La sangrienta batalla de Maipú: las instrucciones de San Martín, las cartas que quemó y la huida del general español

José de San Martín era consciente que la batalla que se avecinaba era bisagra en su campaña libertadora. La amarga sorpresa de Cancha Rayada había sembrado de dudas su mente genial y calculadora. Cuando ese 5 de abril contempló la disposición del ejército español, supo cuál sería el resultado

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Retrato de San Martín pintado después de la batalla de Maipú. Autor José Gil de Castro.
Retrato de San Martín pintado después de la batalla de Maipú. Autor José Gil de Castro.

San Martín había establecido su puesto de comando, identificado por una bandera tricolor, entre la artillería de los Andes y la reserva. Dio la orden que le trajeran, lo antes posible, al primer oficial enemigo que tomasen prisionero. Le llevaron a un tal capitán González, que había sido capturado por los hombres del comandante Manuel Medina. Lo hizo montar y lo puso a su lado. Le dio un largavista con el encargo de que le señalase el lugar donde se encontraba el jefe enemigo el brigadier sevillano Mariano Osorio, que lo describiese, qué uniforme llevaba, incluso cómo era su caballo. Si se daba cuenta que mentía, lo haría fusilar.

San Martín pretendía capturarlo; era yerno del virrey del Perú Joaquín de la Pezuela, y planeaba canjearlo por prisioneros patriotas encarcelados en El Callao.

Llegar hasta donde lo había hecho el ejército patriota había sido casi un milagro, más cuando 17 días antes había ocurrido el desastre de Cancha Rayada. Gracias a la oportuna intervención de Juan Gregorio de Las Heras, que salvó gran parte del ejército, el esfuerzo de Fray Luis Beltrán de reemplazar en tiempo récord, armas y municiones que se habían perdido y el apoyo de chilenos a la causa, serían determinantes en la terrible batalla que se libraría.

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San Martín consiguió armar un ejército de 4900 hombres, con 21 piezas de artillería para enfrentar un ejército español de 5300 soldados.

El general español Mariano Osorio, jefe de las fuerzas realistas. Oleo de 1871-1873. Fuente Wikipedia.
El general español Mariano Osorio, jefe de las fuerzas realistas. Oleo de 1871-1873. Fuente Wikipedia.

El 2 de abril de 1818 ocupó una posición defensiva, mientras que los españoles -envalentonados por Cancha Rayada- marchaban hacia Santiago. Iba al frente el brigadier Mariano Osorio, quien aún no tenía idea formada de lo que haría. Su intención era la de llegar a Valparaíso, cuyo puerto estaba bloqueado por la flota realista.

En la ciudad reinaba el desconcierto. Muchos habitantes planeaban cruzar hacia Mendoza. Se armaron barricadas, donde cuatro mil milicianos al mando de Bernardo O’Higgins harían frente al enemigo.

La vanguardia al mando de Antonio González Balcarce protagonizó pequeños encuentros para hostilizar al enemigo, que hizo que los españoles pasasen la noche en constante alarma.

El día anterior, San Martín había impartido precisas instrucciones a sus jefes: cada soldado llevaría cien tiros y el día del combate se le daría una ración de vino o aguardiente. Cada jefe debería arengar a sus hombres, nadie se separaría de sus filas y si algún jefe veía retirarse a algún cuerpo, sería por estrategia del propio jefe.

Todo cuerpo de infantería o caballería que fuera cargada a arma blanca no debía esperar el ataque a pie firme, sino salir al encuentro a sable y bayoneta. No se recogería ningún herido durante el combate, porque se necesitaban cuatro hombres para cargarlo y eso reduciría la fuerza de lucha.

Escena de la batalla de Maipú, librada al sur de Santiago de Chile. Oleo de Mauricio Rugendas. Colección Museo Histórico Nacional de Chile.
Escena de la batalla de Maipú, librada al sur de Santiago de Chile. Oleo de Mauricio Rugendas. Colección Museo Histórico Nacional de Chile.

Describió los uniformes y banderas de las distintas unidades españolas. Recomendó a los jefes de caballería tomar siempre la ofensiva. “Esta batalla va a decidir de la suerte de toda América, y es preferible una muerte honrosa en el campo del honor a sufrirla por manos de vuestros verdugos. Yo estoy seguro de la victoria con la ayuda de los jefes del ejército, a los que encargo tengan presente estas observaciones”, indicó.

Esa noche San Martín durmió, envuelto en su capote, en un molino ubicado a orilla del camino.

El domingo 5 los españoles enfilaron hacia Santiago. Por más que San Martín recibió informes de sus movimientos, quiso comprobar personalmente si era tal cual se lo informaban. Se vistió de paisano, con poncho y chambergo y se adelantó acompañado por uno de sus ayudantes de campo el capitán irlandés John O’Brien y el ingeniero francés José Bacler d’Albe. Al advertir a unos 400 metros a los españoles, dispuso sus tropas de tal forma que le cortaba el camino a Santiago.

La batalla se libraría en un terreno al norte del río Maipú, entre la hacienda de Espejo y el camino de La Calera a Santiago.

Se dio cuenta que los españoles esperaban que él diera el primer paso y percibió que el flanco sudeste del enemigo estaba desprotegido. “Osorio es más torpe de lo que yo creía. El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo”, le escuchó decir O’Brien.

Al mediodía ordenó el ataque luego de disponer sus fuerzas que inexplicablemente no fueron atacadas por Osorio. La artillería patriota fue tan eficaz que hasta mató al caballo del propio brigadier.

Las Heras atacó la izquierda enemiga con el objetivo de aislarla del resto del ejército. Fue sostenido por fuego de artillería y en un momento fue auxiliado por escuadrones de granaderos que, sable en mano, si bien debieron soportar un fuego nutrido de fusilería, corrieron a la caballería real.

El abrazo de Maipú entre San Martín y O'Higgins, al final de la batalla. Cuadro de Fray Pedro Subercaseaux. Museo Histórico Nacional.
El abrazo de Maipú entre San Martín y O'Higgins, al final de la batalla. Cuadro de Fray Pedro Subercaseaux. Museo Histórico Nacional.

Por su parte las fuerzas patriotas de Rudecindo Alvarado, al intentar rodear al enemigo, fueron rechazadas por cuatro batallones.

El combate estaba comprometido para los patriotas. El regimiento de libertos de Cuyo habían perdido la mitad de sus hombres y el N° 2 se dispersó luego de un ataque a bayoneta. El N° 4 también debió retroceder.

La infantería española cargó desde un cerro contra la izquierda patriota, y en un momento vaciló por el fuego rasante de la artillería patriota. Cuando llegaron al llano, los realistas fueron rechazados por el fuego de fusiles.

Como las fuerzas de Las Heras enfrentaron una fuerte resistencia, San Martín mandó la reserva al mando de Hilarión de la Quintana contra el grueso de la infantería enemiga.

Ese avance arrollador provocó la dispersión de los realistas, mientras que los Cazadores a Caballo de los Andes y los Lanceros de Chile, sable en mano, pusieron en fuga al enemigo. Allí cayó de una bala en la cabeza el teniente coronel chileno Santiago Bueras, de los Cazadores, el oficial de mayor graduación que moriría en esa batalla.

La reserva continuó cargando. “Con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido”, escribiría San Martín.

A partir de ahí, los patriotas se reagruparon y atacaron los distintos flancos del enemigo, usando caballería y artillería hasta casi rodearlo.

El general Osorio abandonó el campo de batalla y huyó hacia la costa, disfrazado de paisano, perseguido por O’Brien por orden de San Martín.

Mientras tanto, el general José Ordóñez -quien había convencido a Osorio de dar batalla ese día- intentó una resistencia. Al ver que era inútil, se retiró con el ejército a la hacienda de Lo Espejo.

A las cinco de la tarde, en el medio de aclamaciones, apareció O’Higgins, que volaba de fiebre, con el brazo vendado al ser herido en Cancha Rayada, y se abrazó con San Martín. “¡Gloria al salvador de Chile!”, exclamó, a lo que el jefe patriota, señalando la herida del chileno, respondió: “General: Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta”.

Mientras tanto, Las Heras y González Balcarce atacaron la hacienda Lo Espejo. Si bien en un primer momento fueron rechazados, terminaron cargando a bayoneta, provocando una carnicería: allí murieron cerca de 500 enemigos.

Condecoraciones otorgadas en el ejército patriota. Fuente Wikipedia.
Condecoraciones otorgadas en el ejército patriota. Fuente Wikipedia.

A las seis todo había terminado. Hubo 2000 españoles muertos, y cerca de 3000 con 190 jefes y oficiales, quedaron prisioneros. Los patriotas, que perdieron un millar de hombres, se apoderaron de todo el armamento.

La ciudad de Buenos Aires no ganaba para sustos. El 8 de abril había llegado la mala noticia de lo ocurrido en Cancha Rayada y el 17, a las cuatro de la tarde Manuel de Escalada, cuñado de San Martín, llegaba con la buena nueva de Maipú.

O’Brien regresó sin Osorio, pero con una valija lleno de papeles del jefe realista. Había muchas cartas de encumbrados patriotas chilenos que se declaraban, luego de Cancha Rayada, partidarios de los realistas. San Martín las leyó una por una y luego las quemó. Hizo jurar a O’Brien -único testigo de ese episodio- guardar secreto sobre lo que había hecho.

Cuando se enteró que Osorio había logrado huir, se lamentó. “Me falta un gran pedazo de la victoria”.

Fuentes: Historia de San Martín y de la emancipación americana, de Bartolomé Mitre; Vida de San Martín, de Benjamín Vicuña Mackenna; Memorias del General Miller, por John Miller; Batallas por la libertad, de Pablo Camogli; Un episodio de la batalla de Maipú, por Vicente F. López;

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