años de su vida y de repente pierde todo, o se queda en la calle y tiene que vivir degradándose; me parece que nuestros dirigentes están mirando para otro lado y nosotros reclamamos poco”.
Los últimos minutos de la charla están cargados de una palabra que se repite, “ojalá”, un símbolo de no despojarse de la esperanza aún cuando lo invade la desazón de mejoras que todavía no llegan. Le sigue concepto de “cambio”, con un nexo directo a la importancia de la participación ciudadana y la acción colectiva. Nedich sigue firme en su compromiso, tanto en los testimonios que recopiló en sus investigaciones para el Observatorio Gitano como con su pluma en cada obra, y después de tantos siglos sin registros continuos, nadie podrá quitarle las palabras que dejó selladas en cada una de sus publicaciones. Y por supuesto, para quien desee conocer la esencia del hombre detrás de la firma, él mismo les recomienda leer alguna de sus novelas, el reflejo más fiel y menos sesgado de su alma.
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