Alejandra “Locomotora” Oliveras nació en El Carmen, al sur de la provincia de Jujuy, pero al año y medio migró con su familia a Córdoba. De ahí la tonada, esa manera casi cantada de hablar. Divertida, verborrágica. La Locomotora te saca una sonrisa, aunque lo que cuente no parezca ni un poquito el guión de una comedia.
—¿Qué recordás de tu infancia?
—Mi infancia fue dura pero muy linda. Podés decir ¿pero cómo? Si te cagaste de hambre, si vivías con alpargatas y no sabías lo que era un par de zapatillas, comías polenta. Pero hubo mucho amor. Y el amor es todo. Es el motor que te moviliza a darle para adelante, a no sentir dolor, a perdonar, a luchar, a quererte, a cuidarte, a cuidar a los demás, es el arma, es la fuerza. El amor es la fuerza invencible.
—Sos la cuarta de siete hermanos y tuviste que trabajar en el campo desde muy chica.
—Sí. Tuve que aprender a trabajar a los siete años manejando un tractor en el campo. Con mi papá y mis hermanos sufríamos por tener un solo plato de comida al día, una vivienda con techo de chapa y un montón de agujeros. No teníamos cama, dormíamos en un colchón en el piso. Hacíamos fuego a veces para comer y nuestra taza era la lata de arvejas abierta que después de comerlas la usábamos para tomar el mate cocido. Lo que no me olvido nunca era lo rico que era ese mate cocido. Tan rico. Mi infancia soy yo. La misma Locomotora que está ahora sentada hablando con vos es esa niña que a pesar del dolor y de los golpes de la vida siempre venció, siempre ganó. ¿Por qué? Porque luché, porque soñé, porque sabía que la vida es maravillosa y que todo lo que te pasa son desafíos para darle para adelante.
—¿Pudiste estudiar?
—Estudié en la primaria. Siempre lo cuento porque es algo tremendo lo que me pasó, muy injusto: yo me merecía la bandera porque me encantaba estudiar y porque era la mejor, lejos. Pero por ser pobre no me dieron la bandera. La maestra me hizo pasar al frente de todos los alumnos y dijo “¿A ustedes les parece que esto puede ser una abanderada?” Yo estaba con las alpargatas de siempre, con el guardapolvo que usaba desde hacía años y me faltaban botones, despeinada por supuesto porque llegaba del campo llena de tierra y me iba a la escuela. Pero la pobreza no tiene nada que ver con la inteligencia. La gente que tiene mucho dinero no significa que sea inteligente. Hay muchos talentos en los barrios, hay muchos talentos en las villas. El tema es que nadie les dice: “Cree en vos”. Nadie alimenta esa autoestima. En la escuela te enseñan aritmética, Lengua, Geografía, ciencias, pero no te enseñan a quererte, a cuidarte, a saber que vos podés. Yo terminé la primaria y empecé el secundario, pero dejé cuando quedé embarazada.
—¿Fuiste mamá a los 15 años?
—Fui mamá a los 15 años. A los 14 iba al secundario, me enamoré, quedé embarazada, me fui con él, me junté y dejé la escuela.
—¿Era mayor que vos?
—Sí, era mayor. Él tenía 28 años y yo tenía 14. Estaba enamorada. Ojo, no estoy a favor de que las personas anden con menores. Pero yo en ese momento decidí estar con él y a los 15 años tuve a mi primer hijo.
—En Argentina hay un porcentaje muy grande de nenas y adolescentes que están casadas o conviviendo con hombres 10 o 15 años más grandes. Estas uniones tempranas tienen directa relación con la maternidad en la adolescencia, con el abandono escolar, la feminización de la pobreza, muchas veces también con situaciones de violencia. Hoy que sos adulta, ¿qué pensás de ese primer vínculo?
—Estoy muy feliz con mi hijo mayor. El otro fue de otro papá y yo ya tenía 18 años. Pero era una niña, y una tiene que vivir la niñez y la adolescencia con lo que trae cada etapa. Yo me perdí una gran etapa de mi vida. No me arrepiento porque en realidad elegí, y si me hubiese tocado ser mamá cuando era boxeadora quizás no hubiese llegado tan lejos. Pero no le aconsejo a nadie que a los 14 años sea mamá. Al contrario, a todas las niñas y a todas las adolescentes les digo que estudien, que entrenen, que ya va a haber tiempo para el novio, que una tiene que tener la conciencia bien madura para elegir y decidir.
—Además de ser mayor, fue violento con vos.
—Sí, cuando me junté con él descubrí que ese príncipe azul desapareció. Se transformó en un monstruo. Era una basura. Me pegaba por todo. Me pegaba porque no le gustaba el puchero, me pegaba porque no hacía un gol si iba a jugar a la pelota. No podía siquiera mirarlo malo o respirar de alguna manera porque me pegaba. “¿Qué me miras? ¿Por qué respiras así?” Era un infierno. Las mujeres que han sufrido violencia y que sufren, lo saben. Por eso les digo “Salgan de ahí ya”. Así tengan cuatro hijos, cinco hijos, así te mantenga. Mantenete sola, golpeá puertas, una puede salir adelante sola. Y además no estás sola. Golpeá puertas, amigas, familias, alguien te va a ayudar. Pero no podés vivir ese infierno porque te va a matar. Una persona que te pega, no te quiere, no te ama. Te odia. Y te destruye, porque saca su propio odio con vos. Entonces, ni un solo día, ni una sola cachetada. Hay que separarse, hay que irse. No denunciar y volver, irse de ese lugar para siempre.
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—¿Cómo fue tu proceso?
—Era muy inocente, muy niña, yo creía en el amor y no sabía en realidad ni qué era el amor. Aguanté. Hasta embarazada me pegaba. Cuando nació nuestro hijo, tenía 10 días y lloraba como cualquier niño, él no aguantó y le pegó. Y cuando le pegó le dejó toda la mano marcada en la espaldita y en la cola del bebé. Le grité asesino y me cagó a palos otra vez. Ahí dije “esta es la última”. Prefiero estar muerta pero no seguir así. Y también dije “Te la voy a devolver, yo también puedo pegarte, yo sé que puedo, yo sé que tengo fuerza”. Quería que él sintiera lo que yo sentía. Ese miedo, ese terror, ese dolor, esa angustia.
—¿Qué hiciste?
—Empecé a entrenar. En realidad vos peleas contra el propio miedo, no contra la otra persona. Lo que te paraliza es el miedo. Empecé a hacer gimnasia. Yo siempre me imaginaba que era Mike Tyson. Soy fanática de Tyson. De chiquita miraba sus peleas. Y bueno, empecé a hacer sombra, flexiones. La primera vez, hice cuatro. A los dos o tres días ya hacía seis, y varias veces abdominales. Una mañana abrió la puerta y vino a pegarme. Se lo vi en la mirada. Entonces hice un paso para atrás y le mandé una derecha acá en la boca, en la pera, que cayó. Cayó porque la fuerza me salió del alma, del corazón. Le pegué, cayó, agarré a nuestro hijo, me fui y no volví nunca más. Yo creo que volví a nacer, tal vez hoy no lo podría estar contando. Porque sufrir violencia de género, que te peguen, que te ahorquen, que sientas que te morís y tener tanto miedo… de verdad que nadie merece eso. Nadie, nadie, nadie, nadie.
—Por tu historia, por lo que viviste ¿qué te pasa cuando lees que en Argentina hay casi un femicidio por día? Se avanza en políticas públicas, pero los números de los femicidios no bajan.
—Para mí no hay avances en política. En vez de hacer más cárceles, deberían hacer más gimnasios sociales para que las mujeres aprendan a defenderse. Y no es una guerra contra los hombres, al contrario. A una niña en vez de regalarle una muñeca para que aprenda a ser mamá, mandala a entrenar así sabe que tiene fuerza, que tiene un cuerpo, que no existe el sexo débil. Se le levanta la autoestima. Va a quererse, porque al entrenar te estás cuidando. Y si te cuidas te querés, y si te querés no permitís que nadie te lastime. Deberían enseñarles a las mujeres a defenderse, a entrenar. Al entrenarte, al hacer gimnasia (sea fútbol, básquet, tenis, boxeo), te empezás a querer porque estás cuidando tu cuerpo. Así luchas también contra la obesidad, contra las drogas. El que entrena no se droga, no fuma, no comete excesos de alcohol. El deporte es salud, el deporte es educación. Si todas las mujeres del mundo entrenaran, no existirían los femicidios.
—Sos mamá de dos varones. Los criaste sin el acompañamiento de sus progenitores. ¿Cómo se cría a dos varones en una cultura que tiene fuertemente arraigada la idea de que los hombres están por encima de las mujeres?
—Les enseñe que ellos tienen que valorar y respetar a la mujer porque somos seres iguales, seres humanos. Yo me metí en un gimnasio donde era la única mujer y me cagaban a palos para que no vuelva y yo volvía. Y al cabo de seis meses, ocho meses, un año, yo cagaba a palos a los de mi mismo peso. Ahí me empezaron a respetar. Y mis hijos vieron todo eso. Vieron que yo le ganaba la pulseada a cualquier varón. Vieron que yo los superaba. Ellos vieron la igualdad en mí. ¿Cómo van a ser machistas?
—¿Cómo congeniaste la maternidad con tu profesión? Porque además fuiste amateur durante un tiempo…
—Mis hijos aprendieron a cocinarse a los cuatro años. Yo tenía que trabajar todo el día para poder comer, darles de comer a ellos y entrenar. Me hice instructora, personal trainer, y trabajaba en cinco gimnasios. Con eso, sobrevivíamos. Entrenaba todos los turnos de boxeo, por eso me transformé en la mejor del mundo. Yo entrené más que nadie en el mundo. Nadie puede soportar tantas horas de entrenamiento y de trabajo. Hacía cinco horas de clases de gimnasia con mis alumnos, con pesas en las manos, con tobilleras, miles de abdominales. Más, todo el entrenamiento de boxeo. Me transformé en un súper héroe. Por eso los músculos, por eso nunca me noquearon, nunca me sangraron la nariz, por eso tengo la cara intacta después de casi 100 peleas entre amateur y profesional. Pero mis hijos tuvieron que aprender a cuidarse solos.
—¿Cuál fue tu red de cuidados?
—Mi mamá, mi papá y mi hermana. La familia me ayudó mucho. Y mis hijos también estuvieron un tiempo solos, porque nos fuimos a vivir dos años a Junín, en la provincia de Buenos Aires, y ahí no estaba mi familia. Iban a la escuela, salían, se cocinaban, yo volvía a la noche y ellos ya me tenían preparada la comida. Estaban bañados. Les enseñé que había que madurar, como yo maduré de golpe de chica. No los mandé nunca a trabajar. Jamás. Pero sí tenían que limpiar la casa, tenían que ayudarme, tenían que ser los hombrecitos de la casa, los dos. Se cuidaron mucho. Fueron inseparables. A mí me fortaleció eso. A veces a una le duele no poder ir a un acto escolar, cuando no podés festejar una Navidad. Yo me tenía que acostar a las nueve o diez de la noche, porque me levantaba a las cuatro de la mañana para correr. Son muchas cosas que perdí, pero una apuesta a un sueño y siempre que vas por algo, perdés un montón de cosas. Cuando tomas una decisión, perdés y ganas. Pero era un sueño tan grande.
—¿Tu sueño era ser boxeadora profesional?
—Sí. Mi sueño era ser boxeadora profesional. Representar a la mujer. Y saber hasta dónde podía llegar. Quién era la Locomotora en realidad. Por eso, cuando se presentó la oportunidad del título mundial apenas tenía siete peleas solamente en los barrios, no me conocía nadie, nunca había peleado por televisión, pero dije “Sí, voy a ganar”. Me pasó lo mismo con el segundo cinturón, con el tercero y el cuarto, que tuve que subir ocho kilos y enfrentarme con una bestia: “La Roca”. Una colombiana, que es militar además de boxeadora. Noqueadora encima. Al tener más peso, ser más alta, más grandota, y yo tan chiquitita, me podía matar de un golpe. Pero dije “le voy a ganar”. Quería saber quién era yo.
—¿Por qué elegiste llamarte “Locomotora”?
—“Locomotora” porque voy para adelante, porque soy de acero, fuerte, de fierro. Y porque la locomotora es inmortal. Hay locomotoras en todas partes del mundo y nunca se van a extinguir.
—Conseguiste seis títulos mundiales. Los mismos títulos que el reconocido ex boxeador Floyd Joy Mayweather. Pero vos los ganaste por knock out.
—Seis títulos mundiales. Cinco títulos mundiales en diferentes pesos. Mayweather tiene cinco cinturones mundiales, es pentacampeón en diferentes categorías. Yo mis títulos los gané por knock out. Mayweather los ganó por puntos. Y no es lo mismo goleada, que penales. Soy la mejor del mundo porque me reconoció el Récord Guinness. En 2013 gané mi primer Récord Guinness con cuatro cinturones mundiales. Y en 2017 batí mi propio récord y gané el quinto cinturón.
—¿Sentís orgullo de tus logros profesionales?
—Me siento orgullosa. Orgullosa de ser mujer, orgullosa de representar mi género, orgullosa de decir “la mujer puede hacer lo que sienta”. Y por ser boxeadora no dejas de ser mujer. Porque soy mujer, soy mamá. Igual que un hombre: si se pone a lavar un plato, no va a dejar de ser hombre. No tiene nada que ver lo que uno elija o cómo uno se perciba. Por eso lucho por la igualdad, porque es muy injusto ser mujer en el mundo del boxeo. Nos discriminan, nos usan como perros de pelea, somos las prostitutas del ring, no somos las campeonas. Te ponen el mismo cinturón, pero te dan dos pesos. No te podés comprar ni siquiera un auto usado. Yo del boxeo no me compré ni un cachivache viejo. Y hay ex campeonas del mundo que están en la calle, en la ruina, que sus casas son de lona, que viven en una villa hasta con un terreno que no es propio. Y a mí me duele porque han representado al país, porque no han sido premiadas ni por la Federación Argentina de Boxeo, ni por el gobierno de sus provincias, ni por la Nación, ni por el intendente.
—¿Solo por ser mujeres?
—Solo por ser mujeres. Los campeones del mundo que boxearon y están igual es porque se la gastaron la plata. Que se jodan por pelotudos. Una cosa es “la gané y me la gasté”, bueno jodete. Otra cosa es decir “no gané nada”.
—¿Y por qué peleabas si no ganabas nada?
—Porque nací para eso, porque si no hago esto me muero. Es mi pasión, porque a nadie le gusta recibir piñas, pero el entrenamiento, el desafío. Viene una mujer de cualquier parte del mundo. Viene un país, con una bandera, y hay que ganar. ¿Por qué nos emocionamos tanto con el Mundial? Bueno, seis mundiales gané yo. Pero es muy injusto llegar al final de la carrera, cuando ya tenés cierta edad, ¿de qué te jubilas? Si no tenemos jubilación, no tenemos obra social. No hay ningún tipo de apoyo.
—¿Las diferencias entre un boxeador y una boxeadora son, entonces, especialmente económicas?
—”Tú no tienen bolas”, me dijeron en Estados Unidos. “No tengo bolas, pero te cago a trompadas”, le dije. Las mujeres en Estados Unidos, en Europa, en México ganan nada. Esto es un monopolio mundial, que son los dueños de los cinturones, más la Federación Argentina de Boxeo y todas las federaciones. Nosotras llenamos estadios. Cada vez que yo peleaba quedaba gente afuera. Explotaban los estadios. Nos televisan todos los medios. ¿Y la plata? Alguien tiene que hacer algo.
—¿Notas diferencias en la situación de las mujeres en el box cuando vos peleabas y ahora? ¿Algo cambió: es igual, es peor?
—Es peor. Cuando yo arranqué, Argentina tenía como ocho campeonas mundiales. Ahora no tiene ninguna, no sé si habrá una o dos. Y si las ves… da pena ver cómo pelean. En el boxeo tiene que haber piñas, knock out, agresividad. No subir a dibujar, a jugar. Una vez, uno de los secretarios de la Federación de Box me dijo: “Oliveras no sabes boxear. Vos subís y la querés reventar, parecés un animal. Tenés que aprender a bailar arriba del ring”. ¡Qué bailar! Yo no soy bailarina de salsa. Son piñas el boxeo. Eso me decían porque yo ganaba por knock out. Mirá qué falta de respeto. Lo único que faltaba era que me pidieran que suba en bolas al ring y que baile árabe.
—Eso a un varón jamás se lo hubieran dicho…
—Por supuesto que no. Por lo que vale el knock out. Es el gol.
—¿Hay red entre las mujeres boxeadoras? ¿Se conocen? ¿Tratan de luchar juntas por los derechos de las mujeres dentro del boxeo o cada una hace la suya?
—Lamentablemente ninguna boxeadora se acercó a mí para apoyar esta causa. Al contrario, me bardean. Y no es por mí, es por todas. Yo peleo por la igualdad de todas. Por la bolsa de todas. Porque nos cuiden a todas. Tendríamos que unirnos las mujeres, todas las boxeadoras y decir “No peleamos más hasta que no nos paguen bien”. Pero no. Cada una para su raya. Son unas pelotudas en realidad. Porque tenemos que unirnos para ser fuertes y lograr ganar esta guerra. Así no se va lograr. Yo sin embargo sigo peleando por todas.
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—¿Cómo reinventaste tu carrera? ¿Te retiraste del boxeo y decidiste transformarte en la motivadora de las redes sociales?
—No es un personaje eh, soy así todo el tiempo. El tema de motivar a la gente me encanta realmente porque vos sabés que llega al corazón, y cuánta gente hace un click y dice “sí, me voy a levantar”. Sabés la cantidad de señoras que me dicen “antes llamaba por teléfono para que me trajeran las cosas, ahora me voy caminando al supermercado, muevo el ojete. Tenés razón”. Me dicen que les cambió el humor. Por supuesto, porque todo lo que te digo es para que te haga bien. Yo quiero que la gente sea feliz, porque no hay nada más lindo que ver a una persona con una verdadera sonrisa. Te inspira, te contagia. Y a pesar de que uno puede tener miles de problemas, esto es la vida. Y si podés ayudar a través de la palabra a que un niño haga deporte, le salvas la vida. A una mujer o a un hombre que fuma, que se está matando con esa mierda todos los días y decirle “dejá de ser pelotudo, te hace mal, querete un poco”. ¡Cuánta gente dejó el cigarrillo escuchando mis mensajes! ¡Cuánta gente empezó a adelgazar! Cuánta gente transformó su tristeza, su depresión en inspiración, en alegría. Eso me produce mucha felicidad. Te juro que me siento multimillonaria porque el cariño que recibo me pasa de punta a punta en todo el país, de norte a sur, de este a oeste. Y me siento orgullosa, porque esto que yo gané no se compra con dinero, sino con el corazón.
—Además, ¿tenés un gimnasio?
—Tengo dos. En Santo Tomé y en Santa Fe. En el gimnasio que tengo en Santo Tomé están mis dos hijos, y cuando voy para allá doy clases. Es un gimnasio privado, o sea que uno paga la cuota. Sirve para adelgazar, para aprender a defenderte. Van desde amas de casa, hasta jueces, abogados, deportistas, emprendedores, empresarias, maestras, psicólogas, psiquiatras. Cualquier persona. Las psiquiatras mandan a sus pacientes a entrenar y después vienen ellas. Tiran a la mierda las pastillas para el pánico, para dormir. Y el otro gym que tengo está en el medio de cinco barrios vulnerables en Santa Fe y es gratuito para los chicos y chicas. Para darles una oportunidad, para que dejen la calle, para que saquen el campeón o la campeona que tienen dentro.
—¿Cómo es tu rutina de entrenamiento?
—Cambió. Cuando era campeona entrenaba nueve horas por día. Lo hice durante 22 años. Levantarme a las cuatro de la mañana, correr 15 kilómetros. Subidas, bajadas, escaleras, todo lo que es velocidad. Segundo turno, boxeo. Tres horas. Y el tercer turno, a la noche, era dar clases de aerobox o natación o pesas. Y una dieta estricta. Veinticinco años hace que no tomo una gota de alcohol y que no como una papa frita. Desde los 20. La vida de una boxeadora o de un boxeador que realmente se toma este trabajo y este deporte con amor, con pasión y con responsabilidad es totalmente diferente a la vida de cualquier persona. Porque un golpe te puede matar. No comes lo mismo, no dormís de la misma manera, las mismas horas, no tenés reuniones sociales, no podés ni tener sexo con tu pareja porque tenés que pelear. Realmente es como un apostolado.
—¿Seguiste entrenando después de retirarte?
—Hoy entreno una hora y media, dos por día. Tres cuando puedo, cuando no tengo tantas notas y trabajo. Disfruto de lo que hago. No me exijo como antes que sentía cómo el corazón me explotaba. Pero sí entreno todos los días. Me encanta entrenar. Es mi pasión.
—Los cuerpos de las mujeres boxeadoras están súper trabajados. Son cuerpos que reflejan el esfuerzo, el entrenamiento duro. ¿Qué te pasa cuando ves las publicidades con cuerpos de mujeres flaquísimas? ¿O saber que siguen aumentando los casos de bulimia y de anorexia tanto en varones como en mujeres?
—Uno tiene que entrenar pero no para ser la Barbie. La Barbie es una muerta de hambre. La Barbie no existe. Vos tenés que ser como vos querés. Por supuesto que si tenés obesidad mórbida, si tenés 20 o 30 kilos de más y no te podés ni siquiera agachar para atarte los cordones, eso no es salud. Vos tenés que ser como quieras ser. ¿Querés ser musculosa? Sé musculosa. ¿Querés tener unas piernas de acero? Hacelo. ¿Querés ser delgada, normal, natural? Ok, pero entrená. Entrená por salud y tenés que ser como vos quieras ser, no como dice la cultura. La cultura de mierda te mata. Te dice “comé tal hamburguesa”, “tomá tal gaseosa”. Yo creo que uno tiene que empezar a escuchar el corazón y no tanto lo que te dicen la cultura, las redes sociales. Vos sos vos. No hay nadie en el mundo como vos. No hay otra persona que tenga tu pelo, tu voz, tu manera de hablar, tu corazón, tus ojos. Nadie. Entonces: si sos única y único, sé vos y sacá tu mejor versión. No te quieras parecer a la Barbie. La Barbie es una muñeca que encima es una muerta de hambre. Ya voy a sacar la muñeca “Locomotora”, bien grosa, musculosa, venosa, que diga “levántate pelotuda, dale, vamos a entrenar”.
—¿Querés cambiar el mundo?
—Sí. Quiero transformar el mundo. Quiero que la gente sea feliz y saquen el campeón, la campeona que llevan dentro. Porque la vida es un milagro y si estás vivo tenés la oportunidad de luchar por tus sueños. De amar mucho, de ayudar, de valorarte, de valorar. Me encantaría que las personas vayan caminando por la calle con una sonrisa, con la frente en alto, disfrutando del sol, del aire o la lluvia o el viento, el frío o el calor. Porque la vida es maravillosa.
Foto de portada y videos: Alejandro Beltrame
Agradecimiento al gimnasio de boxeo del Club Comunicaciones
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