Los últimos secretos que se develan de las guerras son, generalmente, los relacionados con el mundo de la inteligencia militar. Este mundo, asociado desde siempre a los espías, ha evolucionado enormemente y, en un conflicto moderno, abarca diversos aspectos, muchos de ellos relacionados con la tecnología.
Sin embargo, sigue siendo nebuloso, sus operadores reacios a hablar y los ejércitos involucrados nunca están deseosos de revelar los “ases en la manga”, aun de las guerras pasadas. Tal es así que, por ejemplo, lo relacionado con la interceptación y desciframiento de comunicaciones alemanas por los británicos durante la Segunda Guerra Mundial (el famoso código Enigma) no se dio a entrever sino hasta el año 1974 y oficialmente, se desclasificó recién en 1989.
No es de extrañar, entonces, que resulte muy poco conocido el esfuerzo argentino para obtener información del enemigo en la guerra de Malvinas.
Aquí, algunas viñetas (a partir de documentación desclasificada en el 2022), que no intentan abarcar lo que se hizo (o dejó de hacer).
“Pinchando” las comunicaciones inglesas
La historia muestra que en todos los conflictos siempre se trató de capturar a los mensajeros enemigos para obtener los documentos que transportaban. La aparición de la radio en el campo de batalla hizo que también se intentara “capturar” ese tráfico.
Hay que tener en cuenta que, tanto los mensajes en papel como el radial pueden estar “en claro” (ser legibles) o cifrados, (que sea necesaria una clave para poder descifrarlo y leerlo).
Durante la guerra de 1982 los ingleses fueron muy exitosos en leer el tráfico de radio argentino, primero por ser parte de una red global de interceptación de comunicaciones y, después, por contar con los medios para poder descifrar los mensajes que se enviaban desde el continente. Más allá de la experiencia británica en este campo, lo cierto es que muchas de las cifradoras argentinas eran de la fábrica suiza Crypto AG y estaban “pinchadas” por la CIA estadounidense y el servicio de espionaje Alemán Federal. Así, en pocas horas un mensaje argentino (principalmente de la red de la Armada y del Ejército, pero no tanto de la Fuerza Aérea que utilizaba otros equipos), estaba en un escritorio británico. Posiblemente antes que fuera leído por los propios destinatarios.
De todas formas, bastante hicieron las fuerzas argentinas en el mismo campo.
Unidades como la Agrupación de Comunicaciones de Operaciones Electrónicas 601 del Ejército Argentino, tanto desde las islas como del continente -con estaciones realmente en casi todo el país, incluso en Córdoba, Neuquén y Tucumán-, se dedicaron a escuchar las frecuencias de radio británicas, habiendo antes obtenido el detalle preciso de cuáles eran las que utilizaban.
Las unidades contaban con equipos modernos para interceptar comunicaciones y si bien al principio los británicos utilizaban bandas no susceptibles de ser interceptadas (de Muy alta Frecuencia, Ultra Altra Frecuencia, comunicaciones vía satélite, etc), con el correr de tiempo, comenzaron a confiarse. Así, los mensajes pudieran ser interceptados.
En otros casos, no se requirieron equipos complejos y fueron los radioaficionados -muchos del Radioclub Bahía Blanca- quienes captaron los mensajes y los enviaron a las unidades militares
Pero este contenido solo podría leerse para el caso que los mensajes estuvieran “en claro”; esto es, en simple inglés. Muchas veces, los británicos lo hicieron de esta manera. Y los argentinos los escucharon. Se obtuvo así valiosa información. Sin embargo, en otras ocasiones, los mensajes estaban cifrados y no eran más que agrupaciones de cuatro letras. O, directamente, palabrerío sin sentido.
Los argentinos lograron solucionar parcialmente el problema. En general, el esfuerzo que se hizo para romper los códigos británicos sigue siendo clasificado, aun cuando debe señalarse que el mismo se hizo a cargo de la Compañía “A” del Batallón de Inteligencia 601.
Pero existen casos particulares que hablan de éxitos en este campo. Por ejemplo, después de la escaramuza del Río Murrell, que el 7 de junio enfrentó a comandos argentinos de la Compañía 601 con paracaidistas del 3 Regimiento, y después de la precipitada retirada de las fuerzas británicas, se capturaron (entre otras cosas) equipos de radio y documentación, especialmente copia de procedimientos radiales, frecuencias y nombres en clave. Ello sirvió para que se pudiera tener, por lo menos por unos días, un panorama más claro sobre ciertas comunicaciones en clave británicas.
Los argentinos también pudieron sacar información de mensajes secretos. En este tipo de comunicaciones durante las guerras, muchas veces quien es el emisor y destinatario no viene cifrado (para que solo la unidad que lo tenga que recibir se tome el trabajo de descifrar). Cuando esto ocurrió en Malvinas permitió saber que cierta unidad se encontraba pudieron determinar que los Guardias Escoceses estaban en Monte Kent por el particular acento de sus operadores de radio.
Pero, por sobre todo, existen métodos para conocer mediante trigonometría desde dónde se está emitiendo el mensaje. El Ejército poseía varios radiogoniómetros, móviles y fijos, que fueron de suma utilidad. Esto hizo que las unidades de Guerra Electrónica del Ejército Argentino, en coordinación con equipos de la Fuerza Aérea y la Armada, pudieran triangular la posición de ciertos buques británicos y, con ello planear sus ataques. Esta colaboración del Ejército en los ataques navales es, ciertamente, muy poco conocida. Pero de los mensajes desclasificados puede notarse que se hizo un buen seguimiento a la flota enemiga.
También, mediante radiogoniometría pudieron conocerse dónde estaban varios de los puestos de comando británicos, información especialmente útil en los últimos momentos del conflicto.
En suma, muchas de las comunicaciones británicas fueron interceptadas por los argentinos y utilizadas en su provecho. Se trató de un trabajo metódico y profesional, más teniendo en cuenta que los argentinos tenían enfrente a los líderes mundiales en lo que hace a la disciplina en las comunicaciones seretas.
Aviones soviéticos espían para Argentina
Es conocido que la Unión Soviética suministró a la Argentina cierta información, pero nunca se había confirmado si los grandes cuatrimotores TU-95RTs (Código OTAN “Bear D”), que sobrevolaron varias veces la flota británica, habían compartido sus fotos con Argentina. Pero ahora lo está.
Desde fines de la década de 1970, el 392º Regimiento Aéreo Independiente de Reconocimiento a Larga Distancia de la Armada Soviética (ODRAP) desplegaba una sección de aviones TU-95 al aeropuerto de Luanda, Angola. Antes de ello, los aviones tenían base en Conakry, Nueva Guinea, pero las cambiantes relaciones con los países africanos y, especialmente, la existencia de un gobierno prosoviético en Angola forzaron este cambio.
Luanda se convertiría en un importante punto de despliegue de las fuerzas soviéticas en el Atlántico Sur y, además de influir en los asuntos internos de aquel país (en plena efervescencia entonces) los soviéticos observaban desde allí el tráfico hacia o desde el Cabo de Buena Esperanza, por donde pasaba (y pasa) gran parte del petróleo de Oriente Medio.
Estos grandes aviones de 14.000 kilómetros de alcance contaban con excelentes radares y equipos electrónicos. Sus tripulaciones estaban acostumbradas a interactuar con buques de superficie y submarinos, en tanto uno de sus propósitos era el de buscar blancos para los misiles anti-navío de largo alcance que estos portaban.
Encontrándose fuera del área habitual de operaciones de las marinas occidentales, las tripulaciones tenían una vida relativamente apacible, volando desde allí menos de 200 horas anuales. Pero el conflicto Malvinas hizo que el destacamento, que operaba a casi 11.000 kilómetros de su base habitual en el aeródromo de Fedotovo (norte de Rusia), se volviera especialmente activo.
Específicamente, se le ordenó seguir la evolución de la flota británica, ver su composición y formación, tomar fotografías de los buques y recoger inteligencia electrónica.
Vale agregar, sin embargo, que la primera aparición de los Bear sobre la flota británica ocurrió el 8 de abril, pero no se trataba de aviones destacados en África. En efecto, ese día, dos de los cuatrimotores cubrieron el espacio aéreo del Mar del Norte y llegaron hasta el Oeste de Portugal, para luego regresar a su base en el norte ruso.
La tarea de los “Osos” era una misión crítica ya que apenas iniciado el conflicto los soviéticos carecían de satélites que pudieran seguir a la flota británica recién zarpada. Con ello, los aviones destacados en Angola volaron más de 100 horas solo en abril, en misiones que duraban hasta 15 horas, sin aeródromos de alternativa y muchas veces habiendo perdido la comunicación radial con su base, que terminaban usualmente a 300 metros o menos casi sobre la vertical de cualquiera de los dos portaaviones británicos u otros buques relevantes.
El 30 de abril, la sección de TU-95 fue reemplazada por otra, volando está más misiones, y detectándose que en una de ellas se acercaron a Martim Vaz, una isla brasileña perdida en el Atlántico Sur.
Se entiende que las fotografías tomadas por los “Bear” en la década del ´80, eran procesadas recién llegado el avión a la base, con un revelado que podía tardar hasta tres horas. La información de varias de ellas llegó a Argentina, algo que resultó especialmente útil para averiguar la composición de la fuerza de tareas enemiga que se acercaba.
El análisis de la documentación capturada
El 4 de mayo de 1982, tres aviones británicos Sea Harrier del Escuadrón 800 despegaron del portaaviones HMS Hermes, con la misión de atacar la Base Cóndor, el aeródromo argentino en Pradera del Ganso. Aún cuando volaban muy bajos y tratando de enmascararse con el terreno, fueron divisados por un puesto de observación argentino, que informó de los incursores.
Al llegar a su objetivo, los esperaba un nutrido fuego de artillería antiaérea de 20mm (de la Fuerza Aérea) y de 35mm, del Ejército Argentino. El teniente Nicholas Taylor al comando de uno de los aviones, no pudo evadirse a tiempo y fue derribado. Los otros dos aviones apenas lograron escapar de aquel infierno.
Sin embargo, mientras el cuerpo del teniente Taylor era enterrado con honores militares, analistas de inteligencia de la Fuerza Aérea revisaban la documentación que llevaba, entre ellos su anotador de rodilla, lleno de datos muy valiosos. Entre esos datos, surgía cual era el alcance real de los aviones Sea Harrier, con diversas configuraciones de armas y según si despegaran verticalmente o luego de una corta carrera.
Era el dato que faltaba a la Central de Operaciones de Combate que el capitán de fragata Luis Anselmi, comandante de la Estación Aeronaval Malvinas, había montado hacía pocos días en Puerto Argentino. Si sumaban esa información a la que les proporcionaba el radar de la Fuerza Aérea, relacionada con los momentos en que los aviones enemigos aparecían y desaparecían en su pantalla, podían determinar con un margen de error pequeño cúal era la posición aproximada de los portaaviones británicos, máximo objetivo de la aviación argentina.
A partir de allí, las fuerzas argentinas conocieron con gran precisión la ubicación de los portaaviones británicos, que sirvieron de base para los ataques aeronavales de los días 23, 25 y 30 de mayo de 1982 (este último, con la participación también de aviones de la Fuerza Aérea).
Estas son algunas de las tantas viñetas de lo que fue recolectar información en Malvinas. Hay muchas más, todas dando cuenta del ingenio y profesionalidad del soldado, aviador y marino argentino.
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