Triunfó en el mundo de la publicidad, en el de las revistas, en la televisión y en el cine. De una carpeta con dibujos con las puntas dobladas y hojas húmedas por el largo viaje en barco, a crear y manejar un emporio. Pocas personas en Latinoamérica fueron capaces de dar vida a tantos personajes inolvidables: Anteojito, Hijitus, Larguirucho, Pi-Pío, Cachavacha, Calculín, Petete, Trapito y muchos más. Manuel García Ferré, al menos durante cuatro décadas, fue el magnate de la infancia argentina.
Se suele destacar su creatividad, el don para crear personajes que perduren. También su intuición para saber qué podría gustarle a los niños de su tiempo. Lo que no se suele tener en cuenta es su habilidad empresarial, su capacidad para tomar riesgos y para aprovechar momentos tanto de la coyuntura del mercado como del impacto de sus criaturas.
Desde la oportunidad para multiplicar el éxito de Hijitus y las novedades de la revista Anteojito hasta su incursión en los largos animados o el cierre de la publicación ante el colapso del país y del mercado. Aunque alguna vez se definió como un artista bohemio, fue además de creador un empresario de los medios. Integró un linaje único con Vigil, Dante Quinterno, Divito y unos pocos más. Tal vez, García Ferré fue el que más se diversificó de todos ellos (Vigil y Editorial Atlántida ingresó en otros negocios masivos a través de sus herederos y no él como fundador).
Llegó a Argentina en 1947. Tenía 17 años. Uno más de los tantos exiliados españoles. Su padre era dirigente republicano. Se fue de España alejándose de Francisco Franco, de las persecuciones y en busca de mejores oportunidades para su familia. Manuel dibujaba desde muy chico; antes de exiliarse le habían publicado algún trabajo menor y hasta había encabezado una exposición en su ciudad.
Apenas llegó a Buenos Aires descubrió que la ciudad era mucho más vasta de lo que pensaba, muy diferente a Almería, su lugar natal. De noche, en una escuela nocturna, completaba el secundario, mientras de día recorría redacciones y agencias de publicidad con sus carpetas con dibujos y bocetos. Sabía que iba a tener posibilidades pero para eso debía prepararse.
Lo contrataron para hacer tareas rutinarias: copias y color. A Manuel no le importaba. La mayor parte del sueldo estaba destinada a financiar su carrera de arquitecto. Al poco tiempo le empezó a ir bien. Sus jefes reconocían su capacidad de trabajo, su buen trazo y la creatividad. Muy rápido se destacó por sobre sus compañeros.
En 1954 tuvo su primera gran satisfacción personal. Llevó hasta Editorial Atlántida una de sus creaciones. Era una historieta (nadie las llamaba comics) destinada al público infantil. Cualquier dibujante soñaba con publicar en Billiken, la revista que dominaba el mercado infantil y que para esa época ya tenía 35 años de vida. Cuando fue a buscar la respuesta, lo recibió el director de la revista y fundador de la editorial: Constancio Vigil. Le informó que Pi-Pío se incorporaría de forma permanente a Billiken. Pi-Pío era un pollito que vivía en un pueblo llamado Leoncio y de ser una especie de linyera (varios de los personajes de García Ferré tiene ese origen: Hijitus vivía en un caño) se convierte en el sheriff del pueblo. Hace unos años, la Editorial Común del dibujante Liniers reeditó algunas de las páginas de Pi-Pío.
Lo que nunca pudo imaginar Vigil fue que ese joven al que él le estaba dando su primera oportunidad editorial se convertiría, una década después, en su principal competidor hasta desplazarlo de la cima.
Poco después, García Ferré encontró y explotó un nicho que casi no estaba explotado. La animación aplicada a las publicidades. Tan bien le fue que abrió su propia productora. En varios de esos cortos se repetían dos personajes. Un nene y su tío. Anteojito y Antifaz. Los personajes tuvieron un enorme éxito. Tanto que a las marcas no sólo no les importaba que se repitieran de un producto a otro, sino que pedían que ellos protagonizaron los cortos.
Las campañas hechas por García Ferré fueron múltiples. Las más recordadas son las de Atma, Mantecol, Cunnington, Fanacoa o los quesitos Adler. Además de la animación se destacaban por los jingles sencillos y pegadizos que se adherían a los espectadores que las tarareaban buena parte del día.
En 1964, lo contactó otro self made man, otro visionario, pero perteneciente a un rubro diferente. Julio Korn, editor de Radiolandia, Antena, Goles y otra decena de revistas, le propuso lanzar la revista de Anteojito. Y, se supone, que lo tentó con hacer tambalear el emporio (casi monopolio) de Billiken. García Ferré aceptó.
El 8 de octubre de 1964 salió a la calle el primer número de la revista Anteojito. En la tapa sólo el nombre de la publicación con la tipografía que luego se convertirá en un clásico y la cara de Anteojito rompiendo, emergiendo, de unas tiras cómicas. Casi una alegoría de lo que produciría su salida. Abajo estaba el precio: 20 pesos. El lanzamiento fue un éxito colosal: más de 200.000 ejemplares vendidos. A partir de ese momento, García Ferré fue volcando toda su energía en la revista para consolidarla. Un breve bajón a fines de los sesenta produjo la siguiente idea revolucionaria. Al buscar más lectores, Anteojito incorporó un regalo semanal. Podía ser un troquelado, un juego de mesa, un muñequito, libros o un útil escolar. En la jerga interna esos obsequios se llamaban “Pifusios” en honor a la revista europea de la que habían tomado la idea original: Piff. Los regalos produjeron un nuevo boom que persistió por muchísimos años. Durante un muy largo tiempo Anteojito vendió más de un millón de ejemplares por mes.
Muchos chicos esperaban todo el año la llegada de tapas doradas de Navidad que traía más regalos que los habituales. A los viejos dibujantes de la revista le molestaban los regalos. Sabían que parte de su público sólo tomaba el juguete y desechaba la revista.
La redacción estaba repleta de profesionales. Todo se hacía artesanalmente. Los tableros de dibujo se multiplicaban. Estaban los autores pero también dibujantes jóvenes que sólo tenían tareas rutinarias: calcar dibujos, darles color, etc. García Ferré estaba encerrado en su oficina pero muy encima de cada dibujo y de cada texto que se publicaba. Todo recibía la aprobación final suya. Era muy perfeccionista y mandaba a rehacer una página, todas las veces que fuera necesario.
A fines de la década del sesenta, aprovechando una de las frecuentes turbulencias del país y el declive la editorial Korn compró la totalidad de las acciones de la revista.
El éxito de la revista no se basaba sólo en el juguete. Tenía grandes profesionales detrás (más de 1.500 tapas fueron dibujadas por Jorge de los Ríos) y una idea que se fue acomodando según las circunstancias y la respuesta de los lectores pero que ya en sus grandes lineamientos que ya estaban en su nacimiento. En Anteojito había material pedagógico que acompañaba la currícula escolar –muchas generaciones conocieron la vida de los próceres a través de Billiken y Anteojito-, secciones fijas, historietas que se repetían (esos personajes generaban fidelidad), las aventuras de las criaturas de la escudería García Ferré y también contenido que variaba semana a semana.
En épocas de vacaciones, los responsables de Anteojito cuidaban a su público: no había casi efemérides, ni próceres, ni tareas escolares. Sólo diversión y nada de colegio. A pesar de su gran venta, hoy no se encuentran muchos ejemplares completos y en buen estado en el mercado de usados. Eso tiene una causa muy específica: la revista se recortaba, se utilizaba de manera constante para las tareas escolares. Así que los ejemplares eran jibarizados con placer para sus creadores y sus fragmentos, figuras y textos llenaban los cuadernos de los alumnos de primaria de todo el país.
García Ferré creó su propio multiverso. En Anteojito tenían espacio los demás personajes de su productora. Así Antifaz fue quedando relegado y Anteojito podía aparecer en la tapa junto a Hijitus, Petete, Manuelita y hasta el Gauchito del Mundial 78, diseñado por uno de sus dibujantes (por lo tanto se quedó con los derechos y durante el Mundial el Gauchito fue tapa varias veces y hasta sacó dos álbumes de figuritas con él como protagonista).
Anteojito salió durante 37 años. 1925 números. Su última edición fue el del 9 de enero de 2002. La crisis causó un nuevo cierre. Pero fue mucho más que el colapso del 2001. Los eventos de diciembre, el corralito, las muertes, los cinco presidentes, la falta de previsibilidad sólo aceleraron e impulsaron a García Ferré a hacer algo que él venía calculando, no sin un dolor inmenso, desde hacía un tiempo. El mundo había cambiado y el mercado también. La revista Genios, del grupo Clarín, era la que triunfaba.
Los protagonistas de sus historias por lo general eran nenes nobles, ingenuos, con conocimientos. Uno de ellos fue Hijitus. Apareció en 1967 (había surgido, sin poderes, como personaje secundario en Pi-Pío). Y no sólo creó la primera serie animada argentina y a un súper héroe local, sino también un mundo: Trulalá. Con héroes y villanos y con personajes secundarios muy reconocibles y entrañables. Larguirucho, Oaky, Gold Finger, Neurus, Pucho, el Boxitracio y muchos más. Y con su propia lógica. Hijitus se emitió hasta 1975 (luego tuvo varios revivals y ediciones en DVD). Fue otro gran éxito. Cada capítulo diario terminaba conformando la historia que se desarrollaba durante una semana. Y además durante el día, Canal 13 emitía cortos de un minuto.
Después fue el turno de Petete que mezclaba varias de las obsesiones de García Ferré. La divulgación, el personaje tierno, la animación, el correlato editorial, la expansión del negocio.
Un pingüinito simpático con un gorro de lana con pompón explicaba algún tema mientras conversaba con una interlocutora joven y bella. La más reconocida fue Gachi Ferrari; la última, en una reencarnación tardía, Guillermina Valdés. Mientras un locutor desplegaba un tema de ciencias naturales, geográfico o histórico de manera enciclopédica y muy didáctica, unas animaciones ilustraban. Cada tanto se volvía a Petete que aportaba un dato o agregaba una frase. El final era siempre el mismo. Empezaba Gachi y después intercalaban una frase cada uno: El Libro Gordo te enseña, el Libro Gordo entretiene y yo te digo contento, hasta la clase que viene. La voluntad pedagógica no estaba camuflada.
Petete e Hijitus no sólo se quedaron en las emisiones televisivas. García Ferré Producciones aprovechaba al máxima el potencial de sus creaciones. Había merchandising del más diverso, muñequitos Jack, discos. Casi como una obviedad, El Libro de Petete tomó realidad a través de unos fascículos semanales.
El primer programa que tuvo fue a mediados de los sesenta: El Club de Anteojito y Antifaz. Allí entre cortos, juegos y algunos sketchs en vivo aparecían actores como Maurice Jouvet, Juan Carlos Altavista y Osvaldo Pacheco, entre otros. Con el tiempo hubo muchos más programas de García Ferré. Tal vez el más memorable sea el que condujeron a principios de los ochenta Berugo Carámbula y Gachi Ferrari.
Manuel García Ferré también incursionó en cine. A principios de la década del setenta llevó a Anteojito y Antifaz en el primer largo animado a color de la industria argentina, Mil Intentos y Un Invento. En 1975 consiguió un éxito fenomenal con una historia triste como la de Trapito. Luego vinieron Ico, el Caballito Valiente y Pantriste, entre otros. Y en 1999 llevó a la pantalla grande a Manuelita, el personaje de María Elena Walsh. Otro boom de taquilla pese al flojo guión. Su última incursión en el cine fue un año antes de su muerte. En 2012 estrenó Soledad y Larguirucho.
Pero el tiempo pasa y las generaciones cambian. García Ferré había perdido ese ojo preciso para detectar qué era lo que el público juvenil disfrutaba, lo que prefería. Durante años probó cada una de sus ideas con una mesa examinadora rigurosa, que no le permitía deslices: sus tres hijos. Ellos eran los primeros que escuchaban sus ideas. Según el interés de ellos tres, García Ferré sabía si su idea podía funcionar o no.
A principios del nuevo milenio le habían detectado cáncer de estómago. Según declaró, García Ferré creía que mucho había tenido que ver la angustia y el dolor por el cierre de la revista Anteojito. Pero luego de una cirugía y un tratamiento, pese al grave diagnóstico inicial, se recuperó. Y siguió trabajando.
Murió hace diez años, el 28 de marzo de 2013. Tenía 83 años y otros tres proyectos cinematográficos en mente.
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