Supo que era adoptada y buscó a su madre biológica, pero ella se lo recriminó: “Arruinaste mi vida perfecta”

Emilse Sereboves había tenido una infancia feliz en San Isidro. Pero perdió a su papá a los 11 y a su mamá tres años después y su vida dio un vuelco. De casualidad supo que había sido adoptada y decidió conocer su historia. Cuando halló a sus padres biológicos nada fue como había imaginado

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El primer cumpleaños de Emilse en brazos de Elsa
El primer cumpleaños de Emilse en brazos de Elsa

Emilse Sereboves (44) tuvo una infancia feliz. Adoraba a sus padres, vivía en una sencilla casa con jardín en la Horqueta, San Isidro, y concurría a un buen colegio. Sus primeros años fueron de mucha felicidad, llenos de risas, primos y una familia abocada a su bienestar.

Pero la prematura muerte primero de su padre y, poco después, de su madre, dinamitó su existencia.

A partir de sus 11 años, el rumbo de la felicidad viró en una pronunciada curva hacia la desdicha.

Capítulo cero

Eugenio Sereboves (50) y Elsa Pereyra (48) adoptaron en diciembre de 1978 a una bebé a la que llamaron Emilse. La amaban con locura y la cuidaron con esmero, solo que nunca pensaron en decirle toda “la verdad”. Así solían discurrir las cosas por esos años. Muchos creían, por entonces, que los secretos podían mantener la felicidad conseguida y que la cruda verdad era algo prescindente. No se hablaba como ahora del derecho a la identidad. Y jamás le dijeron que no era su hija biológica.

Vivían en Martínez, pero al poco tiempo de adoptar a Emilse se mudaron de barrio. Aterrizaron en San Isidro, en una casa blanca, pequeña, con un lindo porche y un enorme jardín lleno de jazmines, rosas y árboles frutales. Elsa disfrutaba de las plantas y, al fondo, Eugenio tenía su taller de carpintero donde creaba y lustraba muebles.

Eugenio y Elsa se habían casado siendo ya grandes y rápidamente se dieron cuenta de que no podrían tener hijos. Por eso, cuando una amiga de Elsa les contó que su empleada doméstica estaba embarazada y deseaba dar el bebé en adopción, pensaron que les había caído la solución del cielo.

Los padres adoptivos de Emilse, Eugenio y Elsa, cuando se casaron en 1972
Los padres adoptivos de Emilse, Eugenio y Elsa, cuando se casaron en 1972

Un día la pareja Sereboves apareció con su beba en brazos y nadie preguntó demasiado. Aunque todos hablaban por lo bajo ya que nunca habían visto a Elsa con panza.

Por otro lado, la mudanza a la casa soñada y con gran jardín no resultó el paraíso que esperaban. Eugenio había hecho una permuta: había cambiado su casa de Vicente López por esta en San Isidro. Pero fue ingenuo en el papeleo y, al poco tiempo de haberse mudado, surgió que los títulos que le habían entregado eran falsos. Había sido víctima de un estafador quien le entregó papeles apócrifos. Ese inescrupuloso no era el verdadero dueño de la propiedad. Eugenio tuvo que contratar abogados y trabajar más que nunca para pagar el lío en el que se había metido. El dueño original demandó al sujeto estafador que terminó preso y Eugenio, que había pagado con su propia vivienda, empezó a luchar para que no quedaran en la calle.

Emilse a los 3 años
Emilse a los 3 años

La volteada de juicios y reclamos terminó por destruir anímica y económicamente a Eugenio. Su negocio comenzó a hundirse. Se sentía aniquilado. Por otro lado, a Elsa (quien había trabajado en Fanacoa durante 30 años y había dejado su empleo cuando adoptaron a Emilse) se le desató una diabetes.

Pese a todo, ellos callaron sus angustias y Emilse creció ajena a sus desasosiegos de billetes y enfermedades: “Tengo los mejores recuerdos de mi familia, de mis tíos y de mis primos. Tuve una infancia súper feliz, pero siempre ignorando la verdad sobre mi origen. Lo que no tenían lo gastaban en mí. Los primeros años dormí en el cuarto con ellos y después, cuando crecí, me armaron uno muy lindo en lo que era el comedor, donde estaba la chimenea. Me mandaron a un buen colegio, al General Jose de San Martín de Boulogne. Ellos no estaban muy bien económicamente por esa estafa. Papá era muy ingenuo y bueno. Yo igual, en esa época, no sabía nada de esto y mis papás fueron protectores y amorosos. ¡Eran lo más!”, recuerda conmovida.

Emilse con su abuela, la madre de Eugenio, su papá adoptivo
Emilse con su abuela, la madre de Eugenio, su papá adoptivo

Elsa le enseñó a leer antes de comenzar primer grado, quería que su hija tuviera lo que ella no había tenido: una excelente educación. También la mandaban a inglés y ella respondía siendo muy buena alumna.

La dedicación de los dos a su hija era total: se reían mucho, era una casa alegre y disfrutaban de verla crecer feliz.

“Mi papá era muy rubio y de ojos celestes y yo siempre le decía ¡por qué no había sacado sus ojos! Hoy recuerdo que mis comentarios lo incomodaban un poco… pero solo eso. Un día, cuando yo tenía solamente 11 años, mi papá se fue a dormir y no se despertó. Creo que tantos disgustos por la casa terminaron afectándole el corazón. Tenía 61 años. Eran tan unidos que, a partir de su muerte, mamá dejó de cuidarse con la diabetes. Inconscientemente no pudo con esa pérdida. Le empezaron a fallar los riñones, entró en diálisis, después quedó ciega y, más adelante, ya no pudo ni caminar. Cuando ella ya estaba mal, vivía internada, me puse de novia con Miguel, un chico que tenía 18 años. Creo que mi mamá lo aceptó con tal de que no me quedara sola. Ella murió en mayo de 1993, yo tenía solamente 14 años”.

Huérfana a los 14

De ser totalmente feliz Emilse se convirtió en huérfana en la puerta de la adolescencia. Ya no tenía a sus padres incondicionales. Y entre cataratas de lágrimas se enteró de que estaba embarazada de dos meses.

“De haber sido una excelente alumna y la promesa de la familia porque me iba súper bien en el colegio y en inglés pasé a estar sola y desorientada. Mamá vivió el último tiempo internada. Yo estaba a veces en la casa de mi tía, pero me sentía de más y volvía a mi casa donde también me sentía mal porque me faltaban mis papás”, recuerda. Emilse no podía estar bien en ningún sitio. La vida había dado un giro dramático que la descompensó: “Entiendo que hacerse cargo de mí era un problema. Estaba embarazada, sin mis padres, con la casa siempre al borde del desalojo... La hermana de mi mamá es un amor de persona, yo iba y venía de su casa y, finalmente, después de que un día entraron a robar a mi casa, terminé quedándome ahí y Miguel se vino a vivir conmigo”.

Emilse con sus papás adoptivos en el colegio al terminar primer grado
Emilse con sus papás adoptivos en el colegio al terminar primer grado

El 14 de noviembre de 1993, un mes antes de cumplir 15 años (Emilse cumple el 14 de diciembre) nació su hija Agustina. No habían pasado ni cinco meses cuando le llegó una cédula de desalojo: “El dueño original de la casa había ganado el juicio. El hombre que lo había estafado, el que le permutó la casa a mi papá, ya estaba preso. Ahora, había que devolver la casa a su propietario”.

La vida de Emilse se convirtió en un caos. Sus abogados lograron que se quedara viviendo allí hasta cumplir los 21 años. Emilse estaba convencida de que, en ese período, podría ahorrar el dinero necesario para comprarla: “Tenía la esperanza de poder trabajar, juntar la plata y pagarla. Miguel trabajaba y yo cuidaba chicos. Pero a los 18 años nos separamos y todo se volvió más difícil económicamente. No era un mal tipo, pero era muy mujeriego y nosotras no éramos su prioridad. Me di cuenta de que cuando yo salía a trabajar, él metía mujeres en mi casa. Me dije: ‘Esto no voy a aceptarlo’. Al principio, no me animaba a echarlo, estaba sola con mi hija, venía con muchos golpes. Pero, al final, tomé coraje y me separé”.

Emilse a los 10 años
Emilse a los 10 años

Cerca de los recuerdos bellos

En esa etapa de nueva soledad Emilse reconoce que obtuvo ayuda de una muy buena amiga de toda la vida y de su madre: “Me aconsejaban mucho. Me aferré a mi hija y hoy creo que eso me salvó de cosas peores o de tomar decisiones peligrosas. Me enfoqué en Agustina y no descarrilé. Miguel estuvo siempre en lo afectivo, pero cero en lo económico. Un fin de semana mi suegra no quiso devolverme a Agustina y mis propios abogados me aconsejaron: ‘Dejala con tu suegra, sos demasiado joven’. ‘Ni loca’, pensé. No me entendían. Nadie me entendía. Mi suegra era malísima y decía que yo era la típica tarada de San Isidro porque no sabía hacer nada de la casa, ¡ni cocinar!”.

Emilse recuperó a Agustina y se bancó lo que vino. Que no fue poco.

Me fui de esa casa adorada a los 21 años. La entregué y me alquilé un dúplex a dos cuadras. Hace casi 23 años que vivo acá. Me siento contenida porque son los mismos vecinos de toda la vida, los que conocieron a mis padres. Vuelvo tarde de trabajar y me siento cuidada. ¿Parejas? Conocí a otra persona con quien tuve una relación durante diez años, pero la verdad es que no lo amaba. Fue una relación inútil. Después tuve novios, pero nunca volví a convivir”, reconoce.

Sospechas y preguntas

Durante su niñez Emilse nunca pensó que podía ser adoptada. Hasta que un día, con 13 años y con Elsa ya muy enferma, una vecina que estaba de visita le soltó: “¿Nunca te preguntaste porque no tenés fotos de tu mamá embarazada? Vos seguro que sos adoptada… preguntá y vas a ver”.

Embarazada a los 14 años. Ya había perdido a sus padres
Embarazada a los 14 años. Ya había perdido a sus padres

Todo el barrio sospechaba, era un secreto a voces. “Empecé a preguntar a mi familia y a las amigas de mi mamá, pero todos me lo negaron. Hoy sé que mamá les había pedido que no me dijeran nada. Algún que otro vecino me relató que ella había aparecido de repente conmigo y que nunca la habían visto embarazada. Pero no sabían de dónde me había sacado ni tenían certezas de nada. Se me instaló la duda, pero como mi mamá estaba empeorando día a día lo dejé pasar. Después murió y yo estaba embarazada… postergué cualquier cuestionamiento. No quería sumar problemas. Pateé el tema hasta los 34 años, cuando Agustina ya tenía 21 años y yo tenía más tiempo para indagar”.

A esa edad Emilse decidió que era hora de preguntarse por sus orígenes.

“Empecé a investigar. Fui a Abuelas de Plaza de Mayo y llevé mi partida de nacimiento donde decía que era hija biológica de mis padres. Mi duda era: ¿por qué si era adoptada ahí no decía nada? En Abuelas me explicaron que era una partida legal y me aseguraron que no tenía que ver con la dictadura. Me dijeron que me quedara tranquila que no había nada trágico, pero me derivaron a CoNaDI (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, organismo que depende de la Secretaría de Derechos Humanos). Ahí me atendieron y, después de unos meses, me llamaron. Me dijeron que tenían un legajo con muchos papeles donde estaba la partida original ¡con el nombre de mi madre biológica! En resumen había sido una adopción medianamente legal para la época. Había nacido en el Hospital Pirovano y ahí fue donde se hizo el papeleo. Mi madre biológica me había entregado a los 3 días de nacer y mi fecha de nacimiento era la correcta”.

En ese papel, que era la partida original de su nacimiento, estaba la clave de su vida. Su identidad. El nombre de su madre. Aquella empleada de la amiga de Elsa que la había parido a los 19 años. Ella se llamaba Ángela C. y no había anotado en ese papel ningún padre pero le había puesto un nombre: Valeria Viviana. Una persona que no fue.

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Emilse adolescente con su beba recién nacida Agustina que tenía 15 días
Emilse adolescente con su beba recién nacida Agustina que tenía 15 días

Buscando a mamá

Cuando Emilse empezó a buscar a su mamá biológica, ya era abuela de Uma y su hija Agustina estaba esperando a su segundo hijo Francisco (hoy 7 años). Ella fue un buen sostén para Emilse: “Mi hija siempre me apoyó. Trabaja en una cadena de farmacias y mi yerno tiene una verdulería. Por suerte, desde hace unos años, están bien y mandan a sus hijos a un buen colegio. Eso me deja tranquila. ¡Si algo hice bien fue criar a mi hija! Por eso, cuando ya ella tuvo su propia familia, sentí que tenía tiempo de ocuparme de buscar mis orígenes”, declama convencida.

Y el que busca siempre encuentra.

Emilse con la partida en la mano donde estaba estampado el nombre de su madre biológica fue hasta la casa de su mejor amigo, Christian. Él trabaja en un banco y sabe buscar en bases de datos. Buscaron con ese nombre un DNI que pudiera coincidir con la edad aproximada de Ángela. Descartaron Ángelas más jóvenes y Ángelas más viejas, hasta que llegaron a una Ángela C. que vivía en Adrogué. Había un teléfono. Era el mes de junio del año 2015.

“Mi amigo me decía: No llames, esperá un poco. Pero yo le dije: ¿Cómo no voy a llamar? ¡Pasaron 35 años! Y llamé”.

Atendió una voz de mujer.

–¿Puedo hablar con Ángela?

–Si soy yo, ¿quién habla?

–Tu hija

Emilse con su hija Agustina de 8 en Temaikén
Emilse con su hija Agustina de 8 en Temaikén

El teléfono quedó mudo por varios minutos. Emilse soportó el silencio. Luego, le dijo que entendía su sorpresa.

–Necesitaba encontrarte. Quedate tranquila que no estoy buscando nada, menos algo económico. Solamente quiero conocer mis orígenes. Si no querés que hablemos, te entiendo

–Nunca pensé que me ibas a buscar… pasaron muchos años. No puedo hablar mucho, está mi suegra. Dame un teléfono y te llamo en otro momento.

Una cita y, otra vez, el abandono

“Me llamó al otro día. Hablamos varias veces. Nos vimos al mes del primer llamado”, relata Emilse, “Me escribía a escondidas y me decía que le revisaban el celular. Era raro porque ella es una mujer grande”.

Emilse venció la desconfianza de Ángela y se citaron a las 10 de la mañana un día de julio de 2015 en Cabildo y Juramento. No recuerda el día exacto, pero sí que hacía mucho frío.

“¡En cuanto nos vimos no tuvimos dudas de quiénes éramos! ¡Somos tan parecidas! Fue muy movilizante porque me vi reflejada en ella. La palabra es shockeante, me reconocí físicamente. Caminamos media cuadra y entramos a un café”.

Ángela tenía 57 años y Emilse 36. Sería la segunda vez en su vida que se verían las caras y la última hasta esta nota. Del primer encuentro en una cama de hospital al nacer, Emilse no podía tener recuerdos. Esta vez, conversaron mesa de por medio.

“Cuando me vio me dijo ¡Hija!, y me abrazó. Fue todo muy loco, yo estaba fuera de eje. Por teléfono, ella había estado a la defensiva, pero en persona se aflojó un poco. Me regaló una pulsera plateada entrelazada con dorado”, rememora.

Emilse hoy con su hija Agustina madre de sus dos nietos
Emilse hoy con su hija Agustina madre de sus dos nietos

Ángela le contó que el embarazo había sido producto de una relación con un hombre con quién iban y venían y que cuando ella le contó que estaba embarazada él desapareció y por eso decidió darla en adopción. Después del parto y de entregarla había dejado de trabajar en aquella casa.

“Era una adopción plena y mis padres le habían dicho que no iban a buscarla nunca. No pensaron que sería yo la que buscaría”, explica Emilse. “Un rato después me dijo que se tenía que ir rápido porque la suegra le controlaba los horarios. Me reveló que mi padre biológico se llamaba Héctor G.. De su vida me contó que estaba casada y que tenía tres hijos. También reconoció que ellos no sabían nada de mí y me advirtió que nunca lo irían a saber porque ella había hecho borrón y cuenta nueva. Me dijo, literalmente: ‘Para mí, después de ese día, no exististe nunca más’”.

La charla duró hasta las 11.30. Una hora y media fue el tiempo que obtuvo Emilse de su madre en 36 años.

Las cosas no habían fluido como cualquier hija hubiese esperado. Pero Emilse siguió intentando. Y cuando llegó el día de la madre de ese mismo año le mandó un cariñoso mensaje de texto. Lo que Ángela le respondió desató en Emilse un terremoto de emociones.

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La pulsera que le regaló su madre biológica Angela
La pulsera que le regaló su madre biológica Angela

“Le escribí que le deseaba la mejor suerte. Y ella me contestó diciendo cosas horribles, horribles… que yo quería arruinarle su vida perfecta; que por qué aparecía justo para ese día; que le llevaba problemas a propósito. Me dijo: Todo lo que tanto me costó armar, vos lo estás arruinando… El marido no tiene idea de que dio una hija en adopción y a sus hijos les inculcó valores que no se condicen con eso, por eso creo que tiene mucha vergüenza”.

A Emilse le dolieron tanto sus palabras que reaccionó con la mayor dureza: “Me alegro de que me hayas dado en adopción y que no me haya criado alguien como vos. ¡Me criaron las mejores personas que pudiste encontrar! Después corté toda comunicación y la bloqueé en las redes. Me quedé sumamente enojada y dolida”.

Emilse había sido abandonada una vez más.

Reconstruir con poco

“Creo que Ángela es una mujer básica y que su mayor miedo tiene que ver con lo económico. Igual, yo intento no juzgarla. Me contó que tiene muchos hermanos y que su mamá la regaló a una hermana para que la criara. Ella se casó no mucho después de darme en adopción… Quizá hay algo que no quiere blanquear. Me contó que tiene una casa divina, gigante, pero nunca me dijo que era feliz, solo mencionó el tema económico. Por ahí teme que la vean como a una mentirosa, que el marido la eche y quedarse sin nada. Me dolió ese circo de abrazarme en ese primer momento y que me dijera ‘hija’ para después desaparecer. ¡Me hubiese dicho desde el vamos que no quería tener un vínculo y no me ilusionaba! Quizá no lo puede manejar por tener que mentir tanto”, reflexiona.

Lo cierto es que Emilse estaba tan enojada con las palabras de Ángela que buscó el perfil de una de sus medio hermanas biológicas y le escribió contándole todo. Al principio, la destinataria no le creyó.

“Me decía que no podía creer lo que le estaba planteando. Me dijo que Ángela se había ido de vacaciones y que cuando volviera lo iba a hablar con ella. Cuando a los diez días volvió, me llamó. Me admitió que era verdad la historia que le había contado, pero me dijo que ella entendía que su madre no quería que yo estuviera en su vida. Parece que lo habían hablado a solas y que Ángela le había pedido que guardara su secreto. Y me aseguró que era una decisión de su madre que ella iba a respetar.”

En familia: Emilse con su hija Agustina y sus nietos Uma y Francisco
En familia: Emilse con su hija Agustina y sus nietos Uma y Francisco

Emilse no se resignó a no tener contacto con sus medio hermanos de sangre. Probó hablar con el varón más grande. Él tampoco pudo creer la historia, pero accedió a que se encontraran: “Lo vi una vez y fue más abierto, Nos reunimos en el Shopping Dot. Le mostré la partida de nacimiento y me vio parecida a su madre. Me dijo: ‘No tengo dudas, es muy fuerte esto, no puedo creer que mi mamá haya hecho algo así. Mi mamá es muy estructurada y me parece increíble que haya sostenido una mentira durante tantos años’. Aunque me creyó no se animó a encararla ni a hablarlo con su padre ni con el resto de sus hermanos. Me confesó que creía que a su papá le caería muy mal todo el asunto”.

Emilse seguía necesitando respaldar su identidad. Y salió a buscar a su papá.

Buscando a papá

Lo buscó primero por lo que Ángela le había dicho: en el barrio porteño de Villa Crespo.

“Sabía que se había ido a hacer el servicio militar al sur. Esta vez, con mi amigo Christián, demoramos una semana en encontrarlo. Conseguí el teléfono de su trabajo y lo llamé. Cuando atendió le tiré la bomba”, se ríe.

–¿Vos conocés a Ángela?

–Y sí claro que la conozco a Angelita…

–Según ella yo soy tu hija

–-Yo sabía que me ibas a decir eso.

Hablamos bastante, fue más abierto que Ángela. Me contó la misma historia aunque, según él, nunca supo que ella estaba embarazada. Creo que miente para no admitir que la dejó sola en el embarazo, pero bueno… Él se casó, tuvo tres hijos y se quedó viudo cuando los chicos tenían entre 1 y 5 años. Su esposa murió en un accidente de auto. Al tiempo, se puso de novio con otra mujer muy buena con la que tuvo un hijo más. De ser hija única, ¡ahora sumaba siete hermanos! Lo cierto es que él terminó separándose de su segunda mujer y ahora vive en Chubut”.

De pequeña en el jardín de su casa en San Isidro, la que añora y desea comprar algún día
De pequeña en el jardín de su casa en San Isidro, la que añora y desea comprar algún día

Emilse estaba armando el rompecabezas de su vida. Pero su papá biológico le resultó un poco arrogante y superficial, no se sintió del todo cómoda. Al fin y al cabo, eran dos desconocidos. La relación, tampoco prosperó.

“La realidad es que yo necesitaba saber quiénes eran mis padres biológicos, saber de dónde había salido. Necesitaba salir del limbo de la ignorancia. Necesitaba resolverlo y lo resolví. Quería saber si mis padres adoptivos me habían robado o vendido. Y logré esclarecer todo. Conocer a los que me trajeron al mundo y hablar con ellos. Lo que me quedó dando vuelta fue otra cosa. Las ganas de tener contacto con mis hermanos”, refiere.

Esa es la parte irresuelta de su vida.

Con sus nietos Uma y Francisco
Con sus nietos Uma y Francisco

Emilse no hizo jamás terapia, se las arregló como pudo. Hablando con amigos y masticando sus penas: “Nunca me guardé nada de lo que sentía”, dice y agrega: “Agradezco ciento por ciento haber sido adoptada por mis padres y lamento haber pasado tan poco tiempo con ellos. Ellos fueron los mejores padres que pude tener. Personas buenas, con valores, que me cuidaron. Todo el mundo los quería. Eso para mí significa un montón. Pero lamentablemente los tuve muy poco tiempo. Creo que mintieron sobre mi origen porque tenían miedo de perderme”.

El sueño de Emilse

“Mi mamá en mi vida va a ser siempre Elsa. No porque tenga algún rencor sino porque es lo que siento. Ángela no es mi mamá, es la persona que me trajo a este mundo… nunca podría decirle mamá”, aclara.

De lunes a viernes, cuando Emilse sale a las 9 de la mañana hasta la parada del colectivo 707 para ir hasta el negocio donde trabajaba en el Shopping Dot, pasa por la puerta de la felicidad pasada. Aunque ya no está el limonero ni aquel laurel que se veían desde la vereda y todo luzca diferente, sigue siendo la casa donde habitaron sus mejores momentos. Eugenio y Elsa partieron sin saber que perderían la propiedad. A Emilse le duele la memoria: “Sé que a mis papás les costó un montón comprarla y luego lucharon por pagarla y por conservarla. Lamentablemente, no pudieron. Sueño con juntar dinero para poder adquirirla y vivir allí para siempre”.

La realidad para Emilse será siempre dolorosa, porque lo que añora no se puede comprar. En esas paredes rosas del dormitorio busca a sus padres, a los que disfrutó tan brevemente y, en ese jardín de naranjos, cerezos y rosales, ve la imagen de Elsa yendo de aquí para allá.

Lamentablemente, para Emilse, la máquina del tiempo sigue sin inventarse.

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