No fue un niño fácil. Heredó el carácter áspero, autoritario y avasallador de la madre. Nació el sábado 30 de marzo de 1793 en la casona que había sido de su abuelo Clemente López, que estaba sobre la calle Santa Lucía, actualmente Sarmiento, entre Florida y Maipú.
Agustina López de Osornio, 23 años, que había sido madre de Gervasia, daba a luz a su primer hijo varón. Su marido León Ortiz de Rozas era teniente de la quinta compañía del segundo batallón del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, más conocido como “Fijo”. Era un matrimonio de un buen pasar económico.
En cuanto el recién nacido aturdió con sus primeros llantos, el padre se puso su uniforme de infante y fue al cuartel en busca del capellán para que bautizase inmediatamente a la criatura. Su hijo debía ser ungido católico y militar y para ello se precisaba de un cura castrense.
Pero no lo halló. Entonces fue al tercer batallón, donde sí encontró al doctor Pantaleón Rivarola, que pasaría a la historia como uno de los precursores de la enseñanza de la filosofía en el país. Mientras tanto, su esposa había mandado a una de sus esclavas a la casa de José de Echevarría para que junto a su esposa María Francisca Ramos fueran a su casa para oficiar de padrinos.
Una vez todos reunidos, se realizó la ceremonia. Al niño se lo llamó Juan Manuel José Domingo.
Su abuelo paterno era Clemente López Osornio, un hombre rudo e inflexible, referente del paisanaje, representante de los hacendados y su apoderado ante las autoridades del virreinato. Su estancia era la principal abastecedora de la ciudad de Buenos Aires.
Murió de la peor manera: el 13 de diciembre de 1783 junto a su hijo Andrés de 26 años, fueron lanceados y degollados en un malón indígena contra su estancia “El rincón de López”, a orillas del río Salado. Su cuerpo fue atado a un caballo y arrastrado. Clemente tenía 75 años y aún dedicaba el día a las tareas del campo. A su muerte la que manejó con mano de hierro la estancia fue la propia Agustina.
A los 19 años León Ortiz de Rozas, el papá del recién nacido, había sido nombrado subteniente del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, en la unidad en la que su padre era capitán. Pidió integrar la expedición que se dirigía al Río Negro en protección de la población contra los ataques indígenas. Participó de combates contra los naturales y terminó cautivo junto a su amigo Domingo Piera y el capellán fray Francisco Xavier Montañés. Estuvieron a punto de morir ajusticiados, pero como en Buenos Aires estaba cautivo un hermano del cacique Negro, se produjo un canje de prisioneros y salvó la vida.
León regresó con toda la gloria, fue ascendido a teniente y en 1790 se enamoró de Agustina Teresa López de Osornio. Ese mismo año se casaron.
Era el padre bondadoso, risueño, la alegría del hogar que se ponía firme cuando era necesario.
A los 8 años Juan Manuel entró en la escuela de Francisco Javier de Argerich, una de las mejores de la ciudad. Funcionaba en la calle Reconquista en la cuadra “que va de San Francisco a la plaza”. Sus padres pagaban dos pesos mensuales las primeras clases y cuatro las otras dos: en la primera se enseñaba lectura, nociones de doctrina cristiana y principios de educación; en la segunda, se aprendía a escribir, contar y el catecismo del padre Fleuri; luego latinidad, gramática, ortografía, elementos de geografía, historia antigua romana y española, y el catecismo real. La escuela cerró cuando los ingleses se apoderaron de la ciudad en 1806.
De sus hermanos, la que se animaba a enfrentarlo era Andrea; otros de sus hermanos eran Gregoria, la mayor; Agustina, la más linda; Mercedes, la hermana menor, Prudencio y Gervasio.
En sus memorias, Mansilla recuerda que en la casa reinaba el orden, donde todos se reunían a la hora de comer, se bendecía la comida abundante y cuando iban parientes o amigos de improviso, siempre alcanzaba. “Pocos platos, pero sanos, y el que quiera, que repita”, era la consigna de sus padres.
El niño Juan Manuel tenía carácter fuerte: en una oportunidad cuando fue encerrado en su cuarto castigado, de la ira levantó las baldosas del piso.
Tal como había hecho con su hijo Gervasio, su madre lo obligó a emplearse en la tienda de Ildefonso Passo, hermano de Juan José, para que supiese lo que era el trabajo. Cuando quisieron obligarlo a realizar tareas de limpieza, como lavar los platos, pisos y salivaderas, se negó. La madre lo encerró a pan y agua. El violentó la cerradura, medio desnudo se fue a los de los Anchorena, que eran sus primos, pidió ropa, y dicen que la relación con su madre empeoró.
Pasaba mucho tiempo en El Rincón de López, donde aprendió las tareas de campo. Con el tiempo la familia vivió en una casa en Alsina y Tacuarí, frente al almacén de Zapata o del “jorobado”, como se lo conocía en el barrio. Luego se mudarían a una casa enorme en la calle Defensa, casi esquina Moreno.
En las invasiones inglesas dicen que, junto a otros muchachos, pelearon. Santiago de Liniers, muy amigo de sus padres, lo puso al servicio de un cañón, y su función fue alcanzar las municiones. Sin embargo, existen dudas de que haya peleado durante la segunda invasión, cuando estaba enrolado en los Migueletes.
Tanto él como su familia se mantuvieron al margen de los sucesos de mayo de 1810 y de las guerras de la independencia.
Cuando aún no era mayor de edad, por 1811, su padre le confió la administración de la estancia Rincón de López. Con organización y poder de mando, transformó la estancia en un establecimiento modelo, construyendo fuertes lazos con el paisanaje y con los indígenas de la zona.
Iba poco a la ciudad y solo lo hacía para visitar a su novia Encarnación Ezcurra, de 18 años, una chica poco agraciada. El mayor trabajo que tuvo la pareja fue convencer a las dos familias a que dieran su consentimiento para la unión. Tanto Agustina como la madre de la chica Teodora Arguibel se oponían porque decían que eran muy jóvenes aún.
Juan Manuel tuvo una idea. Le hizo escribir una carta a Encarnación dirigida a él mismo, diciéndole que estaba embarazada. El dejó la carta a la vista de su madre la que, cuando la leyó, corrió a la casa de la chica para arreglar con la futura consuegra los detalles del casamiento para evitar el escándalo.
El viernes 13 de marzo de 1813 se leyeron en las iglesias de Monserrat y la Catedral las proclamas de los esponsales y el martes 16 el presbítero José María Terrero los casó.
Tuvieron tres hijos: Juan Bautista, María (que falleció de muy niña) y Manuelita. También adoptó a Pedro Pablo, el hijo natural de Manuel Belgrano y Josefa Ezcurra, su cuñada.
Volvió al campo. Aparentemente, por una discusión que escuchó entre sus padres sobre la forma en que manejaba la estancia, les devolvió el Rincón de López y se fue a trabajar por su cuenta. En 1868 escribió: “No hay día en que no me acuerde de mi madre, sintiendo siempre su pérdida; ya recibirás por premio la más cruel ingratitud, me decía siempre”.
Empezó de abajo, ya que ni él ni ella tenían un peso. Para demostrar su descontento y que empezaría una nueva vida modificó su nombre: pasó a llamarse Juan Manuel a secas y reemplazó la z por la s en su apellido. Otro hombre nacía y otra historia comenzaba.
Fuentes: Juan Manuel de Rosas, de Carlos Ibarguren; Las moradas de don Juan Manuel, por Julio A. Luqui Lagleyze, revista Todo es Historia n° 118; ¿Dónde nació Juan Manuel de Rosas? por Carlos Fresco – Buenos Aires Historia.
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