El “Gitano” Ariel Acuña, uno de los 12 apóstoles del sangriento motín de Sierra Chica, suele recibir llamadas, mensajes a sus redes o comentarios en la calle que lo dejan estupefacto:
-Gitano, ponete una rotiseria y vendé empanadas de carne. Te llenas de plata amigo -le dijo un hombre que se lo cruzó en las calles de Mar del Plata, donde vive Acuña.
Su rostro y su nombre cobraron mayor notoriedad después de que decidió grabar videos narrando historias carcelarias en Youtube y en Tik Tok. Pero detrás de su fama hay un detalle que acaso sea el más tenebroso de la historia delincuencial argentina: fue uno de los cocineros de las empanadas de la masacre en la que fueron asesinados ocho presos liderado por el presunto violador Agapito Lencinas.
Las empanadas fueron hechas con carne humana de los asesinados.
“El Gitano”, que fue condenado y pasó 17 años preso, lo confiesa ante Infobae, a 27 años del inicio del motín, que duró ocho días: del 30 de marzo al 7 de abril de 1996. En la videollamada con Infobae aparece y luego dice, esperen. Y regresa con media docena de empanadas que empieza a comer durante la nota. “No es provocación, es hambre. Pero la imagen no impide que se sienta morbo”.
-Si, no me enorgullece decirlo. Pero fui uno de los cocineros. Las hice con una nalga. Se hicieron diez empanadas. Es algo que uno va a cargar toda la vida. Pero en ese momento éramos leones enfurecidos. Todo empezó como un intento de fuga, pero Agapito era botón de la yuta y además violaba pibes, a sus madres y a sus hermanas. Eso no lo podíamos permitir. Era un sanguinario de alma. Debía varias muertes. Por eso se armó una guerra entre presos. No murió ningún guardia.
Eso dice Acuña.
La versión oficial indica que con las nalgas de algunos presos decapitados rellenaron empanadas y las dieron a probar a los guardias. “Eso es cierto. Habremos hecho unas diez empanadas. Las dimos a probar a los guardias, ellos le encontraron un sabor dulzón y cuando las iban comiendo les dijimos: ‘Te acabas de comer a un chorro’. Pero al primero que le dimos de probar fue a un guardia verdugo”, cuenta Ariel Acuña.
La versión de Jorge Kröhling, uno de los guardias que fueron rehenes difiere con la de Acuña. Asegura que con la carne de los mutilados cocinaron pastel de papa y guiso. Y que se lo dieron a la visita. “Yo nunca probé empanadas. Además soy católico y esos días de Semana Santa no se comía carne”, dice, aunque admite que pudo habérsele pasado ese detalle: el de las empanadas macabras.
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Un colega suyo dijo haberlas probado y al enterarse del relleno, se descompuso y se desmayó.
“Estos días hablaré de la leyenda de las empanadas y de cómo empezó todo en mis canales”, dice Acuña, que hace dos años viajó con Infobae a Sierra Chica en lo que fue su regreso al lugar de los hechos. Sus cuentas, donde sus apariciones y entrevistas que él mismo hace suelen tener 50 mil visualizaciones por video, son El Gitano (Youtube, con más de 20 mil suscriptores) y @elgitano166 en Instagram con más de 77 mil seguidores. En TikTok es @elgitano167.
Los hechos
La revuelta comenzó después de una fuga fallida. Lo que iba a ser un escape derivó en una cacería feroz. Los que se iban a fugar usaron un arma de fuego y las facas para tomar el penal y también ir contra los presos que, según ellos, habían “botoneado” la fuga.
A los enemigos de Los apóstoles se los llamó “Los arruinaguachos”, porque “verdugueaban” a los más jóvenes o vulnerables. Según los apóstoles, Agapito Lencina, el líder que solía andar con sus soldados, era informante de las autoridades penitenciarias. Incluso le habían encomendado que encontrara el arma o que informara sobre quién podía tenerla. Había llegado a Sierra un mes antes del motín.
Uno de los mayores enigmas es quién logró entrar la pistola Ballester Molina 11.25 que fue clave para que los Apóstoles pudieran dominar al penal. “Vamos a romper mitos. La entró una abogada que tuvo una visita íntima con un preso pesado”, reveló Acuña. Ese preso fue lugarteniente de Luis El Gordo Valor en la superbanda y fue trasladado una semana antes del motín a otro penal hacia la cárcel de Batán.
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“No fuimos doce, fuimos más. Todo esto lo van a encontrar en mi libro, lo estoy escribiendo y además hay cosas que fui contando en las redes”, dice Acuña. Para él, el líder de los Doce Apóstoles fue Jorge Pedraza y no Marcelo Brandán Juárez, alias Popó. Más allá de eso, el encargado de sentenciar a muerte a Agapito Lencina, el cabecilla de la facción enemiga, fue Brandán, pero primero falló porque no montó bien el arma.
Las autoridades están convencidas que los Doce Apóstoles, líderes de la revuelta, se rindieron porque estaban agotados. “Sin drogas, sin dormir y con el riesgo de que la cárcel se les volviera en contra, decidieron plantar bandera”, dice una fuente penitenciaria. La jueza María de las Mercedes Malere, que también fue rehén en el motín, nunca habló de esos días tenebrosos. Declaró ante la Justicia, pero no dio entrevistas. Se dijeron muchas cosas en relación al trato que recibió en la toma de rehenes. Tanto el ex delincuente Ariel Acuña como el guardia Kröhling coinciden en que nadie abusó de ella. “Es verdad que uno la golpeó, pero se le paró el carro”, asegura Acuña, uno de los encargados de cuidarla. Kröhling dice que esa versión no falta a la verdad y que no hubo violaciones en esos días. “Sabían que si maltrataban a una jueza, les iban a dar por la cabeza”, dice el guardia.
El Enemigo
Agapito Lencinas estaba detenido en Sierra Chica y fue ferozmente asesinado por Brandán en la toma de la cárcel. El mito dice que con su cabeza jugaron al fútbol, Acuña lo desmiente. Al correntino de 40 años, con un pasado que incluye haber matado a un policía, se lo señaló como el villano del motín. Sus compañeros lo acusaron de violar a compañeros a cambio de protección y hasta de pedir que entreguen a sus madres, a sus mujeres o a sus hermanas para no terminar violados o muertos. Con él se ensañaron aun después de muerto. Lo mataron de dos balazos y de varios facazos. Le cortaron la lengua y los ojos y los pincharon. Su cuerpo, antes de ser descuartizado e incinerado, recibió facazos y escupitajos de sus enemigos.
La atrocidad final, antes de la rendición, es que con la cabeza de un preso jugaron a la pelota. Uno de los Apóstoles intentó hacer jueguito y lo apodaron “Maradona”. “Es más, también jugaron al golf. Hicieron un pocito para hacer hoyo en uno. Se dijo que habían jugado a la bolita con los ojos, pero eso es falso”, dice Kröhling .
Acuña juega al misterio. Dice que lo develará pronto. Mientras tanto, come una empanada de carne. Esta vez no las cocinó él. Las pidió al delivery. Sin palabras.
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