El disparador no fue una conversación puntual con una madre sino una trama que Magela escuchó una y otra vez. Madres que ya no hablaban del clásico “padre abandónico” -el que “se borró” completamente, incluso desde el embarazo-, sino de otro tipo de padres: los “padres intermitentes”. También hablaban de abandono, aunque de una forma de abandono más sutil.
“Padres intermitentes son los que a veces están y a veces no, que aparecen y desaparecen, y nadie sabe cuándo van a volver”, explica a Infobae Magela Demarco, que es madre, periodista y escritora de cuentos infantiles.
“Esta intermitencia es terrible para las madres pero sobre todo es muy angustiante para los chicos, tanto que muchas veces se culpan: ‘¿Por qué papá dijo que venía y no vino?, ¿habré hecho algo mal yo para que no quiera estar conmigo?’”, sigue.
En los libros que Magela venía escribiendo ya se veía la distancia con los cuentos infantiles tradicionales. De hecho, venía de publicar en varios países “Sola en el bosque”, un cuento que intenta ayudar a las niñas y a los niños víctimas de abuso sexual a romper el silencio, a hacer visible ese llanto silencioso. En esa historia sí hay un lobo feroz, pero está en casa y disfrazado de humano.
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Empujada por los relatos de esas madres, Magela escribió “Un papá intermitente”, editado por La Brujita de Papel.
“Marita tiene un papá ‘intermitente’. Como yo no entendía qué quería decir esa palabra, se lo pregunté: ‘Es un papá que a veces está y a veces no, que aparece y desaparece, que se prende y se apaga’, me explicó. ‘Como las lucecitas del árbol de Navidad’, le dije yo”.
Las que le ponen palabras a ese sentir son dos amiguitas pero también lo hacen las ilustraciones de Caru Grossi. En esas páginas, cuando el padre está “apagado”, la niña es más pequeña que un insecto. La ausencia es tan enorme y ocupa tanto espacio que está representada por un elefante que llena toda la habitación.
La trompa del elefante presiona sobre su panza y representa ese nudo: el dolor que siente y para el que no encuentra palabras. Por ahí, apenas perceptible, un papá va cayendo en paracaídas: nadie parece saber ni dónde va a aterrizar ni cuándo.
“Son, por ejemplo, los papás separados que prometen y no cumplen, los que les dicen ‘tal día te paso a buscar y vamos a comer’ y después no aparecen”, explica la escritora. “Para un chico eso es sumamente angustiante”. Angustiante, en principio, porque no se sienten suficientemente importantes.
“Las madres viven esa angustia, no saben qué decirles y tienen grandes discusiones con sus ex parejas por esto. Sé que muchas les dicen ‘no le prometas que vas a venir, prefiero que aparezcas sin avisar, pero que no se pase el día esperándote’”, sigue la autora del libro que en marzo fue seleccionado para estar en el stand de Argentina en la Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia, Italia.
Así como para el cuento sobre abuso sexual en la infancia la autora tuvo la asesoría del Servicio de Salud Mental del Hospital Materno Infantil San Roque de Paraná, Entre Ríos, “Un papá intermitente” tuvo la guía de la Licenciada en Educación, Ivana Rugini.
“Cuando los padres están separados y está estipulado que unos días están con uno y luego con el otro, el niño tiene un orden. Pero con los ‘padres intermitentes’ ese orden no existe y eso trae mucha confusión”, explica a Infobae Rugini.
Hasta el padre “abandónico” que desapareció completamente genera menos confusión: no estuvo, no está ni estará, nadie lo está esperando con la mochila en la espalda.
En cambio, el que aparece ocasionalmente (un sábado para ir a fútbol, pero si llueve, no; al que le tocaba venir el viernes pero justo se le complicó) genera en los hijos “mucha ansiedad, es decir, una enorme incertidumbre por el futuro”, sigue.
“Esto pasa mucho, por ejemplo, en parejas que se separan y el papá forma otra familia y tiene más hijos, con los que convive. Esto que llamamos ‘familias ensambladas’. El niño compara ‘¿por qué está tanto con los otros hijos y conmigo no?’”.
Magela escribió en el cuento sobre cómo los hijos muchas veces creen que es su culpa.
“Uno de esos días de abrazos silenciosos Marita preguntó: ‘¿Habrá algo malo?’, ‘¿Eh?’, dije yo. ‘¿Habrá algo malo en mí que a papá lo hace aparecer y desaparecer? (...) Y ahí la mamá de Marita, que ‘justo’ nos escuchó, dijo: ‘Nada está mal en los niños. Somos los adultos que a veces tenemos algún patito desorientado en la cabeza’. Con Marita nos miramos y nos empezamos a reír. Creo que las dos nos imaginamos al patito”.
El cuerpo
Si tantas veces a los adultos nos es difícil encontrar palabras para lo que sentimos, más difícil puede ser para los hijos pequeños.
“Por eso muchas veces somatizan y las señales pasan por el cuerpo”, dice la licenciada en Educación. “A veces cuando hay otitis a repetición podemos pensar ¿qué no puede escuchar? Cuando hay anginas a repetición, ¿qué no puede decir? A veces los chicos dicen que tienen un nudo en la panza y no pueden comer, otras veces devoran. El cuento ofrece recursos para canalizar todas esas emociones, son cuentos que sanan”.
Son chicos que suelen sufrir en silencio. “Uno los ve y están apichonados, tal vez están en el colegio y se preguntan ‘¿por qué a fulanito lo viene a buscar todos los días el papá y se van a tomar un helado y yo no sé ni cuándo lo voy a ver?’”, agrega.
Magela es también periodista y sabe que el tema tiene un contexto amplio. “Las cifras oficiales muestran que 7 de cada 10 padres separados no pagan la cuota alimentaria”, señala. El dato es actual y surge de una investigación que presentó en marzo el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires.
“Es un dato terrible, no solamente por lo que significa en lo económico. Si no aportan plata, imaginate lo emocional: el estar, el cuidar, el día a día”, piensa. La intermitencia entonces también aparece ahí: algunos pagan a veces y algunas cosas, la frase es “este mes tengo, este mes no”.
En ese contexto están las madres que, además de estar sobrecargadas porque se ocupan de todo (o casi), sienten que tienen que “cubrirlos” o justificarlos para evitarles el dolor a los hijos.
“A la mamá que queda a cargo de esta criatura le recomendaría que pida ayuda profesional para no avalar la actitud de este papá que no está, o que viene y se va, para no confundir más al chico. Ese ‘¿pero por qué no vino?’ se lo va a tener que preguntar al papá el propio niño, pero cuando tenga la edad adecuada. Uno, cuando pregunta, tiene que poder soportar la respuesta”, dice Rugini.
Y cierra: “Y a ese papá, que si no cumple su rol de padre más que padre es progenitor, le pediría conciencia, porque con esta intermitencia le está ofreciendo a ese hijo un modelo de poca responsabilidad. Este hijo va a criarse así: ‘¿Puede comprometerse con las tareas de la escuela? Hoy sí, mañana no. ¿Con un trabajo? Hoy sí, mañana no. ¿Con una pareja? Hoy sí, mañana no”.
¿Abandona entonces sólo el padre que no se hizo cargo de nada y desapareció o desligarse del día a día es, también, una forma sutil de abandonar derechos y obligaciones?
Rugini levanta las cejas y cita el concepto de “paternidad inepta”. “Es decir, padres que no tienen conexión emocional con sus hijos, que ignoran sus sentimientos, ‘dale, ya sos grande, hoy no puedo ir, andá solo’, o responden con el castigo ‘si no dejás de llorar te prohíbo…”.
El foco de la historia no está puesto, sin embargo, en ese papá ausente sino en cómo hace la protagonista, que no puede cambiar lo que le pasa, para transitar esa tristeza y esa bronca. Y ahí es donde aparece la idea de “usar el arte para sacar afuera todos los sentimientos que nos angustian y evitar que nos enfermen”.
El cuento parece haber venido a ofrecerles palabras a esos chicos, pero ¿sólo a ellos?
“Hace poco una maestra me escribió para decirme ‘gracias por esta historia, se la voy a leer a mis alumnos’”, se despide Magela. “Después me puso: ‘Este libro es lo que hubiese necesitado yo 20 años atrás, cuando mi papá me dio un beso, me dijo ‘mañana vengo’ y no volvió nunca más”.
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