Son días de mucho trabajo para Ezequiel Wasserman, que transmite pasión en cada palabra cuando habla del giro que dio su vida hace seis años. Se recibió con honores en la UBA de diseñador gráfico, se dedicó a la producción de eventos y en paralelo estudió teatro para formarse como actor. Todas sus facetas se unieron y encajaron a la perfección cuando dejó fluir su alma de artista plástico en plena pandemia. Había atravesado una crisis personal después de divorciarse tras diez años de matrimonio de la madre de sus dos hijos, y encontró en las obras una sana catarsis que lo hizo “volver a nacer”, tal como le cuenta a Infobae.
La emoción lo invade porque faltan solo unas horas para que vean la luz las piezas que preparó los últimos cuatro meses para su participación en el cierre del Argentina Fashion Week el próximo viernes a las 18.30 en el Palacio Paz. Se acuerda cuando lo llamó el diseñador Gustavo Pucheta, y le propuso que colaborara con algunas de sus creaciones en una de sus colecciones, y a contrarreloj se embarcó en el desafío en el taller de su casa. Diez horas después le envió el resultado final, un cinturón metálico con rosas emergiendo que tuvo una gran aceptación y repercusiones que le abrió aún más puertas.
“Como en cuarentena no se podía hacer eventos, tenía más tiempo y me dejé llevar: empecé haciendo corazones con un montón de materiales que no eran para el uso habitual, como la espuma de poliuretano que me dio tridimensionalidad; después usé madera, botones, metales, monedas, y fue como una explosión”, explica sobre el proceso creativo que experimentó mientras trataba de hacer oídos sordos a una mala racha que venía durando más de lo que podía soportar. “Me habían pasado bastantes cosas feas en poco tiempo, venía de llorar mucho de angustia, de no sentirme bien, y creo que realmente el arte me salvó”, sostiene, y aclara que durante mucho tiempo le costó considerarse ‘artista’, por más que su vocación actoral estuvo presente siempre, y toma clases desde hace 19 años.
Cuenta, también, que es nieto de Arnoldo Stanislavsky, exdueño de la fábrica de golosinas Stani, pero nunca trabajó en la empresa familiar. “Fue un abuelo muy presente, prácticamente era como un papá para mí, pero no fue un tema para mi, ni siquiera mis amigos sabían qué hacía mi abuelo; no me determinaba como persona ni nunca trabajé con él, siempre fui independiente y tuve espíritu emprendedor para buscar mi propio destino”, expresa. En este sentido, dice con humor que su vida estuvo en las antípodas de la de Ricardo Fort, porque si hay algo a lo que le escapaba era a la exposición, tanto en pequeña como a gran escala.
En aquellos tiempos donde no sabía cómo seguir adelante surgió una frase que le quedó sellada porque la sintió verdadera: “Me dijo: ‘Vos estás teniendo un acv espiritual’, y se refería a que era como una coctelera todo lo que me estaba pasando, tantas cosas que me sucedían, y todo lo deposité en el arte; por eso muchas veces me siento como en la película Ratatouille, como si tuviese unos ratoncitos adentro de mi cabeza que me manejan las manos porque no puedo creer que soy yo la persona que está dentro de ese cuerpo, que hace todas estas obras”. En sintonía con ponerle un nombre al artista que nacía en su interior, acortó su nombre y su apellido y firma sus trabajos como Eze Wasser.
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Estar sobre el escenario en la piel de un personaje, o detrás de escena coordinando los detalles de un evento de entretenimiento, era común en su rutina laboral anterior, pero el aumento de casos de coronavirus lo obligaron a replantearse cómo continuar. Al principio era una forma de desahogarse, y luego fue mutando hacia una forma de expresión que evolucionó a la par de su sentir. “Hace seis años estaba casado y vivía con mis dos hijos en Nordelta. Hoy estoy separado, tengo novio, la relación con mis hijos es espectacular y me dedico a otra cosa”, resume sobre el antes y después de su propia existencia, y revela que se está preparando para filmar una película de su vida para que el público conozca al artista detrás de las creaciones.
Reconoce que durante muchos años sintió que le faltaba ser “100% verdadero y honesto”, y sabe que en el presente ofrece una versión transparente y genuina de sí mismo. “Siempre tuve novias, y me casé completamente enamorado; de hecho me llevo a mil puntos con la mamá de mis hijos, porque soy una persona que se enamora de las personas, de las almas, y no del género”, sentencia. Enseguida agrega que aunque ahora lo dice con total naturalidad, durante muchos años no fue una frase sencilla de exteriorizar.
“En la pandemia me llamaron para alquilar mi casa para una una serie, y les conté que también soy actor; audicioné y quedé para un papel, que era una pareja de dos papás con una hija y estuve cuatro horas llorando porque mis hijos no sabían, mis amigos no sabían, y sentí que el universo me estaba guiando”, reflexiona conmovido. En ese entonces ya había conocido a Marcos Los Santos, también actor, productor y conductor correntino, con quien formó un excelente equipo, tanto a nivel laboral como personal. Cuando quedó seleccionado para ese rol ficcional, supo que era el puntapié para hablar con Ema, de 14 años, y Franco, de 12, y comenzar una etapa en la que ya no contemplaría el qué dirán ni tendría sobre sus hombros la mochila de la agobiante búsqueda de aprobación.
“No me arrepiento de nada de lo que hice, amo la familia que formé, y de hecho cuando le conté a mi hijo que tengo novio me preguntó cuál era el problema, porque para él no había nada de malo”, comenta y se alegra de que las nuevas generaciones trasciendan los prejuicios y la discriminación. Dos palabras rondaban en su mente cuando el miedo desapareció de su interior: “Libertad” y “Verdad”, que fueron las que compusieron su muestra “Recorrido”, y resumía gran parte del camino que vivenció. Desde ese entonces cada uno de sus trabajos tiene títulos que evocan alguna referencia personal, y a su vez dejan espacio para la libre interpretación del espectador, que en muchas de sus obras también se convierte en partícipe porque son interactivas y permiten una experiencia sensorial.
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Fanático de Dalí y del surrealismo, vuelca esas influencias en el espíritu rupturista que lo caracteriza. “Muchas veces abro al público mi casa museo, tengo más de 50 expuestas, y el 70% de la gente que lo ve personalmente se larga a llorar, porque algo los interpela, algo los interpela, y me parece que está buenísimo que algo les pase, que lo puedan apreciar estando en un mundo con tanta cantidad de imágenes”, reflexiona. Dos años atrás soñaba con que lo llamen para una colaboración internacional, o para participar en bienales y exposiciones, y todo eso que imaginaba no solo llegó sino que superó sus expectativas. “Primero me llamaron para un museo en Barcelona; en diciembre voy a estar en el Art Basel de Miami y tengo también una exposición en Dubai”, relata con mucho entusiasmo, como quien marca las cruces en el calendario para que llegue el glorioso día.
“Encontré lo mío a los 46, pero con la energía de 23 años. Es un renacer en muchos aspectos, donde fue la primera vez para mí en un montón de cosas”, asegura. Realiza un paralelismo con los ejes temáticos de sus creaciones, donde la serpiente ocupa un lugar importante por la metáfora de cambiar de piel, y cree que él vivió algo similar. Lo mismo ocurre con el infinito, símbolo que también está inmerso en sus obras, y el corazón, por la máxima de actuar desde el instinto y el pálpito interno más que con la razón, los mandatos o los límites autoimpuestos. “Creo que a la gente le falta más verdad, una vuelta de rosca o un empujón para dar el primer paso, porque sigue habiendo mucha gente enroscada, y yo les diría: ‘Salgan y hagan’, porque si uno no hace las cosas no pasan, y aunque hagas y te equivoques, es lo natural del ser humano, es la forma de crecer”, sentencia.
Remarca que su búsqueda artística fue “prueba y error”, con muchos fallos antes de encontrar la combinación de técnicas que reflejara su esencia. A veces puede estar tres meses con un proyecto al que le falta un cierre, y por más inspirado que esté, quizás la respuesta no llega hasta que la pieza faltante llega a sus manos y esa obra adquiere vida propia. Hay algo más que no está dispuesto a negociar: la esencia de los materiales, y por eso no pinta los elementos que componen las formas que crea, por una cuestión de valores y empatía con la persona que los hizo.
“Entiendo que cada elemento tiene una historia, gente que lo hizo, que eligió el color, el diseño y entonces dependiendo de cómo la voy colocando genero luces y sombras, volúmenes y estructuras amorfas”, explica. Menciona al artista en hierro Guillermo Stephens, que forjó las piezas que complementan las obras que vestirán a las modelos en el cierre de Argentina Fashion Week, un mundo que solo había conocido desde el backstage, y ahora está inmerso en todo el proceso trabajando con colegas que admira.
Muchas de sus creaciones ahora giran en torno al concepto de la resiliencia, algo que estará presente en la película de su vida. “Va a ser inmersiva, con tecnología de mapeado, en un formato de 17 minutos, y estoy muy contento porque voy a poder contar otras historias también”, anticipa, con la misma energía que parece renovarse a cada instante. “Soy así también con mis hijos, porque para ellos también es todo nuevo todo esto del cambio de profesión, de las redes sociales -tiene más de 50.000 seguidores en Instagram @ezewasser- y tengo sed de creatividad todo el tiempo, que creo se ve reflejado en las cosas que estoy haciendo, porque hice mucho en muy poco tiempo, y muchos me dicen que son cosas mágicas y yo digo que son cosas verdaderas, porque la pandemia sacó lo mejor y lo peor de las personas, pero sin dudas nos puso con el corazón abierto”, concluye.
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