A 30 años de Propuesta Indecente, el film que hizo que las parejas se hagan la pregunta más incómoda

¿Aceptaría una pareja un millón de dólares para que la mujer pasara una noche con otro hombre? Esa fue el argumento principal del film. Roberto Redford tentaba al matrimonio que formaban Demi Moore y Woody Harrelson. Las disputas en el set de filmación y las negociaciones para filmar las escenas de sexo

En la película, al principio, todo es perfecto. El arquitecto es un artista, ella es de una belleza que desarma, la pareja no tiene la menor desavenencia y el millonario es Robert Redford (Paramount Pictures/Getty Images)

Hace 30 años, el 7 de abril de 1993, se estrenaba Propuesta Indecente. El director fue Adrian Lyne que había provocado grandes polémicas, que se habían reflejado en la boletería, con Flashdance, Nueve Semanas ½ y Atracción Fatal. Sus proyectos prometían buenas dosis de sexo y discusiones. A eso se sumaba un elenco con la actriz del momento, un galán ya clásico y un actor ascendente. Y, en especial, un gancho que conmovió a la opinión pública. La premisa de la película llevó multitudes al cine. Monopolizó, también, durante algunas semanas, los debates de los medios. En muchas mesas se debatió la cuestión.

¿Aceptaría una pareja un millón de dólares para que la mujer pasara una noche con otro hombre?

Ese era el tag line de Propuesta Indecente. Y ese fue el gran anzuelo que la convirtió en la sexta película más taquillera de 1993.

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La pregunta que sobrevolaba en la cabeza de los espectadores: ¿Qué serías capaz de hacer por un millón de dólares?

La pregunta del millón de dólares

En la película, al principio, todo es perfecto. El arquitecto es un artista, ella es de una belleza que desarma, la pareja no tiene la menor desavenencia y el millonario es Robert Redford.

El matrimonio en el que todo es idilíco sólo tiene un flanco débil: atraviesa una mala época en sus finanzas. Él necesita 50.000 dólares para terminar su casa soñada y ella que se dedica a venir propiedades hace meses que no cierra ninguna transacción (Paramount Pictures/Getty Images)

El matrimonio en el que todo es idilíco sólo tiene un flanco débil: atraviesa una mala época en sus finanzas. Él necesita 50.000 dólares para terminar su casa soñada y ella que se dedica a venir propiedades hace meses que no cierra ninguna transacción. Tienen una idea que les parece genial. Ira a Las Vegas, apostar sus ahorros y conseguir el dinero que les falta. Empiezan bien pero el casino siempre gana. Se cruzan con el millonario que les hará la propuesta indecente después de discutir (sólo un eufemismo) si todo se puede comprar o si hay cosas que no tienen precio. Ellos deciden que la pareja es tan sólida que nada la puede afectar, menos una noche de sexo pasajero.

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Robert Redford está encantador, elegante, luce sofisticado y la actuación es bastante contenida (casi hasta el punto de no actuar). Pero el casting parece un gran error. John Gage, el personaje que interpreta el ícono de Hollywood, no se parece a esos multimillonarios ancianos, ajados, sin ningún atractivo físico que desbordan en las páginas de la Forbes cuando cataloga a los 500 con más dinero en el mundo. Gage es un blend, la combinación exacta de Gatsby, James Bond y un galán más grande que la vida real, alguien, casualmente como Redford. Gage, también, es manipulador, ambicioso y seductor.

Gran parte del dilema se disuelve bajo su estampa perfecta. Tanto es así que los chistes que circularon en la época tenían como eje la falta de esfuerzo que tenía que hacer una mujer (y hasta la mayoría de los hombres heterosexuales) para pasarla bien durante unas horas con Redford. La pregunta inicial se transforma, entonces, en si alguien está dispuesto a dormir con Robert Redford (el de 1993) y cuando a esa premisa se le agrega la fórmula por un millón de dólares, todo se termina de volver ridículo.

Hay una prueba cabal de lo mala y artificial que es la película. Pese a su éxito y a su recaudación millonaria, nadie recuerda ni una escena, nunca más se discutió alguna de sus instancias artísticas

El arranque de la tentación

“Perdoname ¿Te molestaría prestarme un rato tu mujer?”, eso es lo primero que le dice el millonario al joven arquitecto. La propuesta, por el momento, no es deshonrosa. Está jugando en el casino, apostando una fortuna, y quiere que la mujer despampanante bese los dados. Es también una señal, una muestra, de lo que hace el guión todo el tiempo: anticipa todo lo que va a pasar.

Hay una prueba cabal de lo mala y artificial que es la película. Pese a su éxito y a su recaudación millonaria, nadie recuerda ni una escena, nunca más se discutió alguna de sus instancias artísticas. Todo es artificio, un larguísimo clip publicitario que pretende ser sexy pero resulta absolutamente anodino, frígido, y que intentó ser elegante y sofisticado y es vulgar y banal. Es como una parodia de una película de Adrian Lyne.

A eso se le suma que plantea un falso dilema. Y para colmo lo resuelve hasta de manera tramposa. Todo se ve venir, cada movimiento. Pasa un tsunami por la vida de los personajes y más allá de algún malestar temporario, nada les sucede. No se transforman, siguen siendo igual a ellos mismos, a esos arquetipos tontos y sin tridimensionalidad del inicio de la película.

Adrian Lyne no deja que el humor se filtre. Aparece en pocas ocasiones y los únicos que lo tienen permitido son los personajes secundarios. Él deja un pequeño rastro de sarcasmo, casi una venganza: en una escena se ve la cubierta del libro Backlash de Susan Faludi, una autora feminista que había atacado sus trabajos anteriores y que destrozó Propuesta Indecente tras su estreno. El resto es todo solemnidad e impostada intensidad.

Desde el pedido del préstamo inicial para el beso de dedos hasta la resolución pasando por la propuesta del millón de dólares, todo se reduce a una transacción entre los dos hombres. El personaje de Demi Moore es casi un objeto decorativo (Paramount Pictures/Getty Images)

Ella no decide (casi) nada. Ni siquiera volver con el marido. Porque, conociendo el amor de ella por él, cuando comprende que nunca lo va a querer a él de esa manera, el millonario le hace creer que la abandona, que ella es parte de una serie de mujeres compradas, para que regrese a los brazos de su verdadero amor. Ni siquiera eso le dejaron los guionistas a la mujer. Desde el pedido del préstamo inicial para el beso de dedos hasta la resolución pasando por la propuesta del millón de dólares, todo se reduce a una transacción entre los dos hombres. El personaje de Demi Moore es casi un objeto decorativo.

El libro en el que se basó el film

La película se basó en una novela de Jack Engelhard. En la novela –tampoco un dechado de virtudes narrativas- había, al menos, tensión racial y religiosa. El millonario era árabe y el esposo de la mujer por la que se ofrecía el millón de dólares era israelí, descendiente de sobrevivientes de los campos de concentración. En el libro todo el tiempo hay enfrentamientos entre opuestos.

El proyecto original contemplaba que el matrimonio estuviera compuesto por Tom Cruise y Nicole Kidman (se reservaron con buen criterio para Stanley Kubrick y Ojos Bien Cerrados) y que el millonario fuera Warren Beatty.

Para el papel del arquitecto soñador que se transforma en un celoso retroactivo, se barajaron todos los nombres posibles. Desde John Cusack hasta Charlie Sheen, de Johnny Depp a Tim Robbins fueron propuestos y considerados para el rol de David Murphy. A Lyne no le gustaba Woody Harrelson, creía que no era el adecuado. Pero cambió de opinión al ver esa excelente película sobre un dúo de básquet callejero que es Los Blancos no la Saben Meter (White Men Can´t Jump).

Demi Moore venía de protagonizar Cuestión de Honor con Tom Cruise y Jack Nicholson, luego del surgimiento explosivo con Ghost. Esta película la terminó de confirmar como una de las súper estrellas de la primera mitad de los noventa. Su apogeo fue breve pero intenso.

Se supo después que la actriz y el director se pelearon con frecuencia en el set. Y que Woody Harrelson debió mediar en varias ocasiones (Paramount Pictures/Getty Images)

Demi Moore, la estrella

Para hacer Cuestión de Honor, Demi se sometió a un riguroso entrenamiento para encarar a esa joven militar. Al finalizar el rodaje continuó con la actividad física. Su obsesión hizo que la rutina se transformara en una adicción. Cada día se levantaba más temprano para entrenar. Su físico se fue transformando.

Este nuevo proyecto la obligaba a mostrar su cuerpo. Tenía varias escenas de sexo y desnudez. El trabajo se incrementó. “En un momento sólo podía pensar en una cosa: mi cuerpo. Mi cuerpo. Mi cuerpo. Eso era lo que repetía en mi mente”, escribió Demi Moore.

En la prueba de vestuario de Propuesta Indecente, Adrian Lyne, mientras le ponían el vestido de Thierry Mugler (que luego generó muchas imitaciones) que el personaje de Redford le regala, le dijo a los gritos que él había contratado a una mujer hermosa y sensual y no a alguien con el físico que mutaba al de un hombre. Al día siguiente, alguien de la producción se comunicó con el representante de la actriz y le informó que le exigían que aumentara entre 4 y 5 kilos. Demi protestó. Hubo reunión entre ella, el representante y el director. Lyne no modificó su postura ni permitió que ajustaran el vestido: debía entrar en el que se había diseñado originalmente.

En sus memorias, Demi se quejó de esta situación pero narró cómo esta adicción al ejercicio y al cuidado del cuerpo empeoró con los siguientes proyectos que implicaron una gran exposición física como Striptease y G.I.Jane.

La crítica demolió la película. Pero eso no importó. Todo el trabajo lo había hecho un casting atractivo, el gancho y un muy buen tráiler (Paramount Pictures/Getty Images)

Se supo después que la actriz y el director se pelearon con frecuencia en el set. Y que Woody Harrelson debió mediar en varias ocasiones. Redford se mantenía apartado, tal vez preguntándose por qué había aceptado ese proyecto.

La negociación por las escenas de sexo

Respecto a las escenas sexuales, Demi y el director llegaron a un acuerdo que quedó asentado en el contrato de la actriz. Lyne no iba a tener limitaciones durante el rodaje, podía filmar las escenas que quisiera y hacer los planos que creyera indispensables, sin que Demi pudiera objetar. Pero ella se reservaba el derecho a decidir que se sacaran del corte final si en la sala de montaje le parecían gratuitas o demasiado invasivas. Cuando Demi Moore vio la película terminado, no solicitó que cortaran ninguna escena.

Woody Harrelson tuvo bastantes problemas para filmar las escenas sexuales. Era amigo de Demi y también de Bruce Willis, su esposo. “Fueron muy exigentes e intensas. El director quería mucha acción. Y esas escenas son de mucha carne. Al fin y al cabo estamos desnudos. No sé si Demi se excitó, pero yo…”. Contó que tuvo muchas discusiones consigo mismo por la amistad que lo unía al matrimonio y, en especial, porque no quería que Bruce Willis lo empezara a correr la primera vez que se vieran.

Siguiendo con el tema habría que recordar que Robert Redford tuvo un doble de cuerpo célebre, un actor muy reconocido. Pero, convengamos, que de otro género. El doble de Redford fue Randy West, un célebre actor porno.

Woody Harrelson tuvo bastantes problemas para filmar las escenas sexuales. Era amigo de Demi y también de Bruce Willis, su esposo (Paramount Pictures/Getty Images)

La crítica demolió la película. Pero eso no importó. Todo el trabajo lo había hecho un casting atractivo, el gancho y un muy buen tráiler que con Sade cantando de fondo No Ordinary Love plantea la situación apoyado en la seducción calma y enigmática de Redford.

En la revista El Amante, Gustavo Noriega escribió: “Los distribuidores del film decidieron sabiamente centrar la publicidad en una pretendida polémica y no en los valores cinematográficos del mismo. Lo bien que hicieron ya que estos no existen”. Janet Maslin, del New York Times, pasea su sarcasmo demoníaco por todo el análisis y concluye que mucho de lo que sucede en pantalla se explica cuando en los créditos figuran tres encargados de vestuario y un solo guionista.

Las malas críticas no influyeron demasiado. Se transformó, con un gran gancho y una adecuada campaña de marketing, un fenómeno cultural, un hecho pop, que se fue motivo de conversación permanente en las semanas de su estreno.

Treinta años después, Propuesta Indecente es un recuerdo difuso. Una polémica medio de plástico, artificial, y muy añeja, que se volvió sepia. Una película recordada sólo por su premisa. Envejeció mucho y mal. Tanto que ni siquiera se convirtió en un placer culpable ni en consumo irónico.

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